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Recuerdo una conferencia, que describiré de memoria, cuyas ponentes eran Judith Butler y Angela Davis. Quizá me guíen clichés estéticos, pero ubicaría aquel salón de actos en alguna ciudad sureña de los Estados Unidos. Estaba repleto y a punto de comenzar, cuando alguien informa a las ponentes que personas con diversidad funcional, junto con muchas otras, habían quedado fuera. Tras comprobar que no se había habilitado espacio para discapacitados, decidieron no continuar hasta que las organizadoras corrigieran la situación. El ambiente se tensa ¿A qué viene todo esto si ya está el aforo completo?, parecen pensar ¿Qué culpa tenemos si han llegado más tarde? Tal vez la organización no tuvo en cuenta estas “cosas”, pero, aunque convengamos que está mal ¿A qué viene montar el pollo a última hora? Pues bien, no contentas con montar el pollo decidieron también rellenarlo. Una de ellas cayó en la cuenta: no hay intérprete en lengua de signos. La organizadora ya no sabía dónde meterse ¿Para qué hacía falta si ninguna de las presentes parecía tener una discapacidad auditiva? Butler y Davis decidieron no comenzar hasta que acomodaran a las personas con silla de ruedas en primera fila y alguien encontrara una intérprete que tradujera a lengua de signos a inexistentes espectadoras sordas.

En esta historia reconocemos enseguida lo que para muchos es la típica reacción “tiquismiquis” de aquellos que tienden a llevar demasiado lejos lo políticamente correcto. Pero ¿Qué es la corrección política? La podríamos definir como esa manera de expresar nuestras opiniones y dirigir nuestras acciones, ajustándonos a una supuesta sensibilidad ética y moral, mayoritaria o no, dominante. Así, el políticamente incorrecto sería aquella persona que infringe ese código con el fin de provocar, o bien una ofensa directa, o bien, una reflexión acerca de lo oportuno de esos límites morales, tanto en forma como en fondo. Intentaré demostrar cómo este planteamiento discursivo en nada sirve para beneficiarnos de esto último.

Empecemos con una obviedad conceptual sobre la oposición “correcto-incorrecto”. Lo correcto sería el contenido veraz en una proposición. Puede ser una correlación exacta, siempre y en todo lugar, como en matemáticas y lógica (ej. 2+2), o relativa y contingente como en el comportamiento social (ej. Comer con la boca abierta es de mala educación). Así lo incorrecto se define o surge por la constatación de que el contenido deducido en esa proposición no es veraz. En cambio, cuando nos referimos al vaporoso concepto de lo “políticamente correcto-incorrecto”, al ser en realidad una creación retórica interesada, es lo políticamente incorrecto lo que se positiva primero, para a partir de ahí, delimitar arbitrariamente la corrección política. Nunca es una búsqueda honesta de lo cierto es, simple y llanamente, cinismo.

Con esto sería suficiente para deslegitimar cualquier puesta en valor de un argumento basado en la contraposición de lo políticamente correcto e incorrecto. Pero si aun así diéramos por buena la pertinencia de algo llamado corrección política, yo no la doy, pero si la diésemos, sería oportuno analizar el por qué hay quienes adjudican, sin justificación, a lo políticamente incorrecto la virtud de una certera honestidad, y, por el contrario, a la corrección política el defecto de un servilismo pusilánime. Cuando podría ser que la primera fuera, como casi siempre es, una zafiedad, y la segunda una mínima respetabilidad exigida.

Ser políticamente incorrecto o correcto no tiene en sí mismo ningún valor; ni positivo ni negativo, sólo aquel que le confiera su argumentación de fondo, que casi nunca la hay.

