
¿Cuántos de nosotros/as no hemos soñado de niños/as tener superpoderes? Ser súper rápido, poder volar, tener súper fuerza o ser invisible. Pues debo de decir que en este país solo un pequeño porcentaje de la población tiene el poder de la invisibilidad, no porque lo hayan elegido, sino porque ha sido impuesto. Hablo de las personas sin hogar, aquellas personas a las que socialmente se les han llamado, o se les llama de muchas maneras: personas sintecho, desamparados, marginados, excluidos, pobres, indigentes, vagabundos, … Pero, a pesar de todos los calificativos con los que se puede nombrar, muy pocas personas hemos tenido la oportunidad de verlos en el sentido amplio de la palabra. La relación habitual que tiene la población en general con ellos, es ver dónde duermen en algunas ocasiones, o ver cómo piden alguna limosna, y nuestra respuesta es un directo NO, o unas monedas sueltas, después volveremos la cabeza y seguiremos nuestro camino.
Según el INE “un total de 28.552 personas sin hogar fueron atendidas en centros asistenciales de alojamiento y restauración en 2022, un 24,5% más que en 2012”, de los cuales el 79,2% son hombres y el 20,8% son mujeres. Además, otro dato relevante es que el 40% están más de 3 años sin vivienda y el 11% tienen estudios superiores. Leyendo estos datos me pregunto, ¿y aquellas personas que no son atendidas por centros asistenciales? Dentro de mi experiencia, he atendido a personas sin hogar con situaciones muy dispares, algunas que utilizaban los recursos asistenciales de manera rutinaria y otras que no los utilizaban nunca o casi nunca. De estas últimas, ¿podemos saber cuántas personas hay?

Creo que contabilizar a las personas que forman este colectivo es realmente difícil, ya que, en muchas ocasiones, no utilizan los recursos públicos, en otras se cambian de ciudad y otras van entrando o saliendo de alguna vivienda de manera esporádica, según si tienen algún tipo de red social en ese momento o algún tipo de ingreso. Con lo cual, podríamos decir que, si el número de personas contabilizadas por el INE nos parece elevado, sería razonable pensar que el número real es superior.
Concretamente, en la ciudad de Alicante, donde he podido desarrollar mi profesión, el Ayuntamiento confirma un aumento del 25% de personas en situación de calle, según la Concejalía de Acción Social del Ayuntamiento. En 2022, se atendieron 243 personas en el programa de inclusión socio-laboral, frente a las 195 del año 2018. En cambio, en el CAI (Centro de Acogida de Inserción para personas sin hogar) de Alicante, fueron atendidas 1300 personas en 2022. Según datos de la Red de Entidades para la Atención a Personas Sin Hogar de Alicante (REAPSHA), en noviembre de 2024 se contabilizaron 234 personas pernoctando en las calles de la ciudad, lo que representa un incremento del 20% en comparación con las 195 personas registradas en 2017.
Además, Cáritas Alicante alertó en octubre de 2024 sobre el aumento de jóvenes de entre 18 y 25 años en situación de sinhogarismo, especialmente aquellos que salen del sistema de protección de menores y no pueden integrarse en el de adultos. En 2023, Cáritas atendió a 1.044 personas sin hogar en la provincia, un 4% más que en 2022, siendo la mayoría hombres y un 63% de nacionalidad española. Como observamos, seguimos sin tener datos claros sobre el número de personas que viven en la calle, lo que sí podemos afirmar es que son demasiadas.
¿Cómo son los servicios públicos que atiende a este colectivo? Principalmente, en Alicante, la responsabilidad de la atención pública recae en el comedor social, que únicamente hay uno en toda la ciudad y en el CAI, ahora denominado CAU, gestionado de forma privada. Este recurso, ofrecía hasta el noviembre de 2024, servicio de duchas, consignas, alojamiento y manutención. Se describían como un recurso de acogida, asistencia y rehabilitación, pero las plazas de acogida son muy limitadas, en las que no pueden dar alojamiento ante tanta demanda. La asignación de plazas se realiza por orden de llegada a las 8:00h de la mañana, esto significa que, si a las 8:00h de la mañana, 2 plazas se han quedado libres, y hay 20 personas, únicamente 2 obtendrán plaza. A los demás, les invitarán a volver a la mañana siguiente, más temprano, para realizar dicha espera. Esta plaza está sujeta a la valoración del equipo técnico del recurso; si se valora que puede formar parte de un programa de larga estancia (según las plazas), podrá quedarse en el albergue el tiempo que dure el programa, si no es este el caso, la persona podrá permanecer en el albergue durante 15 días y después deberá salir sin poder volver a solicitar plaza hasta pasados 6 meses. En la actualidad, estas condiciones han cambiado en las personas que acceden al recurso del CAU.
