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Álex García

Álex García

«Las investigaciones más recientes en antropología, arqueología (y especialmente en el próspero campo de la arqueoastronomía), historia de la ciencia y parapsicología han demostrado que nuestros antepasados y los “primitivos” contemporáneos poseían cosmologías, teorías médicas y doctrinas biológicas enormemente desarrolladas, que con frecuencia son más satisfactorias y producen mejores resultados que sus competidores occidentales, al tiempo que describen fenómenos inaccesibles para un enfoque “objetivo” de laboratorio.»

Paul Feyerabend en La ciencia en una sociedad libre, 1982: pp. 120-121.

Desde que la humanidad es humanidad, hemos contemplado nuestra bóveda celeste sin darnos cuenta que, a su vez, mirábamos el pasado estelar. El cielo y todos sus astros, en tanto que son un deleite para nuestras percepciones, sentidos y misterios, son asimismo una herramienta, un mapa y un portal hacia nosotros mismos. Una relación entre la existencia misma, la adaptación y la identidad más humana que nos ha servido para orientarnos en todos los sentidos y, como consecuencia, dejar una huella material. Hoy, en este artículo, nos pondremos unas gafas científicas muy particulares: las de la arqueoastronomía.

Introducción

Hoy día, nuestra relación con nuestro cielo, al menos desde una perspectiva occidentalizada, ha cambiado ligeramente respecto a la antigüedad. Sin duda, lo único que no ha cambiado es el asombro con el que seguimos mirando a nuestra bóveda celeste y eso a pesar de la contaminación lumínica que empaña muchos de nuestros cielos nocturnos por todo el globo. Lo que sí ha mutado, desde luego, son las gafas culturales que lucimos en nuestra realidad sociocultural. Gafas que están en consonancia con una diversidad de indicadores contextuales donde también influye el particular avance de la tecnología al hacer que nos relacionemos de otra forma con nuestro medio y paisaje mediante. ¿Qué pensarían los arqueólogos del futuro, por ejemplo, si encontrasen carteles de circulación donde señalasen dónde hay que ver el Sunset, o bien, localizaran un edificio derruido de un antiguo observatorio o planetario? En el caso del primer ejemplo, podrían llegar a diversas hipótesis: unos bancos corridos dispuestos frente al mar con orientación oeste para adorar la muerte del Astro rey; mientras que en caso del segundo, podrían identificar arqueológicamente que nuestra sociedad se reunía en unas estructuras arquitectónicas muy específicas donde el telescopio podría cumplir una función cultual importante que serviría, del mismo modo, como eje para contar historias científicas y en el que se reuniría la población para celebrar eventos relacionados con el calendario celeste del momento. Pues bien, esto es sobre lo que versa la arqueoastronomía: desde una mirada científica, esta materia estudia la huella material humana en relación con el movimiento de los astros, uniendo disciplinas de las ciencias humanísticas (historia, antropología, etnología o arqueología) con la astrofísica. Asimismo, nos hallamos frente a una disciplina que, en sus estrategias metodológicas, encontramos el uso estadístico sobre la orientación arquitectónica, la integración en el paisaje y la clara relación antropológica y etnográfica de la cultura abriéndonos una puerta hacia el cielo, el paisaje y la materialidad.

Y es que, desde las tecnologías modernas satelitales como Google Maps o telescopios espaciales, pasando por la Ilustración y el De revolutionibus orbius coelestium  de Copérnico o la brújula, a las cosmogonías hesiódicas y las construcciones megalíticas europeas, el ser humano ha buscado la forma de explicar lo que le rodea, vinculándose simbólicamente, tanto con la razón como con la espiritualidad. Ciencia ahora y religión antes, han querido responder, secularmente, a todos aquellos interrogantes que nos formula la existencia, dándole un sentido a la realidad –realidad que se construye desde el conjunto social– y buscar así una explicación al paso del tiempo, el espacio y nuestra existencia misma dentro de estos márgenes. En definitiva, una respuesta adaptativa que une tanto el desarrollo de herramientas tecnológicas para orientarnos, como refuerza nuestra identidad, espiritualidad y relación con el cosmos, creando así un relato específico que, a su vez, modifica el paisaje y nuestra relación con él. Recordemos que ambas, con sus particularidades y matices, si bien son miradas intelectuales y culturales que hacen que busquemos respuestas a tantos y tantos interrogantes que dan cierta explicación a la realidad, también son recursos que nos ayudan a relacionarnos con nuestro medio, celaje y aseguran nuestra propia supervivencia material y social.

