Este artículo pretende evidenciar como la tecnología, los medios de transporte y comunicación influyen en los procesos de resocialización, asentamiento en la sociedad de acogida y los vínculos que se generan en la sociedad de origen y de acogida. Haciendo un paralelismo entre una misma migración, con sesenta años de diferencia, la mejora de las condiciones laborales, de los transportes, la invención de internet y la generalización del teléfono móvil son determinantes en el desarrollo de los proyectos migratorios.
Con una comparativa entre una migración real, que se llevó a cabo en 1946, y como hubiera sido el proceso si se hubiera realizado en la actualidad.
Los flujos humanos han sido una constante a lo largo de la historia, la historia de la humanidad es la historia de las migraciones, a menudo el estudio de las migraciones se lleva a cabo desde estudios estadísticos y conceptos sociológicos y la menor de las veces, paramos a observar cómo viven estas personas la relación entre las sociedades de origen y las sociedades de acogida. La mayoría de las veces asociamos el concepto “migración” al traslado de un país a otro, olvidando a los migrantes que se trasladan dentro del mismo país, por diversas motivaciones. Igualmente, se obvia, como en menos de un siglo, estos movimientos migratorios han sido modificados gracias a la implantación de las nuevas tecnologías desarrolladas en los ámbitos de la comunicación y el transporte.
Como soy de la firme convicción que la historia la construimos cada uno de nosotros, aquí dejo dos historias entrelazadas con una diferencia de 60 años entre cada una de ellas.
A finales de 1946, Vicente toma la decisión de partir de su localidad natal, Tomelloso (Ciudad Real), hacia Rota (Cádiz), para comenzar una nueva vida a unos 500 kilómetros de distancia, a los pocos meses, su esposa y sus dos hijos, de tres años el primero y de tres meses el segundo, se trasladan con él dejando atrás la meseta manchega para llevar a cabo un nuevo proyecto de vida en la costa gaditana, donde terminarían naciendo los tres hijos más pequeños del matrimonio. Nunca renunciarían a sus orígenes, siendo apodado en su nuevo hogar como Vicente “El Tomelloso”.
En una España, donde el índice de analfabetismo era muy superior al actual, y teniendo en cuenta que Vicente sabía leer y escribir correctamente, desconozco si los familiares que quedaron en Tomelloso estaban alfabetizados, la correspondencia postal sería exigua.
Las visitas a su localidad natal, se reducían a una vez al año (y no todos los años), cuando, por motivos de las fiestas del pueblo, a finales de agosto, Vicente, junto a toda su familia, tomaban un tren, que tardaba unas veinticuatro horas en hacer el trayecto, para llegar con las caras tiznadas por el carbón, a pasar unos días de fiestas donde encontrarse con viejos amigos y visitar a la familia.
José, el único hermano de Vicente, también migró, en este caso a Jaén, y el contacto entre ambos fue escaso, manteniéndose interrumpido, entre ambas familias, cuando José murió.
Cuentan, que cuando Vicente, tomaba alguna copa de más, en sus días libres, lloraba amargamente nombrando a su madre, a la que echaba infinitamente de menos. En un tiempo, donde los tatuajes no eran de uso común, Vicente contaba con uno pequeño, donde podía leerse “Pepa” haciendo honor al nombre de su madre, que quedó en Tomelloso y de la que no tenemos más noticias.
Con el paso de los años, y una vez que fallecieran Vicente y Encarna, su esposa, los hijos de éstos mantuvieron un contacto esporádico con algunos familiares que quedaban en Tomelloso.
Si Vicente hubiera migrado sesenta años más tarde, sus visitas a su localidad natal hubieran sido más frecuentes, la reducción de las distancias gracias a la mejora de las comunicaciones, hubiera hecho posible, que viajara cada vez que contara con algunos días libres, pudiendo visitar a su familia, y no hubiera perdido el contacto con sus amistades de su localidad natal, el trayecto se ha reducido en este tiempo de 24 horas en tren de carbón a cinco horas de viaje en coche, pudiendo llegar a la hora de comer con la familia.
Del mismo modo, habiendo migrado en el siglo XXI, Vicente hubiera echado de menos a su madre, pero en vez de llorar amargamente, solo hubiera tenido que echar mano del teléfono para hablar con ella cada noche.
Del mismo modo que hubiera podido ir a Tomelloso, hubiera podido visitar a su hermano en Jaén, aunque solo fuera para pasar unas horas juntos, la distancia actual puede recorrerse en tres horas y media en coche.
Los hijos de Vicente, en el siglo XXI, podrían haber tenido una relación más cercana, con sus primos manchegos, manteniendo contacto regular, o al menos podrían haber tenido la oportunidad de hacerlo cada vez que lo deseasen.
Las nuevas tecnologías, no solo han disminuido la percepción del espacio, acercándonos a aquellos que están lejos, sino que la revolución de las tecnologías (teléfono e Internet) han facilitado la comunicación obviando las distancias, posibilitando que las relaciones sociales no desaparezcan e incluso afianzándolas a falta de contacto físico para poder establecerlas. Del mismo modo, la mejora en las condiciones laborales alcanzadas en estos años, hacen posible el disfrute de vacaciones remuneradas así como una mejora sustancial en los salarios de la clase trabajadora.
Como dice Benjamín Prado en su poema “Escribir es hacer que hablen las estatuas” (2023:97): “quien hace del pasado un paraíso//convierte su presente en un infierno”[1] por lo tanto, cada vez que se romantice el pasado debemos ser conscientes de lo que hemos avanzado en derechos, libertades, oportunidades… que cualquier tiempo pasado no fue mejor, y que a pesar de no percibir los cambios que se producen porque nosotros cambiamos al mismo tiempo que la sociedad, éstos están ahí para hacernos la vida más fácil, o al menos, menos dura. Las personas que migran deben, entre otras circunstancias, atenerse a los avances tecnológicos de la época que le ha tocado vivir, para no perder los vínculos que los unen a su localidad de origen y a las personas que quedan allí, a las que quieren, e irremisiblemente echan de menos a diario.
“La tecnología es mejor cuando reúne a la gente”
Matt Mullenweg
[1] PRADO, B. (2023): Paradero Desconocido. Madrid. Editorial Visor de Poesía.
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