Si bien en los países desarrollados, la migración del campo a la ciudad ha terminado, en los países en vías de desarrollo la migración campo- ciudad sigue dándose. En el caso de México, la migración es constante. La movilidad de personas se da tanto dentro como fuera del país.
Durante años, los pueblos indígenas, pasaron desapercibidos, estuvieron en el olvido. El gobierno se acordaba de ellos solo cuando se interponían en medio de algún proyecto, que por lo general incluía quitarles sus tierras.
El campo sufre abandono desde hace años, en cuanto al cultivo de maíz y otros productos. El pequeño productor solo siembra y cosecha para el consumo propio ya que no puede competir con los precios de las grandes empresas que explotan el campo.
La migración campo -cuidad sigue hoy en día. La mayoría de la gente se concentra en las grandes ciudades. Si uno ve la Ciudad de México desde el aire, parece no tener fin. En algunos puntos se une con los Estados colindantes. Podríamos pensar que esa inmensa cuidad es cosmopolita y que la diversidad es bien aceptada. Nada parecido a eso ocurre, ahí cada uno tiene su sitio en la escala social y si bien en los últimos años los movimientos indígenas han dado visibilidad a sus pueblos, la discriminación se sigue dando.
En los últimos años el gobierno ha desarrollado proyectos, como ferias y exposiciones para dar importancia a lo indígena, se hacen mercadillos, conciertos, talleres. Aunque hay una buena participación y aceptación todavía se esta muy lejos de aceptar lo diferente como parte de lo propio.
Conocí a Juan Sant, por medio de otro amigo. Juan es de una comunidad indígena que conserva su lengua propia. Es una comunidad en la que los jóvenes en cuanto terminan la secundaria migran a la cuidad buscando mejorar su vida. Me contó Juan que los hombres nunca hablan de discriminación, las mujeres sí, pero los hombres no.
En el caso de Juan, sufrir discriminación por ser indígena, lo llevó a alzar la voz por medio de la música, sus letras son una denuncia y a la vez hablan del orgullo que siente al ser diferente.
Como el trueno quiero sonar en los caminos, montes y ciudades.
En el cielo quiero volar, como vuelan los buitres, como nube en el aire, como nubes anunciando la lluvia detrás de cerros grandes.
Así me aproximo, escupo lo que siento, lo que yo canto es lo que vivo…
Juan Sant
No conocía la palabra racismo, pero sabía que no me gustaba como me trataba la gente.
Mi nombre es Juan Santiago Téllez; nací el 27 de junio de 1984 en el Terrero Pantepec Puebla, México. Soy el menor de cuatro hermanos. Mi lengua materna es el tutunako.
Mis primeros recuerdos son con mi madre en la milpa, en mi comunidad las mujeres y hombres trabajan en la milpa sembrando maíz, frijol y chile. Los niños en cuanto pueden ayudan en la milpa. Mi madre me llevaba cargado en su rebozo, trabajaba conmigo a la espalda o me dejaba bajo la sombra de un árbol, desde ahí la veía trabajar junto a mi padre, recuerdo a mi padre escuchando música mientras trabajaba, se llevaba un radio con pilas; escuchaba corridos y huapangos. Esas fueron las primeras palabras en español que escuche, pero no lo hablé hasta que fui a la escuela, cuando tenía cuatro años. En mi casa hablábamos en tutunako y mi papá nos enseñaba algunas palabras en español, él lo aprendió escuchando radionovelas y escuchando música.
Los momentos más bonitos que recuerdo, son con mi mamá, me contaba cuentos que le había contado mi abuelo.
Cuando fui a la escuela, el maestro solo nos hablaba en español y fue difícil, porque no entendía la mayoría de las palabras, pero con el tiempo aprendí a hablar español. Aunque no lo suficiente, de eso me di cuenta cuando llegue a la Ciudad De México y no entendía muchas cosas, sobre todo porque en mi pueblo no había todas las cosas que en la ciudad. Por ejemplo; nuca había escuchado la palabra encendedor (mechero), no sabía lo que era, en mi comunidad no se usaban. Y así con muchas cosas más.
