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Rubén Blasco

Rubén Blasco

«La danza es la forma más antigua de oración»

Bernhard Wosien

 Los derviches giróvagos llevan a cabo una danza a medio camino entre el rito y la oración, pero ¿en qué consiste?

Cuentan que, en una ocasión, un elefante había llegado a una pequeña aldea. La noticia, no tardó en extenderse como la pólvora pues, nadie en el lugar, había visto jamás uno, y esto provocaba una gran curiosidad. Todos los habitantes estaban ansiosos por contemplar por primera vez a tan majestuoso animal.

Los aldeanos, colocados alrededor del paquidermo, deseaban posar sus manos sobre el recién llegado. El primero de ellos tocó la pata, sintiéndola áspera y rugosa, y llegó a la conclusión de que el elefante era como un árbol fuerte y rugoso. El segundo de ellos lo que tocó fue la trompa, y determinó que la anterior persona estaba completamente equivocada, pues el elefante era como una serpiente larga y flexible. En estas estaban cuando un tercero palpó con sus manos un colmillo y dijo: «Ustedes dos están equivocados. El elefante es duro y afilado como una lanza».

Mientras esto sucedía cada uno de los aldeanos que se acercaba tocaba una parte distinta del resignado animal; las orejas, la cola, el lomo… lo que provocaba que cada uno llegase a conclusiones diferentes y pensase que todos los demás estaban equivocados.

Sin embargo, en aquella aldea no había únicamente un elefante, sino además un anciano de una gran sabiduría y que, para nuestra suerte, estaba observando la escena desde lejos.

También tenemos una gran suerte de que decidiera acercarse al grupo y decirles:

«A decir verdad, todos ustedes tienen razón, pero sólo en parte. Cada uno ha tocado únicamente una parte del elefante y ha descrito lo experimentado, pero para entender al elefante en su totalidad deben combinar la experiencia de todos y comprender que el elefante es mucho más grande y complejo de lo que puedan llegar a imaginar».

Este cuento, que nos da una lección sobre la importancia de la perspectiva y la humildad en la búsqueda de la verdad, está protagonizado por un elefante y por un derviche, el sabio que aparece en el último momento, y es de él, o de ellos, de quien quiero hablaros.

De mendigos y herejes

Los primeros derviches de los que se tiene constancia aparecen en el siglo XII, cuando se dejaron ver por Persia unos extraños tipos que se pasaban el día vagando sin rumbo, de hecho, aún en la actualidad, alguno de ellos, siguen llevando un estilo de vida nómada. Por esta razón comenzaron a ser conocidos como «mendigos» (de cuya palabra en persa aparece el término con el que los conocemos hoy en día).

Estos tipos eran, y son a día de hoy, practicantes de una rama del islam conocida como sufismo. Algo así como «rebeldes musulmanes»; sus prácticas, sus modos de concebir la religión y la forma de practicarla les alejaba de la ortodoxia. Esto provocó que en algunos momentos de la historia y en lugares concretos no fueran muy bien vistos. Su ascetismo y la importancia que le dan al trabajo manual puede recordarnos de algún modo al tipo de cristianismo libertario que practicase Lev Tolstoi. Sin embargo, en el caso de los sufís, hay algo que tenemos que tener en cuenta: probablemente sus orígenes sean anteriores al del propio islam. Si algo les caracteriza es la capacidad de adaptación que tiene a cualquier contexto temporal o geográfico.

Nada de esto les impidió, a alguno de ellos, como le ocurriera a Miguel Servet por razones parecidas, que acabasen sus días ardiendo en la hoguera.

De poetas y místicos

Podríamos extendernos hablando de los sufís, cuyos miembros hicieron florecer la poesía árabe, como es el caso del afgano Rumi en el siglo XIII, y que se consideran la rama mística del islam, teniendo muchas similitudes con el budismo. Por ejemplo; consideran a Mahoma como una aspiración, como el culmen de la perfección (un título, a grandes rasgos, como el del Buda, el iluminado, en el budismo). Aquí otro aspecto curioso, pese a que la mayoría proceden de la rama suní, tienen más cosas en común con los chiís.

No sólo interpretan de una forma alegórica el Corán (de ahí que sean considerados «no legalistas») sino que algunos de ellos ni siquiera se inspiran en «el libro» para practicar su fe. Además, resulta muy difícil tratar de caracterizar a los sufís de una forma genérica, pues existen tantos sufismos como sufistas. Así que, de momento, nos quedaremos con la definición que dio Ismail Hakki:

«El sufismo es Memoria, la quemadura del Fuego de recordar su Raíz y sentir la indeclinable necesidad de abrazar el Absoluto».

