En unos días se cumplió un año del inicio de la pandemia en España. Aún tenemos el recuerdo del confinamiento que marcó nuestras vidas.
Si alguien habla del confinamiento, viene a mi mente mi habitación, donde guardé cuarentena para no contagiar a las personas que vivían conmigo en ese momento, viene a mí la imagen de la habitación diminuta, con una ventana pequeña que daba al patio interior; recuerdo la canción de RESISTIRÉ, a mi vecino tocándola con el saxofón (soy incapaz de volver a escucharla) me produce una angustia terrible. Recuerdo los mensajes de mis amigas, de mis compañeras de trabajo, mensajes de aliento, de desesperación. Compartíamos la angustia, el miedo a lo que estaba pasando, nos dábamos ánimos, hablábamos de nuestra familia en nuestro país de origen. pero sobre todo hablábamos de nuestro trabajo, de la incertidumbre de no saber que pasaría.
A mi mente venían imágenes del 8M, estuvimos trabajando para asistir a la manifestación un buen número de mexicanas. Hasta el último momento esperamos para ver si cancelaban la manifestación, y como seguía adelante, fuimos. Fue precioso, lo vivimos de una forma especial. Habíamos decidido ir en grupo, con una sola temática, pero cada una con pancartas donde a título personal reivindicábamos algo.
En algún momento de la marcha coincidimos con el colectivo de las trabajadoras del hogar. Mujeres en su mayoría migrantes, que luchan por conseguir ser visibles, tener los mismos derechos que las demás trabajadoras (ellas no tienen derecho a paro) entre otros derechos a los que no tienen acceso por ser trabajadoras del hogar. Me siento identificada con su lucha, porque al igual que ellas, yo soy mujer, migrante y trabajadora del hogar. Se lo es que es ser indispensable en una casa y al mismo tiempo ser invisible.
Los primeros días del confinamiento fueron de incertidumbre para muchas trabajadoras del hogar. Las chicas con las que he formado un grupo y una preciosa amistad, hablábamos de lo que estaba pasando. Una chica nos dijo que a ella le habían dicho que no fuera al trabajo, pero no sabía si le iban a pagar el mes o solo los días trabajados. Otra nos dijo que ella estaba de interna, le habían dicho de se fuera a hacer el confinamiento a la casa donde trabajaba, porque los empleadores, tenían que teletrabajar y no podían con los tres niños. Otra chica nos dijo que a ella le habían pagado los días trabajados y le dijeron que ya le llamarían (ella no tiene papeles). Otra más nos contó que a ella le dijeron que no se preocupara, que se quedara en casa y que le pagarían el tiempo que durara el confinamiento. Pero todas coincidíamos en que no sabíamos que nos esperaba.
Una chica nueva en el grupo y que tenía poco tiempo que había llegado a España nos dijo; ojalá no me corran del trabajo, yo estoy contenta, porque mi señora casi no me grita.
En los medios de comunicación mucho se habló de los que estaban luchando en primera línea contra el virus y solo semanas después de hablo de los que estaban detrás, casi invisibles. Trabajadores de supermercados, limpiadoras, operarios de transportes, trabajadoras del hogar, cuidadoras de personas dependientes. Cuando se alababa el teletrabajo, no se dijo que detrás de esas personas que teletrabajaban, estábamos las trabajadoras de hogar, cuidando los niños, cuidando de los padres, yendo al supermercado a hacer fila para llevar la compra a la casa donde trabajábamos, intentando tener el máximo cuidado. El trabajo de duplicó, ya no solo era limpiar y cuidar, era cuidar ocho o doce horas a los niños, y limpiar y desinfectar sin parar todo. El trabajo aumentó para las trabajadoras del hogar, pero el sueldo siguió siendo el mismo.
Aunque el confinamiento era obligatorio, muchas trabajadoras del hogar regresaron a su trabajo a los quince días, se quedaron como internas, era eso o perder su trabajo. Muchas lo hicieron empujadas por el amor y el cariño que le tienen a los niños o adultos mayores que cuidan. Elsa (nombre ficticio) me dijo: no puedo dejar a la señora sola con los dos niños, ella tiene que trabajar y no puede con todo. Ella dejó a sus hijos con su madre y se fue de interna.
Tania (nombre ficticio) me dijo: ya no aguanto más, tengo que ir y hacer fila en el supermercado, tengo que tener limpia la casa, cuidar los niños. Y a la hora de comer, ellos comen primero y luego me dicen, ahí si quiere coma algo. Luego decían entre ellos, ya se terminó tal cosa, hace falta tal cosa en la nevera. Yo me siento mal y no como, casi nada.