Además, si queremos acotar una sensibilidad moral hegemónica hay primero que delimitar el contexto de su domino. Pongamos un ejemplo de actualidad. ¿Sería políticamente incorrecto criticar la autodeterminación de género en un medio de comunicación ultraconservador? Parece que en ese contexto lo políticamente incorrecto sería defenderla. El políticamente incorrecto inventará un marco general dominante en abstracto, en este caso sometido por la ideología de género. Pero ¿Son reales esos contextos o por el contrario son, como decimos, enemigos imaginarios? Pensemos en una persona trans ¿Cuál será su percepción sobre la moral hegemónica? ¿La que la acepta o la que la excluye? En realidad, la respuesta es la misma: depende del contexto.

Aun así, como los dardos de la incorrección política van casi siempre dirigidos, de derecha e izquierda, hacia las acciones inclusivas del diverso, dejo al lector o lectora que experimente defender esa postura en el bar de su barrio, en su pueblo, en el trabajo, una cena familiar, etc. Averigüen por ustedes mismos donde está, si la hubiere, la corrección política. Qué opinión es la que perturba a la mayoría y la más ridiculizada. Experimenten en sus carnes, por citar algunos sospechosos habituales, como el marxismo cultural, la ideología de género, la trampa de la diversidad, en definitiva, la dictadura progre, les pone en su sitio a través de sus familiares, amigos o compañeros de trabajo. Ya les tranquilizo desde aquí, no sucederá.

Desde hace ya algún tiempo se viene creando una especie de épica en torno a lo “políticamente incorrecto”. No importa en qué punto dentro del espectro ideológico nos fijemos, siempre habrá alguien que enarbole esta bandera, y por mucho que nos pese, nos contará “las verdades del barquero”, nos guste o no, alguien tiene que “poner pie en pared”, “dar un puñetazo en la mesa”,…etc. Ya que nadie se atreve, han de ser ellos, campeones de la libertad, quienes corran ese velo de Isis que es la corrección política. Todo este teatrillo sobreactuado del héroe políticamente incorrecto se ve reforzado por aquello que demuestra su falsedad, el aplauso y admiración de quienes le rodean. Tras haber caído en la marmita de una lucidez disidente y combativa, se verán como auténticos mártires con que tan solo cuatro personas les critiquen en Facebook. Ahí verán las fauces de la dictadura de lo políticamente correcto. Pero, aunque las élites usen todo su poder para callarlos, no se amilanarán no, ellos jamás.

Que la dialéctica entre lo políticamente correcto e incorrecto es inadecuada se debe a que es precisamente un instrumento para lo contrario de lo que presume. No ven que el posicionamiento desde una supuesta incorrección política no deja de ser una propuesta de corrección política que la sustituya. Es decir, no es una postura, minoritaria o no, enmarcada dentro de una diversidad amparada por la libertad de expresión. Es el intento victimista, disfrazado de resistencia heroica, para la imposición de un marco ideológico a la totalidad, justificado por un supuesto otro dominante, ficcionado por ellos.

Una vez reubicadas las personas con diversidad funcional y ante la imposibilidad de encontrar una intérprete de signos, Davis y Butler accedieron finalmente a dar la conferencia. Reprimenda mediante a la organización, continuaron. A partir de aquí mi interés desapareció, no porque no fueran a ser interesantes las ponencias, sino porque lo que había sucedido me había dado ya lo suficiente para pensar.

Tenemos dos gigantes del pensamiento moderno en nuestra ciudad para impartir una conferencia. Pongámonos en la piel de una persona sorda interesada en acudir (sé que habrá quien no le harán falta estos ejercicios de imaginación). En la difusión del acto nada advierten sobre la disponibilidad de intérpretes en lenguaje de signos, ¿acudiríamos? Hay quien iría esperanzada en que estuviera dispuesto, incluso quien al no encontrarlo lo exigiría, pero mucho me temo que la mayor parte, acostumbrada a que no se les tenga en cuenta, se quedaría en casa. Entonces ¿Dónde se quebranta el derecho de acceso al conocimiento?  Y para una persona en silla de ruedas ¿Dónde empieza el filtro para poder disfrutar de la conferencia? ¿Como cualquier otro espectador al llegar a la sala y comprobar que el aforo está lleno? ¿En las barreras arquitectónicas de su ciudad? ¿La correcta adaptación del transporte público? ¿Empieza desde que naciste en una sociedad para la que tus necesidades parecen ser invisibles?… ¿Vemos ahora las exigencias de Butler y Davis como la imposición de un discurso por parte de la dictadura de lo políticamente correcto?

