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“Está muerto y desaparecido. A su cabeza un césped verde hierba, a sus talones una piedra” 

William Shakespeare

 

Ha llegado una carta a París. Su origen no puede ser más exótico: Madagascar, tierra de piratas y lémures. La recibe el propio Napoleón III. La abre. La lee. Y la tira. Está escrita por un tal Rakoto, que se queja de las atrocidades de su madre para con, entre otros, los franceses de la isla.El último emperador de Francia bastante tiene con la que tiene en casa como para meterse en nuevos líos allí donde Cristo perdió la sandalia. Estamos en 1854, y lo mejor será empezar por el principio.

Ranavalona I antes de ser Ranavalona I

Nos movemos hasta Madagascar, unos años antes. Nos encontramos a un plebeyo informando a su rey de que una conspiración se cierne sobre él. La conspiración ha resultado cierta y el rey actúa en consecuencia. No deja títere con cabeza. Esta vez han estado cerca.

Llama de vuelta al plebeyo al que debe su trono y la vida. Quiere saber cómo recompensarle. El plebeyo tiene una hija: Rabodoandrianampoinimerina, Ramavo para los amigos. “Pues ya está”, dice el rey, “que se case con mi hijo”. El plebeyo quiere saber con cuál de ellos. “Con Radama, naturalmente”. Se acaba de llevar el premio gordo.

Pero, pese a que todo suena a cuento de hadas, nada más lejos de la realidad. Radama tiene un carácter impetuoso y violento. El matrimonio no tarda en convertirse en una pesadilla para Ramavo.

Por si esto fuera poco, cuando sube al trono bajo el nombre de Radama I, las cosas empeoran. Una de las primeras medidas que toma es la de eliminar a todo aquel que pueda aspirar a ocupar su trono. Y eso implica a los propios familiares de su esposa.

Ramavo ya destaca por su inteligencia y paciencia. La venganza es un plato que sirve frío y “Bloody Mary” está soplando.

La segunda medida que toma Radama I es abrir Madagascar a occidente permitiendo que comerciantes (principalmente británicos y franceses), accedan a la región. Los británicos no tardan en utilizar la medida para influir en el territorio.

A todo esto, se le añade que su esposa no ha conseguido aún darle un descendiente, por lo que la excluye de la línea sucesoria y elige a su propio sobrino para sucederle.

Pero mientras esto pasa Ramavo no se queda de brazos cruzados: ha ido reuniendo para su causa a fieles partidarios entre las clases nobles y el ejército. La venganza acaba de comenzar.

Así llegamos hasta 1828. El rey, Radama I, acaba de fallecer en extrañas circunstancias. Bueno, quien dice en extrañas circunstancias dice envenenado por su esposa. Viene a ser lo mismo. También da un golpe de estado con el apoyo que se ha ido ganando todos estos años. Acaba de nacer Ranavalona I: la última reina de Madagascar.

La Calígula de Madagascar

Gobernaré para la buena fortuna de mi pueblo y la gloria de mi nombre. No adoraré a ningún Dios más que a los de mis antepasados. El océano será el límite de mi reino y no cederé ni el grosor de un pelo de mi territorio”.

Con estas credenciales se nos presenta ante su pueblo, y siguiendo la tradición de su predecesor, lo primero que lleva a cabo es una purga para acabar con todo aquel que pueda suponer una amenaza a su trono. Y qué mejor modo que empezar con toda la familia de su difunto esposo. Todos sabemos que las relaciones con la familia política son, en ocasiones, un tanto complicadas y qué mejor modo que cortarlas de raíz. Esto incluye al sobrino designado como heredero. Eso sí, lo último que pretende es derramar sangre azul (que aquí una es despiadada, pero tiene sus principios), por lo que los parientes regios mueren estrangulados o encadenados hasta que mueren de hambre. Limpia y efectiva.

Lo segundo que hace es deshacer aquello que hiciera su marido: se aferra a las raíces culturales del pueblo malgache llevando a cabo una política aislacionista respecto a Europa y eliminando los acuerdos que se habían firmado con Francia e Inglaterra.

Con todo este caldo de cultivo focaliza todos los problemas de su pueblo en un único punto: el cristianismo.

La reina desatada

Así se inicia una cruzada religiosa contra el enemigo occidental. Expulsa a los misioneros cristianos y prohíbe la religión que su difunto esposo había asumido como oficial. Ya se sabe: París bien vale una misa.

Y, hay que ir un pasito más allá, por lo que en 1835 dictamina que cualquier converso o sospechoso de profesar esa maldita fe del demonio… ¡caput!

Estos son colgados boca abajo sobre precipicios hasta que las cuerdas ya no pueden soportar el peso y se deshacen. Otra forma es enterrarlos en agujeros con agua hirviendo. Por las venas de estos ya no corre sangre noble y no es necesario andarse con remilgos.

Si hay dudas sobre la culpabilidad del juzgado tiene su propio modo de salir de dudas, que nadie vaya diciendo por ahí que bajo su reinado no hay presunción de inocencia; les hace beber veneno y comerse tres pieles de pollo crudas. Si la persona finalmente fallece ¿qué duda cabe ahora de que resultó ser culpable?

Pues así hasta los 150.000, que son las cifras que se manejan en este genocidio. Hay un momento en el que es temida por sus propios seguidores. Del estrés de los europeos que quedan en el territorio mejor ni hablar.

Así llegamos a 1854. La dichosa carta. La excusa perfecta para terminar de expulsar a los últimos franceses y británicos que quedan (y de paso confiscar sus bienes). Y ya que nos ponemos a unos cuantos locales también, no sea que también hayan hecho algo.

Fuera de su territorio ya es conocida por todos como “la Calígula del Madagascar”.

Ranavalona I cuando deja de ser Ranavalona I

La reina fallecería en 1861. En su honor 12.000 cebúes fueron sacrificados y su carne distribuida para deleite de sus súbditos. Se declaró un periodo de duelo oficial de nueve meses, no fuera que a los malgaches les diera por celebrar y todo se fuera de madre.

Durante el funeral una chispa prendió por accidente un barril de pólvora cercano y al explotar se llevó por delante a cuantos andaban por allí. Cuenta la leyenda que el Cid fue capaz de ganar una batalla una vez muerto, la reina de Madagascar se llevó a gente por delante hasta en su propio funeral. Aquí cada uno fiel a su estilo.

Por cierto, a la última reina de Madagascar le sucedió Rakoto, su hijo, nacido durante su reinado. El de la carta a Napoleón III

Rubén Blasco

Rubén Blasco

Referencias

abc.es

elmundo.es

culturizando.com

wikipedia

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