“Que llueva, que llueva, la Vírgen de la Cueva, los pajaritos cantan…”
Canción infantil.
“Esa gente reboza hojas de limonero y las fríe”
Jamás-desvelaré-su-nombre.
“La Muela” es un municipio de 5.200 habitantes cercano a Zaragoza, a poco más de 20 kilómetros. Es más, hasta el siglo XIX, fue un barrio más de la capital aragonesa. Como bien sabemos, los agricultores viven, entre otras cosas, del clima, y los muelanos no iban a ser menos. Este 2023 se han encontrado con la peor sequía en la región desde 1943 (año desde el que se tienen registros), viendo los agricultores afectados su principal medio de vida. Es por ello que, la solución que han propuesto para tratar de subsanar este problema ha sido… sacar en procesión a la Vírgen de la Sagrada para que, así, llueva.
Con este ruido de fondo, mi querida Cláudia Gomes, Alias, Sandro y Yoli (la motera de la sonrisa eterna), se enzarzaban en una disputa que amenazaba con encresparse. En un momento dado me pidieron opinión; no sé si habré logrado ser claro (y sobre todo aclarar algo), pero he aquí mi torpe intento.
Una iglesia muy antigua y un juego de niños
La iglesia de San Clemente, en La Muela, data del siglo XVI y fue construida bajo un estilo gótico, ese tipo de arte que nunca logré distinguir del románico. Recuerdo que un profesor me dijo que el gótico se desarrollaba en las ciudades (y ahora me gustaría cruzármelo para decirle que esta iglesia se encuentra en el medio rural). Otra forma de distinguirlos era que, mientras en el uno, las figuras que adornaban los pórticos estaban colocados en horizontal, en el otro lo hacían en vertical. Por si acaso no me meteré en camisa de once varas. Templo de mampostería, es decir, colocando las “piedrecitas” una a una con paciencia (no como ahora que se hace todo a la carrera), con sillares en los arcos y en los contrafuertes.
El retablo mayor fue obra de Pedro Martínez de Calatayud en 1573, dedicando este a San Clemente, que fue papa y mártir, pero no a la vez, es decir: dos tipos distintos, pero con el mismo nombre. Así vale para ambos y matamos dos pájaros de un tiro.
Es en esta iglesia donde se encuentra la Virgen de la Sagrada que los agricultores querían sacar “de paseo”, pero para concretar, tal vez debamos de acordarnos de otra Virgen que también viene al caso. Pero esta vez tenemos que irnos hasta la localidad castellonense de “Altura”.
La “Cueva del Latonero” es el lugar en el que se refugiaban para pasar las frías noches tanto los pastores como su ganado. Hoy ya no es necesario hacer esto, entre otras cosas porque, para desgracia, hay formas de vida tradicionales que están desapareciendo, y tal vez para siempre. Sin embargo, desde su interior, uno desciende una escalera y allí se encuentra, protegida por una reja, eso sí, un bajo relieve de yeso de 20 centímetros de alto por 10 de ancho.
Para saber ante qué nos encontramos tenemos que viajar un poco al pasado.
A principios del s.XV fray Bonifacio Ferrer, hermano del santo y predicador Vicente Ferrer, (que ya hay que tener mala suerte tener dos hijos y que a los dos les dé por lo mismo) se dedicaba a hacer, y repartir, entre los pastores imágenes de la Virgen de la Cartuja de Vall de Cristo, con el objetivo de que pudieran rendirle culto haya donde estuvieran refugiados y que fuera del tamaño más pequeño posible para que pudieran guardarlo en el zurrón dejando espacio para todo lo demás y así poder seguir su marcha.
El caso es que, aprovechando un manantial cercano, un pastor se resguardó en la Cueva del Latonero, colocó la imagen de la Virgen que le había dado Bonifacio Ferrer sobre una roca, la adornó con flores silvestres y se puso a dirigirla unas plegarias. Hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos no había Netflix ni Whatsapp y las formas de ocio, y de culto, eran un tanto distintas.
El caso es que el tipo, a la mañana siguiente se dispuso a proseguir su camino, quedando la imagen olvidada en la cueva. Que aquí lo primero que uno piensa es “pues no la querría tanto”, pero bueno, allá cada uno.
