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Pablo Martínez Tobía

Pablo Martínez Tobía

Lo único que podemos asegurar sobre la identidad es que no es una cosa, es un proceso. Generalmente no tenemos la perspectiva temporal para apreciarlo pero a veces los cambios culturales y políticos sumados a influencias externas nos da la oportunidad de intentar comprender

La escritura antropológica es a menudo una tortura. Tratar de usar los términos adecuados para reflejar realidades culturales distintas, que además están en perpetuo cambio, evitando sesgos que irremediablemente nos alejarán de una mejor comprensión. Proponemos categorías cada vez más complejas que inevitablemente terminaremos problematizando su pertinencia. Llega un momento en que debes parar, reconocer las limitaciones y confiar en la benévola interpretación de quien  lee. Cuando hablamos de identidades la calculadora ya se nos va a los infinitos. Todo parece equivocado. El científico social debería abandonar ante la imposibilidad de usar con rigor la identidad como categoría de análisis. Lo malo es que la gente se  identifica continuamente e identifica a los demás y siendo así, no nos queda más remedio que abordarlo. Por ejemplo, en este texto, que hablará sobre la evolución de las identidades sexuales en Soweto al final y tras el apartheid, mis dudas sobre el género que debo usar para referirme a Linda son irresolubles ¿Utilizo el que aparece en el artículo original de Donald L. Donham? ¿el que en cada momento parece identificarse Linda? ¿uso el neutro –e que no conoció y con el que nunca pudo llegar a identificarse?¿qué es lo más honesto? ¿cuál refleja mejor aquella realidad? Lean lo que lean apelo a esa benevolencia a la que me refería antes y entiendan la dificultad.

Lo único que podemos asegurar sobre la identidad es que no es una cosa, es un proceso. Los procesos son cosas que al relacionarse cambian. Es la relación la que crea la identidad. Al contrario de lo que se puede pensar,  la relación es lo concreto y la cosa lo abstracto. Las cosas no existen más que como idea, existen los procesos y las relaciones por las que evolucionan. En la novela La voz del Amo, Stanislaw Lem hace reflexionar a uno de sus personajes dando a entender que la única diferencia entre cosa y proceso es una ilusión, el ser humano nunca poseerá la suficiente perspectiva temporal para darse cuenta de que las cosas son procesos que no somos capaces de apreciar. Esto es indudable en física y los es aún más cuando hablamos de cultura. Cosas y personas somos identificadas creando la ilusión de ser algo concreto. Pero el proceso continúa, las relaciones siguen surgiendo exponencialmente. Y cuando nos damos cuenta de que ya no somos quienes creíamos surge el conflicto. Buscaremos de nuevo, esta vez sí, nuestra verdadera identidad, la definitiva. Un último y definitivo espejismo.

“Solía llevar ropa de chica en casa. Mi madre me vestía. De hecho, crecí llevando ropas de chica. Y cuando fui al colegio por primera vez no sabían cómo matricularme” (McLean y Ngcobo, 1994). Al nacer le llamaron Linda. Al contrario de lo que nuestro sesgo occidental pueda hacernos creer, tal y como nos revela Donham, Linda es un nombre masculino común en la comunidad zulú. Parece ser que el pequeño se desarrolló identificándose con otras niñas. Su familia la reconoció de manera natural. Entre los zulú, aunque tampoco era habitual, sí que se aceptaba esta realidad por lo que “sus padres en casa lo trataban como una chica. Esperaban de él que hiciera los trabajos de las mujeres” (Miller, 1993). Traducido a términos actuales Linda sería considerada, en ese momento, una niña trans. Pero ya se sabe, traduttore traditore. Al crecer y entrar en la pubertad, la sexualidad hace evolucionar ligeramente su identidad. La niña pasa a ser identificada como stabane, que literalmente significa intersexual. Linda no era intersexual en los términos en que lo usamos nosotras, ya que poseía sólo genitales masculinos, stabane era considerado como un tercer sexo (Donham habla de tercer género pero considero más coherente con las categorías propias de la cultura zulú hablar de sexo). Aquí las identidades se superponen, se añade algo. Mientras que Linda se sigue considerando chica, al sexualizarse emerge frente al grupo como stabane. Culturalmente esto llevó aparejado algunas creencias y prejuicios hacia ella. Sobre Linda se decía que podía tener orgasmos tanto masculinos como femeninos, incluso la madre de un novio que tuvo creyó que, si lo intentaban lo suficiente, Linda podría quedarse embarazada y les animaba a mantener relaciones continuamente.

Pronto se añadiría más complejidad a la identidad de Linda. Las personas con genitales masculinos que se vestían como mujer y mantenían relaciones sentimentales y/o sexuales con pantsulas (hombre muy masculino: “macho”) se les llamaba skesana. El matiz lo aportaba la preferencia en las relaciones por ese género, pantsula. Ellas no dejaban de estar considerados como un tercer sexo, aunque se reconocieran femeninas.