La situación más precaria fue para las trabajadoras del hogar que no tienen papeles y cuidaban personas mayores. Lucia me dijo: la hija de la señora que cuido me dijo que ya no vaya, porque voy en el metro. Me pagó mis horas trabajadas y nada más. Del otro trabajo lo mismo, que ya no vaya. Ella estuvo intentando acceder a algún tipo de ayuda económica, pero al no tener papeles no pudo conseguir nada. Me dijo: estoy yendo a hacer fila para que me den al menos para comer.
Cuando por fin se pudo ir a trabajar, claro con un justificante (las que no tienen contrato, no podían tener ese justificante) las trabajadoras que habían estado en confinamiento en casa se encontraron al regresar al trabajo con nuevas formas de precarización. Se les exigían el uso de mascarilla y guantes, costeadas por ellas mismas (una mascarilla costaba casi dos euros)
Me siento, me dijo Tania, como una apestada, la señora me dijo que tengo que llevar ropa y cambiarme al llegar, que me ponga mascarilla y guantes, que no deje que los niños se me acerquen, me dio mi plato y mi vaso, me dijo que no use los demás. Me hace meter mis zapatos y bolso en una bolsa de basura y solo los puedo sacar cuando salgo de su casa. Pero ellos se van a dar paseos, uno sale que, por el pan, el otro que por otra cosa y entran y salen porque dicen que no aguantan el encierro.
Las que habían estado internas, se encontraron nuevamente con un cambio; mi jefa me dijo que no quiere que vaya a mi casa, porque tengo que venir en metro todos los días. Yo le dije que quiero ver a mis hijos, me dijo que lo ve peligroso porque les puedo traer el contagio a ellos. Me dijo que ella necesita una interna. Yo le dije que mi contrato dice que yo soy rabajadora externa y me dijo que hay muchas sin papeles que por ochocientos euros trabajan de internas.
También hay que decir que hubo empleadoras que se portaron como debe ser. Tú eres mi empleada y yo tengo que cuidarte le dijeron a Alicia, tu quédate en tu casa, no te preocupes por el sueldo. Al volverse a incorporar le dijeron, aquí somos una familia y somos conscientes que nos podemos contagiar en cualquier lado y en cualquier momento, vamos a guardar las medidas necesarias, pero seguiremos en la medida de lo posible como siempre. Le proporcionaron mascarillas y le propusieron ir por ella todos los días y llevarla de nuevo a su casa.
Después del largo confinamiento, cuando parecía que todo se normalizaba, llegó el verano. La mayoría de las empleadas del hogar, se guardan las vacaciones para ir a su país. Muchas de ellas no saben lo que es ir de vacaciones dentro de España. Se consiguen un trabajo para el verano. Esperan años para poder visitar a su familia, sus padres, sus hijos que dejaron en el país de origen.
Mi señora me dijo que no tengo vacaciones este año, porque estuve sin trabajar en el confinamiento.
Mis jefes me dijeron que ellos necesitan desconectar y que no me dan vacaciones, me tengo que ir con ellos de veraneo a cuidar los niños.
Mi jefa me dijo que la ha pasado muy mal en el confinamiento, que no me va a dar vacaciones, que me van a llevar con ellos a cuidar la niña.
La hija de la señora que cuido me dijo que ya me agarré los días de vacaciones en el confinamiento, ellos se van de vacaciones y no se pueden llevar a la abuela, yo me tengo que quedar a cuidarla.
Yo le dije señora, entonces págueme mis vacaciones y yo le trabajo. Ella me dijo ya te pagué los meses de confinamiento y no te di de baja en la seguridad social. Ella no paró de reclamar lo que por derecho le correspondía, en septiembre de 2020 al regreso de las vacaciones en el que estuvo un mes sin coger un solo día de descanso, la despidieron. Se quedó sin trabajo, sin derecho a cobrar el paro o alguna prestación, pese a que lleva cotizando a la seguridad social quince años.
Las mujeres trabajadoras del hogar en muchos casos son invisibles, sin embargo, esta pandemia demostró que son indispensables, que sin ellas muchos no hubieran podido teletrabajar. Las mujeres trabajadoras del hogar son el segundo sector esencial más afectado por COVID. En cada desplazamiento hay más riesgo de contagio ya que van en metro y autobús, además son las que van a supermercados, llevan y recogen a niños del cole, los llevan a parques y en muchos casos los llevan las fiestas de cumpleaños. Llevan a los adultos mayores que cuidan al médico, a terapias, rehabilitación etc.
Nosotras no sólo cuidamos a sus hijos o padres, no sólo les limpiamos la casa, nosotras les damos el cariño y el amor a esos niños, los educamos, les enseñamos nuestros valores. A los abuelos que cuidamos, les damos el amor y la compañía que sus familiares no les dan. Pero eso a nosotras no nos lo pagan, a nosotras nos ven como a unas ignorantes, carentes de sentimientos. No se dan cuenta que estamos cuidando esos niños que serán futuros adultos y que estamos acompañando en sus últimos días a los abuelos. (A La Deriva)
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