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Cuando el hombre come solo, prima en él la índole animal de su ser… esos ojos perdidos del cliente solitario en la mesa de un restaurante buscando un mundo de sustitución… el comensal solitario es un caso en que, incluso cuando conserve externamente las buenas formas, ha perdido el momento de socialización… el proceso físico de comer muestra entonces toda su fealdad. La comida solitaria se limita a una función biológica, mientras que la comida compartida entre varios es una conducta más espiritual y social. La alimentación solo recibe la plenitud de su sentido humano en el compartir… el comer en compañía es el fenómeno por el que el hombre trasciende de hecho o realmente su animalidad, su necesidad bilógica de comer no se satisface de manera puramente bilógica.

George Simmel.

El hecho de compartir la comida o reunirnos a comer nos separa de la animalidad, es así como el acto de compartir y regalar comida es una de las bases de la alianza social. Lo que más caracteriza a la ciudad es la forma anónima de vivir, aquí uno pasa desapercibido y la mayoría de las veces no conoce el nombre de los vecinos. El sentido de compartir se ha diluido y ha dado paso a una independencia que raya en la soledad y el aislamiento, cosa que a veces viene bien, pero que la mayoría de las veces pasa factura, sobre todo porque somos seres sociales y buscamos la pertenencia. Esto no pasa en Cumbres De San Bartolomé (Huelva), ahí los vecinos se conocen, y los más mayores preguntan a los más jóvenes ¿tú de quién eres? Esta pregunta describe la importancia de saber a qué familia perteneces. Al mismo tiempo la convivencia entre vecinos se da de forma natural y no es raro ver a la gente convivir en la calle. De esto último se desprende la historia que a continuación voy a narrar y que nos lleva a poner la comida como algo más que alimentos que nutren el cuerpo.


Si vas desde Sevilla a Badajoz por la carretera de Aracena en la provincia de Huelva, encontraras muchos pueblos, algunos de ellos a pie de carretera, que atraen a los turistas y a autóctonos de la zona que migraron a las ciudades y que los fines de semana regresan a darle vida a sus pueblos. A borde de la carretera puedes escuchar el sonido de las copas y botellines de cervezas y refrescos, las risas y voces de la gente que
alegremente convive. Hay otros pueblos que no están al borde de carretera pero que también tienen vida, cada fin de semana el paseo se llena de los que regresan al pueblo, de los que aún viven ahí y de los pocos forasteros que llegan. Muy cerca de Cumbres Mayores, localidad más conocida por las chacinas y jamones, está Cumbres de San Bartolomé, hace siglos fue un lugar estratégico tanto política como económicamente.Hoy después del auge de la migración a las grandes ciudades, “Cumbres Bajas” tiene menos población, pero no por ello ha dejado de tener vida social.
Según me contaron, antes había siete bares, uno de ellos era un túnel, pero a poco fueron cerrando, la gente recuerda esos tiempos con alegría y nostalgia. Hoy solo existe un quiosco en la plaza y es el centro de reunión de la población. Entre voces y risas se mezclan las historias y los recuerdos de la vida diaria dentro y fuera del pueblo. Si un día vas por ahí solo te tienes que dejarte guiar por el sonido que inunda y da alegría al pueblo.

Llegamos a Cumbres un sábado a medio día, justo la hora en que el paseo se llena de vida y es casi obligatorio pasar por el quiosco para tomar una cerveza y de paso enterarse quien llegó al pueblo ese fin de semana. Isabel nos dijo que nos esperaba a comer; también nos dijo que antes de comer se iban a juntar los vecinos para tomar una cerveza, quedamos en volver a tiempo. Mientras, nosotros pasamos a saludar otras amistades, a los que dijimos que después iríamos a tomar algo con Isabel y los vecinos (con esto extendíamos la invitación a más personas a unirse a los otros vecinos). Pues bien, después de la cerveza y los encuentros en el paseo, nos fuimos a casa de Isabel, cuando llegamos ella y los vecinos habían colocado la mesa en la calle junto a la acera,
de forma que si pasaban coches no estorbase, y lo que iba a ser una cerveza se convirtió en una comida improvisada en la calle.Claramente los coches pasaban y cada que pasaba uno, se paraba, saludaba y sus ocupantes eran invitados a participar de la comida, alguno aceptó y paró su coche para pinchar algo y luego seguir su camino. Los vecinos que anteriormente vimos en el paseo también llegaron y entre risas y bromas también fueron invitados a la comida
improvisada. En total nos reunimos cinco familias, más los invitados que se fueron añadiendo.


Entre los asistentes estaba una pareja que no son de Cumbres, pero que llegaron atraídos por la tranquilidad y el entorno del pueblo, también estaba un vecino de toda la vida; él nos contó historias sobre el pueblo, y entre vinos y café fueron surgiendo conversaciones y anécdotas sobre el pueblo que cada uno recordaba; fueron surgiendo nombres de personas que ya fallecieron pero que viven en la memoria de la gente. Recordaron cuando el colegio estaba abierto, hoy ya no hay suficientes niños y niñas para que se vuelva a abrir. Las antiguas casas de los profesores hoy están siendo rehabilitadas para ser usadas como viviendas.Entre las historias que surgieron se puede ver la nostalgia con que son recordadas, los recuerdos de los abuelos, los recuerdos de los padres que trabajaron para ciertos terratenientes, las carencias con que se vivía y la decisión de migrar para buscar una mejor calidad de vida para los hijos. Esa tarde la comida no solo sirvió para alimentar el
cuerpo, sirvió también para alimentar la memoria, los recuerdos, los sentimientos y para que nosotros los forasteros nos sintamos un poco cada vez más cerca del lugar que habitamos, algunos de forma permanente y otros como yo, de cuando en cuando. La comida se convierte en una herramienta de cohesión social extendiendo las redes vecinales y dando sentido de pertenencia a una comunidad. Al mismo tiempo se siguen tomando los espacios públicos de forma espontánea como se hacía antaño en las tertulias improvisadas al caer la tarde en las puertas de las casas, para mantener vivas ciertas costumbres en claro contraste a lo que ocurre en las ciudades.
Aun cuando la migración ha dejado a los pueblos con pocos habitantes y muchas costumbres se han perdido, pequeños actos como el que aquí se ha narrado, siguen
dando sentido y vida a los pueblos.

 

Por Aracely S. Cruz

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