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El modo de vida de los hadzabé ha cambiado menos que el de otros pueblos. Pero este hecho no tiene por qué convertirlos en “primitivos”, “paleolíticos” o “prehistóricos”. Cuando se afirma que sus costumbres apenas han cambiado durante miles de años, se contribuye a verlos como congelados en el tiempo, como protagonistas de una foto fija en la que no han intervenido nunca procesos ni dinámicas que les hayan afectado. Son considerados por algunos como fósiles vivientes, lo cual los sitúa en una situación vulnerable o incluso en un estatus de inferioridad dentro de este mundo jerárquico que hemos construido. Parece que los occidentales nos hubiéramos estancado en una postura colonialista sincrónica para referirnos a esos “otros”, a la gente sin historia de la que hablaba Eric Wolf en su obra.

Los hadzabé son un grupo étnico de Tanzania central, que vive en los alrededores del Lago Eyasi (al que ellos llaman Balangida). Este lago se encuentra al este del Valle del Rift, en las proximidades de la llanura del Serengeti. La palabra hadzabé es el plural de hadza, aunque es habitual encontrar escrito “los hadza” a modo de abreviatura.

La idea de poder visitar una familia de la comunidad hadzabé no es algo fácil de asimilar. En nuestro viaje a Tanzania en noviembre de 2014, visitamos la zona del Lago Eyasi. Aún no habían llegado las lluvias, por lo que el lago estaba bastante seco. A medida que nos acercábamos al territorio de los hadzabé, el entorno era cada vez más árido, aunque con arbustos (oldupai, acacia, aloe vera) y árboles como el baobab.

Será difícil olvidar la primera vez que vimos a miembros de esta etnia alrededor del fuego bajo un abrigo rocoso, ataviados en parte con pieles de babuino y muchos sin calzado.

Durante el tiempo que estuvimos con ellos, nos mostraron cómo era su forma de vida. Su economía se basa en la caza y la recolección. Existe una marcada división sexual del trabajo: los hombres se dedican a cazar; las mujeres a la cría de los hijos, a recolectar tubérculos, raíces y frutos, y en ocasiones a cocinar. No obstante, la recolección de la miel es llevada a cabo por los hombres. En la economía de algunos hadzabé también hay sitio para la venta de artesanía: las mujeres venden collares, pulseras… y los hombres ofrecen arcos y flechas de distintos tamaños. En algunas regiones del Lago Eyasi, viven también del turismo, mostrando a los visitantes cómo cazan, qué recolectan o cómo hacen fuego.

 

El área que visitamos es una zona sin demasiados recursos. Hay pocas opciones de caza, por lo que se ven obligados a desplazarse alrededor de 30km para conseguir presas grandes. Es posible que se ausenten de su hogar durante 3 días. A veces, en lugar de arrastrar un animal de gran tamaño hasta el campamento, el campamento entero se desplaza hasta el despojo. La dieta es esencialmente vegetariana: el 80%-85% corresponde a vegetales que consiguen las mujeres. Los estudios del antropólogo Frank Marlowe han demostrado que las bayas constituyen el 17 % de la comida llevada a los poblados hadza, una contribución en calorías aproximadamente equivalente a la de la carne que proporcionan los cazadores. Aunque las piezas de caza mayor son muy codiciadas, los cazadores optan a menudo por animales menores, como dik-diks, aves y lemúridos, aunque aborrecen las serpientes. Los hadzabé, como muchos cazadores-recolectores, siguen hoy una dieta más estable y variada que la mayoría de los ciudadanos del mundo. Disfrutan de mucho tiempo de ocio. Se calcula que «trabajan» (buscan alimento activamente) de cuatro a seis horas al día. Y apenas han dejado huella en el paisaje.

Normalmente son monógamos y las familias son habitualmente endogámicas. No están muy de acuerdo con el matrimonio entre familiares cercanos, pero no son estrictos en las normas. Prefieren casarse entre primos segundos y también se permite la poliginia. Se ha hablado incluso de poliandria, pero parece ser que esto se ha relacionado más con la existencia de 2 ó 3 pretendientes de una mujer joven estando aún soltera. Aunque no es una regla obligatoria, suelen practicar el levirato: cuando un hombre muere, su hermano ha de casarse con la viuda y cuidar de sus hijos adoptando el rol de padre. Cada grupo está formado por unos 20 ó 30 miembros. Y, según nos indicó nuestro intérprete, Gaspar, alrededor del Lago Eyasi hay en total unos 500 hadzabé que continúan manteniendo el modo de vida tradicional. Los campamentos hadza son colectivos abiertos de familiares consanguíneos y políticos, y amigos. Cada campamento tiene unos cuantos miembros centrales y la mayoría va y viene a voluntad.

