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El grado de satisfacción de una relación sexual depende, en gran medida, de la generación y mantenimiento del deseo en la primera etapa de la misma. Ser capaz de postergar el impulso y sostener el deseo favorecen la intensidad del placer sexual.

Hace un par de días escuché un comentario que me hizo reflexionar. Era algo así como que hace unas décadas se follaba mucho y muy bien, pero se hablaba poco de ello (se sentía vergüenza, supongo, por los coletazos de la educación represora en este ámbito), pero que hoy en día se hablaba mucho de sexo (nadie se ruboriza al contar sus experiencias con el Satisfyer, el jengibre o sus deseos más bizarros) y se follaba poquísimo y tirando a mal. Y, dando vueltas a esta idea en mi cabeza y provocando conversaciones al respecto en mi entorno, asisto un tanto preocupada a la aparente confirmación de esta hipótesis.

Cada vez más gente (y más joven) elige relaciones sexuales asépticas, rápidas y que no le impliquen mucho lío en el día a día. Y no me estoy refiriendo a la masturbación como práctica elemental de la vida sexual de cualquier hijo de vecino (y vecina, por supuesto), sino a la búsqueda de parejas sexuales con las que solo interactuar momentáneamente durante la relación y no compartir nada más allá. Estamos pasando de firmar la hipoteca con tu novio de toda la vida a no saber ni el nombre de la persona con la que te has acostado. Y no es que sea algo negativo, ni mucho menos, siempre que se quede en lo anecdótico. Que todos nos deleitamos con un guiso bien cocinado a fuego lento, con cariño y atención, pero en un momento determinado, un bocata rápido nos apaña la cena.

En esta nueva tendencia de conseguir sexo rápido, las redes sociales facilitan mucho el proceso. No tienes que hacerte la simpática, charlar media noche con alguien, esperar a ver si la cosa cuaja o no… Una búsqueda activa en determinada aplicación incorporando las características de la pareja que te apetece en ese momento, localización por GPS y en dos minutos tienes colocados en el mapa a todos los sujetos con los que hay match. Pasamos a la presentación rapidita, un par de comentarios subidos de tono, cinco minutos de sexting y en dos horas hemos quedado en un hotelito discreto. Sabemos a lo que vamos, no hay que andarse con rodeos. Y en hora y media nos hemos quitado las ganas. Dos besitos en la calle y a seguir sobreviviendo.

Pero se pierde lo esencial… ¿Dónde está el deseo sexual?

Sabemos científicamente que la fase del deseo es esencial (tanto en la compenetración que se genera entre los miembros de la pareja sexual como en la intensidad del orgasmo) gracias a una mujer, la Dra. Helen Singer Kaplan. Doctora en Psicología, especialista en sexología y médico, descubrió que el deseo tenía un papel preminente en la respuesta sexual.

Hasta este momento, y gracias a los estudios de Masters y Johnson (1966), se consideraba que la respuesta sexual se iniciaba directamente en la fase de excitación, pasando después a la meseta, orgasmo y finalizar en la resolución. Sus estudios son vitales para el conocimiento de la sexualidad humana, pero se centran en lo meramente fisiológico dejando de lado el carácter psicológico de la respuesta sexual. El deseo aparecía como un elemento accesorio, casi anecdótico, que poco afectaba al proceso de preparación para la relación sexual y al placer provocado por la misma. Este modelo, sin embargo, nos sirve para explicar exactamente la relación sexual exprés a la que nos referíamos antes. Cercenando la fase de deseo, el proceso se inicia directamente con la excitación (componente fisiológico), empobreciendo así la relación sexual.

Es en 1979 cuando Kaplan elabora el Modelo Trifásico de la Respuesta Sexual Humana incorporando al modelo previo el componente psicológico, y describe las tres fases que se desarrollan de forma independiente: deseo, excitación y orgasmo. La fase de deseo se centra en la mente del sujeto, en sus pensamientos, en la estimulación sensorial y la postergación de los impulsos sexuales. Es esta postergación del impulso, este mantener la tensión sexual en el tiempo, lo que favorece la generación de fantasías, captar el deseo en el otro y aumentar la líbido.

