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Son tiempos en los que necesitamos unión, a pesar de aquellas fisuras que nos desunen, a pesar de aquellos errores de gestión y comunicación que cometen y cometemos.

Encontramos alivio en las lectura de las páginas de un libro que había quedado aparcado, en reescuchar nuestras canciones favoritas y escuchar otras nuevas, en conversar por videollamada, teléfono o mensajes de voz con nuestra gente querida, en aprender un nuevo idioma o practicar los que ya conocemos.

Nos da vitalidad bailar al ritmo de la música, jugar a hacer percusión, escribir cartas, reflexiones, poesía.

Nos ilusiona a muchos comprobar cómo cada vez más cantantes se ven acompañados de personas que cantan en lengua de signos, acercando la musicalidad de las palabras a los no oyentes, comprobando la inmensa riqueza de un lenguaje que tan desconocido nos es a muchos.

No podemos tocarnos, pero nos llegan caricias sonoras, abrazos en forma de palabras, escalofríos en forma de canción, calor desde la distancia.

Aprendemos y desaprendemos entre espontáneas carcajadas, pequeños y largos llantos, leyendo imágenes, cantando canciones, mirando a los vecinos aplaudir en sus ventanas, buscando palabras para nombrar nuestras emociones y la realidad que nos rodea, para animar a quienes queremos y animarnos a nosotros mismos.

Aprendemos pensando en los demás, en cómo estarán, en qué les hará ilusión, en qué ideas podremos darles para entretener su tiempo, en cómo darles apoyo si se encuentran mal, en lo que nos acerca a quienes no piensan como nosotros, en lo que hemos hecho bien y mal antes y durante esta situación. Nuestro diálogo interno es fundamental, tanto como el diálogo con los demás.

Desarrollamos recursos para vencer la ansiedad, encontramos terapia en vivir el presente, con preguntas que nos enfoquen más en lo humano, lo sensible, lo interconectado, en saber que los malos pensamientos también se van, en saber que nosotros y todo el mundo merecemos encontrar momentos de paz, de no aturullarse con pensamientos y comunicarnos con la pausa del silencio.

Queremos huir del ruido del rencor y acercarnos a la música de la compasión, sortear los laberintos de la angustia y cantar por dentro.

También hay que aparcar lo que ya no suma, pero valorar también lo que nos han enseñado, lo que nos ha hecho crecer de todo ello, lo que nos ha mostrado otras perspectivas y formas de entender la vida que, equivocadas o no, también tienen su pulso y sus motivaciones, su sentimiento detrás. No hay que perder la humanidad ni en el mayor desencanto.

Los acordes de este momento vital pueden ser muy fríos, pero algunos tienen un hermoso brillo, somos más fuertes, hemos conectado, sé que esa persona está bien y eso me alegra inmensamente, fluyen las palabras en una hoja de papel, los niños dibujan con esperanza, el sol baña la calle tras varios días de lluvia, fotografiamos instantes cotidianos y espontáneos que queden en la memoria de quienes queremos, para hacer nuestra parte en las causas por las que luchamos.

Amanecemos huraños y nos llegan una imagen de buenos días que nos hace sonreír, nos acostamos tarde o temprano con la sensación de que el día ha sido raro, pero ha sido bueno vivirlo, tomarle el pulso a los peores momentos y celebrar los buenos.

Nos dedicamos palabras, música, canciones, buenos días, buenas noches, te quieros, ¿qué tal el día?, me gusta cómo eres, perdona que no llego a tantos mensajes… nos dedicamos el tiempo que podemos y sabemos, más conscientes que nunca de que todo tiene su parte buena hasta en los peores momentos y que lo hermoso de la vida no es consumir más, sino necesitar menos y compartir más.

                                                                       Laura Ramos Aranda

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