Tradicionalmente, una de las cuestiones que más ha llamado la atención de la cultura celta es su mundo religioso, sobre todo la figura del druida. De hecho, a todos nos sonará el famosísimo druida Panoramix de Asteríx y Obelix (René Goscinny y Albert Urdezo). El cual, aunque nos resulte curioso, reúne todo aquello que en nuestro ideario representa lo que pudo ser un druida: un sabio anciano que era la máxima autoridad religiosa de la comunidad. No obstante, esto no deja de ser otro arquetipo distorsionado que a lo largo de la historia se ha ido fraguando sobre los celtas y que, durante mucho, nos ha impedido que nos preguntemos cuestiones tan interesantes como si la mujer celta pudo llegar a tener un papel importante en el ámbito religioso.
Igualmente, no hay que pasar por alto que este hecho se debe a una conjunción de diversos elementos, tales como: las tendencias historiográficas tradicionales no han mostrado especial interés en la cuestión de género, resulta muy complejo reconstruir la historia de los celtas al ser un pueblo de tradición oral y que no desarrolló la escritura[1], lo cual, nos lleva a otros dos problemas: Por un lado, la poca información que tenemos proviene de autores grecolatinos y, en éstos, tenemos una visión sesgada del mundo celta (todo lo celta era concebido como bárbaro e incivilizado) y, por otro lado, contamos con una información muy limitada sobre la mujer porque era considerada como algo secundario, de poco interés. Sin embargo, poseemos otras fuentes de gran valor que nos ayudan a conocer en profundidad a los celtas y, en concreto, a la mujer: la arqueología y los ciclos/sagas medievales de Irlanda y de Gales. Lugares en los que la romanización no fue muy intensa y en los que el sustrato céltico perduró a lo largo del tiempo, hasta su cristianización.
Por tanto, el objetivo de este artículo es analizar el papel de la mujer celta en los cultos y prácticas religiosas, intentando responder a una serie de cuestiones que a día de hoy resulta un tanto complejas: ¿Tuvo la mujer presencia en el contexto religioso celta?, ¿Tuvo un papel primordial o tuvo un papel secundario como complemento a la figura del druida?, ¿Tuvo la figura femenina entidad propia dentro del mundo religioso?, ¿Hubo mujeres druidas?
No obstante, antes de responder a dichas cuestiones y adentrarnos en analizar el papel de la mujer celta en el ámbito religioso, es necesario contextualizar el mundo en el que vivieron para obtener una visión más amplia.
Contextualizando a los celtas
El origen de los celtas[2] se sitúa entre el Bronce Final y en la Edad del Hierro[3] (S.VIII-V a.C.) , concretamente, se relaciona con la llegada de grupos indoeuropeos procedentes de Anatolia que se asentaron durante el S.V a.C. en Centroeuropa (Suiza, Austria, Polonia, República Checa y sur de Alemania,) y que progresivamente (S. IV-III a.C.) se fueron expandiendo por todo el continente (Bélgica, Italia, parte de Holanda, Francia, parte de la Península Ibérica e Islas Británicas). Se trataba, pues, de un conjunto de tribus independientes que pertenecían a un mismo sustrato cultural/lingüístico, pero sin llegar a ser un pueblo como tal y que, en muchas ocasiones, se llegaron a mimetizar con las culturas autóctonas. Teniendo similitudes y diferencias entre sí, así, por ejemplo, aunque pertenecían a la misma raíz cultural, no era lo mismo un galo que un vacceo. Y lo más importante, debemos tener en cuenta que es muy probable que ellos mismos no se viesen como un pueblo unificado con identidad propia, es decir, como celtas, tal y como nosotros los vemos.
Por otro lado, arqueológicamente los celtas se vinculan directamente a dos yacimientos de periodos diferentes: 1) Hallstatt (Austria): perteneciente al Bronce Final, se trata de una gran necrópolis que alberga las tumbas de los mineros de sal de la zona y en la que se mezclan enterramientos en inhumación y cremación. 2) La Téne (Suiza): perteneciente a la Edad del Hierro, se trata de una cultura que se considera heredera de Hallstatt y que se relaciona directamente con los celtas de las fuentes grecolatinas.
En lo que respecta a su orden social, todo apunta a que sería una sociedad tripartita y estratificada, es decir, que se dividía en tres clases: caudillos (équites/militares), intelectuales (druidas, bardos y vates) y el pueblo (artesanos, agricultores…). Siendo la base de la sociedad la tribu/clan y la familia.
Asimismo, dentro de esta sociedad existía la preeminencia del hombre sobre la mujer, sin embargo, en comparación con las mujeres grecolatinas las celtas gozaban de una gran libertad y derechos: podían llegar a gobernar (Boudica[4]), ocupar altos puestos en la sociedad, desempeñar diversos oficios, podía elegir marido (dentro de la misma clase), podían solicitar el divorcio si su marido era impotente, la había maltratado, si la había sido infiel o si la había mentido al casarse, podían ser propietarias, gestionar sus propios bienes, heredar, mantener su posición social si su marido caía en desgracia, pertenecían a su tribu/clan (una vez casadas no perdían su identidad) e incluso podían tener formación militar. De todo ello tenemos constancia gracias a las fuentes clásicas, los ciclos irlandeses medievales y a la Ley de Brehon (Irlanda, 600 -1171 d.C.), mediante la cual se ponía por escrito la ley oral de la Irlanda precristiana/celta.