Cuentan las malas lenguas que, unos años más tarde, cien años más tarde para ser exactos, volvió por allí un pastor (con su respectivo rebaño), dispuesto a pasar la noche. Cuando estaba a punto de dormir, se le apareció la Virgen y vino a decirle algo así como “Mira chato, que llevo cien años aquí olvidada en un rincón más aburrida que una ostra dentro de su concha, acércate y me echas unos rezos. Que aquí una es Virgen, pero necesita también sus momentos ¿sabes?”. Tal vez no fueran estas las palabras exactas, pero para el caso, nos sirve.
Desde ese preciso instante, la Virgen se nos vino arriba, empezó a tirar de repertorio y… para qué queremos más: que si obraba milagros para los más desfavorecidos, que si curaba a un ciego de nacimiento…
Así llegamos hasta 1726, año en el que la Comunidad Valenciana sufrió una de las mayores sequías de cuántas se recuerdan y, los agricultores de la zona, como hicieran un tiempo más tarde los de La Muela, se pusieron a buscar soluciones. Fue cuando decidieron trasladar a la Virgen de la Cueva, a la que llamaban cariñosamente Blanca Paloma, y los labradores se acercaban a ella a la voz de “no plourà fins que no ixca la palometa”. Aquel 27 de febrero amaneció lloviendo, y nevando, y no paró hasta una semana después, una vez estuvieron llenos de agua todos los huertos.
Es así como nació, a partir de esta anécdota, la popular canción infantil:
Como hemos podido comprobar, a pesar del tiempo transcurrido, hay soluciones ante determinados problemas que suelen ser recurrentes (por irracionales que puedan parecer).
De La Muela al mundo pasando por la India (y Granada)
El caso es que la noticia de lo que pretendían hacer los agricultores de La Muela saltó a la prensa y de ahí a las redes; el acabose. A partir de esto, comentarios acerca de la irracionalidad del rito y cromosomopatías de los “nativos” compartidas con el hombre de Atapuerca y cierta parte de la población de Tordesillas.
Recuerdo cuando, hace ya algunos días, me dirigía a realizar algún examen a la universidad montado en el bus. Entre los nervios ante la que se avecinaba y el arrepentimiento (debí de estudiar más), siempre había hueco para pensamientos tipo: “bueno, si durante los próximos tres minutos pasan cuatro coches amarillos, apruebo de todas, todas”, ni qué decir tiene que nunca pensé que el hecho de que pudiera aprobar se debiera a la arbitrariedad de que se confabularan cuatro personas con mal gusto para elegir el color de sus coches y decidieran ponerse en marcha, y cruzarse en mi camino, para la piedad de mi futuro examinador. Es más, si las condiciones ideadas por mí no se producían siempre podían recurrir a la argucia de “bueno, era de prueba ¿vale? si en la próxima media hora veo, como mínimo, dos coches de color blanco. apruebo seguro”. Lo primero: ni qué decir tiene que mi moral (similar a la del Alcoyano) siempre fue muy superior a mi nivel de aprobados. Lo segundo: mientras sucedía esta práctica en ningún momento me apareció taparrabos, pensé que La Tierra era plana o abracé el politeísmo. Lo tercero: este ejercicio mental, en tiempos en los que no había smartphones para evadirse antes de acudir “al matadero”, me servían para calmar la mente, para relajarme, para desviar mi foco atencional de la materia (pero sin irme demasiado de ella). ¿Mi conducta era irracional? según los comentarios en las redes, y siendo análoga a la conducta de los muelanos, por supuesto. Probablemente igual de irracional que la de esos indios (de la india, no de taparrabos y carcaj) que teniendo más hambre que el perro de un ciego no se comen a la vaca por un precepto religioso.
Sin embargo, si preguntáramos a Marvin Harris (ese autor que sirve para que sus lectores se crean eruditos en antropología desconociendo casi todo de la materia) nos diría todo lo contrario. En “Vacas, cerdos, guerras y brujas: los enigmas de la cultura” a través de su materialismo cultural nos muestra (que no demuestra) que (ALERTA SPOILER), la vaca resulta más útil viva que muerta para la supervivencia a largo plazo de la comunidad (y por mucho que a corto plazo se lleve por delante algún alma que otra).