Los cambios son debidos a la finalización del pliego con la empresa que lo gestionaba. En noviembre de 2024 se adjudicó la gestión del servicio a otra empresa, con nuevas condiciones. Los trabajadores del recurso, tras varias denuncias y huelgas por su situación, fueron despedidos, en muchos casos tras 10 años trabajados en el servicio. El nuevo pliego eliminó la obligatoriedad de subrogar al personal y eliminó plazas esenciales como la de enfermería o cocina. Sin intención de ofender al nuevo equipo profesional que conforma el servicio, ya que estoy segura de que es personal muy preparado, donde pongo el foco es en la gestión pública que, lejos de preocupase por garantizar el “bienestar” o “protección” de la ciudadanía, acaba ofreciendo unos servicios tan mínimos, a tan bajo coste, que resulta casi imposible intervenir con las personas e intentar que superen las circunstancias que les han llevado a estas situaciones, ya que no hay recursos ni para paliar la situación.
Denotando la problemática que existe, distintas entidades privadas ofrecen sus recursos para cubrir las necesidades y solventar las obligaciones de las que las instituciones públicas no se hacen cargo, sino todo lo contrario, legislan a favor de la criminalización del colectivo, como en la última ordenanza aprobada en febrero de 2022, donde aprobaba multar a las personas que duermen en la calle con 750 € y con hasta 3.000 € por comportamientos que adopten la forma de mendicidad, entre otras sanciones. Estas medidas han provocado que las autoridades desalojen a las personas de los puntos más visibles de la ciudad, como es el campo de fútbol y el centro de la ciudad, pero al no ofrecer ninguna alternativa, las personas continúan en la calle, pero en sitios menos visibles. Vamos, que lo que han hecho, como diría mi abuela, ha sido “esconder la basura debajo de la alfombra”, con lo peyorativo que resulta esta frase cuando estamos hablando de personas.

Asociaciones como “Alicante Gastronómica”, reparte menú de comida a las personas sin hogar; Cruz Roja, dispone del centro CIBE, atendiendo a personas sin hogar y con adiciones; Cáritas cuenta con el “Proyecto Nicolás”, donde se dan desayunos y equipos de calle… Estas asociaciones prestan sus servicios de forma privada, en ocasiones con algún concierto con las entidades públicas. Pese a ello, el número de personas sigue creciendo y la dificultad de acceso a la vivienda es mayor.
Gracias a mi profesión como educadora social, he tenido la oportunidad de trabajar con este colectivo como educadora de calle y, la verdad, ha sido una experiencia muy enriquecedora, ya que encuentras tantas historias distintas como personas. Recuerdo la primera vez que salí de ruta, salimos sobre las 21:00h a repartir bocadillos para cenar y café o caldo caliente. Creo que ha sido una de las noches más impactantes de mi vida. Llegué al punto de encuentro, que era un descampado donde varios voluntarios estaban preparando las furgonetas para el reparto, me dieron la bienvenida y me explicaron en qué consistía. Cuando terminamos de organizar las furgonetas, de repente se pusieron todos en círculo, yo pensé que iban a explicar algo, cuando todos se cogen de las manos, cierran los ojos y se ponen a rezar un padre nuestro dirigido por una especie de “pastor”. Mi cara cambio de expresión, no me creía lo que estaba viendo. A continuación, salimos a hacer el reparto por distintos puntos de la ciudad.
Lo que vi y sentí en esa noche fue muy duro, una gran satisfacción por un lado y por el otro una gran impotencia. Había muchísima gente durmiendo en portales, en campamentos que se habían creado retirados de la ciudad, debajo de puentes, etc. En definitiva, en lugares donde nunca hubiera imaginado que allí dormía gente.
Podías observar como la gente se organizaba como una “subsociedad” con sus propias normas, apartada de la sociedad, en la misma ciudad en la que yo vivía. Familias viviendo en tiendas de campaña, personas que compartían portales o en recintos donde se organizaban como si de una urbanización se tratara, cada uno tenía su lugar, su intimidad, sus cosas, zonas comunes… Podías ver cómo había colaboración y cuidados, ya que la mayoría de las personas que viven en la calle, tienen distintas patologías o enfermedades y, evidentemente, no tienen los cuidados necesarios para ellos. Como definió Bourdieu (1979), se observaba el “Habitus marginal”, la capacidad del ser humano a adaptarse a las condiciones de exclusión y sobrevivir en entornos hostiles, y el “capital social” que, a pesar de carecer de recursos materiales, generan redes de apoyo con otros en su misma situación para compartir información, protegerse y resistir la exclusión.

