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Consecuencias
Las condiciones de la maternidad y la infancia se traducen en un índice de depresión postparto en nuestra cultura del 19%, depresión que puede llegar a influir en las relaciones entre madre e hijo durante toda la vida, e incluso afecta a las relaciones intergeneracionales, con los nietos de esos hijos (Myers et al., 2018).
Se estima que la depresión en la etapa perinatal (desde el embarazo hasta el primer año del bebé) afecta a un 25%, de mujeres, y al 70% de madres cuyos bebés son ingresados en la unidad de cuidados intensivos. Estos datos se refieren a las depresiones diagnosticadas, porque hay un porcentaje muy superior de mujeres que no acuden al médico ni piden ayuda, a pesar de sufrir sus efectos. Hay estudios que demuestran que los partos instrumentales y cesáreas están relacionados con un aumento de problemas psicológicos posteriores, como depresión, ansiedad, malestar generalizado y estrés postraumático (Dekel et al., 2019). Otros estudios analizan la percepción de vivir un parto traumático, las consecuencias del trato recibido durante el parto, los sentimientos de falta de apoyo, engaño, miedo, soledad, estrés, trauma, depresión, mala experiencia perinatal y frustración (Rodríguez et al., 2019). Los casos más extremos llegan a padecer psicosis puerperal, que ocasiona alteración del sentido de la realidad, alucinaciones, cambios en el comportamiento y, en ocasiones, puede conducir al suicidio.
La depresión postparto puede prevenirse con apoyo, información y una red de ayuda adecuada. En muchos casos, la salud mental es una consecuencia directa de las circunstancias traumáticas del parto, de los problemas de lactancia y de la soledad.
Más del 40% de mujeres se sienten abrumadas, con ansiedad y depresión en el puerperio. El llamado cuarto trimestre, que comienza cuando nace el bebé y continúa el primer año, es una etapa vital para la recuperación física y emocional de las madres (Gray, 2019).
Entre las razones de este alto índice están la falta de apoyo emocional, físico y social, como demuestran las licencias maternales que obligan a dejar al bebé a las 16 semanas, lo que genera una gran ansiedad ante la separación. De hecho, hay investigaciones, como la de la Universidad de Maryland, que asocian la duración del permiso de maternidad con el incremento de depresión postparto, cuyo riesgo aumenta en las licencias inferiores a 6 meses (Dagher et al., 2014). Además, con un permiso maternal tan insuficiente se fuerza la vuelta al trabajo sin haber logrado una recuperación completa, física y mental, del embarazo, parto o cesárea y puerperio. Estudios, como el de la Universidad de Salford, demuestran que es necesario un año para reponerse de los grandes cambios físicos y emocionales producidos durante este proceso (Wray, 2012).
Tampoco se cuida de la infancia en el siglo XXI. Según el informe de 2019 “Infancias robadas”[1] realizado por Save the children uno de cada cuatro niños en el mundo no tiene una infancia segura y sana. El estudio se realizó en 176 países, y se analizaban ámbitos como salud, educación, nutrición y protección. En ese informe, España ocupa el puesto 13. La realidad es que cada año aumenta el número niños con depresión, trastornos de alimentación o alteraciones de conducta. También es innegable la aparición y aumento exponencial de enfermedades que sólo existen en nuestra cultura, como los trastornos de alimentación: anorexia, bulimia o sobrepeso, que aumentan cada año en niños y adolescentes y tienen la mayor incidencia de mortalidad de todas las enfermedades mentales[2]. También trastornos, como el déficit de atención, del espectro autista, el estrés y ansiedad crónicos, que afecta entre un 4 a 20% en la infancia (Bhatia et al., 2018), o la hiperactividad infantil, así como el grado de violencia y agresividad, que puede derivar en una mayor predisposición a la delincuencia, a desarrollar distintas dependencias y a un alto grado de sufrimiento e inadaptación social.
Probablemente, en nuestra sociedad tenemos la generación de niños más solos de la historia, que están siendo criados en instituciones desde su nacimiento y que tienen escaso contacto con sus madres y familia, lo que genera un alto grado de carencias afectivas. Niños que están con personas externas a su familia. Con jornadas escolares y extraescolares, adaptadas al horario laboral de sus padres y a las exigencias sociales, que superan la jornada laboral legal de los adultos.