Aquí es importante aclarar que, aunque nuestro sesgo etnocéntrico nos empuje a ello, no son relaciones homosexuales, los pantsulas y skesanas son sexos diferentes. Nuestra distinción entre sexo y género, como Donham nos enseña,  tan útil para estudiar culturas como las occidentales, se deshacen en la cultura de Soweto hasta el punto de ser analíticamente inútiles si nuestro objetivo sigue siendo entenderla. Si probásemos de nuevo a realizar una traducción cultural podríamos decir que, para los zulú de Soweto, existían un sexo con dos géneros masculinos, hombre-pantsula; y un género con dos sexos femeninos, mujer-skesana (stabane). Donde, además, la cualidad de feminidad y de masculinidad se expresaba con mayor intensidad tanto en skesanas respecto a la mujer como en pantsulas respecto al hombre. Se puede apreciar como patinan nuestras categorías, que nunca son inherentes a las personas a quienes se aplican, sino que pueden variar en función de con quien se relacionen y la perspectiva de quien categoriza. Este tipo de prácticas sociales no eran ajenas a la tradición zulú, ya se había documentado a principios del siglo XX cómo los hombres de campo, cuando acudían a trabajar a la ciudad, tomaban como “esposa” a otros hombres más jóvenes. Las relaciones sexuales no se concertaban por una orientación sexual basada en la genitalidad, nos equivocaríamos si las calificásemos de homosexuales, sino en la edad y la riqueza: “edadismo sexual” (?) o “plutosexualidad” (?). Por alambicado que haya parecido este párrafo no es más que un ensayo grosero que apenas puede mostrar superficialmente lo complejo de la construcción de identidades.

Con el paso del tiempo, el flujo transnacional de personas e información, el contacto con turistas, etc. comienzan a llegar a Sudáfrica las ideas y conceptos que van configurando los emergentes movimientos en favor de los derechos de gays y lesbianas provenientes, sobre todo, de Estados Unidos. En 1988 Linda formó parte del grupo de personas que fundaron GLOW (Gay and Lesbian Organization of Witwatersrand). Hoy en día el movimiento LGTBI+ ha ido creciendo y aprendiendo con el propósito de incluir de la manera más respetuosa posible, todas las realidades y sensibilidades respecto a la manera en que cada cual vive su identificación de género, pero en aquella época el modelo predominante y ejemplo más visible dentro del movimiento era el de hombre homosexual blanco occidental. Estas maneras de entender las identidades de género, nuevas para la cultura zulú, influyeron para que Linda se sintiera más cómodo con la identidad de hombre gay los últimos años de su vida. El compromiso de los movimientos de gays y lesbianas internacionales con la lucha anti-apartheid reforzó esa influencia exterior hasta el punto de que tras la caída del régimen la legislación sudafricana se convirtió en una de las más avanzadas del mundo respecto a los derechos del colectivo. Lo siento por quienes argumentan “la trampa de la diversidad”. Entonces ¿quién era Linda? ¿el bebé llamado con nombre masculino, la niña que ayudaba a su madre a hacer las cosas de casa, una stabane-skesana o un hombre gay?

En febrero de 1993 Linda Ngcobo fallece a causa del VIH. En un primer funeral privado, en casa de un miembro de GLOW, el padre de Linda sorprendió y ofendió a los presentes diciendo: “Déjenme decirles, si usted es un hombre, lleve vestidos de hombre. Si usted es de color, actúe como los de color, si es usted negro, no lleve ropas de indios. Si usted hace esto ¿cómo van a reconocerle sus antepasados y protegerle?”. Los miembros de GLOW se ofendieron. El padre de Linda no tuvo en cuenta delante de quiénes hablaba y estos, como no podía ser de otra forma, lo tomaron como un agravio contra su forma de vida y militancia política. Pero tal vez lo que los compañeros y compañeras de Linda no llegaron comprender en ese momento, es que el padre había aceptado siempre la identidad de su hijo, porque la normatividad cultural zulú nunca tuvo ningún problema con esto. Lo que lamentaba es que, según sus creencias, si Linda se consideró en último término un hombre gay, debería haberse vestido como hombre. Esto no excusa lo inapropiado del comentario, pero ilustra a la perfección la complejidad de las relaciones que configuran nuestras identidades; que se acomodan, contaminan y transforman en cada contexto que experimentamos, con cada persona con la que nos relacionamos y se complejiza dependiendo de lo influenciados que estemos por nuevas maneras de ver el mundo o lo valoremos más atados a la tradición. Linda, fue hombre gay, fue stabane, fue bebé y fue niña en distintas etapas de su vida, incluso diría que en algunos momentos, al final de su camino, fue todo a la vez. Único y única de muchas maneras distintas, como lo somos todas.

Este texto ha sido una reflexión inspirada en el artículo de Donald L. Donham, 1998: La liberación de Sudáfrica: la “modernización” de la sexualidad hombre-hombre en Soweto.

Referencias

Donham, Donald L. (1998) La liberación de Sudáfrica: la “modernización” de la sexualidad hombre-hombre en Soweto. John Wiley and Sons Ttd, con permiso de Blackwell Publishing, Ltd. Raúl Sánchez Molina, 2021: La etnografía y sus aplicaciones. Lecturas desde la Antropología social y cultural. Editorial Centro de Estudios Ramón Areces, S.A., Madrid.

McLean, Hugh y Linda Ncobo (1994) Abangibhamayo Bathi Ngimnandi (Those who fuck me say I´m tasty): Gay Sexuality in Reef Townships. En Defiant desire: Gay and lesbian lives in South Africa. Mark Gevisser y Edwin Cameron, (eds.). Johannesburg: Ravan Press.

Miller, Niel (1993) Out in the world: Gay and lesbian life from Buenos Aires to Bangkok. New York: Vintage Books.

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