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Se llama suicidio a todo caso de muerte que resulte, directa o indirectamente de un acto, positivo o negativo, realizado por la víctima misma, a sabiendas del resultado

Durkheim

Es ciertamente arriesgado coger un estudio de hace más de un siglo y guiarnos a través de él para analizar el presente de una de las realidades más dolorosas a las que se enfrenta toda sociedad humana, el suicidio. Aunque se reconozca como el brillante comienzo de una disciplina académica, la sociología, debemos ser cautelosos y no trasladar sin más a nuestro lugar y tiempo las conclusiones a las que llegó Durkheim.

Los datos que manejaba eran deficientes en comparación con los que pueden procurarnos hoy los institutos de estadística. Además, el mundo en que vivimos es muy distinto a ese de 1897 en el cual se publicó El suicidio. Pero si bien somos conscientes de esto, cualquiera que conozca la obra de Durkheim sabe que pocos científicos y pensadores han sido y son tan minuciosos y rigurosos como lo fue él. No tengo la menor duda que si siguiéramos sus pasos con la calidad y cantidad de datos que disponemos, los resultados serían más que provechosos.

Aquí nos topamos con los límites de este artículo; es imposible, dada la exigencia de esa rigurosidad, presentar poco más que una aproximación a una vía que, o bien está abandonada o bien escondida e ignorada. La de un análisis sociológico en continua actualización del suicidio, que pueda guiar a los responsables públicos en el desarrollo de políticas de intervención más eficaces. He de reconocer lo vulgar de esta propuesta.

Pocos estudiantes de sociología o antropología, tras leer a Durkheim, no habrán intuido la potencialidad de seguir este camino. El que sea una propuesta tan poco original la hace más dolorosa si cabe. Las pocas veces en que los medios vencen su resistencia a tocar esta tragedia, parecen solo interesados en las interpretaciones que remiten a la salud mental y a las motivaciones particulares de quienes se quitan la vida.

Necesitamos a nuestros mejores científicos sociales sumergidos en las series históricas de datos. Pero no sólo para dibujar gráficos que nos impresionen un día al año al ser publicados. Necesitamos su rigurosidad científica, su brillantez intelectual para desarrollar hipótesis y su humanidad para interpretar y proponer medidas. Las gráficas no pueden entender que nuestra humanidad es la que nos lleva al suicidio, pero también la que nos permite comprenderlo y la que nos ayudará a pensar en cómo prevenirlo.

Cómo es posible, se preguntaba Durkheim, que si el suicidio es la decisión más personal que uno pueda imaginar, nos encontremos con que su número es año tras año casi calcado. En España los últimos años ronda entre los 3500 y 3600, con picos excepcionales que pueden llegar a 3910 en 2014, o el triste récord de 3941 personas que se han quitado la vida en el pasado 2020. Si el suicidio se redujera tan solo a una decisión personal, los datos no podrían ser tan regulares, la casualidad no es una explicación.

Pero es que no son sólo regulares en número total, los son por género (siempre alrededor de 75% hombres, 25% mujeres), por edad y en casi cualquier parámetro que nos fijemos. Hay en nuestras estructuras sociales corrientes estables que orillan a determinadas personas hacia ese abismo sobre el que algunas de ellas, por lo que sea, deciden saltar.

Los investigadores tienen que encontrar e interpretar esas dinámicas y buscar la manera de reconducirlas o en lo posible minorarlas. Esto proporcionará a psicólogos y psiquiatras información valiosa que les permitirá saber dónde mirar y anticiparse. Otra vez se vislumbra la necesidad de una colaboración multidisciplinar. Añadiendo una eficiente labor divulgativa, todos y cada uno de nosotros estaremos mejor preparados para identificar a tiempo un problema que pueda darse en nuestros entornos, antes de que sea tarde. En definitiva, cooperación y educación.

Durkheim nos enseña que una cosa son las causas sociales y otra la motivación personal. Las interpretaciones individualistas las hacen coincidir o directamente ignoran las primeras. Hay que diferenciar entre lo que lleva a las personas a suicidarse del porqué creen que lo hacen o porqué piensan en su entorno que lo han hecho. Esto como decimos es tan solo un paso, el último.

