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Pablo Martínez Tobía

Pablo Martínez Tobía

Vivimos en una sociedad que, del mismo modo que rechaza, evita o niega lo más oscuro se siente atraída por las producciones culturales que lo representan. Este texto es una reflexión acerca de a esa relación aparentemente paradójica.

“Del Caos surgieron Erebo y la negra Noche. De la Noche a su vez nacieron el Éter y el Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Erebo”.

Teogonía. Hesíodo, Obras y fragmentos, Gredos 1990

Noche cerrada. Conocemos el lugar a la perfección. Lo recorremos varias veces al día. Aun así, dudamos si todo seguirá en su sitio. Poco más de un metro desde nuestros pies hasta la más absoluta oscuridad. Ni se intuyen los álamos que sabemos enmarcan la senda. Nada ha podido cambiar desde este medio día, pero ¿entonces? ¿por qué apretamos los pies contra el camino? ¿Para qué afianzar la mirada sobre los elementos naturales más próximos, asegurándonos a cada momento que sabemos dónde estamos, que todo sigue ahí? Avanzamos y las farolas del pueblo aun tacañeando su luz, alejan nuestros temores. Nada inesperado en la oscuridad, todo estaba donde debía y antes de continuar, como si fuésemos niños, paramos un instante para sacudirnos el miedo y la vergüenza. La ciudad y su hipertrofia tecnológica han hecho que casi nos hayamos olvidado de ella, y cuando aparece, tenemos a mano lo necesario para arrinconarla. Pero el campo nos devuelve cosas. Ahí podemos recordar que la luna puede brillar hasta cegarte y, sobre todo, cuando esta se cubre, la oscuridad te invade hasta los mismos límites de tu cuerpo. Nos devuelve la noche.

Frente a mí, mientras escribo esto, puedo asomarme a un bosque de pino, encina, quejigo y roble albar. Al tratar de fijar la vista en la oscuridad sobre la que emergen los troncos, la mirada siempre se escurre hacia las zonas iluminadas, huyendo de las sombras. Hay que hacer un esfuerzo insistente para conseguir detener la vista en la oscuridad, entre los árboles; sombras del paisaje en las que nos cuesta fijarnos pero que sin ellas no hay forma ni profundidad. Resulta perturbador tratar de comprender cómo es posible que de la Noche y de la más absoluta oscuridad, Erebo, tal y como lo narra Hesíodo, surgieran sus antagónicos hijos, Éter y Hemera, la luz y el día. Tanto amor albergaba la Noche hacia su hermano Erebo que quiso extender su oscuridad a cada rincón del mundo. En ese esfuerzo imposible por cubrirlo todo, la Noche estiraba la oscuridad disolviéndola, creando sombras cada vez más claras sobre las formas de Gea. Tal era su deseo e ímpetu que terminó por rasgar el manto oscuro de su amado. Nacieron así la Luz y el Día del amor entre la Noche y la Oscuridad; poniendo en marcha un ciclo eterno y enloquecido.

La sensualidad de los párrafos anteriores pretende situar al lector en una postura mental y emocional que le permita comprender y relacionarse mejor con los dos conceptos fundamentales creados para este artículo. El primero, lo erébico, sería la cualidad desapercibida tras cualquier hecho humano, por tanto, social, que da valor a su discurrir inconsciente y que lo hace posible. Y el segundo, la nicte, sería la acción, el esfuerzo por entender nuestra relación con lo erébico. Como fijar nuestra mirada en la oscuridad entre los árboles o escribir este artículo.

Una imagen traída de la tradición filosófica oriental puede ayudarnos provocar una salida, algo artificial si se quiere, de esa mirada prejuiciada que nos hace pasar desapercibido aquello que da sentido. En el libro del Tao se nos dice:

Treinta radios convergen en el centro de la rueda,

Pero la utilidad para el carro reside en el vacío del centro

El cuenco obtiene su forma de la arcilla moldeada,

Pero la utilidad del cuenco reside en el vacío.

Se abren puertas y ventanas,

Y su utilidad para la casa reside en el vacío.

Así, obtenemos un provecho de lo que es

Y sobre todo obtenemos una utilidad de lo que no es.

Un pensamiento poco intuitivo: los frutos de lo que “es”, sólo son posibles por la utilidad de lo que “no es”. Lo erébico sería lo que “no es” escondiéndose mientras disfrutamos de lo que “es”. Para reconocer lo erébico en la vida hay que mirar entre sus árboles. La principal cualidad de lo erébico es que tiende al absoluto: el miedo, la enfermedad, la ira, la tristeza, la muerte, lo no normativo… Cuando la oscuridad se echa encima no parece haber sitio para nada más. La punzada de dolor que insiste sobre, o desde, nuestro cuerpo y niega el mundo alrededor. Nos quiere para ella impidiendo que las palabras de consuelo nos afecten. Rechazadas como un ruido de fondo. Aunque a todas nos alcanza, y con la edad más a menudo, vivimos en una sociedad que ha decido seguir su curso como si no existiera. Pero como es imposible huir de la oscuridad, creamos espacios para aislarla. Hospitales, asilos, tiempos de ocio donde no cabe el amigo con depresión o se le hace saber que incomoda ¿cómo te atreves a estar triste o enfermo? ¿cómo puedes envejecer y apagarte arrebatándome mi cotidianeidad luminosa? No soportamos los paisajes profundos y por eso dibujamos estos decorados planos de trazo infantil y colores puros. Pero llega el momento en que somos nosotros los que enfermamos, los que envejecemos o somos señalados como diferentes. En ese instante, el decorado que ayudamos a construir se ha convertido en un entramado oscuro de papel, madera y clavos tras el que intuimos el bullicio de la normalidad luminosa que ahora nos rechaza.

Toda ritualidad, toda tradición filosófica, religiosa o artística ha sido un esfuerzo por el reconocimiento de lo erébico como origen y potencia de lo que más valoramos en nuestras vidas. Ese esfuerzo es la Noche, que extiende y rasga el manto oscuro disolviendo punzadas de dolor. Las canciones son la Noche que acompañan; la filosofía es la Noche que conoce; la poesía es Noche que descansa; la tragedia es la que ríe y la comedia la Noche que llora.

Cuando tanteamos las paredes de nuestra casa evitando, por el motivo que sea, accionar el interruptor de la luz, despistados de las distancias y obstáculos, que sabemos que están ahí pero que nuestra desorientación parece alejarlos o cambiarlos de sitio, improvisamos un mapa mental: dónde está la cómoda, la esquina de la cama, a qué altura el pomo de la puerta, … Con la luz del día todo pasa desapercibido, pero la noche te obliga a ser consciente de lo que te rodea, por mucho que lo conozcas, debes pensar tu situación. Valorar cada momento. La luz es vida, sin duda, pero la oscuridad es la que la soporta, le da sentido y realza.

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