Sin embargo, nada de esto nos interesa, al menos hoy, pues de lo que quiero hablaros es de una práctica que llevan a cabo a medio camino entre la meditación y el rito (práctica que rechazan, por cierto).

El diálogo con uno mismo

Cada tradición espiritual tiene su propia práctica contemplativa, algunas de ellas con más cosas en común que otras. En las religiones dhármicas (como pudiera ser el propio budismo o el hinduismo), le dan importancia a la meditación o al yoga, mientras que en las abrahamánicas (cristianismo, judaísmo e islam) tiene más trascendencia la oración.

Para ello partamos de la oración cristiana; ese diálogo íntimo que se produce entre el creyente y aquel a quien dirige sus plegarias. Una práctica a medio camino entre lo privado y lo público. Pero no siempre fue así, pues existen técnicas contemplativas para lograr establecer este tipo de diálogo, incluso, algunas de ellas, inspiradas en la propia meditación oriental, propia de corrientes como el gnosticismo y el mesalianismo. Sin embargo, estas fueron condenadas de forma enérgica desde el catolicismo (ya sabemos que en Roma odian la competencia), precisamente, porque, a través de estos procedimientos, y siempre según la versión vaticana, «se anula la distancia entre criatura y Creador». A decir verdad, uno tiene la sospecha de que, aquello del sincretismo, tampoco lo llevan demasiado bien.

Pues bien, esta distancia, es una de las cosas que se propusieron derribar los sufís; no sólo derruir el trono de autoridad que sostiene    al gurú de turno (tan proclive en la India y en todo lo new age actual), sino además cortar cualquier vínculo con los intermediarios (los middlemen que dijeran los british). No es necesario sacerdote o rabino alguno que interceda entre el individuo (porque tienen claro que la creencia es una práctica solitaria) y la divinidad.

El modo en el que lo hacen se acerca más a prácticas chamánicas (¿tribales?), que a ritos establecidos en algún concilio y vigilados desde la ortodoxia.

Danzad, danzad, malditos

Ataviados con un sombrero cónico sobre sus cabezas y unas largas túnicas que se elevan según giran en el sentido de las agujas del reloj, los derviches giróvagos se mueven con una mano elevada hacia el cielo y otra apuntando a la tierra. Todo esto aderezado al ritmo del tambor y del ney, un tipo de flauta. Esta práctica atrae a diversos turistas que quieren presenciarla en ciudades turcas como Estambul o Konya, región de Anatolia. También tiene una fuerte presencia en Irán. Sin embargo, y como sucede con el haka neozelandés, el objetivo de todo esto no es atraer turistas a la ciudad. La danza tiene un sentido místico.

De símbolos y plegarias

Esta danza, conocida como «sama», representa la búsqueda de la unión con Dios. Los círculos que marcan la coreografía simbolizan la unidad y la perfección, pero también la búsqueda de la verdad (como nos sucedió con el elefante) y la unión con lo divino. La túnica nos recuerda la muerte, y el sombrero cónico tan característico, la lápida (de ahí que se hayan visto similitudes con algunos ritos de iniciación masónicos): ritualmente están muriendo: matan el ego y los deseos mundanos. La posición de las manos marca una declaración de intenciones: la unión de lo divino y lo terrenal. Como dijera Hermes Trisgemisto: «Como es arriba, es abajo».

En algunas partes de la danza se recitan poemas sufís, como del ya citado Rumi, lo que provoca que sea un acto entre la meditación y la oración. Aspiran a que, alcanzado el trance espiritual, se logre la paz interior y la presencia divina. Algo así como sucede con la práctica del zazen, pero expulsando a Dios de la ecuación en el caso de los practicantes japoneses.

A modo de final

Esta danza no sólo es rito, diría que ni tan siquiera es declaración de intenciones pues, desde el sufismo, sólo se entiende la práctica espiritual desde la acción, desde el hacer. Caminantes y mendigos, y estos giróvagos, a través de la danza, únicamente hacen, de un modo tal vez algo más estructurado, aquello a lo que aspiran; la aspiración hecha símbolo, y el símbolo hecho realidad.

En su búsqueda espiritual, a veces, es necesario vagar sin rumbo por el desierto.

Cabe citar, y remarcar, que esta práctica no es común a todos los sufís, únicamente la llevan a cabo los derviches que comparten el sufismo con otras muchas personas que no llevan a cabo danza alguna. Es más, probablemente, muchos sufís rechacen esta práctica por considerarla ostentosa.

Referencias

Veleda, S. (2017). Solo creo en un dios que sepa danzar: una visión abierta del sufismo. La Llave Ediciones

Shah, I. (1964). Los sufis. Kairós

Autieri, S. (2004). Meditación. Tikal

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