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-La Vanessa cardui, o Cardera, es una mariposa diurna de la familia de los ninfálidos. Se trata de una especie migradora y polivoltina que se desplaza 10.000 kilómetros desde el continente africano, donde inverna, hasta el norte de Europa en sucesivas generaciones. Es la mariposa que carda la lana, aunque la que se lleva la fama es la Danaus plexippus, más conocida como Monarca, cuyo recorrido migratorio es menor (unos 5.000 kilómetros de Estados Unidos a México). En un artículo publicado en noviembre de 2022 en la revista Molecular Ecology, se plantea la hipótesis de que un estilo de vida migratorio permite un mayor tamaño de población y, en consecuencia, mayores niveles de diversidad genética. Esto significa que las especies que migran tienen la ventaja evolutiva de una mayor adaptación ante cambios bruscos.  

  -Cada año, millones de insectos migran cruzando amplias regiones geográficas, incluso entre distintos continentes. Cada generación completa sólo una parte de la ruta migratoria anual, pero, sorprendentemente, los ciclos migratorios se repiten. La investigadora Aurora García-Berro explica que: – “Esto es así porque tienen una predisposición genética que les permite interpretar los ciclos estacionales de manera innata y así emprender estos largos trayectos y beneficiarse de las mejores condiciones ambientales para alimentarse y reproducirse”. ¿A nadie le alucina esto?

  -A mí sí, por eso, ante las preguntas ¿Quiénes somos?y ¿De dónde venimos? solo tengo una respuesta posible: nuestras raíces están en la naturaleza o, como diría el filósofo Guillermo Gallardo : “Los humanos no son ya más que una variante zoológica relativamente reciente y sofisticada con virtudes y defectos a nivel adaptativo, con un futuro tan frágil como el de cualquier otro viviente”. Es difícil darse cuenta cuando vives (o sobrevives) en una ciudad donde los ruidos urbanos ahogan cualquier atisbo de raigambre, pero basta con ignorar las bocinas y detenerse un momento en medio de un parque o al lado de una charca para caer en la cuenta de que la afirmación es correcta. Y la única posible.

  -La respuesta a la tercera cuestión existencial más popular de todos los tiempos, a saber ¿Hacia dónde vamos?”, es más difícil de satisfacer y, a la par, el motivo de la ecoansiedad que me subyuga desde la década de los 90. En aquella época aún no se había inventado el término, ya que parece ser que fue creado en 2017 (por la Asociación Estadounidense de Psicología y el grupo climático sin fines de lucro ecoAmerica), pero eso no significa que no existiera la inquietud ante el deterioro ambiental. Yo, al menos, la tenía muy presente. Tanto es así que en 1993 escribí dos artículos para la revista de mi instituto titulados: “Un paisaje vale más que mil palabras” y “Por un mundo mejor” ,en los que daba rienda suelta a mis miedos ante el futuro del planeta. Unos miedos que han estado sometidos a las fluctuaciones del mercado, pero que nunca me han abandonado del todo y que de unos años para acá se han convertido en el monstruo bajo mi cama. No es como el miedo al paso del tiempo, que también está en mi top five, sino algo mucho más atávico e intangible, pero tan real como un dolor de muelas. Un miedo que no ha mermado con el amor a la naturaleza que me acompaña desde mi más tierna infancia, ni con la lectura o el estudio. A duras penas he podido adormilarlo un poco con el descubrimiento de palabras bonitas como “desgalgadero”, “hidrópico” o “evónimo, pero despierta con más fuerza cuando me adentro en los principios de sostenibilidad de Herman Daly, que no se cumplen ni por equivocación, o en las tristes conclusiones de Paul Koch y Anthony Barnosky: “Los resultados de estudios recientes sugieren que los humanos precipitaron la extinción en muchas partes del mundo a través de impactos combinados directos e indirectos. Un proceso al que contribuyó, sin duda, la modificación climática”. 

En cuanto al reciclaje, un artículo de El Salto de septiembre de 2020, nos adentra en las honduras de Ecoembes a través de un estudio elaborado por Changing Market que la señala, directamente, como responsable de que los distintos intentos fallidos por parte de las administraciones públicas de volver a instaurar el uso de envases retornables una herramienta que consigue reutilizar y/o reciclar más del 90% de latas y botellas, salgan adelante. Greenpeace denuncia las 5 mentiras de Ecoembes aquí y ante tal panorama mi ecoansiedad se dispara. 

Sin embargo, hace un par de semanas me llevaron de excursión a identificar mariposas y descubrí una charca llena de ranas y he notado que, desde entonces, mi ansiedad ha disminuido, o, mejor dicho, ha mutado. No sé si ha sido objeto de una metamorfosis al estilo lepidóptero o una simple muda de piel, pero mi preocupación por el futuro del planeta ha sido desbancada (temporalmente) por la idea de que la naturaleza es increíble. Aún hoy me dura la agitación de la charca. Cuando lo cuento, visiblemente emocionada, noto que me miran con condescendencia, recelo y extrañeza, un poco como si fuera desnuda por la calle, sin embargo, no recuerdo una felicidad tan grande desde que le dieron el alta a mi gata. Hacía años que no veía una rana y, ciertamente, a me parece algo para celebrar, en cualquier caso, y dejando para otro rato mi pasión por los anfibios, algo se ha iluminado. De alguna forma soy más consciente que nunca de que el futuro del planeta es incierto, pero al mismo tiempo soy más consciente que nunca de que la naturaleza es asombrosa. Nada de magufadas, eh, asombrosa en el sentido ecológico del término. Me siento un poco como el pequeño Gerald Durrell sentado delante del muro de los insectos, fascinado ante esa tapia de ladrillo y musgo que rodeaba el jardín contiguo a su casa de Corfú en el que pasaba las horas muertas observando a las salamanquesas, los escarabajos y los escorpiones. Y aquí me voy a quedar, si no os importa, un ratito más. 

 “Esperamos que haya luciérnagas en la noche para guiarte y mariposas en los setos y bosques para saludarte. Esperamos que tus amaneceres tengan una orquesta de cantos de pájaros y que el sonido de sus alas y la opalescencia de su colorido te deslumbren. Esperamos que sigan existiendo las extraordinarias variedades de criaturas que comparten la tierra del planeta con vosotros para encantaros y enriquecer vuestras vidas como lo han hecho con nosotros. Esperamos que os sintáis agradecidos por haber nacido en un mundo tan mágico.”   

(Gerald Durrell. Escrito guardado en la cápsula del tiempo enterrada en 1988 en el Zoo de Jersey, que forma parte de Durrell Wildlife Conservation). 

Susana R. Sousa

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