Estudié hasta la secundaria en mi comunidad, mientras estudiábamos, los días libres nos íbamos a trabajar a la milpa. A la edad de siete años, mis padres me dejaron solo en mi casa y ellos se fueron a trabajar a otro lugar y solo me iban a verme cada quince días. Pero cuando salí de la secundaria, estuve con ellos seis meses seguidos día y noche, fueron meses especiales. En mi comunidad la mayoría de los jóvenes en cuanto terminan de estudiar se van a trabajar a la ciudad, las muchachas trabajan limpiando casas y los hombres en diferentes cosas. Regresan al pueblo en fechas especiales, a pasar navidad o al carnaval. Cuando regresan llevan fotos de los lugares donde estuvieron. Escuchaba a las muchachas hablar de lo mal que las trataban las señoras para las que trabajaban, se sentían humilladas. Nunca escuché a un hombre hablar de eso, creo que entre hombres no se habla porque tenemos que aparentar ser bien hombres.
Cuando era pequeño, en el pueblo jugábamos a las canicas, trompos y baloncesto. Recuerdo con alegría y miedo el carnaval del pueblo. Mi pueblo esta rodeado de cerros y a las faldas de estos, está el pueblo, en carnaval los pueblos cercanos llegaban con sus cuadrillas de danzas, los huehues y diablos. Recuerdo que una mañana sonaban los tambores y se veían bajar de los cerros los huehues con sus máscaras de colores, eran como ochenta, y entraban al pueblo molestando y asustando a los niños, lo recuerdo como una pesadilla. La gente del pueblo también participa en las danzas, todos bailan, hombres, mujeres y niños. Algunos hombres se disfrazaban de mujeres. Este carnaval es para pedirle a los dioses que haya buena cosecha, es una fiesta muy antigua.
A finales del 1999, mi cuñado me dijo que me fuera con el a la Ciudad de México, que ya tenía un trabajo para mí. Mis padres primero se enojaron, no querían que me fuera, pero yo si quería, mi hermano estaba enfermo y tenia que ayudar a mis padres y tenía curiosidad de saber cómo era la ciudad. Recuerdo que cuando me fui, mi mamá se quedó llorando y yo sentí tristeza de verla, de dejar mi pueblo; los últimos meses me había acostumbrado a estar con ellos. Caminamos tres horas para tomar el autobús. En mi comunidad no había teléfono, no hablé con mis papás hasta un año después cuando regresé.
Llegué a la Ciudad de México el 1 de enero de 2000. Cuando llegué a la Ciudad de México me sentí triste, me quería regresar. Llegamos a un barrio de la periferia, no era como en las fotografías. Ahí vive la mayoría de la gente que migra de los pueblos, porque la renta es barata. Ahí la gente no me veía mal, todos éramos iguales, gente de muchos lugares, pero pues me sentía fuera de lugar. Cuando fui la primera vez al centro de la ciudad, sentí por primera vez como veía la gente, sentí el rechazo por ser indígena.
El primer trabajo que tuve fue en una tortillería, ahí trabajaba de lunes a domingo, trabajaba desde temprano hasta tarde, me pagaban doscientos pesos a la semana (8 euros). El dueño de la tortillería era un señor, bueno yo lo veía como un señor, yo tenía quince años y él tendría como veintiséis. Pensé que me enseñaría cosas, pero no, fue todo lo contrario, me trataba mal, me insultaba porque yo no sabia lo que eran las cosas, yo hablaba español, pero no conocía muchas cosas, ni sabía que existían, y él se enojaba. Nunca le conté a nadie como me trataba, yo no conocía la palabra discriminación, solo sabia que me estaban tratando mal, por no conocer las cosas.