Nadie se suicida por arruinarse, en la ruina hay millones de personas, la pregunta es cómo ha llegado alguien a suicidarse por algo que le pasa a tanta gente. En qué corrientes y en qué grado participa o está excluido (sin olvidar que la exclusión no deja de ser una manera de participar), cuáles lo hubieran protegido o expuesto.

Durkheim en su estudio descarta con datos y argumentos sólidos la enfermedad mental, ya que se suicidan en igual medida personas sanas y enfermas, también las condiciones meteorológicas y estacionales, descarta el suicidio por imitación y la herencia (genética). También analiza algunas relaciones sociales que parecen prevenir el suicidio como tener hijos o casarse. Respecto al matrimonio analiza ciertas excepciones como que en recién casados jóvenes la mujer se suicida más, mientras que en la viudedad es casi únicamente el hombre el que lo hace. Así vemos que Durkheim no es ajeno al análisis de género pese a las decepcionantes opiniones sobre la mujer que dejó escritas.

Propone fundamentalmente tres tipos de suicidio, apunta un cuarto y las causas sociales que justifican esta clasificación. Insisto en lo necesario de superponer los datos que disponemos hoy día sobre el esquema que la rigurosidad de Durkheim nos dejó. Es un trabajo que puede llevar tiempo, ya que no sólo nos permitirá cribar aquello que todavía nos pueda ser útil de su trabajo (adivino que mucho) sino que seguro abrirá nuevas hipótesis que deberemos comprobar.

Estamos obligados a descubrir qué provoca esa regularidad para posteriormente identificar cuáles pueden ser las causas de esos picos excepcionales. Por ejemplo, saber lo motivos que han provocado que la tasa de suicidios en mujeres con edades comprendidas entre 50 y 59 años haya subido más de un 20% en 2020 respecto al año anterior, o la desesperante subida del 100% en menores de 15 años. La labor de cruce de datos y su interpretación es inmensa.

Como decimos, el enfoque desde el que se aborda el creciente problema del suicidio es casi únicamente el de la salud mental, desde la psiquiatría y la psicología clínica. Apenas se aporta, más que vagamente, las posibles causas sociales y casi como escenario en el que sustentar el drama particular. Bien está reclamar recursos sanitarios para dotar a los equipos médicos, en esta área y en cualquiera, pero obviar las propuestas que pueden aportar las ciencias sociales es como intentar dar la vuelta al mundo en un coche que sólo gira a la derecha, llegarás a sitios, pero mal y tarde.

No es casual que la estadística que aporta anualmente la Fundación española para la prevención del suicidio haga comparativas con las muertes por violencia de género o por accidente de tráfico. La estructura social en la que participamos cada uno de nosotros lleva consigo las dinámicas que propician esa violencia hacia nosotros mismos o hacia otras personas. Sí, también en las muertes por accidentes de tráfico hay causas sociales estructurales. La buena noticia es que al ser así podemos hacer algo por intentar evitarlas, y al igual que se hace con la violencia de género y los accidentes de tráfico, se puede hacer con el suicidio. Sólo por esto se justifica la clasificación y comparación entre estas muertes, porque comparten una dimensión social (como todo hecho humano) que podemos tratar de explicar, solo por eso y por nada más.

Las limitaciones en la utilidad de este uso tan vulgar de la estadística llegan hasta ahí. Es incomprensible qué motivación lleva a Juan Soto Ivars, en un reciente artículo, a comparar estos datos para sugerir que hay quien  no  presta atención a las muertes por suicidio debido a un prejuicio ideológico: al ser una abrumadora mayoría de hombres los que se suicidan, y además el número de muertes por suicidio en mujeres es mucho mayor que las producidas por violencia de género, a la izquierda cultural, en su obsesión por criminalizar al hombre, no le interesa abordarlo.

El reproche no puede orientarse dividiendo la sociedad entre quienes maliciosamente miran hacia otro lado por motivos ideológicos y quienes lo hacen por una interiorizada e inconsciente prohibición atávica. No es serio. Hay que profundizar en esa realidad en la que no existen problemas con una definición tan precisa como aparenta la comparación estadística. Por supuesto que existe relación entre violencia de género y el suicidio, que hay dinámicas solidarias, busquemos esas conexiones. No es cuestión de mirar a un lado u otro, consiste en darse cuenta que cuando miramos algo probablemente esté ahí todo lo demás. Insisto, busquemos. El suicida no es ajeno a la sociedad, es la sociedad misma, como lo somos todos. Tal vez la ideología esté más en esa innecesaria primera ocurrencia, que en las oscuras agendas de nuestros sospechosos habituales; una simpleza que no explica nada. No entiendo qué puede aportar, al menos nada que pueda interesarnos, y emborrona el valor que tiene su posterior reflexión. Aconsejo leer el artículo de Soto Ivars, aunque a mi modo de ver acierta tanto como yerra.

