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Las pseudociencias actúan como si fuesen ciencias auténticas, porque exhiben algunos de los atributos de la ciencia, en particular el uso conspicuo de símbolos matemáticos, aunque carecen de sus propiedades esenciales, en especial la compatibilidad con el conocimiento anterior y la contrastabilidad empírica

Mario Bunge (1919-2020), epistemólogo, filósofo y físico

¿Cuánto pagarías por sentirse especial, único? ¿Cuánto pagarías porque alguien te dijera que tienes un don divino, una percepción extrasensorial o el poder de mover objetos con la mente? ¿Cuánto pagarías a alguien que dice que puede ver tu futuro o sanar tu vida solo con mirarte a los ojos?

 

Son muchas las personas que están dispuestas a pagar, y que pagan, porque alguien les diga que tienen un don divino, o porque alguien les lea el futuro en la palma de la mano. Incluso a sabiendas de que tanto una cosa como otra, son imposibles. Las razones por las que esto ocurre son complejas y van más allá de cualquier razonamiento teórico o, incluso, científico. Está claro que todos y todas necesitamos sentirnos especiales, de alguna manera la sociedad nos lo exige, igual que nos exige llenar vacíos constantes para que no cese el consumo masivo. Por eso, de un tiempo a esta parte, los gurús del ensimismamiento se han puesto las pilas. Bueno, han existido siempre, pero desde hace unos años, sobre todo con la aparición de las redes sociales, son mucho más poderosos y eclécticos.

 

Y es que hace mucho tiempo que nos están despachando un mal amor propio, uno que nos obliga a mirarnos todo el rato, como si todo lo que sucede fuera gracias a o por culpa de nosotros. Como si el entorno y las condiciones de vida no tuvieran nada que ver con lo que nos pasa. O peor, intentando anular los efectos del entorno con el mantra: “el poder de cambiar las cosas reside en uno mismo”. Una frase que antes de esta revolución del ensimismamiento se tomaba como un dispositivo motivador en circunstancias específicas, pero que hoy día se ha llevado a extremos que no se pueden soportar. Qué fácil sería todo si este poder de cambiar las cosas con nuestro solo pensamiento fuera real y qué pronto se les acabaría el negocio a algunos si todos nos diéramos cuenta de que no lo es. Es verdad que el pensamiento puede modificar una actitud, pero esta actitud, no puede, por sí sola, cambiar las cosas. Hacen falta unas condiciones favorables y la acción y la cooperación de una sociedad.

 

El negocio del Yo, de la felicidad y del consuelo tiene muchos adeptos y muchos beneficiarios, tantos como nombres tienen las ‘disciplinas’ que enseñan o practican. Aunque quisiera, no podría enumerar todas las que existen hoy día en el mercado, porque cada día surge una nueva y sería un trabajo ingente localizarlas todas y tener una lista actualizada. Y digo ‘mercado’ porque, a día de hoy, lo que tenemos es ya un mercado de negocio en el que cada cierto tiempo se abre un nicho nuevo. Cada uno de esos nichos incluye varias disciplinas no-científicas (la verdad es que me duele, incluso, llamarlas disciplinas) y cada una de ellas a varios cientos de iluminados que las practican y las venden, claro. Seguramente hay muchas personas que han descubierto que pueden comunicarse con las setas y no han sacado provecho de ello, cosa que sería totalmente lícita pues cada uno en su casa puede hacer lo que le plazca. El asunto se complica cuando quieren vender su mismidad al resto haciéndola pasar, además, por evidencia científica.

 

Este artículo pretende adentrarse en la no-ciencia cuando ofrece las mismas garantías que la ciencia, por lo tanto, aquellos que dicen que ‘a cada uno le funciona una cosa’ para defender este tipo de pseudoterapias, están en su derecho de seguir diciéndolo, pero no viene al caso ni es un argumento válido para atacar este artículo. Ergo, tampoco para defender la difusión (y comercialización) como ciencia de ninguna terapia alternativa. El problema de tanta disciplina sin sentido es que utilizan nombres de teorías e hipótesis científicas, pero sin hacer uso de ellas. Este hecho, aunque no siempre es fácil de probar y pocas veces se denuncia, puede incurrir, en algunos casos, en un delito contra la salud pública. Según el abogado Fernando Frías “La gente que pica en esas cosas difícilmente las denuncia”.