Esa misma noche, recuerdo bajar de la furgoneta en el parking de un supermercado y, al tocar la tienda de campaña, abrió una chica rubia, con el pelo largo y muy delgada; un pijama y una bata de felpa, ya que estábamos en noviembre y era una noche que hacía especialmente frio. Bajo la bata se le notaba la barriga del embarazo. Aún la recuerdo y se me pone el vello de punta. La veía tan joven y vulnerable que yo solo tenía ganas de llevarla a casa, a un lugar caliente y limpio. Estuve hablando un rato con ella, mientras le dábamos el café y la cena y recuerdo que preguntó si llevábamos toallitas higiénicas, punto la respuesta fue que no. No llevábamos un paquete de toallitas que en el supermercado cuesta apenas 1,50€, muy triste todo. Me fui preguntándome qué clase de sociedad éramos cuando permitíamos que los bebés pudieran desarrollarse en esas condiciones, que una sola mujer pudiera pasar la noche a la intemperie durante su embarazo. Ella no estaba sola, vivía con su pareja en la tienda de campaña, un chico con una edad notablemente superior y que le prometía que ese niño no se lo iban a quitar. Con el paso de tiempo trabajé con ambos y tuve la oportunidad de conocer su historia, en una palabra, impactante.
Ella finalmente dio a luz en el hospital, y en el mismo día, servicios sociales se hicieron cargo del bebé, ya que, como sabemos, la ley del menor protege a la infancia y los/as niños/as no pueden dormir en la calle. Un mes más tarde, la acompañe a quitarse los puntos de la cesárea, y ella ya no sabía dónde estaba su hijo.
Me pregunto cómo es posible que una persona pueda vivir así, en qué momento una persona ha llegado a esa situación, ya que ningún niño sueña con ser de mayor una persona sin hogar. Tras mirarte al espejo una y otra vez sin identificarte con la que ves en frente, después de un proceso muy largo, un día empiezas a reconocerte y poco a poco creas tu identidad alrededor de esa situación. Goffman (1963), lo define desde la “identidad deteriorada”: ocurre cuando una persona posee un atributo que lo desacredita, reduciendo su aceptación social y reconfigurando cómo es percibido y tratado en las interacciones sociales. Estas personas son vistas como menos humanas, marginadas o indignas dentro de la sociedad dominante, no solo por la sociedad sino por sí mismo.
Esto se produce por distintos factores, como son: la estigmatización social, en muchas ocasiones se percibe a la persona como «fallidas», «vagas» o «culpables» de su situación; La desafiliación social se refiere a la pérdida de vínculos con instituciones clave (familia, trabajo, vivienda) contribuyendo así a la marginación; Las interacciones degradantes, las personas estigmatizadas, enfrentan microagresiones o rechazo en interacciones diarias (ser ignoradas o tratadas como “invisibles”), lo que socava su confianza y autoestima. Y las condiciones materiales, la falta de acceso a recursos básicos (higiene, ropa, vivienda), expone físicamente su precariedad reforzando el estigma visual.
Por otra parte, las mujeres en situación de calle, tienen problemáticas más complejas que los hombres debido a factores de género, vulnerabilidad social y roles, sufriendo una doble exclusión tanto por ser pobres, como por ser mujeres. Tienen un riesgo más alto de sufrir violencia física, psicológica o sexual por parte de sus parejas o por desconocidos. Por ello, es más probable que tengan pareja, buscando en ella la protección y seguridad, a pesar de que, en muchas ocasiones, sea la propia pareja la que la exponga a situaciones de riesgo. El miedo a sufrir violencia, explotación sexual o a tener embarazos no deseados tras una violación, es mayor. Además, las mujeres se enfrentan a mayores juicios sociales, a ser percibidas como “malas madres” si pierden la custodia de sus hijos o la falta de acceso a productos básicos de higiene personal y/o menstrual.
Otra situación que recuerdo es la de Roberto (nombre ficticio). Él asistía al recurso donde yo trabajaba diariamente. Tenía un trastorno de salud mental y había cumplido condena anteriormente por delitos violentos. En el recurso le hacíamos un seguimiento sobre su salud mental y, en alguna ocasión, lo acompañe a la psiquiatra a por la medicación. Además de la enfermedad, Roberto tenía adicción a varios estupefacientes. Pero de lo que el equipo estábamos seguros/as, es de que consumía de manera indiscriminada, tanto la medicación como estupefacientes, ya que no tenía ninguna clase de supervisión de la toma de la medicación. Lo que sí supervisábamos desde el recurso, era su estado de ánimo.
