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La condena al rapero Pablo Hasel ha provocado manifestaciones multitudinarias en ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia, entre otras, a favor de la libertad de expresión y en contra de la represión de aquellos que han denunciado los desmanes de instituciones como la monarquía.

Dichas manifestaciones se han visto enturbiadas por actos vandálicos y robos a distintas tiendas de alta gama, ejerciendo una violencia que ha sido condenada por todos los agentes sociales. Los medios se han apresurado a buscar “culpables” de dichos actos y pronto han dirigido el objetivo a colectivos “anarquistas, antifascistas y antisistemas”. Igualmente, los antidisturbios se han encargado de “pacificar” las protestas repartiendo estopa a todas aquellas personas que se encontraban a su paso, hemos podido ver como pegaban a personas que pasaban por la calle, que estaban desarmadas y que no mostraban ninguna actitud violenta.

Son dos factores los que vamos a analizar en este artículo. En primer lugar que existe un violencia justificada socialmente y otra que no lo está. Una de las características de los Estados modernos es su capacidad para ejercer la violencia con el objetivo de restablecer el status quo establecido, y para eso utiliza la fuerza necesaria, solo ejerciendo un exceso de fuerza puede demostrar su capacidad para reconducir la situación al camino previamente establecido.

Los actos vandálicos cometidos contra el mobiliario urbano solo pueden ser explicados como muestra del hartazgo de los que lo cometen. Los atentados contra tiendas de alta gama pueden tener una lectura algo más compleja. Estas marcas representan un símbolo de una clase social a la que los manifestantes consideran responsables de su situación y por lo tanto objeto de su ira, igualmente puede ser una respuesta a la violencia con las que estas marcas (a través de trabajo en régimen de semi-esclavitud en países del tercer mundo) han llegado a enriquecerse. Los robos no son más que daños colaterales donde los ladrones han aprovechado para “pescar en rio revuelto”.

En segundo lugar, es de destacar lo fácil que es etiquetar a “grupos de extrema izquierda” como responsables de los destrozos, sin que ninguna organización haya reivindicado los hechos. Es fácil señalar a una corriente ideológica como responsable de algo, pero la violencia sin sentido, sin estar dirigida a un fin y sin un planteamiento previo nunca ha sido una de las estrategias de ningún grupo de izquierdas que haya estado medianamente organizado. Sin embargo, todos parecen asumir que las tesis de los “violentos de extrema izquierda” son los responsables de la violencia, no existe ninguna prueba de que esto sea así. Igualmente podríamos decir que los responsables de los disturbios en Cataluña son aficionados del Barcelona o que son los jóvenes quienes tienen la culpa. Sin embargo es fácil culpar genéricamente donde no existe una organización estructurada, donde no hay portavoces que expongan sus reivindicaciones, etc. Por lo que llego a la conclusión que los actos violentos son producto del hartazgo generalizado dentro de una capa de la población.

Desde que en el siglo XIX los grandes terratenientes jerezanos se inventaran a la Mano Negra para ajusticiar a los líderes obreros de la comarca, el sistema de intoxicación no ha cambiado.

“La realidad verdadera no es nunca la más manifiesta”

Claude Lévi-Strauss

Manuel Carmona

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