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La Edad Media en la Península Ibérica estuvo marcada por un proceso constante de lucha entre los reinos cristianos del norte (León, Castilla, Portugal y Aragón) y al-Ándalus, el territorio musulmán que dominó casi toda la península en ese 711 y que a lo largo de su historia sufriría transformaciones en Emirato y Califato de Córdoba, reinos de taifas, dominio almorávide, almohade y, finalmente, el Reino Nazarí de Granada.

El período, que la historiografía tradicional ha denominado Reconquista (722-1492), fue un tiempo convulso y el origen de leyendas, héroes y gestas sobre las que se han vertido ríos de tinta. No es para menos. El territorio peninsular vivió su propia Cruzada (con mejores resultados para los cristianos que las de Tierra Santa) y los relatos posteriores han colaborado en la idealización de una frontera cruel, en adoptar personajes como héroes nacionales alimentando discursos nacionalistas y, también, en la creación de una suerte de exotismo en el que al-Ándalus se convertía en un vergel y un crisol de culturas donde confluían judíos, cristianos y musulmanes. Quizás por eso, cuando pensamos en nuestro pasado islámico lo vemos con cierto idilio de jardines, baños, música, poesía, fuentes y hermosos palacios que contrastaban con la sobriedad castellana. Los propios andalusíes quisieron instaurar un Edén en sus dominios.

Sin embargo, ¿tiene cabida la violencia en el Paraíso?

Podríamos poner varios ejemplos de la inestabilidad del sistema político a lo largo de la historia de al-Ándalus. Basta con fijarse en los reinos de taifas, sus alianzas con los cristianos y los enfrentamientos constantes entre ellos. Sin embargo, este artículo se centrará en la violencia política durante el siglo XIV en el Reino Nazarí de Granada, un período lleno de traiciones, intrigas, levantamientos y muerte, de resistencia a los envites cristianos por el control del Estrecho y, pese a todo, de gran esplendor cultural y económico, suponiendo el cénit de la dinastía nazarí, como exponíamos en un artículo anterior, Reino Nazarí de Granada (II): Crisis interna y apogeo (1309-1391).

A lo largo de este siglo asistimos al gobierno de nueve sultanes, de los cuales siete murieron asesinados, uno de ellos en condiciones extrañas, aunque destronado, y otro de ellos se sospecha un asesinato, sin violencia, también sin indicios. De todos ellos, fueron Yusuf I y Muhammad V los que conservaron el trono por más tiempo, 21 y 34 años, respectivamente, éste último en dos períodos. Ismail II y Yusuf II apenas lo mantuvieron un año.

Francisco Vidal Castro establece varios nombres a los asesinatos de los sultanes nazaríes. En el caso de Muhammad III (1302-1309) lo llama “preventivo” pues, aunque destronado por su hermano Nasr en la ruptura del ayuno del 14 de marzo de 1309 y trasladado a Almuñécar, la repentina enfermedad del usurpador hizo que fuera traído de nuevo a Granada, quizás para ocupar una vez más el trono del que había sido expulsado. Nasr se recuperó y la presencia del anterior sultán debió resultarle molesta o un peligro para su gobierno, fomentada por la sublevación de los notables de Granada, que pedían la vuelta al trono de Muhammad III, por lo que ordenó que ahogaran a su hermano, que por aquel entonces permanecía en cama y casi ciego.

El fratricidio de Nasr (1309-1314) no le haría llegar muy lejos. Después de cuatro años y once meses en el trono de Granada, el ataque militar iniciado por Ismail I en Málaga lo obligó a la abdicación, con la condición de tener el gobierno autónomo de Guadix, desde donde se alió con Castilla para sublevarse contra el nuevo sultán, que terminó con varias conquistas castellanas en la Vega (1319). Nasr se convirtió en un problema, no solo por la pérdida de la comarca de Guadix, sino por las derrotas que dañaban al Reino Nazarí, que cesaron tras su repentino fallecimiento, en condiciones desconocidas. Podemos sospechar, y no sería extraño teniendo en cuenta las costumbres de la dinastía, que fue Ismail I el que ordenó la muerte de Nasr, sin violencia, de forma que no hubiera escándalos, aunque sin pruebas sería aventurado afirmarlo.

La política, sin embargo, no afectó a Ismail I (1314-1325), sino la venganza personal de uno de sus arráeces por, según las fuentes, humillaciones en las que destacaba su negligencia. Otras fuentes, la Crónica de Alfonso XI, establecen la causa del asesinato por una cristiana atrapada por el arráez en Martos de la que se había enamorado el sultán. En cualquier caso, sí es seguro que el magnicidio se cometió en la puerta de palacio, poco antes de una audiencia. Abrazó al sultán, con un puñal en la mano, y lo hirió tres veces. Se inició un tumulto entre los seguidores del arráez y los defensores del sultán, del que se esperaba su recuperación, sin éxito. El escenario, sin embargo, pudo ser otro en el que el acceso al sultán fuera más sencillo, libre de guardias que redujeran al asesino, aunque el hecho de que el arráez fuera primo del sultán pudo facilitar el asunto.

