Si algo caracteriza la maternidad en nuestra cultura[1] es la soledad que sienten las madres. La maternidad en nuestra sociedad es invisible, no se considera importante, no se valora. Es algo secundario, entendida como una opción personal y no social, como parte de la individualización del cuidado, que deja a las madres aisladas del apoyo institucional e incomprendidas socialmente.
Además de sentirse invisibles, las madres sufren una enorme presión e inseguridad y sienten culpabilidad por cualquier elección que tomen durante este proceso, tanto si deciden dar el pecho como si dan biberón con leche artificial, si optan por reducir su jornada laboral o si llevan al bebé a una guardería a los dos meses. Las madres, en esta sociedad, están permanentemente cuestionadas y juzgadas. Si a esto le sumamos la infantilización con que se trata a las madres, es comprensible su inseguridad y el hecho de que confíen, a veces a ciegas, en distintos profesionales, que no siempre están actualizados en el conocimiento de la infancia. Confían más en ellos que en sí mismas.
La vida ha quedado subordinada al mercado laboral. La producción sobre la reproducción. Las madres son excluidas del sistema, un sistema económico, social y político en el que sólo a través del trabajo remunerado se consiguen derechos y privilegios.
Además, no existe apoyo social a la maternidad: los permisos maternales son tan exiguos en muchos países que no cubren ni el mínimo de 6 meses recomendado por la Organización Mundial de la Salud sobre la lactancia materna en exclusiva, ni favorecen un apego adecuado, que es un factor de prevención y de protección de la salud física y mental, esencial en la etapa perinatal en nuestra especie. Tampoco tienen en cuenta la necesidad de recuperación de las madres de todos los cambios producidos durante el embarazo, parto y puerperio.
De esta manera, las madres tienen que separarse de sus bebés con menos de 4 meses, en un momento de extrema vulnerabilidad, debido a la necesidad de exterogestación de los bebés de nuestra especie.
Además, durante los primeros años se desarrolla el cerebro y es de enorme importancia que se produzca en un entorno de apego seguro. El apego es de naturaleza adaptativa y necesario para la supervivencia. Es tan importante que influye en la organización del sistema límbico, fundamental en la gestión de emociones, en el aprendizaje, la memoria y en la capacidad de adaptación.
La neurobiología del apego también ha demostrado que, durante los primeros meses de vida, madre y bebé constituyen una unidad neurofisiológica. La naturaleza, por tanto, ha previsto que el bebé esté en estrecho contacto físico con la madre, favoreciendo así la lactancia materna a breves intervalos, como factor protector, ya que previene hipoglucemias y fomenta su adecuado crecimiento. Esto, por otro lado, es lo normal en todos los primates. También es lo habitual en muchos grupos humanos a lo largo del mundo. Sin embargo, en Occidente, las madres se enfrentan a muchas presiones sociales para que la maternidad no modifique en absoluto el ritmo de vida de la mujer, o lo haga lo menos posible (Garrido, 2019).
Uno de los problemas es de índole casi filosófica, se refiere a los valores subyacentes que cada sociedad transmite a través de la crianza y que reflejan, así mismo, la estructura de cada sociedad: valores como el individualismo, la competitividad o la independencia, que son los que se potencian en sociedades occidentales frente a los que conforman las sociedades tradicionales, basados en la reciprocidad, la ayuda mutua, la cooperación o la solidaridad social. Otro factor determinante de esta época es que vivimos en una sociedad que pretende controlarlo todo, medirlo todo, analizarlo todo; pero los procesos vitales, como la maternidad y la infancia requieren todo lo contrario: confianza, tiempo, dejar que las cosas sucedan sin forzarlas o intervenir en el proceso. Por el contrario, un elemento definitorio de nuestra cultura es la medicalización de los procesos vitales, como el nacimiento, la menopausia o el envejecimiento.
Un ejemplo de cómo se considera la maternidad en nuestra cultura se refleja en la forma de tratar a los niños. Los niños no son bienvenidos en todas las situaciones o espacios. Son confinados en específicos espacios creados para ellos y no se les acepta en diferentes lugares de ocio, como restaurantes, hoteles o viajes organizados. Tampoco en acontecimientos sociales, como bodas o fiestas. De hecho, en algunos espacios públicos se prohíbe su entrada, algo que sería impensable e intolerablemente discriminatorio hacia otros grupos de la sociedad. También es un reflejo de la invisibilidad de la maternidad el hecho de que la lactancia materna sea relegada a espacios específicos, que normalmente están dentro o al lado de váteres públicos, mientras que la alimentación artificial puede proporcionarse en cualquier contexto público.