Se trata de una sociedad sin escritura que transmite sus conocimientos de forma oral. No hay ritos funerarios, ni religión, aunque tienen ciertas creencias en el sol y la luna.

“Una vez pedí a Onwas que me hablase de Dios, y me contestó que tenía un brillo cegador, era extremadamente poderoso y esencial para toda forma de vida. Dios, me dijo, era el sol”. – Michael Finkel, reportero de National Geographic.

Hablan su propia lengua, el hadzane. El hadzane es una lengua khoisán que parece no guardar relación con ninguna otra. Genéticamente, el pueblo hadza no está relacionado con los pueblos khoisán de África del Sur. Las lenguas khoisán se caracterizan por el uso de “clics” o chasquidos efectuados al golpear la lengua en el paladar. En el siguiente enlace, se puede escuchar el sonido de la lengua hadzane:

Su modo de vida ha cambiado menos que el de otros pueblos. Pero este hecho no tiene por qué convertirlos en “primitivos”, “paleolíticos” o “prehistóricos”. Cuando se afirma que sus costumbres apenas han cambiado durante miles de años, se contribuye a verlos como congelados en el tiempo, como protagonistas de una foto fija en la que no han intervenido nunca procesos ni dinámicas que les hayan afectado. Son considerados por algunos como fósiles vivientes, lo cual los sitúa en una situación vulnerable o incluso en un estatus de inferioridad dentro de este mundo jerárquico que hemos construido. Parece que los occidentales nos hubiéramos estancado en una postura colonialista sincrónica para referirnos a esos “otros”, a la gente sin historia de la que hablaba Eric Wolf en su obra. Durante la época colonial se sometió y forzó a pueblos a modificar sus costumbres. Ahora, algunos se ubican en el otro extremo: el conservacionista. Nos sentimos responsables de conservarlos para que su “cultura” no llegue a desaparecer. Nosotros, los que siempre queremos tomar decisiones sobre todo y sobre todos: sobre lo nuestro y lo de los “otros”.

 “Los antropólogos se resisten a ver a los cazadores-recolectores actuales como «fósiles vivientes». El tiempo no se ha detenido para ellos. Pero han mantenido su estilo de vida de recolectores pese a llevar mucho tiempo expuestos a los grupos agricultores de su entorno, y es posible que su existencia apenas haya variado a lo largo de los siglos”. – Frank Marlowe, profesor de Antropología de la Universidad del Estado de Florida.

Nuestro intérprete había convivido con los hadzabé durante meses y estaba muy involucrado en ayudar a esta comunidad. El modo de vida tradicional hadza peligra. El cambio es inevitable para cualquier pueblo, aunque ellos tienen muy claro que no desean modificar sus costumbres. El gobierno intentó escolarizar a los hadzabé pero éstos se negaron. No son un orgullo para el gobierno, quien considera que proyectan una imagen de “atraso”. La idea que Tanzania quiere exportar es la de prosperidad. La Iglesia fundó el Hadzabé Community Project para facilitar ayuda y suministros a los hadzabé a cambio de introducir la religión cristiana en su comunidad. La respuesta de los hadza fue que no habían pedido ayuda. Si la Iglesia quería ayudarles libremente, podía hacerlo. Pero ellos no iban a permitir que sus costumbres y modo de vida cambiasen.

“En una ocasión mostré a Onwas un mapamundi. Lo desplegué sobre el suelo y sujeté las esquinas con piedras. Se congregó una multitud. Onwas lo miró fijamente. Le señalé el continente africano, luego su país, Tanzania, luego la región en la cual vive. Le mostré Estados Unidos. Le pregunté qué sabía de ese país: el nombre del presidente, la capital. Dijo que no sabía nada. Ni siquiera conocía al presidente de su propia nación. Le pregunté, con toda la corrección posible, si sabía algo de algún país, el que fuera. Se detuvo un momento, reflexionó, y de pronto exclamó: «¡Londres!». No supo explicar qué era exactamente aquello de Londres. Sólo sabía que era un sitio que no estaba en el ‘bush’”. – Michael Finkel, reportero de National Geographic.

