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Bautismo o destierro. Esas fueron las únicas opciones que afrontaron los mudéjares del Reino de Granada en 1502 tras los levantamientos iniciados en el Albaicín. Tiempo después llegarían las prohibiciones de las vestimentas moriscas, su idioma y tradiciones como vía para erradicar su cultura. Los donativos de la comunidad morisca a Carlos V sirvieron de moratoria para retrasar la aplicación de las medidas, al menos durante cuarenta años. Finalmente, ni las negociaciones desarrolladas por parte de la nobleza morisca fiel a sus raíces impidieron el desastre.

La religión ha dado buena cuenta a lo largo de la Historia de ser un instrumento de poder y control ideológico. La vinculación de ambos conceptos queda atestiguada desde la Antigüedad como un factor de legitimidad o de colaboración entre sí, incluso algunos sofistas afirmaron que la religión era un instrumento para atemorizar a la población y hacer valer las leyes. Como discurso del poder, poco importa traicionar los principios básicos de un credo si eso supone su aceptación o supervivencia, como así lo demuestra la genealogía del cristianismo que, para sobrevivir en el Imperio Romano, se filtró en las instituciones romanas, adoptó algunos de sus postulados y se separaron de sus orígenes. Después, asentado en el poder, el cristianismo desarrolló todo un aparato de control de las mentalidades y de coacción, destinado especialmente a las clases bajas e involucrando a tal efecto a las clases dominantes.

En este sentido, el panorama inmediato a la toma de Granada no distó mucho de este sistema respecto a la población mudéjar que se quedó. Las Capitulaciones otorgaron unas condiciones favorables para los musulmanes, pues les permitía vender sus propiedades y emigrar a Marruecos con sus bienes muebles, pero si decidían quedarse contaban con el respeto a su religión. Esta medida de tolerancia partía de fray Hernando de Talavera, arzobispo de Granada, quien descreía de la utilidad de la conversión forzosa y optó por unas medidas que permitieran la asimilación paulatina de la minoría mudéjar y su conversión al cristianismo mediante campañas de evangelización. La llegada de Cisneros a la ciudad precipitó los acontecimientos y propició la violencia. Los escasos resultados de fray Hernando de Talavera instó al cardenal Cisneros a desarrollar una política de intransigencia que motivó el levantamiento de los mudéjares del Albaicín en el 1500, seguido de otras sublevaciones en zonas como Ronda y Almería. Esta sería la excusa para que los reyes incumplieran las Capitulaciones y el 12 de febrero de 1502 emitieran una pragmática que les dejaba dos opciones a los musulmanes del Reino de Granada. Bautismo o destierro. Algunos se acogieron al destierro, pero muchos fueron los sometidos a las conversiones masivas de Cisneros.

Lo que en un principio fue un asunto religioso se convirtió en un ataque a la cultura de los moriscos, los musulmanes conversos, cuando en 1508 se publicaron disposiciones para prohibir sus vestidos tradicionales y costumbres. No obstante, estas medidas no entraron en vigor y se retrasarían hasta una segunda ocasión, cuando Carlos I pretendió aplicarlas con mayor dureza, afectando también a su lengua en pro de una política de unificación de sus dominios que pasaba por encontrar la uniformidad religiosa y cultural de sus súbditos. En este sentido, fueron los problemas económicos que atravesaba su Imperio y la sugestión que suponía el oro morisco lo que concedió otra tregua a los conversos, concretamente los 90.000 ducados en seis años que se obligaron a dar a la Monarquía Hispánica con tal de reducir la dureza con que las autoridades civiles los perseguían, al igual que hicieron con otros tributos para reducir la confiscación de bienes por parte del Santo Oficio.

