El camino predestinado
De la misma forma que el Western estadounidense o el Neorrealismo italiano, el Chanbara puede ser considerado uno de los pilares cinematográficos de la industria japonesa. Con este artículo nos gustaría contaros la evolución del mismo y su impacto a través de los años.
Realmente, el Chanbara no es un género de por sí, sino que se engloba dentro del jidai-geki, género de películas que versa sobre los dramas históricos o de época, centrados más en historias sobre intrigas políticas, venganzas o situaciones románticas. El chanbara estaría más orientado a la acción propiamente dicha. Incluso el origen del término nos da pistas claras de esa vocación de genero de acción, formado por la unión de dos onomatopeyas como son “chan chan” (ruido producido al chocar dos o más espadas) y “bara bara” (ruido que se produce al cortar la carne).
Estas películas suelen contextualizarse dentro del periodo de toma de poder de los Tokugawa, su shogunato y posterior caída. Aproximadamente 270 años, donde los samuráis, dado el carácter de “dictadura militar” del gobierno de los Tokugawa, adquieren un estatus social acorde al de sus señores feudales (daimyos). Durante los años venideros, y pasando de generación en generación se conformaría el código que regiría la conducta de estos samuráis, el Bushido. El fin del sakoku, la estricta política aislacionista y xenófoba que implantó el shogunato Tokuwaga, llegaría a su fin en 1853, obligando a Japón a abrirse a la influencia, e ideas, de las culturas extranjeras. El punto final llegaría con la firma del Tratado Harris.
Es por ello que muchas películas chanbara se emplazaran entre el fin del shogunato Tokugawa, tras el ultimátum dado por el Comodoro Matthew Perrys y la Restauración Meiji de 1868. Al año siguiente, en 1869, desaparecería la figura del daimyo, ya no son los clanes quienes gobiernen las prefecturas sino que serán funcionarios designados. Los siguientes en la caída serían los samuráis al servicio de estos daimyos, en 1876 fueron despojados de su karoku (una especie de salario pagado en arroz u oro), y la prohibición de portar sus katanas, quizás la más valiosa de sus posesiones.
El final del estilo de vida samurái y las dificultades para adaptarse a los cambios sociales que se producen a su alrededor, serán muchos de los temas tratados por los chanbara. Estos “nuevos samuráis” sin estar ligados a una figura feudal se llamarían ronin (sin amo), y no sólo eran hábiles espadachines, sino que también vivían de su ingenio, una especie de trúhanes y vagabundos con la idea fija de hacer una fortuna con ellas. Sin embargo, a pesar de ello, los ronin solían tener cierto sentido de la decencia y una moralidad que les hacía situarse habitualmente del lado de lo correcto.
Y en este punto sería interesante hablar de dos conceptos que explican tambien parte de las tramas y conflictos del cine de samuráis, el giri y el ninjo.
El giri (deber) será entendido como la obligación del individuo para con un grupo, en este caso el honor del samurái para con su señor. El ninjo (empatía) será la propia voluntad y deseos del individuo, como decíamos antes esa conciencia de lo que es correcto. El cumplimiento del primero o su confrontación con el segundo, la búsqueda de un equilibrio entre el deber y la conciencia, serán lo que dará origen a muchas de las historias de samuráis, como por ejemplo vengar la muerte de su señor, desobedecer una orden de ejecutar a un hombre inocente, anteponer el amor de alguien que pertenezca a otro clan, o no realizar el acto ultimo del harakiri.
En conclusión, es posible que una película de samuráis no sea estrictamente un chanbara. El jidai-geki era en origen la única expresión del drama con temática samurái. Fue en la década de los 50 y 60 cuando hubo ese cambio de enfoque por parte de varios directores hacia la figura de los samuráis como héroes o antihéroes, la figura del ronin como ese personaje moralmente problemático y ambiguo, o el cuidado en presentar los combates con espada coreografiados y de una forma más estilizada, dando lugar al propio chanbara.
