A pesar de todos los avances, aún hoy la sexualidad de las personas con diversidad funcional sigue siendo un tema tabú que causa controversia o, directamente, es negada.
La sexualidad humana ha sido un tabú durante mucho tiempo y sigue siéndolo en muchos aspectos, aunque podamos afirmar que se ha avanzado en sus tres dimensiones: biológica, psicológica y social. El debate que se me antoja me llevaría a preguntarme si realmente hemos avanzado o si solo damos pasos aleatorios adelante y atrás, la mayor parte de las veces tropezando y con los brazos al frente como si lleváramos una venda en los ojos.
La OMS lo tiene bastante claro y al respecto de la sexualidad dice que “es un aspecto central del ser humano, presente a lo largo de su vida. Abarca al sexo, las identidades y los papeles de género, el erotismo, el placer, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual. Se vivencia y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas, prácticas, papeles y relaciones interpersonales. La sexualidad puede incluir todas estas dimensiones, no obstante, no todas ellas se vivencian o se expresan siempre”. Por lo tanto, la sexualidad es mucho más de lo que la mayor parte de nosotras creía y abarca aspectos de nuestra vida que ni imaginamos. No es, por tanto, lo que nos ha enseñado la pornografía, ni, por descontado, lo que nos ha enseñado la religión, ni lo que nos han contado nuestros progenitores (los que lo hayan hecho). Sin duda, en esto también hemos tenido, como diría Almodóvar, una mala educación. La sexualidad es placer, pero no es solo placer. Es reproducción, pero no tiene por qué serlo. Es identidad que puede cambiar con el tiempo. Lo que no es, o no debería ser, es opresión, dominación y violencia.
No debería serlo, pero lo es en muchas partes del mundo y para muchos colectivos. Entre ellos las mujeres (ya hemos abordado la sexualidad femenina en otras ocasiones) y las personas con diversidad funcional. La filósofa y sexóloga Soledad Arnau Ripollés hace un paralelismo muy acertado entre patriarcado y capacitismo al asegurar que ambos sistemas dividen a las personas de forma muy similar. Del mismo modo que el patriarcado es un “sistema universal que divide a los seres humanos en dos géneros”, otorgando los privilegios al género masculino, el capacitismo es un sistema universal que “divide la realidad en dos: los que tienen capacidades y los que tienen menos capacidades o no tienen ninguna”, otorgando una valía a las personas según ese más o menos. Dice Soledad: “El modelo cultural genital-reproductor imperante está diseñado principalmente para: personas adultas; varones; relaciones heterosexuales y monógamas. Y, por supuesto, interpreta que toda buena práctica sexual completa que se precie debe pasar indiscutiblemente por una penetración peneana-vaginal”.
Qué tremendo ¿no? que hayamos crecido con la creencia, con la convicción de que el sexo eran solo las relaciones sexuales y, además, unas relaciones sexuales muy concretas. Muchas generaciones crecimos con unos referentes sexuales pobres en los que todo lo que no fuera, como dice Soledad, normativo, era repudiado. Gracias a la religión y la cultura audiovisual, sobre todo, pero también a la literatura, a padres y madres, a su vez, mal educados, somos esclavas de una sexualidad deficiente. Y si las personas “normativas” andamos así, a qué problemas no se enfrentarán las personas con diversidad funcional a las que, directamente, se les ha negado ese aspecto de su personalidad. ¿Cómo pueden desarrollar su sexualidad sin ayuda y sin el conocimiento necesario por parte de los que tenemos que ayudar? Empezando por las familias, que son las que muchas veces dan la espalda a la sexualidad de sus congéneres por el hecho de ser sus congéneres.
Recientemente se ha abierto en España el debate sobre la asistencia sexual a raíz de las declaraciones del actor Thelmo Irureta en la ceremonia de los Premios Goya. Gracias a una frase mal entendida, la polémica (esto es España) saltó por los aires y, tras el boom inicial, se empezó a hablar de ese otro tabú dentro del tabú que es la sexualidad de las personas con diversidad funcional. Thelmo, en una de sus muchas entrevistas, dijo “parece que si tienes una discapacidad bastante grande para tener sexo tienes que pagar y no siempre es así. Es solo una opción. Hay gente que no tiene tanto miedo y tantos prejuicios y se puede sentir atraída por ti. Pero cuerpos como el mío no gustan o dan miedo, hay un punto de rechazo. Porque las tradiciones ya nos han dicho qué cuerpos son los bonitos”. Y así es, las tradiciones nos han dicho lo que es bonito y lo que es feo, lo que es deseable y lo que no, de tal forma que también nuestros deseos, eso que creemos que es tan libre, que nos nace de dentro, están condicionados.
Quizás el punto de partida que habría que tener claro es que no existe una sexualidad única para todas las personas con diversidad funcional, ni siquiera de forma teórica. Hay que salir de lo singular para abrirse a las pluralidades tal y como sostiene Silvina Peirano, creadora de la red multidisciplinar Sex Asistent.
Por otro lado, y sin perder de vista lo importante, resulta llamativo que cuando se busca información sobre asistencia sexual, aparecen documentales y películas en los que los beneficiarios de este servicio son, en su mayoría, hombres. Un ejemplo es la asociación “White hands” de Japón que procura un servicio a domicilio de mujeres que ofrecen “cuidados eyaculatorios” a hombres que no pueden masturbarse por sí mismos. Otro ejemplo lo tenemos en la película “Las sesiones”, basada en la vida del periodista Mark O’Brien, que narra las sesiones de una asistente sexual a un hombre tetrapléjico desde la infancia. Considero que, si existe un derecho sexual y reproductivo para todas las personas recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sería bueno hacer lo posible porque se extendiera a las mujeres con diversidad funcional, que, a la postre, son aún más perjudicadas por esta inacción y silencio que los hombres. Un poco como ha pasado desde el principio de los tiempos. No perder de vista las pluralidades también facilita no perder de vista la igualdad.
Un tema complejo, delicado y que es necesario abordar cuanto antes, porque, tal y como dicen Raúl González Castellanos y Sara Gonzalo Gil en su libro “Sexualidad y discapacidad psíquica”, la sexualidad de las personas con discapacidad “está cargada de muchos miedos, preocupaciones, incertidumbres y falsas creencias” que han dado como resultado el silencio y la imposibilidad de una educación sexual con la que las personas con diversidad funcional aprendan a vivir su sexualidad sin presión y sin remordimientos.
Referencias
González Castellanos, Gonzalo Gil. (2014). Sexualidad y discapacidad psíquica, Ed. Síntesis.
Sex Asistent: https://sexasistenteu.wixsite.com/home/-qu–es-sa
Morales, C. (2018). Lectura fácil, Ed. Anagrama.
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