Tirando de hemeroteca vemos, cómo, la irracionalidad de estos aragoneses resulta un tanto contagiosa: en mayo de 2023 se anuncia en “El ideal” que la patrona de Granada, la Virgen de las Angustias, será expuesta por primera vez para pedir la lluvia. Mismo mes, pero de un año anterior, desde Astorga (León), se hace algo parecido con Nuestra Señora de Castrosierra, habiendo quedado, según las crónicas, sus fieles bastante satisfechos con los servicios prestados.
Esta conducta “irracional” no sólo se produce en la “España profunda” (con perdón), ni tan siquiera en Occidente ni en lugares con raíces cristianas. Hace mucho tiempo recuerdo que teníamos un amigo que siempre le culpábamos de que cada vez que acudía al Vicente Calderón el Atleti perdía (y ambas eran bastante frecuentes). El caso es que se fue de viaje a Argelia y durante una excursión por el desierto le sorprendió la lluvia (¿era o no era el cenizo?), algo que no sucedía desde hacía cinco años (o más), según sus propias palabras. Esto sirvió para tres cosas: 1) no le volvimos a dejar entrar al Calderón; ese año empezó a entrenar el Cholo Simeone y el resto es historia, 2) tuvo anécdota para el resto de sus días y 3) pudo observar como el pueblo bereber que habitaba aquella región llevaba a cabo un ritual con danzas incluidas en agradecimiento por la lluvia.
En este caso el “crimen” es a posteriori, pero la lógica es la misma: el rito y la lluvia. Por lo que podemos afirmar que esta “irracionalidad” es un universal (algo un tanto inherente a la conducta humana) tanto en tiempo (desde los albores de los tiempos le damos al tema) como en el espacio (Europa, África, Asia…).
De trances, comportamientos sociales y la adecuación del momento
Entre la comunidad de origen latino en los EEUU hemos observado una práctica que, en la lejanía, tanto espiritual como geográfica (y social, diría yo), es cuanto menos chocante (por utilizar una palabra suave). A saber, qué dirían los haters twitteros en caso de verlo. Trataré de describirlo: un pastor evangélico, predicador, reverendo (de adscripción protestante todos ellos, eso sí), está montando un show (televisivo o no) similar al pressing catch en cuanto a parafernalia. El hombre, animado por el fervor de las masas, lanza desde el estrado sus soflamas, trata de colocar alguna que otra biblia de la que “pillará” comisión y hace publicidad gratuita de algún grupo de rock en forma de condena. El momento culmen del espectáculo viene (un poco como cuando Pavarotti se arranca, por fin, con “La donna è mobile” en Rigoletto), cuando ante las divinas palabras de este místico-predicador-hipnotizador de programa de variedades, entran en trance, caen entre temblores (tan trajeados para acabar revolcándose por el suelo), se mueven como locos de una forma un tanto ridícula entre el público y demás comportamientos un tanto histriónicos.
https://www.youtube.com/watch?v=0wIgCn0tvFM
Lo primero que he de decir es que pueden alcanzar un estado similar tomando lo que se le ofrece en cualquier festival veraniego sin tener que pasar por el sopor de aguantar al predicador, tener que madrugar un domingo y por el mismo precio tener que ir a comer con el cuñado. Pero bueno, allá cada uno.
Lo segundo, cuando un nuevo jugador de la NBA despunta un poco, lo primero que hago es acudir a YouTube en busca de “Highlights”, esa especie de resumen con las mejores jugadas de un tipo que, a primera vista, siempre parece a la altura del mismísimo Jordan. A lo mejor en su corta carrera sólo ha hecho, pongamos, cinco jugadas destacables, pero todas resumidas, cortadas, y editadas en un único vídeo (y con hip-hop del chungo de fondo) parezca que el tipo vaya a ser el próximo MVP de la temporada. Pues bien, clamo a los que se dedican a editar y publicar estos vídeos que nos hagan algo similar respecto a este estilo de prácticas tipo “Los mejores trances del 2021 – cristian highlights” y nueve minutazos de tipos con trajes impolutos comportándose como chiquillos en una piscina de bolas.