Los primeros pasos y la eclosión
Hasta entonces, en los años 20-30, el cine de samurái era parecido a una de esas representaciones teatrales shinkoku-geki, donde lejos de parecer una obra kabuki, se ofrecía un único combate y el dai-ketto (duelo final). A destacar la figura del realizador Kanamori Bansho, quien introduciría técnicas y montajes más parecidos a los occidentales (movimientos de cámara y más dinamismo). Directores como Buntaro Futagawa y su OROCHI (1925), Daisuke Ito con A DIARY OF CHUJI’S TRAVELS (1927) o Masahiro Makino con TAKADANOBADA DUEL (1937), protagonizadas por Tsumasaburo Bando o Denjiro Okochi.
Y entonces, estallaría la guerra y el cine de samuráis quedaría relegado, las producciones serían usadas como un elemento más de propaganda, contando historias de héroes y patriotas, buscando ensalzar y enardecer el espíritu nacional.
Es interesante tener en cuenta el contexto histórico donde se realizan las siguientes películas. Japón se había rendido a los aliados en la Segunda Guerra Mundial, y sufría un control constante y censura sobre cualquier producción cinematográfica que ensalzara los valores feudales tales como la obediencia ciega al emperador, llegando incluso al suicidio. Tras la retirada americana, es curioso ver como la figura que se presenta en pantalla es la de un héroe derrotado, pero que conserva o vive en conflicto por mantener su honor; un cierto paralelismo con un país que intenta resurgir de sus cenizas sin perder su identidad. El chanbara resultara una metáfora de cómo tratar de resolver el conflicto entre esas nuevas ideas llegadas desde Occidente (individualismo o democracia) y la añoranza de una visión idealizada del Japón feudal, la xenofobia y aislamiento, el pensamiento grupal sobre el del individuo y el nacionalismo feroz, aspectos que durante mucho tiempo habían sido los valores centrales de la sociedad japonesa. Es normal entonces que se recurran a personajes históricos como Musashi Miyamoto, el héroe por excelencia japonés para apelar a ese espíritu. En concreto, la saga SAMURAI de Hiroshi Inagaki (1954-1955), protagonizada por Toshiro Mifune, o la realizada con título homónimo por Tomu Uchida (1961-1965)
No obstante, tambien servían para enmascarar la crítica social y política, acusando el cinismo del sistema feudal japonés, incluso la figura del emperador, o la forma de anteponer el concepto de honor sobre los valores del individuo o sobre lo que es correcto. Directores como Kihachi Okamoto en su SAMURAI ASSASIN (1965), LA ESPADA DEL MAL (1966) o KILL (1968), Hideo Goza y sus TRES SAMURAIS FUERA DE LA LEY (1964) o TIRANIA (1969) y Masaki Kobayashi con HARAKIRI (SEPPUKU) (1962) o REBELION (1967).
La idea de resolver, honorablemente eso sí, cualquier problema a través del uso de la violencia y la espada era ensalzada en este tipo de películas. Independientemente de las convicciones del protagonista, del camino escogido o de los motivos, la conclusión suele ser una explosión de violencia, la cual puede llegar a acabar incluso con su protagonista.
En HARAKIRI (1962), de Kobayashi, la trama gira entre el honor y la venganza. Es una obra maestra que ilustra algunos de los principios fundamentales del pensamiento samurái y de su conflicto con los nuevos tiempos que vivía el país. Con REBELION (1967), Kobayashi nos muestra las diferencias de clases, las deshonrosas maquinaciones de quienes están en el poder y el sentido de justicia y lealtad de aquellos que están por debajo de ellos.
Conforme aparecían nuevas series o sagas de películas se intentaba presentar tambien nuevos perfiles de personajes, algunos con habilidades que les hacían especiales, estilos o incluso algún tipo de minusvalía. Ejemplos de esto último serían dos personajes que contaron con películas y revisiones a lo largo de años, Zatoichi, un masajista y espadachín ciego y Tange Sazen, un ronin tuerto y manco. Directores como Kenji Misumi, Masahiro Makino o Hideo Gosha, y en un futuro Takeshi Kitano, nos trajeron historias de ambos.