Las madres, además, están excluidas de la lucha feminista y no tienen entidad como sujeto político. El feminismo hegemónico tradicional sólo ha buscado emular el modelo masculino. El condicionamiento cultural de los roles de género ha ocasionado una negación o distorsión generalizada de lo femenino. Los valores tradicionalmente asociados a lo femenino no eran la inteligencia o la fuerza, sino la belleza y la obediencia. Además, la maternidad se asociaba con la mujer encerrada en casa, puesto que las madres limitaban su vida al ámbito doméstico en exclusiva. Por eso, mujeres con otros intereses y capacidades no podían sentirse atraídas por una vida de limitaciones y papeles secundarios, y, por tanto, lo que rechazaban era ser madres.
El feminismo sólo ha defendido a las madres como trabajadoras, en relación con el mercado laboral, pero nunca ha luchado por conseguir políticas de apoyo a la crianza, a pesar de que la maternidad es la primera estructura social. El armazón elemental de la sociedad es el que constituyen la madre y su bebé, y el vínculo primal es la relación sobre la que se edifican todas las demás. Es tan importante que, mediante la crianza, la sociedad educa a sus futuros miembros y transmite sus valores. De hecho, la primera socialización se realiza con la madre. Sin embargo, las madres que se dedican a los cuidados no producen para el sistema y se consideran socialmente clases pasivas. De esta forma quedan excluidas del sistema económico, social y político, puesto que en esta sociedad sólo mediante el trabajo las mujeres pueden ser personas de pleno derecho y tener privilegios. El 57% de mujeres renuncia a trabajos por incompatibilidad con la maternidad y las mujeres realizan doble trabajo laboral porque no hay corresponsabilidad en las tareas domésticas, según el estudio Maternidad y trayectoria profesional[2].
Una de cada cuatro madres solas, el 40% de madres con hijos a cargo, está en riesgo de pobreza severa. Representan un 29,5% del total. Según Save the children[3] las causas son la falta de oportunidades laborales, la brecha salarial y la imposibilidad de conciliar la vida personal y profesional. Las madres que crían solas están más expuestas a la pobreza y también tienen más dificultades para salir de ella.
Todo esto demuestra el papel que ocupa la maternidad y la infancia en el imaginario colectivo y en la estructura social. Somos la primera sociedad en la historia de la humanidad que rechaza su propio futuro, porque los niños constituyen el futuro y la supervivencia de nuestra cultura.
Las razones de la situación de la maternidad
En nuestras sociedades industrializadas las circunstancias que rodean la maternidad y la crianza están bastante alejadas de lo que necesitan las madres para cuidar a sus bebés.
Por una parte, la ausencia, en contextos urbanos, de los grupos de mujeres que tradicionalmente ayudaban, durante el puerperio o la lactancia, a las madres, algo que ha sido habitual a lo largo de la historia de la humanidad y que aún existen en otras sociedades del mundo.
Por otra parte, la lejanía de la familia extensa, que había sido la base social de la maternidad, ha dado lugar a la soledad de la familia nuclear, predominante en Occidente (en todas sus versiones, incluidos los nuevos modelos familiares que no están basados en la familia nuclear normativa). Esta distancia física impide a las madres estar en contacto con los bebés y niños de la familia extensa, que aportaban un conocimiento basado en la experiencia sobre la crianza infantil, de manera que las madres normalmente ni siquiera han cogido en brazos, o visto amamantar un bebé, antes de ser madres. Pero, sobre todo, el enorme incremento de las familias monoparentales matrifocales, que habría que denominar monomarentales, porque en un 80% están encabezadas por madres, nos ha alejado de la protección de la familia extensa (primos, tíos, abuelos, sobrinos). Y, por si fuera poco, hay menos niños en las familias. Llegamos a la maternidad sin saber nada sobre la infancia, por lo que las expectativas son poco realistas.
La imagen que la sociedad muestra sobre la maternidad está distorsionada, es irreal y edulcorada. En el imaginario simbólico, a través de distintas fuentes, como la publicidad, las películas cinematográficas o los programas de televisión, todos los bebés sonríen y las madres aparecen perfectas, sin cambios en sus cuerpos o en sus emociones, después de vivir experiencias tan transformadoras, física y psicológicamente, como el embarazo, parto y puerperio, pero en el inconsciente colectivo, las madres vuelven a sus vidas normales, exactamente como antes, a las pocas semanas, como si nada hubiera ocurrido.
La realidad es bien distinta. Las madres, enfrentadas al cansancio de las noches sin dormir, a la revolución hormonal que se produce en el puerperio y a una criatura que nos necesita y nos reclama 24 horas diarias, se dan cuenta de que es imposible continuar manteniendo la casa perfecta, el cuerpo perfecto y seguir trabajando a pleno rendimiento. El impacto contra la realidad es inmenso. El índice de depresión postparto, también.