Que nuestra relación con el suicidio es tan conflictiva como expone Soto Ivars es un hecho incuestionable. Con la excepción de algunos suicidios rituales o el que se da en el martirio (suicidios altruistas según Durkheim), prácticamente en todas las sociedades es un hecho censurable, y el intento está normativamente penado.

El que se mata a sí mismo lo que pretende no es tanto quitarse de en medio él, sino deshacerse de todos los demás. Incluso en la aparente generosidad de su nota de suicidio, Cesare Pavese nos muestra su hartazgo social: A todos perdono y a todos pido perdón, no chismorreen ¿vale?; ese “chismorreen” es su último reproche. Como decimos, el suicida mata a toda la sociedad de la única manera que puede hacerlo, matándose él mismo.

Con la excepción del suicidio prescrito (por honor, fe, ideología,…), que por desgracia va muchas veces unido al asesinato de otros, existe casi universalmente un profundo prejuicio cultural que se siente como un acto en defensa propia. Cuando en Todo se desmorona (Achebe, 1958) los soldados avisan al pueblo de Okonkwo que lo han encontrado muerto colgado de un árbol, estos piden a los soldados que lo entierren ellos. Nadie que pertenezca a su pueblo puede tocar el cuerpo de un suicida y menos enterrarlo en su territorio. La novela da cuenta perfectamente cuales son los cambios estructurales que se están dando en una sociedad que llevan al gran guerrero a suicidarse, también el tipo de relación que pueden prevenir el suicidio: “Un hombre no invita a sus parientes a un banquete para evitar que pasen hambre. Todos ellos tienen comida en casa. Cuando nos reunimos en el campo de la aldea a la luz de la luna no lo hacemos por la luna. Todos pueden verla en su propio recinto”[ii]. Tenemos que estudiar qué corrientes son las que nos apartan de ese banquete. El suicidio es asunto delicado, hablemos de él, no chismorreemos.

Pablo Martínez Tobía

Referencias

Durkheim, Emile (1982). El suicidio. Akal.

Achebe, Chinua (2010). Todo se desmorona. Penguin Random House

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4 thoughts on “No chismorreen. Va bene?

  1. Creo que debería considerarse si hacer del suicidio un problema para el que hay que buscar solución (evitarlo) buscando causas desencadenantes (mentales, sociales…) no deriva de la concepción religiosa (al menos, cristiana) de la vida como concesión divina de la que únicamente pude disponer el dios dador.

    Morir por propia mano quizás sea lo más auténticamente propio de lo que es capaz la naturaleza humana (una vez que sabemos que el nacer no depende de uno mismo) pues siendo se deja de ser.

    Tomás Moro («Utopía») dejó escrito: «Mas si la enfermedad no sólo es inmedicable sino que también veja y atormenta de continuo, entonces […] exhortan al hombre a que […] ni dude en morir […] o se exima a sí propio de una vida acerba como de una cárcel…».

    David Hume («Sobre el suicidio») sostuvo: «[…] ¿no podemos disponer todos libremente de nuestra propia vida? ¿Acaso no podemos emplear legítimamente ese poder que nos ha sido dado por naturaleza? […] Si el disponer de la vida humana fuera algo reservado exclusivamente al Todopoderoso […] tan criminal sería el que un hombre actuara para conservar la vida, como el que decidiese destruirla […] Cuando el horror al sufrimiento prevalece sobre el amor a la vida; cuando una acción voluntaria anticipa los efectos que serían igualmente producidos por otras causas ciegas, ello será consecuente con esos poderes y principios que Dios ha implantado en sus criaturas […] Que el suicidio puede a menudo ser consistente con el interés y el deber para con nosotros mismos es algo que nadie puede cuestionar…·.

    Expongo estas cuestiones por el placer que me ha ocasionado las palabras serenas e inteligentes del autor. Si éste quiere comentar lo que planteo, le quedaré agradecido.