Después me busqué otro trabajo, en otra tortillería, la dueña era una señora que tendría la edad de mi mamá y yo pensé que, al ser una señora, me iba a tratar mejor. En mi pueblo o al menos en mi casa, las mujeres son más comprensivas y cariñosas con los hijos, que los papás. Pero fue igual, esta señora había nacido en la Ciudad de México y yo pues era de pueblo, me trató mal.
Así fui trabajando en diferentes cosas y aprendiendo más. Un día, iba caminando y pasaron unos cholos en un carro, iban escuchando una canción que no había escuchado nunca y me gustó. Me fui a buscar en un puesto de caset, pero no la encontré. Después ahí mismo en el barrio donde vivía, en Ecatepec, me empecé a juntar con unos cholos, ellos escuchaban rap y me regalaron un copilado de canciones y ahí venia la canción que había escuchado, era del rapero Eminem, Stan, también empecé a escuchar letras de Control Machete. Desde ahí me empezó a gustar el rap. Ponía ese caset diario y me iba a buscar en los puestos esa música.
En el 2003 vi una película que se llama Ocho Millas, de Eminem y empecé a entender más lo que era el rap, me di cuenta de que escribían sus vivencias y que era una forma de hacer denuncia. Entonces pensé que yo podía hacer lo mismo. Al principio seguí en mismo patrón de las letras del rap, empecé a imitar a mis artistas favoritos, también busqué revistas que hablaban del tema. Encontré una revista española de hip hop, ahí venían referencias de lo que es el rap, y eso reforzo mi idea de lo que tenía que hacer y lo que no.
El rap es como una competición, demostrar cosas que solo tú sabes hacer, y yo lo que sabía hacer era hablar en otra lengua y los demás no, empecé a meter palabras en tutunako.
En mis letras empecé a meter cosas que me disgustaban, con las que no estaba conforme, por que a mí me trataban así por ser indígena. Ya había letras que hablaban de discriminación por la forma de vestir, por ser de barrio. Pero no se hablaba de la discriminación hacia las personas que son de alguna comunidad indígena.
En el 2006 empecé a hacer un demo y lo terminé en el 2008. En esas letras metí palabras en totonaco. Empecé a crear un estilo propio. En el 2009, escribí la canción: Somos. Es la primera que lleva más de treinta segundos en totonaco. En mi barrio había varios raperos y nos juntamos para hacer un compilatorio de canciones, fueron un total de treinta y desde ahí seguimos.
Todo lo que grabamos lo pagamos de nuestro dinero, organizábamos eventos y nos apoyamos entre todos. Unos sabían una cosa y otros otras y así nos fuimos haciendo de nuestras cosas y armamos todo.
La música es mas bien complicada porque muchas veces tenemos que elegir entre trabajar para vivir o hacer música.
Actualmente somos tres los que hacemos los vídeos, los tres somos independientes. No tenemos ninguna asociación.
Cuando vimos que a la gente le gustaba nuestra música, hicimos un disco que se llama: El Ego De Un Indio, regalamos todos los discos. Yo tenía que decidir ayudar a mis padres o la música. Decidí dejarlo, pero un amigo que estaba haciendo su tesis me invito a participar, y luego me dijo que por qué no hacíamos una canción con un vídeo. Lo hicimos, lo subimos a YouTube y a los dos meses, me llamaron de la secretaria de cultura, y me ofrecieron participar en la feria de las culturas indígenas, me dieron cuarenta y cinco minutos para cantar. Así lo vuelvo a retomar y desde el 2015 para acá no hemos parado.
He regresado a mi pueblo a dar conciertos, a los jóvenes les gusta. A mis padres les gusta ver que hago lo que me gusta y he llegado a lugares que nunca pensé que llegaría.
Cuando canto en mi lengua me siento yo mismo, al cantar en mi lengua me siento más cómodo, porque es algo que traigo desde mi origen.
Iha`n ta lahui. Juan sant Mentenegra producciones
Average Rating