Kurosawa, maestro eterno
Mención especial merece sin duda el director japonés más conocido en Occidente, Akira Kurosawa. Sus películas representan algunas de las narrativas y puestas en escena cinematográficas más inteligentes y profundas de la Historia del Cine, auténticas joyas atemporales. Sin embargo, en su propio país, Kurosawa no estaba tan valorado como en el extranjero, quizás por ese estilo mucho más “occidental” que netamente japonés.
Y aunque realmente estaría más cerca del jidai-geki que del chanbara, Kurosawa nos regalará la película que es, sin duda alguna, el “Santo Grial” del género, y la película de samuráis más conocida fuera de Japón, LOS SIETE SAMURAIS (1954).
Kurosawa plantearía con ella tres de las convenciones más usadas del cine de samuráis:
- Primero, los personajes principales son ronin, libres de actuar según lo dicte su conciencia (ninjo).
- Segundo, como en muchos chanbara que vendrán después, será un grupo de campesinos indefensos quienes buscaran la ayuda de estos samuráis para acabar con un grupo de bandidos que saquean regularmente la aldea.
- Tercero, su final, con la muerte de varios de los integrantes del grupo de samuráis. Y el contrapunto con la alegría de los campesinos, presentando una continuidad frente a la tragedia que será un tema recurrente en muchas películas japonesas.
Y de la misma forma que Kurosawa marcó el patrón de las películas de samuráis, tambien lo haría con el prototipo de ronin por antonomasia, el personaje de Sanjuro. Toshiro Mifune, actor fetiche del director, le dio vida en un total cinco películas, aunque solo las dos primeras fueron dirigidas por Kurosawa, YOJIMBO y SANJURO (1962). Este ronin se distingue por su bravuconería acompañada de su maestría en el manejo de la espada y su habilidad para evaluar y manipular a sus oponentes. Sin embargo, presenta nobleza y su ninjo impulsa sus acciones tanto como su desmedida codicia. La sensibilidad humanista de Kurosawa se manifiesta sobretodo en la segunda, donde el personaje de Mifune se ve guiando a un grupo de jóvenes samuráis, tratando siempre de evitar el derramamiento de sangre, aleccionando así a sus seguidores.
Curiosamente, es un fallo en el clímax la que daría uno de los rasgos más característico de los chanbara venideros. En la escena final, Hanbei (Tatsuya Nakadai) exige un duelo a Sanjuro (Toshiro Mifune), cansado de las burlas y que le dejara siempre en ridículo. Sanjuro se niega e intenta, repetidamente y sin éxito, disuadir a Hanbei. Este apenas puede desenvainar y cae a manos de la velocidad de Sanjuro con su katana, mientras un chorro de sangre brota del torso de Hanbei, cubriendo a todos y todo a su alrededor. Realmente se suponía que la escena no sería así. El personaje de Hanbei tenía un mecanismo escondido que se llenaba con sangre falsa. Sin embargo, sufrió un fallo crítico y toda la sangre salió de golpe, en lugar de brotar poco a poco. A Kurosawa le encanto el resultado y no decidió repetir la escena.
Incluso cuando el género parecía entra en una etapa de declive, Kurosawa seguiría realizando auténticas joyas del cine de samuráis como KAGEMUSHA (1980) o RAN (1984).
Samurái exploitation
Quizás la deconstrucción definitiva del mito chanbara, la última palabra para desmitificar la figura del samurái o el ronin sea Tenchu (1969) de Gosha. A partir de ella las películas tenían poco o nada que decir. Desde la década de 1970 en adelante, el chanbara se convertiría en una especie de “exploitation”, donde lo importante no era el mensaje, sino cuantos litros de sangre podría verse en pantalla, dejaron de ser críticos o llenos de ideas para ser la glorificación de la matanza. Esto parecería ser un gran paso atrás en términos de lo que el chanbara había logrado a lo largo de la década de 1960, porque aunque la muerte ya no era ensalzada como el símbolo nihilista de un código de honor vacío, ahora se mostraba, con mayor detalle que nunca, simplemente para disfrute de un público sediento de sangre. Un ejemplo de esto es la trilogía RAZOR (1972-1974) de Shintaro Katsu, repleta de gore, ultraviolencia y misoginia, carente de cualquier tipo de crítica política o social.