Aprovechamos cuña: por si os interesara esta pequeña disquisición, recomendaros encarecidamente el vídeo El Método Científico No existe, del divulgador José Luis Crespo, más conocido como Quantum Fracture.

Ahora, una vez hemos caminado un poco por lo filosófico, ha llegado el momento de que viajemos al pasado. ¿En qué se fijaban nuestros ancestros y qué huellas han dejado de su mirada al cielo?

De lo telúrico y lo cósmico en el pasado: nuestra relación con el cielo y su impacto en la tierra

Nuestra relación con el cosmos, como hemos señalado, ha tenido un impacto en el medio y, en general, en nosotros. La Luna, el Sol y Venus, además de algunas constelaciones particulares, han tenido vital importancia en nuestro desarrollo adaptativo y cultural, como bien veremos a continuación.

Pero, antes de nada, y sin desviarnos mucho, la arqueoastronomía, en su aspecto más práctico, formula hipótesis en rededor de diferentes metodologías científicas aplicadas y de forma transdisciplinar que ayudan a interpretar aspectos de lo que se denomina astronomía cultural. Por ejemplo, una de las estrategias más utilizadas en los estudios, donde son pioneros los arqueoastrónomos Dr. Michael Hoskin y Dr. Juan Antonio Belmonte, es la geolocalización, medición y análisis de datos sobre la orientación, no sólo de las estructuras de una determinada cultura o población en el pasado, sino también los puntos del medio geográfico consustanciales a dichas estructuras. Así pues, en culturas prehistóricas y/o protohistóricas de las que no tenemos ningún registro escrito, esta metodología permite arrojar lecturas particularmente interesantes. Ejemplo de ello es Göbekli Tepe, en Turquía, al ser, con toda probabilidad, el templo más antiguo de la humanidad con un total de 11.600 años. En muchos aspectos, este interesante vestigio arqueológico de una sociedad recolectora-cazadora sobre la que no tenemos más registros –y posiblemente diluida en la marejada de culturas que mutan y asimilan unas con otras en el espacio y tiempo histórico–, se trata de la primera vez que se tiene constancia de que la humanidad ya se orienta mediante los puntos cardinales. Reflejo de ello, por ejemplo, son las alineaciones casi impecables de los cuatros accesos a los edificios rectangulares de los templos. Sin embargo, esto no se queda ahí: en algunos de los pilares del complejo se tallaron en bajorrelieve representaciones “totémicas” de animales como el león que, según arguyen los investigadores Juan Antonio Belmonte A. César González, «ya sea por casualidad o diseño, el sol equinoccial se alzaba junto a nuestra constelación Leo en esa época» (Belmonte y González, 2015: 21). De igual forma, tenemos estos patrones hipotéticos repetidos con otros animales tales como el toro (Tauro, constelación que marca el solsticio de invierno) o el escorpión (Escorpio, que marca el solsticio de verano).

