El arte de permanecer en la sombra mientras tu pareja (hombre) pasa a la posteridad

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Susana R. Sousa

Susana R. Sousa

“Si mi nombre hubiera sido Emilio, ¡qué distinta hubiera sido mi vida!”

Emilia Pardo Bazán

Harriet Taylor Mill y Amelia Vicenta Goyri son dos referentes literarios y filosóficos ocultos tras las sombras de sus maridos.

La cultura de un país tiene mucho que ver con lo que se le niega y al igual que no educar también es educar, durante siglos se nos ha educado eliminando muchos referentes. Se nos ha negado el acceso a las ideas de las mujeres, a sus reivindicaciones, a sus trabajos artísticos y estudios de igual forma que a ellas, en su momento, se les negó una existencia diferente. Hemos mamado el saber patriarcal y muchas hemos crecido pensando que las mujeres no existían más que en un pequeño espacio, que no eran influyentes, ni válidas, ni prodigiosas y que la cultura nada tenía que ver con ellas.

No sabemos si fue antes el patriarcado o la gallina, el huevo o el machismo, pero lo que sí sabemos es que la representación de las mujeres lleva muchos siglos de retraso en prácticamente casi todas las parcelas de la vida. En cuanto a la cultura y el pensamiento, por centrarme en dos de ellas, no dejo de descubrir mujeres que fueron relevantes en la escena política, social y cultural de su época y que, sin embargo, no aparecen ni por casualidad en los programas académicos. Y, por extensión, rara vez se las encuentra una fuera de esos ámbitos, aunque de las excepciones vivimos las que seguimos asombrándonos de la estulticia patriarcal.

En esta ocasión hablaré de dos mujeres que al no ser pizpiretas (lo que le gusta al machismo una pizpireta) no se las tuvo en cuenta y lo poco que pudieron destacar fue gracias a la posición social paterna y a sus parejas masculinas. Cuando digo “destacar” me refiero al hecho de abrir caminos para las nuevas generaciones, no solo de mujeres. Caminos libres de opresión donde sea posible la convivencia y no existan agujeros en los que meter a nadie. Estas dos mujeres, gracias a que sus familias eran ricas, tuvieron la oportunidad de salir un poco del agujerito doméstico que la sociedad de su tiempo tenía preparado para ellas. Y, además, y casi lo más importante, sin renunciar al amor, porque, como dice la poeta Juana Dolores “Necesitamos algo más en la vida que trabajar, que ser exitosa profesionalmente, que tener capacidad de liderazgo (…)”.

¿Y quiénes son estas dos damas que abrieron camino si puede saberse? Pues os las presento: Amelia Vicenta Goyri y Harriet Taylor Mill. No comparten tiempo ni espacio, ya que Amelia nace en 1873 (en Bilbao o en Madrid, no se aclaran) y Harriet en Londres en 1807, pero comparten otras muchas cualidades y gran parte de su teoría se asienta sobre las mismas bases. Además, ambas se enamoraron de hombres que, para la época, eran más bien unicornios. Feministas, en cualquier caso. Ni siquiera hoy día, siglo XXI, hay muchos hombres que los superen en ese aspecto.

Amelia fue la segunda mujer en matricularse en la Facultad de Filosofía y Letras (la primera fue Matilde Padrós), fue en 1893 y necesitó una autorización especial. Todos los catedráticos con quienes dio clase informaron “a la Superioridad” de que su presencia en clase no provocaría disturbios y se estableció un protocolo por el que Amelia debía permanecer en la antesala de los profesores hasta el comienzo de la clase, momento en el que era acompañada por un catedrático hasta su pupitre. Amelia fue escritora, investigadora, pedagoga y hasta fotógrafa, pero también le dio tiempo a enamorarse y casarse con Menéndez Pidal, un señor muy importante al que conocemos todas desde la EGB, filólogo, historiador y miembro insigne de la generación del 98.

Por su parte, Harriet Taylor Mill fue una feminista en la época menos feminista de la historia, la época victoriana, consiguiendo influir en la obra filosófica y política de su excelso marido John Stuart Mill. Aunque no fue su marido hasta que enviudó de John Taylor, 20 años después de conocerse durante los cuales renunciaron a la concupiscencia por decisión de Harriet, cuyo sentido común era más victoriano que feminista. A lo que no renunció la pareja fue a declarar que su matrimonio era una unión entre iguales, a pesar de lo que establecía la ley: “la mujer casada no estaba autorizada a controlar sus ingresos, ni a elegir su domicilio, ni a administrar los bienes que le pertenecían legalmente ni a firmar documentos ni a prestar testimonio” (Kate Millet, Política sexual).

Hay mucha valentía en estas dos mujeres y poca en la deriva de la sociedad que decidió silenciarlas a fuerza de no incluirlas en los programas de estudio, pero como a otras tantas, no nos vamos a extrañar ahora. Hoy día ya se puede acceder a casi toda la información, acudir a conferencias, exposiciones y obras de teatro en las que descubrir la importancia de sus trabajos. Pero aún queda mucho por andar y desandar.

Sigamos buscando, encontrando y compartiendo.

Referencias

J.S.Mill y H.T.Mill. (2001), Ensayos sobre la igualdad sexual, Ediciones Cátedra.

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