No obstante, dentro de este sangriento panorama de películas chanbara, surgirán algunas que con el tiempo se convertirían en auténticas películas de culto. Tal es el caso de la saga de LONE WOLF & CUB (1972-1974) de Kenji Misumi en su mayoría. Al igual que comentábamos antes la predilección por dar una particularidad o rasgo característico al samurái, aquí radica en que el protagonista viaja con un carro donde lleva a su hijo pequeño. Un enorme Tomisaburo Wakayama interpretaba a Ogami Itto quien acusado injustamente de la muerte de su esposa, se gana la vida como asesino a sueldo. El carro de Daigoro, su hijo, era además un arsenal con ruedas, lleno de armas escondidas en varios compartimentos secretos. En 1980, Robert Huston realizo un montaje de la trilogía en una sola cinta llamada EL ASESINO DEL SHOGUN.
Las dos películas sobre LADY SNOWBLOOD (1973-1974) de Fujita Toshiya y protagonizada por una bellísima Kaji Meiko, tambien merecen ocupar un lugar de honor. En ella se nos narra la historia de Yuki y su venganza contra los bandidos que violaron a su madre y mataron a su padrastro. Estas películas también son principalmente exploitation, y si bien son películas bien ejecutadas y hechas inteligentemente que están por encima de la mayoría, están tan centradas en el asesinato y el caos que se parecen más a películas de artes marciales que al chanbara crítico de los años 1960.
El resurgir del samurái
No sería hasta finales de los 90 y principios del siglo siguiente, que el chanbara no conocería una segunda juventud. En gran parte esto se deberá a la irrupción del fenómeno manga y anime, ya no solo en Japón sino prácticamente en todo el mundo. Obras como NINJA SCROLL (1993) de Yoshiaki Kawajiri o series como SAMURAI CHAMPLOO (2004) Shinichiro Watanabe o SAMURAI X (1996) de Kazuhiro Furuhashi, esta última con varias adaptaciones “live action” de gran éxito en los últimos años, atrajeron la mirada de un nuevo público joven hacia la figura de los samuráis. Nuevas tecnologías y formas de ocio como los videojuegos, tuvieron tambien influencia en esa juventud, sagas como ONIMUSHA, con reciente adaptación en formato serie de animación con implicación en el proyecto del director Takashi Miike,
Películas como SAMURAI FICTION (1998) de Hiroyuki Nakano, que con su propuesta estética y combinando el género con la comedia, la hicieron ganadora de los premios a mejor fotografía y banda sonora original en la 32ª Edición del Festival Internacional de Cinema de Catalunya – Sitges 1999. De la unión con otro género, más cercano al polar francés, llegaría la grandísima GHOST DOG, EL CAMINO DEL SAMURAI (1999) de Jim Jarmusch. O las dos entregas de KILL BILL (2003-2004) de QUENTIN TARANTINO, donde entre todas las referencias, hay varias al género chanbara, siendo quizás la más destacable el duelo bajo la nieve entre La Novia (Uma Thruman) O-Ren Ishii (Lucy Liu), inspirado en LADY SNOWBLOOD.
Y hablando de adaptaciones, debemos hablar de ZATOICHI (2003) de Takeshi Kitano, quien tambien interpretaría el papel del espadachín ciego, o las llevadas a cabo por Takashi Miike en HARAKIRI, MUERTE DE UN SAMURAI (2011) de la obra de Kobayashi y 13 ASESINOS (2010), una revisión de la película homónima de 1963 y dirigida por Eichii Kudo.
Hasta una gran superproducción como EL ULTIMO SAMURAI (2003) de Edward Zwick, con un reparto encabezado por Tom Cruise y acompañado de una pléyade de estrellas del cine japonés como Ken Watanabe o Hiroyuki Sanada, volverían a romantizar la figura del samurái y el bushido.
La “Trilogía del Samurái” de Yoji Yamada, EL OCASO DEL SAMURAI (2002), LA ESPADA OCULTA (2004) y EL CATADOR DE VENENOS (2006), volvería a poner el foco en el enfrentamiento entre el giri y el ninjo a los que estaban ligados los samuráis. La primera de ellas llegaría a estar nominada a la mejor película de habla no inglesa en los Oscar de 2003.
