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Si hay algo que caracteriza al ser humano, es posiblemente el consumo de leche. Somos los únicos mamíferos que después del destete seguimos tomando leche o productos derivados de esta.

La lactosa es el carbohidrato más abundante de la leche y esta necesita la enzima lactasa para poder digerirlo y absorbido en el intestino. Un gen, el LCT codifica dicha enzima que permite digerir la leche. Al nacer, nuestro organismo produce lactasa para poder digerir la leche materna. Pues bien, tras el destete, el gen se reduce y los individuos pasan a ser intolerantes.

Hace pocos milenios, apareció una mutación genética que mantiene la producción de lactasa en adultos, proporcionándoles la tolerancia a la lactosa o persistencia de la lactasa. Esta adaptación ha permitido a un tercio de la población mundial consumir leche de diferentes animales. Las personas con intolerancia o no persistencia de la lactasa, sufren molestias que en principio no son graves. Esto sucede por la falta de lactasa o por su baja actividad, lo que lleva a que la enzima no se digiera en el intestino delgado y al llegar al colón las bacterias no puede descomponerla y fermentarla produciendo gas y los demás síntomas conocidos (diarrea, gases, hinchazón…)

Existe también la alergia a la proteína de la leche, una respuesta exagerada del sistema inmunitario a esta proteína, y suele cursar con vómitos, dolor abdominal, nauseas…Pero esta afección es menos frecuente que la intolerancia.

Entonces, si todos los seres humanos adultos tienden a ser intolerantes a la lactosa ¿Qué pasa con esa población que si puede digerirla?

Aproximadamente un 35% de la población mundial puede tomar lácteos sin problemas. Parece que esta diferencia varía en función del origen étnico, siendo Europa el continente donde la mayor parte de la población adulta conserva la actividad de esta enzima.

Según ADILAC, la Asociación de Intolerantes a la Lactosa de España, menos del 10% de la población del norte de Europa tiene intolerancia a la lactosa, entre el 10% y el 50% de los centroeuropeos y mediterráneos pueden presentar este problema y más del 70% de los asiáticos, africanos, afroamericanos y nativos americanos sufren intolerancia.

La leche aporta a nuestro organismo muchos nutrientes, además de agua y minerales. Es rica en proteínas (como la caseína, la albumina…), azucares (lactosa…) y minerales (calcio, fosforo, potasio).

Es una fuente de energía, fortalece los huesos, aumenta la masa muscular, disminuye el colesterol LDL y aumenta el HDL, es fuente de aminoácidos esenciales, péptidos… Y así podríamos seguir enumerando todo lo que este alimento ofrece a nuestro organismo y de su importancia que a través de la Historia se ha ido haciendo un hueco en nuestra alimentación.

Cuando nuestros antepasados empezaron a consumir leche de los animales domesticados, se puso en marcha cambios, una mutación, a nivel orgánico que permitieron que la enzima lactasa perdure en él.

La aparición de esta mutación tuvo lugar hace entre 5.000-10.000 años y su expansión fue gradual al consumo de leche de los animales domesticados en el Neolítico, es decir, una coevolución gen-cultura. Por ejemplo, hace más de 7.000 años la leche ya formaba parte de la alimentación en Turquía, Rumania y Hungría, y hace aproximadamente unos 6.000 años en la Islas Británicas. Además, evidencias genéticas y arqueológicas, hay una distribución significativa de los genes de la persistencia a la lactasa por el noroeste europeo. Esto se puede percibir como una ventaja evolutiva en esas regiones ya que beber leche podría haber compensado la falta de vitamina D (necesaria para la asimilación de calcio) por la escasez de sol.

En el norte de Europa se ha podido constatar a través del estudio de residuos en cerámica y en cálculos dentales que en el Neolítico los pobladores de las Islas Británicas e Irlanda eran grandes consumidores de leche. Tanto en Dinamarca como en Finlandia se puede observar también un alto consumo de leche.

 

Entonces, cómo y porque se hace persistente la lactasa. Hay varias hipótesis.

Una de las hipótesis apunta a que el consumo de leche aumentaba las reservas de grasa de las mujeres que la consumían lo que les otorgaba una ventaja reproductiva. Otra de las hipótesis apunta que beber o consumir leche en vez de agua era mejor o más sano, ya que el agua contenía numerosos patógenos.

En un artículo publicado en 2022 por la revista Nature se recogen los resultados del proyecto europeo denominado Neomilk, donde se ha realizado un mapa evolutivo del consumo de leche en Europa durante los últimos 9.000 años. Se han estudiado los restos de grasa de lactosa que se han encontrado en las vasijas de cerámica encontrados en yacimientos de Europa y Oriente Medio junto con datos de ADN antiguo. Se hizo un mapeo del uso de la leche a través del estudio de contenedores de cerámica y junto con los datos del Biobanco del Reino Unido, se ha visto un uso intensivo de la leche por parte de nuestros antepasados. En dicho estudio, se plantea que las hambrunas y los patógenos podrían estar detrás de la tolerancia a la lactosa.

