Franz Boas: el geógrafo que tuvo que perderse para poder encontrarse

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En este artículo abordamos una aproximación biográfica de uno de los padres de la antropología en Estados Unidos, el alemán Franz Boas. Muchas veces los descubrimientos, y los pistoletazos de salida, no son más que fruto de la más absoluta casualidad.

 

La pasión de buscar la verdad, por el bien de la verdad…puede mantenerse viva sólo si continuamos buscando la verdad por el bien de la verdad.”

Franz Boas

Corría 1886 cuando un joven Franz Boas que aún no había alcanzado la treintena, llegaba al norte de Canadá. Concretamente a Vancouver, en la Columbia británica, entre el estrecho de Georgia y las Montañas Costeras. El paisaje no podía ser más idílico. El lugar ideal para perderse.

En 1792, otro pionero, ya había estado en este mismo sitio. Se trata de George Vancouver, el explorador inglés del que recibiría el nombre la ciudad. Ambos, probablemente sin quererlo, tienen bastante en común; alcanzaron la notoriedad muy lejos del lugar en el que habían nacido, ya sabemos que nadie es profeta en su tierra, y fruto de la casualidad, pero bajo el influjo de la curiosidad.

Pese a que Franz había estudiado física en su Alemania natal, era la geografía lo que le había llevado hasta el continente americano, concretamente el estudio de los manantiales de agua.

Según la R.A.E. (Real Academia Española), “serendipia” significa: hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual. Y pone de ejemplo la siguiente frase: “el descubrimiento de la penicilina fue una serendipia”. Y esto, precisamente, es lo que le sucedería a Boas, para nuestro deleite y el de la Antropología en general. Pues en estas estaba, buscando manantiales de agua, cuando se perdió y fue encontrado, y rescatado, por los inuit. Y fue así como empezó todo.

Por lo que podemos decir, parafraseando a la R.A.E. que “el nacimiento de la Antropología en los Estados Unidos de América fue una serendipia”. A decir verdad, el hecho de que así fuera la hace más poética si cabe, pero, en honor de la verdad, hemos de decir que, serendipia o no, estaba destinada a nacer a no mucho tardar.

Pero, lo mejor será empezar por el principio.

Un judío alemán en Alemania

Franz Boas nacería a orillas del río Weser, concretamente en Minden, de la región de Westfalia (Alemania), un 9 de julio de 1858.

Provenía de una familia judía, de hecho, sus abuelos lo eran, en un tiempo (finales del XIX) y un lugar (el viejo continente y, concretamente, Alemania) en el que serlo no estaba, por decirlo de una manera suave, muy bien visto.

Sin embargo, sus padres, habían ido asimilando los valores alemanes de la Ilustración y las liberales de la revolución de 1848, dando preeminencia a esta nueva identidad.

Fueron estos antecedentes los que hicieron que Franz desarrollase una conciencia crítica respecto al antisemitismo y el nacionalismo, el segundo gran “ismo” de su lugar y de su tiempo que iría de la mano, casi de forma irremediable, de otro “ismo”: el racismo.

Es en este entorno en el que no tardaría en despertar un profundo interés por las ciencias naturales, provocando que se dedicara a ellas de forma profusa. Profusión con la que un tiempo después se dedicaría a la historia de la cultura.

Se topa con el prusiano Kant, aquello de la psicofísica y la epistemología le vuelan la cabeza. Le interesa, y le preocupa a partes iguales, cómo se construye el conocimiento, cómo se valida, y cómo se difunde, y no es para menos; el modo de hacer ciencia en el país teutón del siglo XIX no es nada halagüeño.

El color del agua

Siempre nos dijeron que el agua es “incolora, inodora e insabora” casi como un mantra, y era de esas cosas que aprendíamos de memoria, y de carrerilla, sin pensar demasiado en ello. Otra del estilo que recuerdo, y tal vez porque nunca fui muy bueno en matemáticas era aquella de Pitágoras: “la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa”. Como no tardaremos en descubrir, Boas tampoco le dio demasiada importancia a aquella máxima.