A Ismail I lo sucedió en el trono de Granada su hijo, Muhammad IV (1325-1333), que sí fue víctima de su propia política y de las intrigas de los Abi-l-Ulá, familia relevante en el emirato que ya había generado algún problema durante el gobierno de su padre y a cuya cabeza se encontraban los hijos de Utmán ibn Abi-l-Ulá, líder de los combatientes magrebíes. Su asesinato no se produjo en Granada, sino en Málaga, mediante una emboscada en la desembocadura del río Guadiaro, después de firmar una tregua con Castilla en la que recuperaba Gibraltar gracias a su alianza con los meriníes. Ibn al-Jatib atribuye las causas del asesinato a amenazas públicas pronunciadas por Muhammad IV a los arráeces de las tribus meriníes. No obstante, otra versión se refiere a los Abi-l-Ulá como promotores del crimen como protesta por la alianza con los meriníes.

Su hermano Yusuf I (1333-1354) sería proclamado sultán por los propios asesinos de Muhammad IV al poco de saberse su muerte. Bajo su gobierno, Granada alcanzó su época de mayor esplendor y prosperidad. Los motivos, por tanto, no parecieron ser de carácter político. Las fuentes se refieren a un hombre demente, algunos hablan de un esclavo de las caballerizas, que casi al final de la oración en el día de la ruptura del ayuno, se abalanzó sobre el sultán y lo atravesó con un puñal. Aunque los motivos se desconocen con exactitud, ibn Jaldún identifica al asesino como hijo de Muhammad IV y una esclava negra del palacio y que, incitado por otras personas, donde se podría interpretar el trasfondo político del acto, llevó a cabo el crimen para reclamar unos derechos al trono que no le correspondían. De esta forma, los verdaderos organizadores del asesinato quedaban al margen y salvados de las acusaciones. ¿La identidad de estos personajes? Si creemos esta versión, se desconoce, aunque no sería extraña la implicación de los meriníes, que por aquel entonces se enfrentaban a Yusuf I por acusarle de promover una rebelión a su gobierno.

Le sucedió su hijo, Muhammad V (en dos períodos, 1345-1359 y 1362-1391), que tiene el mérito de ser el sultán de Granada durante el siglo XIV que más ha durado en el poder, pese a la interrupción. Murió a los cincuenta y dos años, una edad temprana y sin conocimiento de enfermedad reconocida, por tanto, puede resultar sospechosa, sin indicios, sin embargo, de un asesinato. Las sospechas sobrevienen con su sucesor, Yusuf II (1391-1392), que un año después de ascender al trono sufre un complot organizado por el liberto Jalid, que asume el poder, recluye a los hermanos del sultán -y murieron en prisión- y planea un envenenamiento, en conjunto con el médico de la corte nazarí, contra este que, al ser descubierto, aborta fracasando un plan que, quizás, pretendía acabar con los posibles candidatos al trono para entronizar a otro sultán. Este fracaso no evitó que el sultán muriera joven y por envenenamiento. Las crónicas cristianas hablan de un traje envenenado que le regaló el sultán de Fez, lo que facilitaba la ascensión al trono de Granada de Muhammad VII, hermano del asesinado y que ya había participado en una rebelión contra él.

Sin embargo, entre Muhammad V y Yusuf II existieron dos sultanes más. El primero de ellos fue Ismail II (1359-1360), hermanastro de Muhammad V, que ascendió al poder tras una revuelta el 23 de agosto de 1359. Nueve meses después, el arráez Muhammad, que lo había ayudado a conseguir el trono, conspira contra él y lo cerca en uno de sus palacios hasta la rendición, lo encierra en una mazmorra y ordena que le corten la cabeza y la arrojen a la gente. El nuevo sultán adoptaría el nombre de Muhammad VI (1360-1362) y es el caso más particular de cuantos hemos visto, pues muere en Castilla, asesinado por Pedro I el Cruel, en un tiempo en el que suponía el principal apoyo de Muhammad V para recuperar el poder perdido. Ante las circunstancias, Muhammad VI viajó a Castilla para encontrar refugio y ofrecerse como vasallo, el rey castellano lo encerró y lo mató por sí mismo, cortó su cabeza y la mandó a la Alhambra para que se expusiera en sus murallas.

Como podemos observar, la gran mayoría de los sultanes durante el siglo XIV murieron de forma violenta, afectados por su mala política, por intereses de las familias o por la simple ambición al trono. Muy pocos fueron los que, por circunstancias extrañas y no aclaradas pudieron escaparse de la etiqueta “asesinado”. Resulta paradójico que precisamente el siglo de mayor esplendor del Reino Nazarí de Granada fuera también el más convulso y sangriento, con revueltas y conspiraciones constantes, sultanes efímeros como Ismail II y Yusuf II, alianzas con los meriníes, con los cristianos o rupturas de los tratados. Esto nos sirve como indicador de la fragilidad de la figura del sultán durante este período, también de la inestabilidad política de Granada, como reducto de la inestabilidad que caracterizó a al-Ándalus en muchos de sus períodos y que, en fin, constituyeron la principal causa de su extinción.

Rodolfo Padilla Sánchez

Referencias

Castro, F. V. (2004). El asesinato político en al-Andalus: la muerte violenta del emir en la dinastía nazarí,(s. XIV). Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Castro León, V. (2018). Contribución al estudio de la violencia en la dinastía nazarí: El caso de Muḥammad III y Muḥammad V según Ibn al-Jaṭīb.

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