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La ficción es, según la RAE, la acción y efecto de fingir, una invención, una obra narrativa que trata sucesos imaginarios. Bueno, es una definición que he simplificado un poco, ya que la definición completa de la tercera acepción, “clase de obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes imaginarios”, me parece bastante constrictiva y limitada. Diría, incluso, que está mal hecha, y eso es un problema, pero bueno, es sólo uno de los muchos problemas que tiene la RAE, me parece a mí.

Así pues, este artículo va a trabajar con una definición de “ficción” bastante más amplia que la de la RAE, con el fin de defenderla. No es un artículo objetivo, no, porque trato de defender con la mayor contundencia que pueda la importancia de la ficción.

La ficción puede presentarse en una cantidad ingente de formas: cuentos orales, leyendas, fábulas; novelas, relatos, poemas, cuentos; ilustraciones, murales, novelas ilustradas, cómics; teatro; películas, series de TV, cortometrajes; seriales radiofónicos, audiolibros, canciones; videojuegos; experiencias inmersivas o combinaciones de todo lo anterior. Todas ellas son válidas para contar una historia, y todas tienen sus propias ventajas y desventajas, sus propios recursos narrativos.

Alguna vez he visto alguna confusión entre “ficción” y “ciencia-ficción”. Naturalmente, la ciencia-ficción es sólo uno de los muchos géneros posibles dentro de la ficción, como también lo es la fantasía y muchos otros géneros que no implican la creación de un universo distinto en el que ambientar las historias. Nuestro propio universo, con sus características, su sociedad y sus leyes de la física, puede ser y a menudo es un perfecto escenario para la ficción, sea de carácter dramático, humorístico, policíaco, romántico, erótico, de cualquier otro género o de una combinación de algunos de los anteriores. De la misma forma que el pasado de nuestro mundo también puede servir para ambientar ficciones de carácter bélico, relatos de piratas, western, medievales o prehistóricos.

De hecho, la ficción puede estar incluso basada directamente en hechos reales y tratar de reconstruirlos, aunque mientras no podamos asegurar que ocurrieron exactamente así y requieran un ejercicio de imaginación y/o de interpretación, será ficción y no un documental o un libro o una revista de Historia.

Supongo que, por esto, la definición de la RAE me ha parecido bastante mala. No se trata sólo de obras literarias y cinematográficas, sino que el abanico es mucho más amplio; y los personajes no tienen por qué ser imaginarios, aunque los sucesos sí.

La ficción entendida en su totalidad, por utilitaria que quede esta observación, tiene muchas aplicaciones, muchas formas de influir sobre todos nosotros y nuestro entorno.

La ficción nos inspira a muchos niveles. El carácter de un personaje ficticio, su personalidad, puede ayudar a moldear nuestro propio carácter y cómo reaccionamos o queremos reaccionar en determinadas situaciones.

A nivel social, la ficción nos inspira nuevas formas de organizarnos, nuevos modelos sociales que podemos crear; nos permite imaginar utopías y distopías, y a través de los rasgos que comparten éstas y la realidad, ayudarnos a reflexionar sobre nuestra propia sociedad.

Y es que sí, la ficción puede cambiar el mundo. A menudo lo ha hecho, de forma sutil o brusca. Quizá sea injusto hablar de los dos mayores ejemplos que se me ocurren de ficción cambiando todo el mundo, que serían la Biblia y el Corán, porque precisamente buena parte de su potencial para generar cambios venía de que mucha gente no los percibía como ficciones sino como verdades divinas; pero, cogiéndolo con pinzas por este motivo, me sigue pareciendo buen ejemplo.

También nos inspira, por supuesto, a nivel tecnológico. Los submarinos, los cohetes y estaciones espaciales, las videollamadas, muchas cirugías y modificaciones genéticas, los drones y los robots existieron antes en la ficción que en el mundo material. Seguramente, en el futuro, esta lista de ejemplos se alargará considerablemente. La ficción también inspira a científicos, ingenieros, constructores e inventores en sus avances.