Comienza estudiando física en Heidelberg (Bonn). Le toca hacer una pausa para llevar a cabo el servicio militar obligatorio. Lo cierto es que me cuesta mucho imaginar al bueno de Boas vestido de soldado: no tiene ni el temperamento, ni el porte para ello. Cuando termina, estudia geografía en Berlín.

Ahora mismo, física y geografía podrían parecernos disciplinas bastante alejadas la una de la otra, pero en este tiempo que estamos describiendo, no era tal la lejanía. En esta transición es cuando crece el interés por los procesos culturales más allá de los demográficos. Transición que culminaría, aún todavía, mucho tiempo después. Tal vez ya se comience a vislumbrar, y sin quererlo, el Boas antropólogo, pero él todavía no lo sabe.

Finalmente se doctora en Kiel tras haber estudiado física y geografía. La razón de su tesis no puede ser más lírica (y más paradójica): el color del agua.

De las formas de hacer lo que se hace

Boas que, pese a que le recordemos eminentemente por la practicidad de su antropología, siempre tuvo una faceta sutilmente teórica. Se ha escrito, a menudo, que no dejó demasiada teoría “impresa”, pero que no transpirase (cosa que dudo de entrada), no significa que no inspirase. Esto no sólo se ve en su mayor legado: sus discípulos, sino en el simple hecho de que sea considerado el padre de la Antropología de los Estados Unidos de América.

Y, como no podía ser de otra manera, esta preocupación por las “formas de hacer” que nacería con su interés por Kant, también tuvo su propia versión en el Franz geógrafo.

Comienza a explorar las relaciones entre las experiencias subjetivas y las condiciones materiales del mundo y, con ello, el debate acerca de si los factores determinantes resultaban ser físicos o, por el contrario, mediados por la cultura.

A día de hoy tendríamos muy claro por cuál de los bandos se decantaría (la cultural, por supuesto), pero en la época de la vida de Boas que ahora nos acontece (la del Boas geógrafo, decimonónico y alemán), hemos de abordarlo con ciertas dudas. Las razones que llevan a ello son las que se relatarán a continuación.

Por una parte, Boas en sus inicios estadounidenses (al igual que sus antecesores antropológicos Morgan en el mismo lugar y Tylor en Inglaterra) era evolucionista. Algo paradójico cuando tanto él como la escuela que surgiría a partir de él marcaría las distancias por reaccionar a esto.

También tenía lo suyo como difusionista, pues Boas como cualquier otra persona, era hijo de su tiempo, en este caso la Alemania de finales del XIX. Por lo que su relativismo cultural aún tendría que esperar un poco más.

1886: el año que lo cambiaría todo

En abril de 1791 zarpaba de Inglaterra el HMS Discovery y el HMS Chatham. Aquel primer año viajarían a Ciudad del Cabo para seguir rumbo a Australia, Nueva Zelanda, Tahití y China recogiendo muestras botánicas y cartografiando las costas en el camino. Después se dirigirían hacia América del Norte, siguiendo lo que son hoy los estados de Washington y Oregón.

Siempre me pareció que debería de haber sido impresionante el hecho de haber estado a bordo de alguna de estas expediciones que se lanzaban a recorrer los mares en pos del conocimiento, cuando aún se tenía la humildad de reconocer que era más lo que se desconocía que aquello que se conocía y que era menester ir en su búsqueda, por muchos peligros que ello entrañase, sólo por dejar un mundo mejor a las generaciones venideras.

En aquella expedición iba George Vancouver, el explorador inglés que habría de poner nombre a la ciudad de la Columbia británica. Lugar al que llegaría nuestro protagonista en 1886 tras haber estado en los años 1883-1884 en otra expedición en la isla de Baffin.