Imaginemos la misma situación de la escena anterior. Una pareja se ha conocido por redes sociales, ha mantenido conversaciones subidas de tono por WhatsApp e incluso alguna escena de tórrido sexting. Hasta aquí, todo similar. Pero llega el momento de dar un paso al frente:

¿Te apetece que quedemos?”

Sí, claro que me apetece”

… “¿Qué prefieres, en un bar o mejor en un hotel?”

Y aquí es donde puede iniciarse la ucronía.

Si nuestra pareja elige la opción de quedar en el hotel, la historia continúa tal cual la hemos descrito anteriormente. Un poco de vergüenza inicial que se disipa rápidamente cuando la primera prenda de ropa cae al suelo. Pero, ¿Cambiaría algo si eligiera quedar en un bar? Veamos.

Nuestros protagonistas quedan a tomar un café. Se encuentran, algo nerviosos, se dan dos besos con miradas huidizas, y se sientan uno frente al otro. Y aquí es donde va a tomar protagonismo el órgano más importante en la respuesta sexual: el cerebro.

Dos cerebros que desde este momento van a pasar a comunicarse en un código desconocido e inconsciente para sus propietarios, en el que los sistemas endocrino, vascular y nervioso van a ser los mensajeros que desarrollen la primera fase de la respuesta sexual, la del deseo.

Hablan, hablan y hablan de trivialidades mientras la ansiedad va disminuyendo. La situación se vuelve más relajada, se sienten cómodos y aparecen las primeras sonrisas espontáneas. Definitivamente, sí, se gustan. De manera inconsciente cada cerebro comienza a evaluar el físico del otro, prestando atención a los caracteres sexuales secundarios (pecho-cabello si se observa a una mujer, musculatura-altura si se observa a un hombre). El cerebro ratifica que le gusta lo que tiene enfrente, le atrae esa persona. Comienzan entonces a aparecer los recuerdos de esos comentarios subidos de tono, de las imágenes compartidas (sexting), para desvincularlos de la pantalla del móvil y asociarlos a la realidad objetiva y, lo más importante, accesible, de la persona que te está mirando a los ojos.

La conversación continúa, pero, en paralelo, los primeros pensamientos eróticos comienzan a surgir: cómo será el olor de esa persona, qué tipo de ropa interior llevará, cómo será en la cama… y de estos pensamientos eróticos a las fantasías hay una distancia muy corta: imaginas donde la besarías y cómo, lo que te gustaría hacerle… Mientras nuestros protagonistas mantienen la compostura hablando de la última serie que han visto, sus mentes imaginan escenas de sexo explícito y pasional. Se desean.

El cerebro emite la orden de calentar motores, la situación es proclive y va a prepararse para una relación sexual completa.

La vista se vuelve crucial para generar más pensamientos y fantasías eróticas: las pupilas se dilatan para obtener más información del otro (la midriasis tiene como finalidad intensificar la agudeza visual). Los labios se hinchan ligeramente y se enrojecen, haciendo que la mirada del otro salte de forma constante de los ojos a los labios y que le comience a invadir una intensa tentación de lanzarse al primer beso. El que se siente observado reacciona de forma involuntaria humedeciendo sus labios lentamente con la lengua haciendo así que brillen más y sean más notorios (recuerda que este proceso es completamente inconsciente). Este bucle ojos-labios se retroalimenta y hace que el deseo sexual aumente: La percepción de las pupilas dilatadas y la lengua humedeciendo los labios genera cada vez más y más fantasías que invaden la mente y cada vez es más difícil centrarse en el contenido de la conversación (“¿Habla de una serie? ¿Qué serie?”).

