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Susana R. Sousa

Susana R. Sousa

Sigue sin haber tanto pan para tanto chorizo, sin embargo, los desmanes por parte de los abusones no han cesado y el fascismo se ha hecho más fuerte. Recordar al 15M es más necesario que nunca.

Fuimos semilla

La pérdida, el conocimiento, la nostalgia, la democracia, el desasosiego, la suerte, la muerte, la revolución.

La intención de este artículo no es revolcarme en la retropía y resucitar aspectos ideales de un pasado que ya no volverá, aunque, quién sabe, puede que lo consiga. La intención es recordar un movimiento social que despertó a una sociedad que arrastraba la dormidera desde la prosperidad de los 90. Antonio Muñoz Molina, días después de la ocupación de las plazas, se despachó a gusto con un artículo en el que acusaba a España de vivir “en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio, sobre todo en la esfera pública” afirmando que “la broma” había empezado en los años ochenta. No es el único que ha puesto en duda la modernidad de los idealizados ochenta, también lo ha hecho en numerosas ocasiones el filósofo Carlos Fernández Liria. Defensor a ultranza de la educación pública, Liria consideraba urgente organizar la resistencia y, por encima de todo, proteger las conquistas sociales que aún se mantienen en pie.

“Los ciudadanos saben perfectamente que no se les llama a votar para consultar sus razones, sino para hacerles entrar en razón.”

Carlos Fernández Liria.

No sé si todos los ciudadanos saben “perfectamente” para qué son llamados a las urnas, en cualquier caso, fueron muchos los acontecimientos que precipitaron el 15M: la negativa de los ciudadanos islandeses a pagar la deuda externa en 2008, la huelga general de 2010 contra la reforma laboral del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero o la Primavera Árabe. Y por supuesto, la revuelta de Grecia con el movimiento de insumisión fiscal Den Plirono (No voy a pagar) al frente.

Cuando, en 1995, Javier Álvarez dejó cantado aquello de “somos la edad del porvenir”, no solo cantaba a su generación, sino que hacía un llamamiento a todas las anteriores y las venideras y a todos los jóvenes de espíritu que se pasarían la vida siendo conscientes de que acatar normas no significa estar de acuerdo con ellas y de que el obrero no siempre viste con mono azul. Le cantaba a los inconformistas y a los marginados. A los que se callan por miedo, pero encuentran una forma discreta de boicotear los engranajes del sistema y, también, a los que no se callan, a esos que avanzan en primera línea de batalla. Le cantaba a los necesarios, no tanto a la masa de contingentes. El 15M, sin embargo, quiso cantar a todos. A todos los que mantienen la pirámide, a los de abajo, incluso a aquellos que jamás habían coqueteado con la más mínima de las luchas sociales. Para ellos y ellas también iban sus lemas: “No nos representan”, “Apaga la tv, enciende tu mente”, “Nuestros sueños no caben en vuestras urnas”, “Error 404. Democracy not found”, “No hay pan para tanto chorizo”.

“Hay un gallo que llora y que grita. Despierta, despierta; despierta, despierta prudente. Que esto duele te arrasa, te mata, te irrita. Qué suerte la tuya, tan cruda y maldita” cantaba Silvia Pérez Cruz. “Te roban y te gritan. Te roban y te gritan. Te roban y te gritan. Y lo que no tienes, también te lo quitan. No hay tanto pan, pan, pan. No hay tanto pan, pan, pan. Es indecente y es indecente. Gente sin casa y casa sin gente”.

En mi hambre mando yo

Me he preguntado muchas veces ¿dónde está mi generación? Y, sobre todo, ¿dónde estaba el 15 de mayo de 2011? ¿Dónde estábamos? ¿Qué hacíamos? Me consta que algunas estaban comprando en Zara y que otras llevábamos meses buscando piso en una ciudad en la que la burbuja inmobiliaria había empezado a explotar. Recuerdo como si fuera hoy aquél mágico día en el que visité cinco inmuebles de la misma propietaria, cinco de los veinte que tenía. Me enteré de que era una marquesa y exfuncionaria del Estado, pero nunca le vi la cara (del tamaño de Brasil, supongo). El secretario que llevaba sus negocios inmobiliarios era un cubano con una gracia que no se podía aguantar, pero recio a la hora de ceder un euro ante quien, según nos repitieron hasta la saciedad, había vivido por encima de sus posibilidades.