A Canadá y los Estados Unidos le había llevado, como le sucediera a George Vancouver, una expedición científica. En este caso para estudiar los manantiales de agua.

En un momento dado se pone en marcha él solo, motivado por quién sabe qué curiosidad. Cuando se quiere dar cuenta está completamente perdido y es cuando es encontrado y, posteriormente, rescatado por los inuit. Esas personas que de forma vulgar (pues viene a significar algo así como “comedores de carne cruda”) se las conocía como esquimales.  Este encuentro le cambiaría la vida para siempre, pues ha tomado una decisión: establecerse en el Nuevo Continente, en los EEUU concretamente, y abandonar para siempre su Alemania natal.

Los kwakiutl y el potlatch

Este episodio en Vancouver le haría volver una y otra vez, como si fuera el mito del eterno retorno de Mircea Eliade, para estudiar durante más de cuarenta años a los kawkiutl. Una de las personas con la que más estrechamente colaboraría sería la antropóloga rusa Julia Arkieva. Este trabajo le hizo producir mucho material etnográfico en forma de película, lo que le convierte en pionero en esto de la Antropología visual, con la ayuda de su hija Franciska Boas. El papel que jugaron las mujeres en sus investigaciones, así como entre sus alumnas fue de importancia capital.

Entre los kwakiutl, le daba preeminencia a los gestos, hábitos motores, movimientos corporales y danzas, en cuyo análisis se sirvió del pintor Stuyvesant van Veen.

En el albor de estas investigaciones descubrió otra práctica que resultaría un tema recurrente en la Antropología posterior: el potlatch.

El potlatch es una ceremonia que estuvo vigente hasta principios del siglo XX. El gobierno puso bastante de su parte para poner fin de una vez por todas con su práctica y que Franz Boas pudo observar ya en sus últimos estertores.

Consistía en un festín, un tanto kamikaze desde mi parecer, ceremonial en el que se iban intercambiando y ofreciendo regalos (principalmente carne de salmón o de foca y mantas) a cambio de prestigio. Este prestigio obtenido era proporcional al de los bienes otorgados por lo que, como habrán observado, la función tácita de la ceremonia era la de mantener a todos en la más absoluta pobreza.

No puedo menos que reconocer que este ritual tiene un tanto de cómico, y de actual. Una práctica en la cultura hip-hop son “las peleas de gallos”, en las que dos raperos armados con un micrófono (y a veces ni eso), tratan de humillar al oponente mediante sus artes y habilidad para la rima diciendo la burrada mayor sobre el de enfrente. Pues así, pero con carnes y mantas.

Está naciendo la leyenda

En 1893 colabora con los preparativos para las exhibiciones antropológicas del Museo Nacional de Historia de Chicago en el que expone parte del trabajo que acaba de desarrollar. Esto le serviría para obtener el puesto de curador de Antropología en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York como paso previo a ingresar en Columbia como especialista en lenguas y culturas indígenas americanas. Sería en esta institución donde recibiría a alumnos que posteriormente darían mucho que hablar, como Kroeber, Benedict, Mead, Sapir… Acaba de fundar la escuela relativista.

Adiós evolucionismo y difusionismo. Hola relativismo

El geógrafo alemán no creía que los mismos hechos en lugares y tiempos separados entre sí fueran capaces de devenir en leyes universales capaces de dirigir el espíritu humano. Este relativismo que estaba acuñando sería el antecesor del particularismo histórico que dominaría la escena antropológica en los años venideros.

Una de las ideas básicas de esta concepción era la de que todas las culturas debían estudiarse en sus propios términos, es decir, sin ser comparadas con otras. Una especia de degustación exclusiva. Y lo que derivaría en la concepción de la “unidad psíquica de la humanidad”, esto es, la perspectiva de que no hay diferencias tácitas mentales en función de la raza o adscripción étnica; una sola humanidad, una única mentalidad. Boas era capaz de comprender en el XIX lo que aún no han logrado en el XXI algunos orangutanes haciéndose pasar por sapiens.