La importancia de los cuidados que sostienen el mundo
En la actualidad es más necesario que nunca reconocer la necesidad social del cuidado, su enorme función, porque todos los seres humanos en algún momento de nuestra vida seremos dependientes y vulnerables.
Las madres necesitan reconocimiento de su enorme función social. La maternidad es el cimiento de cualquier sociedad, y debe valorare. También necesitan crear comunidades y apoyarse en otras madres. Las razones se resumen en que existe una necesidad social de apoyo, de tribu, de conformar una identidad común y pertenecer a un colectivo para paliar la soledad y la falta de información con la que llegamos a la maternidad. Estos espacios, físicos y virtuales, constituyen la versión actualizada de los grupos de mujeres que existían anteriormente alrededor de la crianza. Su labor social ha sido fundamental desde hace años para muchas madres que buscaban respuesta a sus necesidades. Se basan en el altruismo, la solidaridad social y la ayuda mutua, y han supuesto un apoyo emocional enorme para muchas madres y bebés.
Los seres humanos necesitamos sentirnos parte de un grupo y, en un momento de máxima vulnerabilidad, como es la maternidad, necesitamos aún más sentirnos comprendidas y contrastar nuestra realidad con otras similares. Por ello, las redes de maternidad conforman auténticas comunidades de crianza que generan vínculos emocionales intensos y duraderos. Entre sus funciones más relevantes destacan el asesoramiento y la resolución de problemas y dudas, compartir vivencias o el apoyo mutuo y el sostén emocional. Son madres que sostienen a otras madres estableciendo redes afectivas de crianza. Pero también constituyen un motor de cambio social, al contribuir a la transformación simbólica y social, mediante la reivindicación de causas y acciones concretas de apoyo o repulsa, con una concepción ética de la necesidad de cambiar la crianza para crear un futuro mejor (Garrido, 2019).
El contexto de crianza en nuestras sociedades occidentales, en definitiva, es el resultado de la soledad física, de la falta de referentes y del desconocimiento real de la maternidad.
La sociedad debe plantearse la necesidad de apoyar la invisible política de los cuidados que sostienen la vida en sus etapas más vulnerables. Algo tan importante como la crianza de los niños, que representan el futuro de nuestra especie, no puede dejarse al arbitrio de cada madre o familia. No puede sustentarse en el sacrificio laboral y económico de la madre que reduce su jornada laboral (y su sueldo y prestaciones) o solicita excedencia (sin sueldo ni cotizaciones) para poder atender las necesidades físicas y emocionales de sus hijos. Siempre las que renuncian son ellas.
Los hijos, que encarnan el futuro de esta sociedad, el futuro de todos, deberían ser entendidos de forma global, como en otras culturas: como un bien del grupo, ya que representan la esperanza de supervivencia de la sociedad en su conjunto. O la sociedad empieza a sostener y proteger a las mujeres para que puedan ser madres y criar de forma saludable o el índice de enfermedades y trastornos en nuestra cultura no dejará de aumentar. La maternidad es el primer factor de salud pública y requiere políticas públicas, incluyéndola de manera específica, con medidas concretas en la sociedad.
La primera medida necesaria sería incrementar el permiso por maternidad para equipararla a la de otros países europeos, como mínimo los 6 meses que recomienda la OMS de lactancia materna exclusiva, aunque lo ideal sería entre uno y dos años, porque los primeros años son una etapa crucial en el desarrollo infantil.
Pero también subvencionar a las empresas para que no existan represalias directas o indirectas por embarazos, y las mujeres puedan promocionar dentro del ámbito laboral. Y proteger a las mujeres que están fuera del mercado laboral, creando una política de asistencia a la maternidad. También sería necesario, mientras la licencia maternal siga siendo de 14 semanas, que los permisos de maternidad y paternidad fueran transferibles en su mayor parte, para que cada familia pueda organizarse y atender las necesidades de la madre y el bebé, como lleva tiempo solicitando en España la plataforma de madres feministas PETRA[3], que además reclama que se pida opinión a las madres y a los especialistas en salud perinatal sobre las licencias intrasferibles, para poner la maternidad en el centro de la sociedad.
La infancia es un valor general, social, independientemente de si los niños son míos o tuyos. Y, además, la infancia no puede esperar; y sus necesidades, tampoco. Los niños constituyen el futuro y la supervivencia de las sociedades humanas, como han demostrado la etnopediatría, la psicología, la neurobiología del apego y las neurociencias, a través de la estrecha relación entre infancia y salud.