Lo tercero, y tal vez lo más importante de todo (o lo único, poniéndonos sinceros). Este tipo de comportamiento únicamente tiene cabida (y aprobación social), en un momento muy concreto: durante el punto culminante del ritual. Si esta conducta se llevase a cabo, pongamos, haciendo cola en la frutería, probablemente los presentes (por mucho que fueran los mismos que estaban sentados el domingo pasado frente al predicador) le mirasen un poco raro o, lo que sería lo más lógico, acudieran a sujetarle la lengua ante la sospecha de que vino un ataque epiléptico. He de añadir una pulga: en este sentido siempre imaginé que, podría darse el caso, y sería una mala suerte de dimensiones épicas, el hecho de que en una de estas ceremonias a uno le dé un ataque epiléptico y los feligreses, en lugar de socorrerle, se pongan a aplaudirle por haber alcanzado la gloria. Pero bueno, cosas más raras se han visto ¿no?
Irracional ¿cierto? Sin embargo, nuevamente, este comportamiento vuelve a tener un comportamiento universal y que transgrede los límites de las religiones. Por ejemplo, en África, durante esas ceremonias animistas en la que un grupo de personas con sus cuerpos pintados con esmero se dedican a danzar alrededor del fuego al ritmo de los tambores y, del mismo modo, entran en un estado parecido al trance. En el siguiente vídeo os muestro algo parecido.
Sin embargo, todos hemos visto a los All Blacks, en algún momento, realizando su popular “haka” ¿verdad? Los modos en los que se proyecta la conciencia grupal son inescrutables.
Y un ejemplo más, para seguir trascendiendo los credos y los continentes; la ceremonia sufí (los místicos del islam), esa práctica a medio camino entre la danza y la meditación cuyas experiencias producen a sus practicantes experiencias similares a los efectos de determinadas drogas.
Unas últimas pinceladas a modo de conclusión
Los comportamientos alejados de lo que marca el corpus científico son una constante y un universal; han sucedido en todo tiempo histórico (y seguirán sucediendo), han sucedido en todo lugar y en todo tipo de sociedades (industrializadas, tradicionales, frías o calientes).
Si colonizásemos Marte (o un sitio aún más lejano) fruto de una avanzadísima técnica (y un complejo trabajo en equipo), allí que nos llevaríamos nuestros comportamientos poco racionales. Parafraseando a Clinton: “es el rito, idiota”. Hasta ahora he escuchado muchas conversaciones ridículas en la tradicional cena de Nochevieja (alguna de ellas iniciadas por mí ante el exceso de vino), pero hasta ahora no escuché nunca a nadie levantarse delante de toda la familia y decir “Mirad, es ridículo que después de comernos una vaca rellena de pájaros fritos y siete toneladas de centollos estemos aquí haciendo tiempo hasta las doce para comernos doce míseras uvas al ritmo que te marca un reloj, a nivel nutricional no tiene sentido, tampoco según marcan las reglas del buen comer; ya hemos tomado el postre y el café. No tiene sentido alguno”. Pienso que si alguien, en mi casa, hiciera algo así, le caerían más hostias que si dijera que en la final de Lisboa de 2014 el cabezazo de Sergio Ramos no fue en fuera de juego.
Y es cierto, no lo tiene. No lo tiene a nivel científico (o racional, como se ha dicho por ahí, a pesar de que… de racional tiene mucho). Otro día podríamos hablar de la dictadura del cientifismo que se nos está viniendo encima. Sin embargo, en estos momentos, no puedo menos que acordarme de alguien cuyo nombre no desvelaré (anarquista recalcitrante y firme opositor a toda tradición y establecido) que se puso a llorar a moco tendido por no haberse podido comer las doce uvas junto a los suyos.
Estos comportamientos “irracionales” son la argamasa que nos une a los nuestros, nos predispone psicológicamente, nos hace sentir en casa y todo ello aderezado, por supuesto, con el condimento de los sentimientos. Aquellas personas con las que solemos comernos las uvas en Nochevieja, y como estas se atragantan cuando alguien no está para volver a compartir el momento. Ese hombro al que nos abrazamos al límite del éxtasis por un gol, irracional, en el último minuto. O ese minuto de silencio antes de un evento para rendir homenaje a un recién fallecido en la que todos los presentes, sin excepción, participan al margen de credos (hubiera sido más racional haberle mandado una caja de gambones de Huelva cuando estaba vivo, pero siempre llegamos tarde a este tipo de cosas… y probablemente ese minuto de silencio sea más nuestro que del fallecido). Ese silencio sepulcral cuando comienza a sonar el “Miserere” como punto culminante a las turbas de Cuenca.
Referencias
http://lamuela.org/
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