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El pasado 24 de diciembre se llevó a cabo una reunión espontánea en una capilla situada en un concello de Pontevedra. Lo que no hubiera sido más que un encuentro sin mayor trascendencia saltó a la opinión pública por culpa de las RRSS, generando todo tipo de opiniones y juicios de valor.

“Se llama sagrado y divino aquel objeto que está destinado a la práctica de la piedad y de la religión, y sólo será sagrado mientras los hombres hagan del mismo un uso religioso. Si ellos dejan de ser piadosos, ipso facto dejará él también de ser sagrado; y, si lo dedican para realizar cosas impías, se convertirá en inmundo y profano lo mismo que antes era sagrado.”

Baruch Espinoza

 

Contaba Nigel Barley en “Bailando sobre la tumba: encuentros con la muerte”, una anécdota relacionada con muertos (sobre eso va el libro, precisamente), celebraciones y fotografías. En ella, y disculpadme si no soy del todo preciso, pues cito de memoria, nos relata cómo en un funeral, la familia del difunto, teniendo en cuenta que se reúnen en contadísimas ocasiones y, barruntando, que en lo venidero no estarán todos para hacerlo en próximas reuniones, deciden hacerse una foto de familia. Ya están todos posando, con sus mejores galas (la ocasión lo requiere: la abuela colgará el retrato en el salón), cuando aparece el reverendo que acaba de oficiar el funeral dispuesto a acabar con el despropósito al grito de “¡Esta no es una celebración festiva!

De pandemias, luchas generacionales y culpabilidad

Hubo un momento muy concreto en el confinamiento de 2020 en el que las estrictas medidas que vivimos durante dos meses empezaban, poco a poco, a suavizarse. Fue un momento de miedo e incertidumbre por volver a las cifras de fallecidos por COVID que habíamos tenido no mucho atrás y, por otra parte, volver a estar estrictamente confinados. En este momento se miraba con recelo a cualquier colectivo susceptible de reunirse y, con ello, saltarse las normas y, como no podía ser de otra forma, el dardo cayó sobre los de casi siempre, aquellos mismos que durante dos meses habían tenido un comportamiento ejemplar: los jóvenes.

Se puso el dedo sobre ellos, aduciendo que, se juntaban, hacían botellones y que ya veríamos cómo, por su culpa, volvían a encerrarnos a todos.

Esto solían decirlo señoras que, ataviadas con mallas y los mejores complementos deportivos, iban a comprar el pan tres distritos postales más allá y, ya que estaban, le daban un buen paseo a la barra bajo el brazo para que le diera el aire lo suficiente. O, en su defecto, señores que pasaban la tarde en su bar de confianza, mascarilla al codo y saliendo a fumar en comitiva.

He de decir, y no sin cierto orgullo, que los de mi generación, aquellos que empezábamos a descubrir los placeres prohibidos de la vida hacia el cambio de siglo, fuimos los primeros sobre los que recayó el concepto de “botellón”.

El “botellón” no era más que lo que llevaban haciendo “ellos” toda la vida, pero que, como sucediera en el confinamiento, habían decidido hacer de las nuevas generaciones la alteridad, el otro. Es decir; regar las reuniones sociales de ciertos fluidos espirituosos y alguna que otra bolsa de patatas. La diferencia estaba, como casi siempre, en lo económico: mientras los unos podían hacerlo en el bar, los otros tenían que buscar un lugar público alejado de la vigilancia policial.

De cervezas, aperitivos y redes sociales

Así llegamos hasta el día de Nochebuena de 2022 pese a que en un primer momento se dijera que esto sucedió un día antes. Aldea de Búa, concello de Barro, provincia de Pontevedra. En la capilla de los Dolores, de la parroquia de San Breixo, se ha colocado una mesa junto al altar. En ella hay algún que otro aperitivo, refrescos, y vino. El párroco, don Luis, que ha llegado hace apenas dos meses de Venezuela, no sabe lo que está sucediendo. Tampoco hace falta. El encuentro no dura demasiado; hay que ir a casa a preparar la que es, tal vez, la cena más copiosa del año.