El resultado es que las madres se enfrentan a la maternidad solas, sin referencias a las que acudir o pedir ayuda. Otra consecuencia es que nuestro nivel de exigencia con la infancia es muy alto, ya que pretendemos que se rijan por las normas adultas de comportamiento y de evolución. Obligamos a los bebés a que se adapten a nuestros ritmos de sueño, de alimentación, de tiempos. Pero los bebés no pueden adaptarse al mundo adulto porque sus necesidades son impostergables y han sido seleccionadas a lo largo de la evolución por facilitar la supervivencia. La biología de los bebés humanos no ha cambiado prácticamente desde hace miles de años, pero las respuestas culturales de las diferentes sociedades ante sus necesidades biológicas son distintas a lo largo del tiempo y del espacio. Las consecuencias de alterar el equilibrio entre biología y cultura se reflejan en diferentes trastornos y enfermedades en edades cada vez más tempranas. La infancia condiciona el desarrollo del niño de forma integral, su fisiología, psicología y emociones, y, por tanto, su salud y enfermedad.
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María José Garrido Mayo
María José Garrido Mayo es Doctora en Antropología, con especialización en Etnopediatría y Antropología de la maternidad y la infancia. También es Licenciada en Antropología Social y Cultural, así como Licenciada en Prehistoria y Arqueología.
Ha formado parte en los últimos años del grupo de investigación GESSA (Estudios Sociales Aplicados) en la Universidad de Extremadura, investigando la relación entre sociedad, infancia y salud.
Ha publicado artículos científicos relacionados con estos temas en Revistas internacionales de Antropología e impartido ponencias y cursos sobre antropología y salud maternoinfantil tanto en el ámbito universitario como sanitario. Es docente en distintas formaciones sobre maternidad y crianza infantil. Es autora de los libros Etnopediatría: infancia, biología y cultura, publicado en la editorial Ob Stare y Redes de maternidad y crianza, publicado en la colección de ciencias sociales de Ediciones Liliputienses.
Es consejera europea del Consejo Independiente de Protección a la Infancia y colabora, como experta externa, en la evaluación de proyectos para la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile.
Referencias
Bhatia, M.S., Goyal, A. (2018): “Anxiety disorders in children and adolescents: Need for early detection”, J Postgrad Med; 64: 75-6.
Dagher, R.K., McGovern, P.M., Dowd, B.E. (2014): “Maternity Leave Duration and Postpartum Mental and Physical Health: Implications for Leave Policies”, J Health Polit Policy Law, 39(2): 369-416.
Dekel, S., Erin-Dor, T., Berman, Z. Barsoumian, I., Agarwal, S., Pitman, R. (2019): “Delivery mode is associated with maternal mental health following childbirth “, Archives of Womens Mental Health, 22:817-824.
Garrido Mayo, M.J. (2019): Redes de maternidad y crianza, Colección Ciencias Sociales, Ediciones Liliputienses.
Garrido Mayo, M.J. (2017): Etnopediatría: infancia, biología y cultura, Editorial OB STARE.
Garrido Mayo, M. J. (2013): “Antropología de la infancia y etnopediatría”, Revista de estudios etnográficos Etnicex, Nº 5, pgs. 53 -63.
Garrido Mayo, M.J.: (2012): Etnopediatría en contextos virtuales. Un nuevo paradigma social y antropológico basado en la crianza respetuosa y su articulación en internet, tesis doctoral, Universidad de Extremadura, http://dehesa.unex.es/handle/10662/144
Gray, M.P. (2019): “Health care for physical and emotional concerns is crucial during the fourth trimester”, Survey by Orlando Health.
Myers, S. &Johns, S.E. (2018): “Postnatal depression is associated with detrimental life-long and multi-generational impacts on relationship quality”, PeerJ 2018;6:e43305.
Rodríguez Almagro, J., Hernández Martínez, A., Rodríguez Almagro, D., Quirós García, J.M., Martínez Galiano, J.M., Gómez Salgado, J. (2019): “Women’s Perceptions of Living a Traumatic Childbirth Experience and Factors Related to a Birth Experience”, International Journal Environmental Research Public Health, 16(9):1654, doi: https://dx.doi.org/10.3390%2Fijerph16091654
Wray, J. (2012): “Women need a whole year to recover from childbirth despite the fantasy image of celebrity mothers, study claims”, Daily Mail Health.
[1] Este artículo es resultado de la investigación sobre redes de maternidad y crianza infantil que la autora lleva realizando desde 2007, reflejada tanto en su tesis doctoral como en publicaciones posteriores.
[2] https://media.iese.edu/upload/IESEORDESAlow.pdf
[3] https://www.savethechildren.es/actualidad/madres-solas-las-familias-monoparentales-en-espana-estan-en-riesgo-de-pobreza
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