No obstante, no es el único ejemplo; de hecho, podríamos eternizarnos con la cantidad de lugares en el mundo con el que la arqueoastronomía ha demostrado este vínculo entre el ser humano y su celaje y la materialización de dicha relación en el paisaje. Entre ellos se encuentra, también, el megalitismo prehistórico europeo dando buen ejemplo de ello. Los propios investigadores, los ya mentados Belmonte y González, nos introducían el pasado 29 de septiembre en las jornadas de Astronomía realizadas en la ciudad de Ibiza en las particularidades del megalitismo: la arquitectura usada por las primeras sociedades agrarias en la Península Ibérica y en los territorios de las Baleares. El propio Dr. Hoskin en 2001, en su Tombs, Temples an Their Orientations: A New Perspective on Mediterranean Prehistory (2001), tras estudiar 3.000 sitios arqueológicos, demostró que el 99’99%[1]de las orientaciones megalíticas tenían un carácter equinoccial y solsticial, lo que nos habla de una herramienta estacional muy útil que podríamos tildar de calendárico. La clara relación entre sus particularidades arqueoastronómicas con los edificios de culto, utilizados principalmente como necrópolis y, quizá, como brújula estacional y astronómica, es lo que ha llevado a declarar Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, por ejemplo, la cultura talayótica menorquina[2]. En esta última muestra, ha permitido saber que los patrones de orientación funeraria de esta cultura instalada desde hace, aproximadamente, 4.000 años[3] en Menorca, trajeron consigo sus costumbres de la región marsellesa, desde el Golfo del León. Entre ellos, los monumentos funerarios talayóticos parecen seguir patrones lunares; por otro lado, los recintos de Taulas[4], unos edificios que se interpretan como santuarios con una “T” de rocas ciclópeas como elemento central de la estructura, poseen una clara alineación con el horizonte estelar.

Es aquí, precisamente, en estos pocos ejemplos, donde vemos cómo hunden las raíces nuestras identidades y cómo se entremezclan y embeben unas culturas de las otras a lo largo del espacio y el tiempo, refinando sus procesos tecnológicos a la vez que se reinventan, creativamente, en entender el espacio que habitan para poder moverse en él. En estas formas de crear mapas estelares, brújulas y calendarios, estrechamente vinculados a los ciclos estivales adaptados a cada sociedad específica –bien sea recolectora-cazadora o agraria–, encontramos algo así como reglas “nemotécnicas” en forma de mitos, simbología y un cosmos etnográfico y cultural de una riqueza inconmensurable muy vinculado a la espiritualidad, lo sagrado y la religión que es redondeado. Esto se redondea con los parajes donde se encuentran dichos santuarios, la potencia del paisaje en el imaginario colectivo de un grupo humano e, incluso, el juego de luces que bañaría, en los momentos claves de los ciclos estacionales, los interiores con su consecuente halo “divino”. Los astrónomos, entonces chamanes o sacerdotes, generaban un conocimiento de necesaria transmisión para los diversos ciclos estacionales vinculados a celebraciones o festejos de carácter social y cultural, determinado muchas veces por la posición de los astros, dando paso a los ciclos de siembra y recolección, reunión social y celebración. Por ejemplo, en Uxmal, la ciudad maya asentada en México, encontramos el Edificio del Gobernador, con representaciones en su interior de Venus y Chaac, el dios de la lluvia, donde sus fachadas están alineadas a los solsticios, representando los dos ciclos predominantes mayas: la temporada de lluvias y la temporada seca.

 

Pero no son los únicos: los polinésicos rapanui, pueblos originarios de la isla homónima donde se encuentran los famosos megalitos antropomorfos de los moai, sabemos que los ahu –los altares donde se disponían las esculturas–, al menos un tercio de ellos, se enfocaban a puntos astronómicos exactos. Por añadidura, uno de los nombres ancestrales de la isla es Mata ki te rangi, que vendría a significa “ojos que miran al cielo” (Ramírez, 2008).

Incluso, volviendo al Mediterráneo, todas aquellas sociedades antiguas  en vínculo estrecho con la bóveda celeste como la egipcia, se ha podido demostrar, gracias a estos estudios, que muchos de sus templos tienen una orientación celeste, entre los que se pueden diferenciar varios grupos que los expertos han dividido, a su vez, en solares, lunares y estelares con hasta un total de siete subgrupos o familias diferentes.