Las voces se vuelven más graves y tienden a bajar de volumen. No se comprende bien lo que se está diciendo desde el otro lado de la mesa, así que, de nuevo de forma inconsciente, comienza a haber una aproximación física para favorecer el entendimiento. Y nuestra pareja de pupilas dilatadas y labios hinchados y húmedos comienza a hablar más cerca, casi al oído, susurrando. ¿Y qué consigue el cerebro con esta aproximación involuntaria? Dos objetivos importantes en este momento: Captar a través del olfato las feromonas que está emitiendo el otro (esenciales si la mujer está ovulando, se nos percibe como mucho más atractivas que en fases no fértiles del ciclo menstrual) y poner en acción al órgano sexual más grande e infravalorado: la piel. La cercanía física favorece que se produzca un roce fortuito, que se apoye una mano en el brazo del otro, que los dedos inicien una caricia… y que se activen los miles de receptores sensoriales que tenemos en las yemas de los dedos (manos, labios y lengua son las superficies corporales con mayor inervación sensorial).

Poco a poco y casi sin darse cuenta, nuestra pareja está sumergida de lleno en la fase de deseo y en este momento comienza a tener un pensamiento único: quiere (¿Quiere?, ¡Necesita!) iniciar el contacto físico de forma inequívoca. ¿Un abrazo íntimo que accidentalmente haga que los labios se encuentren? Besar a la otra persona, no hay nada más importante en ese momento que hacerlo. Pero, dada la situación, continúan postergando el impulso sexual (aguantando la tentación) y el deseo se acumula como en una olla exprés, haciendo que la respuesta sexual avance a una nueva etapa… la de la excitación.

El ritmo cardíaco aumenta, ocasionando que la incipiente erección comience a consolidarse (tanto en el pene como en el clítoris) volviéndose toda la zona genital mucho más sensible. Calor, hinchazón que hace que crucen las piernas (sobre todo ella). La respiración se vuelve más ligera y rápida, los pezones se ponen erectos, aumenta la tensión muscular de todo el cuerpo, se eleva la temperatura corporal… Él ya no puede disimular la erección, ella nota que la lubricación vaginal humedece su ropa interior. Y los órganos de los sentidos de ambos captan hasta el más mínimo detalle de lo que dice o hace el otro.

Y, llegados a este punto, nuestra pareja abandona el bar con una tensión sexual que, si saben gestionarla, les va a garantizar una experiencia sexual muy intensa y placentera para ambos.

¿Resolverán en ese momento? ¿Postergarán hasta la siguiente cita? Cualquiera de las dos opciones será satisfactoria (incluso, en caso de postergar, se añade un nuevo elemento que aumenta el deseo hasta la resolución: confesar al otro que la excitación era tal que te has masturbado pensando él).

Lo más probable es que en este último caso la excitación sexual sea inmensamente mayor que si nuestra pareja se hubiera saltado la fase de deseo yendo directamente al hotel. El dar tiempo a generar pensamientos, fantasías, expectativas, permitir que nuestros órganos de los sentidos capten información vital para alimentar esas fantasías, el escuchar a la otra persona e interpretar su comunicación no verbal… Todo el desarrollo de la fase de deseo y la postergación de la relación sexual como tal, favorecen que el placer sea mayor.

Nota de la autora: Y si eres sapiosexual, esta fase de deseo sexual es esencial para ti. Necesitas hablar con el otro para descubrir qué anhelos tiene, qué estructura de deseos ocultos, en qué nivel de “porno mental” se encuentra. Es imposible abrir las piernas si no te han penetrado primero la mente.

Bibliografía y referencias:

Bernick, N., Kling, A., & Borowitz, G. (1971). Physiologic differentiation of sexual arousal and anxiety. Psychosomatic medicine, 33(4), 341-352.

Kaplan, H. S. (1979). Disorders of sexual desire and other new concepts and techniques in sex therapy.

Leavitt, C. E., Whiting, J. B., & Hawkins, A. J. (2021). The sexual mindfulness project: An initial presentation of the sexual and relational associations of sexual mindfulness. Journal of Couple & Relationship Therapy, 20(1), 32-49.

Masters, W. H., & Johnson, V. E. (1966). Human sexual response.

Ortega, V., Freire, J. C. S., & Zubeidat, I. (2004). Evaluación de algunos factores determinantes del deseo sexual: estado emocional, actitudes sexuales y fantasías sexuales. Análisis y Modificación de Conducta, 30(129), 105-130.

Rocío Díaz Conde

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