Consciente de que once años cotizados a la Seguridad Social, y los que me quedaban, no eran suficientes para acceder a una vivienda digna, tomé conciencia de la crisis inmobiliaria. Fue entonces cuando comencé a buscar información en internet para dar salida a mis ansias de revolución y me topé con Juventud Sin Futuro, una organización surgida en el ámbito universitario que había empezado a imitar a los jóvenes portugueses y llevaba meses movilizándose por la falta de oportunidades. Después vino la PAH madrileña, surgida casi simultáneamente al 15M y Democracia Real Ya que fueron los que convocaron la manifestación que estaba llamada a no ser una manifestación más. Fue un día de San Isidro completo con vermú por la mañana y una emocionante manifestación por la tarde que congregó a mucha más ciudadanía que sus antecesoras.

Hacía años que no sucedía algo así en España y era muy emocionante para muchas de las que llevábamos tiempo esperando una movilización a la francesa. La movida no había hecho más que empezar, porque luego vino Acampada Sol, que se mantuvo durante un mes y, posteriormente, las asambleas de barrio “no nos vamos, nos expandimos”. Recordarlo ahora es como una exhalación, parece que pasó muy rápido, pero la sensación en aquel presente era de una lentitud demoledora. Cada decisión tomada, cada comisión creada, cada acción de cada grupo de trabajo necesitaba el consenso común y no paraban de surgir nuevas ideas para hacer las cosas que beneficiaran a la mayoría, nuevas formas de hacer política y personas con una implicación envidiable y sorprendente.

Durante meses sostuve la misma pancarta en las movilizaciones “En mi hambre mando yo”, título del sexto álbum de Marea y frase que se ha adjudicado a varios intelectuales, pero que solo José Luis Sampedro ha sabido referenciar dignamente. En su libro “España”, Salvador de Madariaga contaba la anécdota de aquel jornalero español que se negó a aceptar el duro que le ofrecía el cacique a cambio de su voto. Fue ese jornalero quien pronunció la frase que luego Marea y los indignados usamos a nuestro antojo. José Luis Sampedro, ferviente defensor del movimiento 15M desde sus inicios, contaba la anécdota en una entrevista a Jordi Évole y añadía “¿Qué se le puede decir a un hombre que está en la nada? Pues que seas consciente, que tengas libertad interior, que te apruebes a ti mismo”. Que al menos en eso, en tu hambre, mandes tú.

La pérdida, el conocimiento, la nostalgia, la democracia, el desasosiego, la suerte, la muerte, la revolución.

El 15M, como reza el prólogo del ensayo de Stéphane Hessel “¡Indignáos!” fue un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica que señaló sin miedo a los culpables de la crisis. El poder del dinero “nunca había sido tan grande” escribía Hessel en 2010 en el libro que abrió paso a la rebelión. Un libro que se me antoja demasiado complejo para que las generaciones actuales lo tomen siquiera en consideración. Cuando el dinero y los “likes” (o el dinero que dan los likes) dominan el día a día no hay tiempo para la indignación, supongo. Sin embargo, me gustaría pensar que aún quedamos indignados, no solo en la calle, sino también en los medios de comunicación y en política y que muchos de ellos trabajan por un mundo mejor desde sus parcelas de influencia.

Cuando a la filósofa Marina Garcés le preguntaron en qué ha quedado el 15M, contestó: “Del 15-M no hay que contar solo un final, sino que ha habido un cambio de percepción en las instituciones políticas y de nuestro régimen económico, el capitalismo. Desde entonces han cambiado muchas cosas, sobre todo ha habido una deslegitimación radical del sistema en el que vivimos”.

Al igual que Garcés, creo que lo mejor es preguntarse ¿qué hemos aprendido a ver y hacer de otra manera gracias al 15-M? Y sí, me gusta pensar que aún hay esperanza, así que quedémonos con las palabras que este berlinés de origen hebreo escribió con 93 años en un ensayo de 50 páginas del que se vendieron más de 4 millones de ejemplares en Francia. Stéphane Hessel fue uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos firmada en París y ratificada en San Francisco, ha sido embajador de Francia en la ONU en Ginebra y defensor de la causa palestina habiendo viajado varias veces a Gaza.

“Estoy convencido de que el porvenir pertenece a la no violencia, a la

conciliación de las diferentes culturas. Es por esta vía que la humanidad deberá superar su próxima etapa”.

Referencias

Stéphane H. (2010). ¡Indignáos! Barcelona. Destino

El Salto https://www.elsaltodiario.com/15m/pablo-elorduy-diez-anos-movimiento-indignados-fotogaleria

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