  2. Hola Ramón, gracias por haber hecho una lectura tan atenta del artículo y sobre todo por haberse molestado en escribir. Su profundo comentario merecería una contestación más sosegada que la que le puedo dar aquí, pero allá voy.
    Ver el suicidio tan sólo como un acto de libertad individual no deja de ser una intelectualización romántica de la voluntad. A Hume desde su caliente biblioteca o a Tomás Moro desde su despacho les era fácil imaginar la nobleza de Séneca o la de Sócrates mientras se quitaban la vida. Cuando pensamos en un enfermo terminal reivindicando la eutanasia no tenemos duda pero si el suicida es un niño de diez años podríamos preguntarnos cosas ¿Ese niño se ha suicidado libremente para escapar de esa situación? Perdón por lo crudo y extremo del ejemplo. Las condiciones de vida sobre los que ocurren determinados hechos sociales hacen de la libre voluntad algo vaporoso. Las mayoría de los pueblos no admiten el suicidio y pocos tienen un Dios dueño de toda vida. Para Durkheim Dios era la sociedad hipostasiada, si lo aceptamos podría tener razón en su comentario, la sociedad es dueña de lo que está formada. Tenga en cuenta que el individuo como esencia es un invento de la modernidad y recuerde que el propio Hume destroza maravillosamente esa idea en el Tratado sobre la naturaleza humana. Llevamos con esa discusión siglos. Gracias de nuevo, un afectuoso saludo.
    Pablo

    1. Estimado Pablo: Si el individuo (como esencia) es un invento, ¿la sociedad no lo es? (una sociedad a la que incluso Ud. humaniza otorgándole el derecho de propiedad: «la sociedad es dueña…», escribe).

      Lo que sostengo es que el debate no está en el suicidio pues el suicida, por definición, ya no tiene problemas (si es que los tenía). Centrándome en el fin de la vida por angustias antecedentes (sobre el suicida sin conflictos creo que no tenemos posturas enfrentadas), atiéndase a tales problemas, claro que sí, pero no demonicemos al suicida atacando al suicidio, porque ello no es sino señalar a sus allegados, a su entorno más cercano.

      Creo que tendríamos que plantearnos si las campañas de los poderes públicos de prevención del suicidio no son sino su intento de escurrir el bulto de su responsabilidad por su mala gestión económica, sanitaria, etc. que lleva a crear (o no corregir) situaciones angustiosas que desembocan en el suicidio. Insisto: ni el concepto suicidio, ni el suicida, son problema; el problema está en otro sitio y quienes lo causan o no lo evitan nos distraen para seguir yéndose de rositas.

      Para no alargar más el debate en este foro, doy por finalizada mi intervención aun cuando espero ansioso su respuesta.

      Gracias por su atención. Reciba un afectuoso saludo.

  3. Hola de nuevo Ramón, brevemente.
    El derecho a la propiedad no creo que se pueda deducir del lenguaje figurativo que he usado, a lo que me refería es que de la misma manera que Feuerbach pensaba que Dios estaba hecho a imagen y semejanza del ser humano que lo había inventado, Durkheim pensaba que estaba hecho a imagen y semejanza de la sociedad. Para las ciencias sociales, la sociedad no es un conjunto de individuos, la sociedad son relaciones. El antropólogo no tiene ni idea de lo que piensa o cree una persona, sólo puede observar como se relaciona. La sociedad es lo que sucede, que más allá de interpretaciones, es de las pocas cosas de las que podemos estar seguros. Puedo ver al religioso rezar pero me es imposible saber si es sincero en su creencia o si ni siquiera cree en algo, como mucho puedo saber lo que él quiere que yo crea que cree. Perdón por el trabalenguas. En definitiva, yo no estoy seguro de que exista un Pablo, pero estoy seguro que me relaciono con otras personas, animales y objetos, existan estos o no. Sé que suena enrevesado.
    Por lo leo en este último comentario creo que estamos de acuerdo en lo fundamental: Las causas del suicidio son fundamentalmente sociales, habrá que estudiarlas y explicarlas para que esos que, como bien señala, «escurren el bulto» queden en evidencia y ellos, o los que les sustituyan, hagan algo de verdad.
    Mil gracias por este interesante intercambio de ideas. Un saludo.

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