Eneko Iriarte Avilés, investigador de la Universidad de Burgos y participante en el proyecto explica qué en la Prehistoria tardía, a medida que crecían las poblaciones y aumentaban el tamaño de los asentamientos, la salud humana se veía cada vez más perjudicada por las hambrunas y las enfermedades infecciosas, concretamente, las zoonóticas. En tales circunstancias, aunque la leche era un alimento rico para mucha gente, no lo era para otros que podría ser fatal por presentar intolerancia.

Dado el consumo de leche a lo largo de la historia y sus efectos relativamente benignos en individuos con intolerancia, se pueden proponer dos mecanismos relacionados con la evolución de dicha enzima.

En tiempo de hambrunas en Europa del Norte, el consumo de leche fresca aumentó, por falta de otro tipo de alimentos como los cultivos, sobre todo en poblaciones pobres.

Esto supuso una presión evolutiva que favoreció la supervivencia de aquellas con capacidad para digerir lactosa, ya que tenían más posibilidades de sobrevivir, frente a los que no lo hacían, que además de la desnutrición por falta de alimento, habría que sumar las diarreas provocadas por tal intolerancia y que podía ser fatal. Esta circunstancia favoreció también la persistencia de la lactosa, ya que era una fuente de alimentación fácil al escasear otros.

Por otro lado, el 61% de las enfermedades infecciosas humanas conocidas y el 75% de las emergentes provienen de animales, por lo que su aumento por el desarrollo de la agricultura y el aumento del tamaño de las poblaciones y su movilidad de las mismas podrían incrementar los efectos en la salud de las personas con intolerancia y aumentar su mortalidad.

La coevolución del consumo de leche y la lactosa se ha dado a través de los beneficios nutricionales y la evitación de costos negativos, lo que facilitó una mayor dependencia de esta, ya que su consumo ha tenido y tiene poco impacto en la salud de individuos sanos intolerantes a la lactosa.

Las hambrunas y la exposición a patógenos zoonóticos fueron factores claves que explicarían la evolución de los cambios genéticos que llevaron a la tolerancia de la lactasa. Paradójicamente son los mismos factores que inciden en la tasa de mortalidad de las poblaciones actuales.

El equipo que llevo a cabo el estudio introdujo en el método estadístico indicadores de hambrunas pasadas y exposición a patógenos y los resultados apoyaron ambas explicaciones. La variante del gen de la persistencia a la lactasa estaba sometida a una selección natural más fuerte cuando había indicios de hambrunas e incidencia de patógenos infecciosos.

Es decir, en momentos de hambrunas, epidemias o ambas, el elevado consumo de leche cruda, casi por obligación, habría sido una buena solución al aportar proteínas, calcio, vitaminas y grasa, pero a la vez, habría provocado un aumento de las tasas de mortalidad en individuos vulnerables que carecían de dicha persistencia. En estas condiciones, habría aumentado la frecuencia poblacional del gen de la persistencia a la lactasa hasta niveles actuales.

Los grupos humanos pasamos de ser cazadores-recolectores a la cría de animales domésticos. Esta integración y especialmente, la producción de leche en las prácticas de subsistencia supuso un cambio importante en la economía y la alimentación humana, que hoy en día todavía es perceptible.

Amaia Castrexana

Amaia Castrexana

Referencias

Roffet-Salque, M., Gillis, R., Evershed, R., Vigne, J-D. Milk as a pivotal medium in the domestication of cattle, sheep and goats (2018) In C.Stepanoff, & J-D Vigne (Eds), Hybrid Communities:Biosocial Approaches to domestication and Other Trans-species Relationships (pp. 127-143). (Routledhe Studies in Anthropology). CRC Press

Debono Spiteri, C., E. Gillis, R., Roffet-Salque, M., Castells Navarro, L., Guilaine, J., Manen, C., Muntoni, I.M., Saña Segui, M., Urem-Kotsou, D., Whelton, H.L., Craig, O.E., Vigne, J-D., Evershed, R.P. “Regional asynchronicity in dairy production and processing in early farming communities of the northern (2016) Proceedings of the National Academy of Sciences; 201607810 DOI: 10.1073/pnas.1607810113

Evershed, R.P., Davey Smith, G., Roffet-Salque, M. et al “Dairying, diseases and the evolution of lactase persistence in Europe (2022) Nature 608, 336-345

https://doi.org/10.1038/s41586-022-05010-7

Imágenes

www.diariasur.es

www.cuidateplus.marca.com

www.clinicadenutricionmadrid.es

www.biolanhealth.com

www.mayoclinic.org

www.pablorpalenzuela.com/2008/10/13/intolerancia-a-la-lactosa-y-evolucion-humana/

www.investigacionyciencia.es

www.dietistasnutricionistas.es

www.funcionales.com

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