En noviembre de 1566, el presidente de la Real Chancillería de Granada Pedro de Deza se dispuso a poner en práctica las prohibiciones a la lengua, vestimenta y tradiciones moriscas, esta vez sin retraso y sin que surtieran efecto las negociaciones de algunos representantes de la nobleza granadina. Las consecuencias no tardaron en llegar. En 1568 se rebelaron los moriscos de las Alpujarras, dando inicio a un conflicto que las crónicas llamarían la Guerra de Granada, y que terminaría con la expulsión de los moriscos del Reino y su distribución por el resto de Castilla.

Ante esta situación, las familias nobles moriscas adoptaron a dos posturas. Unos colaboraron con la Corona, incluso contra los conversos de los que procedían, se convirtieron en recaudadores de impuestos y mantuvieron sus niveles de riqueza y una posición privilegiada respecto a la minoría morisca, empobrecida, atacada y desamparada. Otros, aun con sus privilegios y favores, se posicionaron de lado de los suyos llegado el momento y procuraron defender sus intereses.

Las Capitulaciones firmadas entre Boabdil y los Reyes Católicos abrían la puerta a abandonar Granada a los nobles musulmanes como método para descabezar a los líderes de los mudéjares y, así, desaparecidas las estructuras políticas del Emirato Nazarí, construir un nuevo sistema de gobierno. No obstante, algunas familias nobles no sólo se quedaron, sino que además se convirtieron al cristianismo años antes de las conversiones forzosas y fueron usadas por la monarquía como puente entre la Corona y la minoría religiosa. Familias como los Granada Venegas parecieron olvidarse de sus orígenes y se convirtieron en estrechos colaboradores con el poder. Esta familia ostentó el trono de la Alhambra tiempo atrás y su cabeza, Cidi Yahya al-Nayyar –hijo de Ibn Selim, nieto de Yusuf IV–, había negociado la entrega de Almería y rindió Baza en 1489 cuando era su gobernador. Además, no sólo favoreció la entrega de plazas antes de la toma de Granada, sino que también participaron en la represión de la revuelta mudéjar de fin de siglo, por lo que fue una de las principales familias colaboracionistas que motivaron el odio entre los moriscos y sus nobles.

Estos Granada Venegas estaban enfrentados con otra de las familias de mayor reputación, los Muley-Fez, descendientes de los reyes de la Alhambra que destronaron a los primeros. Además, los Muley-Fez procedían de linaje real por dos vías. Aixa –hija de Muley Hacén y Aixa al-Hurra y hermana de Boabdil– quien adoptaría el nombre cristiano de Isabel Muleya, se casó con el conocido como Hernando de Fez Muley, hijo del sultán meriní Abd al-Haqq II ibn Abi Said, asesinado en la revuelta marroquí de 1465 que supuso el cambio de dinastía de los meriníes a los wattasíes. Así, los Muley-Fez fueron descendientes de los emires nazaríes y de los califas meriníes y en los documentos aparecen citados con los títulos honoríficos de «Muley» y «al-Mutawakkil». Su procedencia directa de los reyes expulsados de la Alhambra podría haberlos llevado a exiliarse al Magreb y abandonar Granada, pero el cambio de dinastía en Fez y la persecución de la que era presa el marido de Isabel Muleya hacía del exilio una opción peligrosa y, dados los favores concedidos por los Reyes Católicos, quedarse en la ciudad era más seguro y fácil. Se bautizaron y recibieron amplias prerrogativas y rentas que luego mantuvieron sus herederos y sucesores, convirtiéndose también en recaudadores de la farda, un impuesto a los moriscos del que estaban exentas las familias preeminentes y del cual se beneficiaban. Esta familia no enraizó con linajes menores castellanos, sino que se atestiguan varios enlaces matrimoniales con otra de las familias moriscas, los Çaydbona, como fue el caso de Andrés Muley, hermano de don Hernando Muley «el Viejo», quien cobraría protagonismo en el «negocio general» con sucesivas negociaciones y viajes que tenían como objetivo reducir las tensiones entre las autoridades civiles y religiosas con los moriscos. Ejemplo de estos intentos fue el viaje a las Alpujarras con su hermano Andrés Muley en 1556 que lo condujo a estar preso de la Inquisición durante diez meses sin conocerse con exactitud el motivo del encarcelamiento, aunque podemos suponer que, tratándose de una región levantisca, la presencia del noble morisco era sospechosa e incómoda para el Santo Oficio. La defensa de los intereses moriscos llevó a que se confiscaran los bienes de los dos hermanos y que don Hernando fuera expulsado de Granada, aunque sería perdonado y se le permitió regresar.