La ficción también nos ayuda a aprender numerosos datos reales que los autores incluyen en sus historias: hechos sobre otras culturas o curiosidades científicas incluidas en una narración ficticia.

La ficción da de comer (en mayor o menor abundancia) a mucha gente a lo largo del mundo: escritores; narradores de todo tipo; directores, actores y actrices, todo tipo de trabajos en el equipo técnico de una producción audiovisual; guionistas, dibujantes, entintadores, coloristas; productores, editores; desarrolladores de videojuegos; cantantes; críticos. Y eso, sin tener en cuenta la cantidad de merchandising y productos que pueden derivarse de algunas ficciones: todas esas camisetas, sudaderas, juguetes, juegos de mesa, disfraces, tazas, pósters, fundas de móvil, álbumes de cromos o pegatinas inspiradas en alguna película, serie, cómic o cualquier otro producto de ficción.

Por supuesto, la ficción entretiene: es quizá la función en la que más se piensa cuando se trata de reflexionar acerca de “para qué sirve” la ficción, y por eso quería dejarla para el final, aunque no con ello restarle importancia. El aburrimiento puede ser una sensación muy desagradable y, en ocasiones, incluso peligrosa y dañina; por eso, el entretenimiento es de por sí una función positiva y loable, que probablemente necesitamos más de lo que a menudo nos damos cuenta.

La ficción es un espejo que refleja la realidad, y también un martillo para darle forma. La trascendencia y la importancia de algo que puede cambiar a las personas y la realidad a tantos niveles, que da de comer a tanta gente, no puede ser minimizada. No se puede despreciar la ficción como si no tuviera una enorme importancia en nuestras vidas y en nuestro mundo.

Hace poco vi un tweet de un señor, creo que era economista o algo así, en el que presumía, bastante orgulloso, de no leer libros de ficción. Todo lo que leía eran teorías económicas, ensayos y cosas por el estilo. Confieso que me pareció un poco triste que alguien se sintiera orgulloso de ser tan idiota, la verdad; pero bueno, es sólo lo que a mí me pareció.

Hay un extremo opuesto: el de gente que a menudo discute sobre ficción y lo convierte en un tema muy personal. Soy consciente de que, a veces, la gente se indigna por razones muy particulares, exageradas y poco argumentadas por algún producto de ficción. Sin embargo, tampoco me gusta la respuesta que a menudo podemos encontrar a esta gente que viene a decir algo así como “relájate, sólo es una película”; “no le des tanta importancia, es sólo una serie de TV”. Bueno, sí, es una película, es una serie de TV, es una ficción. Pero yo no diría “sólo”. Ya es lo bastante importante como para justificar debates sobre ella, la ficción tiene cierta importancia.

Así que, por supuesto, considero que a menudo es justo, y también provechoso y necesario, criticar la ficción, pedir una ficción de mayor calidad. Porque no es un asunto absolutamente intrascendente, porque la ficción tiene su importancia en las vidas de la gente.

Porque la Humanidad, tanto individual como socialmente, necesita la ficción para entenderse, para vivir y para avanzar.

“Tus más fieles compañeras desde la caverna, las apariciones guiamos el paso de la Humanidad; nuestro planeta, equivalente invisible al tuyo, igual de permanente, de venerable, de cierto. En la fundación del sueño el barro es la materia, dos manos que bosquejan, la una dibuja a la otra: las fantasías a las que has dado forma te dan forma a ti.

Intangibles, somos el alma secreta de la vida, el principio que la guía, lo mejor. A salvo de subterfugios o de espías, libres de las autoridades mundanas. Las certezas de la vida nos debilitan, mas aguantamos. Caen los tiranos, pero Quijote cabalga con los compañeros de tus noches de cuna por gloriosos prados por Coleridge jamás vislumbrados.”

La Liga de los Caballeros Extraordinarios, Alan Moore 

Ibai Otxoa

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