Un par de besos por barba, que pases buena noche, y ya que estamos por qué no nos hacemos una fotografía, aprovechando que no está por aquí el cura de Nigel Barley (total, el muerto está ahí detrás), para capturar para siempre el instante.

Hasta aquí todo bien, el problema vino cuando esta fotografía trascendió el ámbito de lo privado y dio el salto a las redes (facebook concretamente). La sociedad del espectáculo, que dijera Guy Debord; aquella más encargada de observar qué hacen los demás a través de la mirilla que de reflexionar sobre sí misma, se puso en movimiento.

De grupos de facebook, disidentes y juicios sumarísimos

Este botellón se hizo también oculto de la policía y de miradas ajenas, como hacíamos nosotros. Lejos de hacerse en un lugar público, se hizo a cabo en la propia casa de Dios, en la víspera de uno de los días más representativos para el cristianismo. Y… en honor de la verdad, hemos de decir que el botellón fue muy, muy light, casi zero zero, me atrevería a decir. Seguro que encuentros así se han dado en cientos, sino miles, tanto en la España vaciada como en la sobrepoblada, y que nunca ha tenido mayor trascendencia: yo no he visto nada, aquí no ha pasado nada.

El problema está en que la foto llega a un portal de facebook llamado “Barro Hoxe”, especializado en mentideros del concello. En un primer momento la cosa no pasa de las chuflas de turno.

Hasta que se descubre que en el meollo está metido José Suárez, un antiguo concejal del PP, ahora en el grupo de los no adscritos al formar parte de un nuevo partido, “Xuntos por Barro”. Con el parlamentarismo hemos “topao”, ríete tú de la santa Iglesia. Y aquí somos todos de Barro, pero los que no son de mi partido un poquito menos. El botellón adquiere tintes políticos.

Las quejas llegan hasta el párroco, el ya citado don Luis, el cual resulta no ser tan papista como los supuestos papistas.

“No me pareció el lugar adecuado. Además, yo no había tenido conocimiento de nada”. Se sienta a hablar con los vecinos. Está todo bien.

Se trata de buscar un culpable, puede ser cualquiera, pues hay mucha gente en el pueblo que tiene llave de la iglesia. La culpa la tienen todos y no la tiene nadie. Ha sido Fuenteovejuna.

Hay testimonios, anónimos claro está, de que algunos se sorprendieron: pensaron que iban a un acto religioso y se encuentran con una merendola y, según el ya citado concejal José Suárez, allí estaba todo Cristo, nunca más apropiado, y sólo faltaron los ateos.

Tranquilos, “primero se rezó

Una vez expuesto el caso, o lo que se supone de él, toca el juicio (o el de las redes sociales, claro está, el social, que es el único que hay), la crítica, la autocrítica y la explicación.

El sentir es el de que se exageró todo, y todo por culpa de una fotografía, en un acontecimiento festivo, que trasciende lo privado para viralizarse. Seguro que no es la primera vez que hacen algo así, pero sí la primera de la que hay constancia.

Parece ser común en los presentes, y tal vez congraciándose con don Luis, de que la ubicación de la mesa no fue la idónea, a pesar de que “en esta capilla no está el Santísimo, sólo la Dolorosa”.

Pero de todas las declaraciones, la que tiene más peso de cuántas he escuchado es, sin lugar a dudas, la que dice “primero se rezó”. Esto confiere a lo profano (el botellón) un carácter sagrado, dotando de todo sentido el collage orquestado por redes y difusiones. Pues, al contrario de lo que opinara Spinoza, el acto más banal bien puede sacralizarse si así se acuerda por aquellos que en él participan y, con permiso de las miradas indiscretas de los que observan a través de las redes sociales.

Rubén Blasco

Rubén Blasco

Referencias

La voz de Galicia

De capilla a furancho. Por Carlos Alsina, en Onda Cero

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