En todo caso, el hecho más memorable protagonizado por don Hernando Muley fue el Memorial enviado a Felipe II en 1567 para exponer la realidad morisca y sus problemas en un momento en que el presidente de la Real Chancillería de Granada ya había aplicado la prohibición de las costumbres y tradiciones de los conversos. En este memorial defiende las costumbres de su raza, entre las que cabe destacar los baños, trajes, el calzado, la lengua, las fiestas y zambras, pero las justifica como elementos regionales sin relación directa con la religión ni, por ende, se les debe considerar que mantienen el credo de sus antepasados o participan de alguna trama política. Alude a que sus costumbres no distan en significado de otras provinciales de Castilla y que ellas no los excluye de ser buenos cristianos, como en el caso del baño, que no va contra la fe sino con la higiene del cuerpo. Sin embargo, este memorial como las negociaciones mantenidas para evitar el ataque a su cultura fue infructuoso con un Felipe II que afrontaba el problema protestante en el exterior y, en el interior, obsesionado con la pureza de sangre e inquieto por el hecho de que, al contrario que los judíos, los moriscos eran un grupo social organizado con apoyos en el exterior, en un contexto de avance de los piratas berberiscos por el Mediterráneo.

El desenlace ya se ha mencionado. La aplicación de las disposiciones contra la cultura morisca se sumó a la expropiación de títulos de propiedad a aquellos que no pudieran mostrar las escrituras y a la prohibición a exportar seda en rama al extranjero para fomentar la industria nacional, afectando a una de las principales producciones de los moriscos. El malestar entre esta minoría se manifestó en vísperas de Navidad de 1568, cuando proclamaron rey a Hernando de Córdoba, regidor de Granada, quien tomó el nombre de Aben Humeya, y comenzó la sublevación de las Alpujarras, uno de los conflictos internos de mayor calibre del reinado de Felipe II que se saldó dos años y medio después con la victoria de las tropas reales y la expulsión de los moriscos del Reino de Granada, diseminados por el resto de la Corona de Castilla e incautadas sus propiedades.

La estabilidad y la unidad interna de los dominios de la Monarquía Hispánica pasaban por lograr la asimilación religiosa de la minoría. Sin embargo, los moriscos se resistieron a abandonar sus costumbres, su cultura, sus vestimentas y su lengua, en fin, se aferraron a sus señas de identidad y conformaron un grupo cohesionado y organizado que provocó numerosas bajas a las tropas reales en un momento en el que la atención se centraba también en la guerra en los Países Bajos. Como símbolo, los soldados caídos contra los moriscos fueron considerados mártires. Una vez más, los acontecimientos demostraron hasta qué punto la religión y el poder político pueden imbricarse y servirse el uno del otro para lograr su victoria.

Rodolfo Padilla Sánchez

Rodolfo Padilla Sánchez

Referencias

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RUBIERA MATA, María Jesús: «La familia morisca de los Muley-Fez, príncipes meriníes e infantes de Granada», Sharq Al-Ándalus, 13 (1996), pp. 159-167.

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Imágenes

 https://es.wikipedia.org/wiki/Ab%C3%A9n_Humeya

https://www.cervantesvirtual.com/portales/fray_hernando_de_talavera/imagenes_hernando/imagen/imagenes_hernando_03.3-retrato_de_fray_hernando_de_talavera_en_el_monasterio_de_san_lorenzo_de_el_escorial/

https://www.granadahoy.com/ocio/rebelion-moriscos-guerra-guerrillas-Reino-Granada_0_1522948351.html

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