 

El físico y filósofo argentino Mario Bunge, dedicó parte de su obra a combatir lo que él llamaba “pseudociencias”. Lo hizo en numerosos artículos que, posteriormente, se recopilaron en un libro titulado “¡Las pseudociencias, ¡vaya timo!”. Bunge dijo “Se puede ignorar la filosofía, pero no evitarla” y lo mismo vale para la ciencia, a la que las pseudoterapias, sin duda, ignoran, pero no pueden evitar. Bunge también dijo algo que parece muy obvio “los problemas de la salud pública requieren conocimientos biológicos y sociológicos”, pero que no resulta tan obvio si entramos en el campo de las pseudociencias donde los conocimientos y la investigación brillan por su ausencia.

 

La AMM (Asociación Médica Mundial) en su declaración sobre las pseudociencias y pseudoterapias en el campo de la salud, nombran cuatro principales riesgos de éstas sobre la población:

 

  1. Existe el riesgo de que los pacientes abandonen pseudoterapias médicas o medidas de prevención que se han demostrado efectivas, por prácticas que no han demostrado valor curativo, y esto a veces puede ocasionar fracaso del tratamiento en enfermedades graves, que pueden provocar incluso la muerte.
  2. La posibilidad más que frecuente de retrasos peligrosos y pérdida de oportunidad en la aplicación de fármacos, procedimientos y técnicas reconocidas y avaladas por la comunidad médica científica como intervenciones efectivas basadas en evidencia.
  3. Pueden producir daños económicos a los pacientes, traumas físicos y psicológicos, e ir contra la dignidad de la persona, amenazando su integridad moral.
  4. Las pseudoterapias no probadas pueden contribuir al encarecimiento de los procesos asistenciales.

Por su parte, el Ministerio de Sanidad y el Ministerio de Ciencia han elaborado el primer listado con las 73 pseudoterapias que no han demostrado «ningún intento» de evidencia científica y se están estudiando otras 66 más que podrían sumarse a la primera lista. Entre las ya estudiadas, nos encontramos cosas como estas: “Técnica fosfénica” (Consiste en mirar una fuente de luz y, después, al quedarse en profunda oscuridad para ver las manchas de colores luminosas que se producen. Esto mejora la memoria, la atención o la inteligencia), “Ángeles de Atlantis” (cursos en los que enseñan a conocer las señales y el lenguaje de los ángeles, a comunicarse con ellos y a establecer una relación íntima con el Ángel de la Guarda) o “Grafoterapia” (técnica que tiene como finalidad «cambiar el funcionamiento afectivo de la persona» a través de una modificación de su escritura). Entre las que están por evaluar, hay algunas que nos pueden sonar un poco ‘Reiki’, ‘Homeopatía’, ‘acupuntura’ o ‘constelaciones familiares’.

 

No tengo muy claro cuál es la mejor forma de abordar estos pseudoconocimientos, no sé si es bueno dar nombres y apellidos de personas que llevan años dando charlas y vendiendo libros sobre experiencias con extraterrestres, o de otras que llevan toda su vida divulgando teorías terraplanistas. No sé si hay que darles bola o ignorarlos para que no sigan poniendo en riesgo la salud (física y mental) pública, lo que sí sé es que hay que tener cerca a la ciencia y a aquellos que se dedican a investigar y contrastar teorías, para que las meras especulaciones y los dogmas no nos abduzcan. Para que el peso de sentirnos especiales y únicos no nos haga perder el sentido de la realidad. Una realidad que, si la miramos bien, al igual que la ciencia, no puede ser más compleja y más especial.

 

Susana Sousa

Referencias

Listado de las pseudoterapias alternativas del Ministerio de Sanidad

https://www.mscbs.gob.es/gabinete/notasPrensa.do?id=4527#:~:text=Abrazoterapia%2C%20acupresi%C3%B3n%2C%20acupuntura%2C%20aromaterapia,%2C%20hidroterapia%2C%20hipnosis%20natural%2C%20homeopat%C3%ADa 

 

Campaña del Gobierno en ciencia y salud contra las pseudociencias.

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