La maternidad no es una esclavitud, ni una pérdida, ni siquiera una renuncia. Es una opción y un derecho que nos enriquece. Constituye un aprendizaje experiencial que nos transforma y nos hace más eficientes, al enseñarnos a diversificar y relacionar distintos tipos de conocimientos y herramientas. Nos capacita para organizarnos y encontrar soluciones a problemas de gestión de recursos de todo tipo.
Quizá sea el momento de que nuestra sociedad busque modelos de conciliación laboral y familiar que no se limiten a alejar a los niños de las familias, a aumentar el número de centros que los acojan y ampliar sus horarios, ocasionando situaciones diarias de institucionalización de bebés y niños que superan la jornada laboral legal en España. Sobre todo, teniendo en cuenta que la productividad no está en relación directa con el número de horas transcurridas en el trabajo. Existen ejemplos, como los modelos de licencias laborales que superan el año, en países del norte de Europa, donde las políticas sociales son realmente avanzadas, que constituyen una apuesta por la maternidad y por satisfacer las necesidades de los bebés, que no disminuyen la productividad del país. O la posibilidad de utilizar las ventajas que aportan las tecnologías para realizar ciertos trabajos desde el domicilio, como se ha comprobado a raíz de la pandemia. O, directamente, cuestionarse el sistema productivo imperante en nuestra sociedad, que discrimina el sistema reproductivo que lo sustenta. Nuestros hijos serán los que produzcan para que el sistema se perpetúe. La producción sin la reproducción es inviable. La producción debe estar al servicio de la reproducción y no al revés, ya que la reproducción es la base social de la comunidad.
Son los cuidados los que sostienen las relaciones humanas. El cuidado nos permite sobrevivir cuando somos frágiles. A lo largo de la historia de la humanidad, la reciprocidad, la ayuda mutua y la cooperación han sido esenciales para la adaptación y la supervivencia. Sin embargo, nuestra cultura ha dado la espalda a lo que nos ha permitido llegar hasta aquí, negando así una parte de nuestra esencia. Cuando más se pone de manifiesto este choque entre naturaleza y cultura es al enfrentarnos a la maternidad. Porque la paternidad ha sido a lo largo de la historia una construcción social, pero la maternidad es una construcción biológica y cultural, y nuestra sociedad se caracteriza por ignorar nuestra parte biológica, alterando de esta forma el equilibrio de lo que somos.
La maternidad es política, es un problema de salud pública. Cuidarla y protegerla es la mejor forma de lograr una sociedad más sana y feliz.
María José Garrido Mayo es Doctora en Antropología, con especialización en Etnopediatría y Antropología de la maternidad y la infancia. También es Licenciada en Antropología Social y Cultural, así como Licenciada en Prehistoria y Arqueología.
Ha formado parte en los últimos años del grupo de investigación GESSA (Estudios Sociales Aplicados) en la Universidad de Extremadura, investigando la relación entre sociedad, infancia y salud.
Ha publicado artículos científicos relacionados con estos temas en Revistas internacionales de Antropología e impartido ponencias y cursos sobre antropología y salud maternoinfantil tanto en el ámbito universitario como sanitario. Es docente en distintas formaciones sobre maternidad y crianza infantil. Es autora de los libros Etnopediatría: infancia, biología y cultura, publicado en la editorial Ob Stare y Redes de maternidad y crianza, publicado en la colección de ciencias sociales de Ediciones Liliputienses.
Es consejera europea del Consejo Independiente de Protección a la Infancia y colabora, como experta externa, en la evaluación de proyectos para la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile.
Referencias
Bhatia, M.S., Goyal, A. (2018): “Anxiety disorders in children and adolescents: Need for early detection”, J Postgrad Med; 64: 75-6.
Dagher, R.K., McGovern, P.M., Dowd, B.E. (2014): “Maternity Leave Duration and Postpartum Mental and Physical Health: Implications for Leave Policies”, J Health Polit Policy Law, 39(2): 369-416.
[1] https://www.savethechildren.es/publicaciones/informe-mundial-sobre-la-infancia
[2] https://anad.org/education-and-awareness/about-eating-disorders/eating-disorders-statistics/
[3] http://plataformapetra.com/
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