Uno de los factores que probablemente ha contribuido de forma importante en la conservación de las costumbres ancestrales en el pueblo hadza es que han ocupado tierras poco ambicionadas por los grupos vecinos, ya que son tierras salobres, con bajas precipitaciones. Sin embargo, en los últimos decenios la presión demográfica ha empujado a colonos a ocupar hasta el 75% de las tierras que los hadzabé disponían en los años 50.

No construyen viviendas permanentes. Son nómadas, aunque se mueven menos que antes. En la estación seca (de mayo a octubre) duermen al raso, envueltos en una fina manta junto al fuego. Durante la estación lluviosa levantan pequeños refugios abovedados con ramitas y hierbas entrelazadas, como nidos de pájaro puestos del revés. No tardan más de una hora en construir uno. Mueven el campamento más o menos una vez al mes, cuando las bayas o el agua escasean, la caza se complica o hay alguna enfermedad grave o un fallecimiento. No se andan con sentimentalismos. Ni siquiera se arma demasiado revuelo cuando muere uno de los suyos. Cavan un hoyo y entierran el cuerpo. Hace una generación ni siquiera lo hacían: lo dejaban sobre la tierra para que fuese pasto de las hienas. Hoy siguen sin marcar las sepulturas. No hay funerales. El enterramiento se lleva a cabo sin ritos de ningún tipo. Tiran unas ramitas secas sobre la tumba, y siguen su camino.

Intercambian con sus vecinos productos como la miel, la carne y pieles de animales cazados. Truecan miel por clavos (que luego se convertirán en puntas de flecha) y por las coloridas cuentas de plástico y vidrio que las mujeres convierten en collares.

Son una sociedad igualitaria en la que no hay rangos ni jerarquías, si bien las personas de más edad aconsejan al resto del grupo y ayudan en la toma de decisiones. Quizá esto se explique debido a la ausencia de propiedad privada y a la consecuente falta de delimitación del territorio. Nadie acumula riqueza. El fenómeno del compartir es esencial entre ellos.

El estatus en el grupo tiene que ver con la destreza al cazar, pero esto no deriva en una jerarquía dominante. Se tiene especial respeto a las personas de más edad. Es costumbre hadza que el cazador responsable de la captura no haga alarde de ella. La caza tiene mucho de suerte, y hasta los mejores arqueros pasan una temporada floja. Por eso los hadza comparten la carne en comunidad.

“Al matar un animal, se le quita la piel y la carne es dividida por dos o tres personas entre los hombres más viejos. El cazador puede colaborar en esto, pero en línea de máxima no debería hacerlo”. – James Woodburn, antropólogo social.

Las armas que emplean normalmente son hachas, arcos y flechas, aunque pueden usar cuchillos u otros instrumentos. Usan plumas de gallinas de Guinea que cazan para estabilizar la flecha. Cortan la pluma, la doblan y la unen mediante tendones de antílope. El grupo que visitamos disponía de puntas de flecha metálicas. Gaspar nos comentó que realizan también intercambios comerciales con sus vecinos datoga, quienes adquieren en el mercado objetos de metal como clavos, y los funden para fabricar puntas para los hadza. También nos indicó que, si la comida escaseaba, les traían maíz y otros alimentos del mercado. Datoga y hadzabé se ayudan mutuamente para sobrevivir en un medio cada vez más amenazador.

Los hadzabé no tienen especialistas políticos. De hecho, no hay una especialización de roles exceptuando la división sexual del trabajo. Cada uno sabe cómo conseguir todo aquello que necesita y no depende de nadie más. Cada hombre sabe cómo fabricar su propio arco, su hacha y su veneno con savia hervida de la rosa del desierto; cómo hacer fuego, cómo seguir rastros, y cómo hacer estacas para trepar a los baobabs para conseguir miel. Cada mujer sabe cómo elaborar su propio instrumento para cavar la tierra, cómo encontrar tubérculos y extraerlos, cómo construir una casa, y cómo hacerse la ropa, adornos y cestas o encontrar calabazas para transportar agua o bayas. Incluso en lo que se refiere a la medicina, cada hombre y cada mujer sabe qué plantas usar para cada enfermedad. No hay chamanes, ni curanderos. Tampoco usan ningún tipo de calendario. No llevan cuenta de los años ni tampoco ma­­nejan horas, días, semanas ni meses. La gente duerme cuando tiene ganas. Algunos pasan despiertos buena parte de la noche y dormitan con el calor del día.