De manera habitual, Roberto era una persona bastante afable, colaboraba con los profesionales y manteníamos una relación bastante buena, hasta que un día comenzamos a notar en él cambios de humor y carácter que derivaban en conductas violentas, posiblemente derivados de la enfermedad mental y del consumo. En ese momento, como profesional, comencé a buscar recursos sanitarios o sociales para poder ayudar a Roberto. Mi sorpresa fue cuando llamé al CAI contándoles el caso y ellos me dijeron que allí no podía permanecer porque eso no era un psiquiátrico. Con lo cual, llamé a la unidad de psiquiatría, conté el caso y su contestación fue que allí no podía pernotar porque aquello no era un albergue. Roberto volvió al cajero donde dormía todas las noches, sin ningún tipo de atención de las instituciones públicas.
Esta situación, que se repite de forma habitual, nos convierte a todos/as en víctimas por la falta de recursos sociales. Gran parte de las personas sin hogar sufren algún tipo de trastorno mental y entre el 20-25% enfermedad mental grave, según el National Alliance on Mental Illness (NAMI).
La problemática de las personas sin hogar, es de toda la sociedad y tenemos que dejar de mirar ya hacia otro lado. Como demostró Robert Castel (1995) en «La metamorfosis de la cuestión social«, las transformaciones laborales y el debilitamiento del estado de bienestar, generan precariedad estructural y empujan a estas personas a la marginalidad. En esta línea, Matthew Desmond, en sus “estudios sobre desalojos” (2016), muestran cómo las políticas urbanas perpetúan el ciclo de pobreza y exclusión, forzando a muchas personas a la calle.
Un grupo de voluntarios/as prepara y envasa comida para su reparto en Alicante (Ayto. Alicante). Foto extraída de: https://www.lavanguardia.com/local/valencia/20241015/10021186/numero-atendidos-servicios-sociales-alicante-aumenta-39-dos-anos.html
Para concluir, quiero añadir que cuando tratas a las personas desde la igualdad, la empatía y el respeto que merecen, te sorprenden realmente. Yo viví muchas situaciones muy duras, como estas historias tengo mucha más para contar, pero me gustó mucho conocer a muchas personas que merecían la pena. Una de las cosas que más me sorprendía, era ver cómo, a pesar de las situaciones tan duras por las que estaban atravesando, en muchos casos había humor, y la verdad es que durante esta etapa de mi vida, me he reído mucho, el humor no puede faltar. Tampoco pueden faltar servicios sociales públicos y de calidad, con profesionales preparados para poder enfrentar estas situaciones, ya que en muchas ocasiones, gracias a las asociaciones y voluntarios/as, se solventan muchas situaciones, pero no es suficiente. Esto no va de repartir bocadillos y mantas, esto es un problema social y estructural. Yo tuve la suerte de trabajar al lado de profesionales muy cualificados e implicados, pero debemos de tener en cuenta que las entidades privadas contratan al personal que quieren, y esto pasa tanto para contratar a personas muy cualificadas o a personas afines a la ideología que representa la entidad, a pesar de su poca cualificación y poniendo en riesgo la calidad del servicio, ya que no hay ningún tipo de control por las instituciones públicas. Mi sensación es que no se valora la profesión. Haciendo una comparación, sería absurdo pensar en contratar a alguien para ejercer de médico sin titulación. Pues en lo social y en este tipo de colectivos, sucede de forma habitual sin ningún control. Creo que esto se debe a la falta de implicación social ante este tipo de situaciones y la falta de exigencia a los organismos públicos para que actúen en consecuencia, ya que las entiendes privadas hacen una gran labor, pero la obligación es con las instituciones públicas.
Por ello, nuestro deber es reclamar servicios sociales públicos de calidad para toda la ciudadanía.
Ester Sánchez Cantos.
Educadora Social por la Universidad de Castilla La Mancha.
Master en Intervención Criminológica y Victimológica por la Universidad Miguel Hernández.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Datos INE personas sin hogar: https://ine.es/dyngs/INEbase/es/operacion.htm?c=Estadistica_C&cid=1254736176817&menu=ultiDatos&idp=1254735976608
Hábitus, de Pierre Bourdieu:
Identidad deteriorada, de Goffman: https://www.academia.edu/42941482/Goffman_E_2006_1963_Estigma
La metamorfosis de la cuestión social , de Robert Castel:
Matthew Desmond, Desahuciadas. Pobreza y lucro en la ciudad del siglo XXI :
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6434018
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