A la hora de abordar todo esto no podemos olvidar los derroteros por los que se está moviendo el mundo que estamos describiendo: el caso Dreyfus está en pleno apogeo en Francia con la publicación de Zola de “Yo, acuso” (como ya dijimos, Boas era de origen judío), y que los nazis están a unos años de tomar el poder en Alemania.

Las prácticas racistas y de exclusión están a la orden del día. Franz se pone a estudiar como los nuevos entornos afectan a las personas migrantes, y no al revés, como se sugería. Este cambio de perspectiva sugiere que las diferencias son mediadas por la cultura y no por la biología, como así sugería el enfoque evolutivo. El punto de ruptura consistía en que había que considerar todos los fenómenos culturales como dignos de ser estudiados en su especificidad y particularidad.

La mente del hombre primitivo”

Boas tenía la firme convicción de que la Antropología enseñaría a tolerar en mayor medida otras formas de civilización diferentes de las propias, por lo que la ciencia que pretendía constituir tenía de “académica”, pero también de “reivindicativa”. En 1911 publicaba “La mente del hombre primitivo”, trabajo en el que algunos han pretendido ver una de las obras fundacionales de la antropología estadounidense. Como casi siempre, las adscripciones y el hecho de querer ver en el maestro de aquellos que sugieren de él una especie de fuente de la que todo mana, tiene mucho que ver. Pero, desde mi perspectiva, esta idea tiene mucho de injusto para con cuanto se hizo antes de Boas con mayor o menor fortuna y a quién también debemos de colocar en su justo lugar. Sin embargo, y pese a lo construido, habla muy bien del carácter del que se pretenda construir una tradición a partir de uno de los más firmes opositores al racismo científico.

Boas VS NSDAP

La actividad de Boas es frenética, tanto la pedagógica como la académica, poniendo su semilla allí donde puede; funda la American Anthropological Association y la revista American Anthropologist, la cual se publica por primera vez en 1898. Una vez Larry Bird, el mítico alero de los Celtics dijo que no sabía si en el mundo alguien había entrenado tanto como él, pero sí que tenía claro algo: no había nadie que hubiera entrenado más que él. Pues bien, algo así pasa con Boas, no sé si alguien se ha dedicado con tanto ahínco a la Antropología como él, pero sí que tengo claro algo: no hubo nadie que se dedicase más que él.

Con el ascenso de los nazis en Alemania, el NSDAP hizo una denuncia de la “ciencia judía”, en lo que era un ataque directo no sólo contra él, sino también contra Freud y Einstein, este último, al igual que Boas, no sólo era de origen judío, también alemán. Esto llevó a un escrito de unos 8.000 intelectuales en el que declaraban que lo que importaba era el desarrollo del conocimiento científico, siendo los caracteres étnicos y las elecciones religiosas completamente irrelevantes.

Final

Por desgracia, no llegaría a ver la caída de Hitler (algo que, sin duda, hubiera disfrutado), ni el fin de la contienda que estaba asolando el mundo, pues un 21 de diciembre de 1942, con 84 años, la muerte le sorprendía en Nueva York en forma de derrame cerebral.

Uno tiene la sospecha de que se fue este mundo sin ser aún consciente de que había plantado la semilla de la que sería, tal vez, la mayor generación de antropólogos de cuantas haya habido. Muy por delante de los tiempos que le tocaron vivir. Y todo, porque una vez se perdió persiguiendo el color del agua en Canadá.

Rubén Blasco

Rubén Blasco

Referencias

https://es.wikipedia.org/

www.liceus.com

www.biografíasyvidas.com

www.psicologíaymente.com

“Historia de la antropología. Formaciones socioeconomicas y praxis antropológicas, teorías e ideologías”. Ubaldo Martínez Veiga, 2010. UNED.

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