Una anécdota que nos contó Gaspar es cómo cuidan su dentadura. Alrededor del asentamiento había diversos arbustos, algunos con unas espinas bastante grandes, como los arbustos de acacia. Arrancan las espinas, introducen uno de los extremos de la espina en la boca, lo humedecen con la saliva y lo mastican suavemente hasta crear una especie de pequeña brocha. Una vez hecho esto, pasan este pequeño cepillo natural por sus dientes para deshacerse de cualquier resto de comida.

Nos complació sobremanera comprobar que había bastantes niños y algunos bebés. Las niñas juegan con muñecas hechas de arcilla o de ropas viejas. Los niños practican su puntería con arco y flechas durante horas.

El ritual hadza más importante es la danza ‘epeme’, que se baila en las noches sin luna. Hombres y mujeres se dividen en dos grupos. Las mujeres cantan mientras los hombres, uno tras otro, se van colocando un tocado de plumas, se atan cascabeles en los tobillos y comienzan a pavonearse, golpeando con fuerza el pie derecho contra el suelo al ritmo de la canción. Se supone que en las noches de ‘epeme’ los antepasados salen del ‘bush’ y se unen a la danza.

La principal razón de que los hadza hayan podido mantener su estilo de vida durante tanto tiempo es que su territorio nativo nunca ha sido un lugar atractivo. El suelo es salino, el agua dulce escasea, abundan los insectos, etc. Por lo que se ve, nadie más ha querido vivir aquí. En los últimos tiempos, sin embargo, las crecientes presiones poblacionales han llevado consigo una rápida afluencia de nuevos residentes hasta el territorio hadza. El hecho de que la presencia de esta etnia sea tan benigna para con la tierra, en cierto modo los ha perjudicado: los extranjeros ven en ella una región desierta y desaprovechada, un lugar que pide a gritos ser “desarrollado”. Los hadza, pacíficos por naturaleza, siempre han preferido desplazarse a combatir. Pero ahora ya no tienen adónde replegarse.

Actualmente, en el ‘bush’ hay pastores de vacas y cabras, y cultivadores de cebollas y de maíz,  cazadores deportivos, y también furtivos. Los excrementos de las vacas contaminan las charcas. Las pezuñas del ganado pisotean la vegetación. El matorral se roza para abrir paso a los cultivos; la poca agua que hay se usa para regarlos. Los animales de caza han migrado a parques nacionales, fuera del alcance de los hadza. Los bosquecillos de bayas y los árboles que atraen a las abejas han sido arrasados. A lo largo del último siglo, los hadzabé han perdido el uso exclusivo de hasta el 90 % de su tierra nativa.

Gaspar habló de que la esperanza de vida entre los hadzabé era de unos 45 años, aunque haya casos en los que se llegue hasta más allá de los 60. El hombre de la última imagen tenía justo 45 años. Siempre que miro esta fotografía me pregunto si volveré a verle cuando vuelva a Tanzania. La vida de los hadzabé es dura, pero es la vida que ellos han decidido vivir. Ahora las cosas están cambiando. El mundo globalizado tiene largos tentáculos y llega a todos los rincones del planeta. Se enfrentan a retos cada vez más difíciles para mantener sus costumbres.  Y yo los admiro por conseguir adaptarse a unas circunstancias cada vez más adversas, por lograr ser prácticamente autónomos pese a todas las dificultades que los rodean, por vivir armónicamente con la naturaleza, por no tener ataduras como nosotros, por vivir el presente sin pensar en el futuro. Carpe diem, hadzabé.

Susana Callizo Fernández

Referencias

-UBALDO MARTÍNEZ VEIGA, (2010) Historia de la Antropología, Formaciones socio-económicas y praxis antropológicas. Teorías e ideologías. UNED Madrid.

– JAMES WOODBURN (1970) Hunters and gatherers: the material culture of the nomadic Hadza. British Museum.

-FRANK W. MARLOWE, (2010) The Hadza: Hunter-Gatherers of Tanzania (Origins of Human Behavior and Culture). University of California Press.

-Entrevista a Jordi Serrallonga en la Revista Redes para la ciencia. 2010.

http://www.nationalgeographic.com.es/2009/12/23/los_hadza.html#gallery-15

http://www.nationalgeographic.com.es/2009/12/23/los_hadza_2.html

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