No niego que existan medidas, supuestamente dirigidas a favorecer la integración e igualdad que resultan esperpénticas y superfluas. Pero no son malas por ser “políticamente correctas”. Son malas porque no resuelven el problema, porque lo cronifican convirtiendo la diversidad en algo a “tolerar” y no como algo que forme parte de nosotros mismos. Cuando esto sucede son los propios afectados los primeros en detectar estas trampas cosméticas y los primeros en denunciarlas. En cambio, aquellos que presumen de “incorrección política” criticándolas, en nada les preocupa lo eficaz de dichas medidas, lo único que buscan es elevar la caricatura a categoría para poder justificar la expresión de sus prejuicios; es esto y no otra cosa lo que les incomoda.  Así, estos “librepensadores”, campeones de la incorrección política, se sienten ofendidos por una sociedad que propone unos mínimos aceptables, en la que no caben actitudes y expresiones denigrantes hasta ahora aceptadas. Recuerdo haber visto una vez a un hombre en medio de un paso de cebra charlando con un conocido. Cuando los conductores que esperaban le reprocharon su actitud, se puso a cruzar la calzada una y otra vez sin permitir que la circulación continuara. Insistiendo en que tenía todo el derecho del mundo a hacerlo. Continuó hasta que llegó la policía, que de manera más o menos amable, lo invitó a marcharse. Del mismo modo  tendremos que  seguir invitando a hacerse a un lado a quienes, con toda la razón del mundo, reclaman su derecho a seguir siendo unos cafres.

Vamos terminando. Cuando emitimos una opinión no sólo jugamos en el tablero de la retórica. Estamos intentando reducir el mundo a nosotros y forzar a los demás a empequeñecerse a la medida que damos. Lo hacemos todos. Por mucho conocimiento y sabiduría que atesoremos y se nos reconozca, la certeza queda casi siempre demasiado lejos y desenfocada. Para empujar los límites de nuestro conocimiento lo primero es reconocer esto y no permitir que nos entretenga un idiota en un paso de cebra. Por último, me parece importante poner en valor y no confundir una provocación estimulante con la pataleta infantil de quién quiere reducirnos a su mundo a golpe de desprecio. El primero nos tirará con él al abismo, pero pasado el trauma, nos soltará la mano y nos liberará en una amplitud llena de posibilidades. En cambio el segundo: mugre y tristeza.

Pablo Martínez Tobía

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One thought on “Corrección, incorrección, diversidad y un tonto en un paso de cebra

  1. Si, como se dice, lo políticamente correcto es «esa manera de expresar nuestras opiniones y dirigir nuestras acciones, ajustándonos a una supuesta sensibilidad ética y moral, mayoritaria o no, dominante», la consecuencia es evidente: esa sensibilidad, al ser supuesta, no tiene base real alguna pues es, por definición, una mera suposición.

    Por tanto, el debate podría acabar ahí. Lo que se conoce como «lo políticamente correcto» no es sino el nombre que se da al intento de unos para imponer a otros lo que aquellos consideran sobre la cuestión que toque en cada momento. Y al igual sucede con «lo políticamente incorrecto» (sin perjuicio de que en este caso asistamos también, en algunos casos que lo reivindiquen, ante la pura oposición a la imposición).

    Sólo hace falta que el absurdo conceptual triunfe, ayudado, por supuesto, por otros a quienes también interesa imponerse sobre los demás, para que los de a pie, los de siempre, acabemos asumiendo que lo que nos dicen que hay que hacer y pensar es lo que nos conviene.

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