Hasta un director tan complicado de encasillar como Hitoshi Matsumoto realiza su propia película de samuráis llamada SCABBARD SAMURAI (2011), un jidai-geki donde un samurái que viaja con su hija pequeña ha abandonado todo uso de la violencia, representada en la figura de su vaina sin katana. Capturado como desertor, deberá salvar la vida en un periodo de tiempo solo si consigue hacer reír al príncipe o de lo contrario, tendrá que cometer seppuku.
O un “rara avis” como es HANA (2006) de Hirokazu Koreeda, donde a través de un joven samurái que reniega de su misión, lanza un mensaje a favor de la vida, enfrentado así una de las principales tramas de los chanbara, la venganza.
Para terminar, otra de esas “miradas extrañas” sobre el género es la reciente KUBI (2023) de Takeshi Kitano, donde, comentando los eventos del periodo Sengoku y los últimos días de Oda Nobunaga, desmitifica con su personal sentido del humor la figura de los samuráis.
La sombra del emperador es alargada
Seguramente, si nos preguntaran por nuestras películas de samuráis favoritas, la mitad o gran parte de ellas serian obra del maestro Akira Kurosawa. Independientemente de los conocimientos sobre el género, Los Siete Samuráis, Yojimbo, Sanjuro, Trono de Sangre o incluso Rashomon, son películas que están presentes en el pensamiento colectivo a la hora de evocar la figura de un samurái, títulos impresos en mayúsculas en la Historia del Cine. Para demostrar esto he querido preguntar su TOP 5 a un divulgador y crítico de cine de la talla de Alejandro G. Calvo, a uno de los productores más importantes de este país, Enrique Lavigne y a los componentes de CineAsia, web especializada en el cine oriental e implicada en la organización y colaboración de festivales al respecto.
A continuación os dejo esas listas, algunas con cierta “trampa” o demostrando la personalidad rebelde, saltándose toda norma, como la de Enrique.
- TOP 5 DE ALEJANDRO G. CALVO: Los Siete Samuráis (1954) de Akira Kurosawa, Harakiri (1962) de Masaki Kobayashi, Trilogía Samurái (1954, 1955 y 1956) de Hiroshi Inagaki, Trono de Sangre (1957) de Akira Kurosawa y Ghost Dog, el Camino del Samurái (1999) de Jim Jarmusch.
- TOP ¿5? DE ENRIQUE LAVIGNE: Los Siete Samuráis (1954), Yojimbo (1961) y Sanjuro (1962) de Akira Kurosawa, Harakiri (1962) de Masaki Kobayashi, La Espada del Mal (1966) de Kihachi Okamoto, la serie de películas sobre Zatoichi (especialmente Zatoichi (1962) de Kenji Misumi y Zatoichi vs. Yojimbo (1970) de Kihachi Okamoto), la serie Lobo Solitario y Cachorro (1972-1974) de Kenji Misumi, Buichi Saito y Yoshiyuki Kuroda, Trilogía Samurái (1954, 1955 y 1956) de Hiroshi Inagaki, Lady Snowblood (1972) y Lady Snowblood (1974) de Toshiya Fujita, Goyokin (1969) de Hideo Gosha y Cuentos de una Mujer Yakuza (1973) de Teruo Ishii.
- TOP 5 DE CINEASIA: Los Siete Samuráis (1954) y Yojimbo (1961) de Akira Kurosawa, La Puerta del Infierno (1953) de Teinosuke Kinugasa, Zatoichi (2003) de Takeshi Kitano y Harakiri (1962) de Masaki Kobayashi.
Es increíble ver la coincidencia en muchas obras maestras y en cómo se pueden entender varias como una sola entidad. Tambien el hecho de la poca representación de películas occidentales o contemporáneas.
¿Cuáles serían esas otras que complementarían vuestras listas? ¿Quiénes serían aquellos otros directores y realizadores, no nipones incluso, que merecerían estar en ellas? Dejad las vuestras en los comentarios y gracias.
Referencias y agradecimientos
Alejandro G. Calvo (@AlejandroGCalvo)
Enrique Lavigne (@enriquelavigne)
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