Y es que, en síntesis, tanto el patrimonio como el cielo es un bien social que nos pertenece como humanidad. Mirando al cosmos, vemos que no existe la frontera que nos impida poder seguir preguntándonos de dónde venimos y hacia dónde vamos. Lo telúrico de lo cósmico se armoniza en tanto en cuanto somos lo que somos por nuestra relación con ambos planos. Es, gracias a esta curiosidad innata y sed de saber, lo que nos permite seguir mirando, cada noche y cada día, con auténtica fascinación lo que nos rodea, que, si bien podría aniquilarnos de un parpadeo, también nos ha dejado probar la miel de la misma existencia.

Referencias

BELMONTE, J.A. Y HOSKIN, M. (2002): Reflejo del Cosmos. Atlas de arqueoastronomía en el Mediterráneo Occidental, Equipo Sirius, Madrid.

BELMONTE, J.A. Y GONZÁLEZ-GARCÍA, A. C. (2015): «¿Qué fue antes… y después de la colonización fenicia? Astronomía y cultura en el Mediterráneo Antiguo a través de los hitos del proyecto Orientatio ad sidera». Ed. Por A. César González García y Benjamí Costa Ribas: Entre el cielo y la tierra: arqueoastronomía del mundo fenicio-púnico. XXX Jornadas de Arqueología fenicio-púnica, Musei Arqueològic d’Eivissa i Formentera, Eivissa, pp. 15-36.

GARCÍA QUINTELA, M.V. Y GONZÁLEZ-GARCÍA, A.C. (2009): «Arqueoastronomía, antropología y paisaje», Complutum, Vol. 20 Núm. 2, pp 39-54.

ESCACENA CARRASCO, J.L. (2015): «Gloria in excelsis… Trasfondo religioso de la cosmovisión fenicia». Ed. Por A. César González García y Benjamí Costa Ribas: Entre el cielo y la tierra: arqueoastronomía del mundo fenicio-púnico. XXX Jornadas de Arqueología fenicio-púnica, Musei Arqueològic d’Eivissa i Formentera Eivissa, pp. 37-79.

ESTEBAN, C. (2015): «Lugares de culto y astronomía en Iberia y el norte de África durante la protohistoria». Ed. Por A. César González García y Benjamí Costa Ribas: Entre el cielo y la tierra: arqueoastronomía del mundo fenicio-púnico. XXX Jornadas de Arqueología fenicio-púnica, Eivissa, pp. 81-116.

RAMÍREZ ALIAGA, J. M. (2008): Rapa Nui, el ombligo del mundo, Museo Chileno de Arte Precolombino

 Recursos fotográficos

 Antoni Caldera

Webgrafía

Menorca Talayótica

Otros recursos

QuantumFracture 

Francesc Gascó (El Pakozoico) en FundacionPalarq" target="_blank" rel="noopener">Fundación Palarq

[1] Os preguntaréis por el 0’1% que queda. Pues bien, se trata de los Dólmenes de Antequera y, gracias al estudio de Hoskin, se ha demostrado que el verdadero sentido de la orientación del dolmen y tholos de Menga y El Romeral, respectivamente, no es la bóveda celeste, sino los elementos diversos del paisaje. Es aquí donde nos podemos dar cuenta de la relación de lo humano con lo que le rodea, a saber, en este caso, lo telúrico.

[2] Si queréis saber más, no dudéis en entrar a la página de Menorca Talayótica: https://www.menorcatalayotica.info/es/MenorcaTalayotica

[3] Esta cultura menorquina comprendió la horquilla cronológica que se sitúa desde Edad del Bronce –más o menos en el 1.600 a.n.e– y hasta el dominio romano en la Edad de Hierro, sobre el 160 a.n.e.

[4] Del catalán “mesa”. Este “pilar central” ciclópeo recuerda, como tal, a una mesa con forma de T. No sabemos a ciencia cierta, aunque hay hipótesis que lo defienden, que dicho edificios pudieran estar techados.

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