Igualmente, arqueológicamente también poseemos datos que corroboran que la mujer celta estaba insertada en la vida pública/política, social y religiosa. Y, en este sentido, destaca la tumba principesca de la dama de Vix (Francia, 500 a.C.). Una cámara sepulcral hallada bajo un gran promontorio, en cuyo interior reposaban los restos de una mujer sobre un carro hallstático y un rico ajuar compuesto de un sinfín de joyas (torques, collares, brazaletes…), un kylix y una gran crátera de bronce de 200kg. La riqueza del ajuar y la constatación de que los restos pertenecían a una mujer de unos 30-40 años, hicieron suponer que se trataba de una persona que había sido muy importante en su comunidad, tanto a nivel político como religioso.
Por último, otra de las cuestiones a tratar antes de adentrarnos en la presencia de las mujeres en el ámbito religioso, es precisamente uno de los temas que en la actualidad más llama la atención de la cultura celta, su mundo religioso. Un mundo del que sobre todo tenemos constancia a través de las obras de Julio César (Guerra de las Galias) o de Dionisio de Halicarnaso (Historia Antigua de Roma).
Se trataba de una religión íntimamente relacionada con la naturaleza, en donde los manantiales, las cuevas, árboles (el roble, el avellano o el tejo) y los animales (el ciervo/símbolo del bosque, el jabalí/símbolo del poder o el salmón/símbolo de la sabiduría) tenían una gran importancia mágico-religiosa. Además, se trataba de un culto que no se practicaba en templos o santuarios, sino en los bosques y de una religión en la que los dioses no eran representados mediante imágenes (se manifestaban en la naturaleza). Es más, comúnmente se presentaban a través de parejas y tríadas, como: Teutates, Esus y Taranis (el cielo, la tierra y el rayo) o Rigani, Belisana y Brigit (diosas de la poesía, metalurgia y la medicina). No obstante, también destacaron deidades como Lug (inventor de todas las artes), Epona (guía de los difuntos y protectora de los caballos) o Cerunnos (dios de la fertilidad).
Por otro lado, hay que señalar a los druidas[5] como aquellos que eran los intermediarios entre los hombres y los dioses, los responsables del culto, los transmisores del saber, los guardianes de la tradición, así como, los filósofos, los jueces y los consejeros de la tribu.
Se agrupaban en una cofradía en la que había una autoridad suprema, por tanto, no era una casta sacerdotal cerrada, era un grupo al que podía acceder todo el mundo, siempre y cuando se fuera apto para la compleja formación que implicaba llegar a ser druida (el conocimiento se transmitía oralmente y se debía memorizar completamente a lo largo de varios años).
En definitiva, el druida era una de las figuras más destacadas y privilegiadas de la comunidad cuyas funciones abarcaban el ámbito religioso, educativo, político y judicial. Así, lo recogía Julio César:
Atienden al culto divino, ofician sacrificios públicos y privados, interpretan los misterios de la religión: a ellos acuden un gran número de adolescentes para instruirse, y es mucho el respeto que les tienen. Pues ellos sentencian casi todas las controversias públicas y privadas; y, si se comete algún delito, si concurre alguna muerte, si hay algún pleito sobre herencias y linderos, ellos son los que deciden; ellos determinan premios y castigos: si alguna persona, pública o particular, no atiende a su fallo es castigada, son considerados como impíos o criminales (…). Al frente de todos estos druidas hay uno, que tiene entre ellos la autoridad suprema. Muerto éste, o buen le sucede otro que aventaje a los demás en prestigio o, si hay varios iguales, se hace la elección por votación de los druidas. Julio César, Guerra de las Galias, VI, 13
Por último, también hay que señalar que dentro del mundo religioso también existieron otros dos grupos de menos importancia que los druidas: los bardos o filid (poetas que cantaban o recitaban leyendas, mitos y poemas) y los vates o faith (adivinos e intérpretes de los dioses).
La mujer celta en el ámbito religioso
Ya se he comentado anteriormente que la mujer celta estaba insertada en la vida pública y, por ende, en la religiosa, llegando a desempeñar cargos importantes. No obstante, el debate se encuentra en si llegaron a ser druidesas como los hombres o si por el contrario ejercieron de sacerdotisas, profetisas o adivinas, formando parte de un grupo más dentro del mundo religioso, tal y como lo eran los vates y los bardos.
Así, para arrojar algo de luz sobre dicha cuestión, analizaremos varios textos clásicos (I-IV d.C.), el sustrato céltico presente en Irlanda y los restos arqueológicos. Si bien, debemos señalar que los restos arqueológicos son muy escasos y las fuentes que poseemos son muy tardías, no obstante, todo ello nos sirve para poder trazar el que pudo ser el perfil de la mujer celta en el ámbito religioso.
Las druidesas en las fuentes clásicas
Una de las primeras menciones que hace referencia a la mujer insertada dentro de la esfera religiosa se la debemos a la obra Geografía de Estrabón (64 a.C.-24 d.C.), en donde el griego nos habla en el S.I. d.C. de las druidesas cimbrias (Galia y Germania) como mujeres encargadas del culto, de oficiar rituales y realizar predicciones. Es más, expone que era un grupo con un poder religioso muy similar al de los druidas y con independencia:
En estas ocasiones, las druidesas se vestían de blanco. Iban descalzas y ceñidas con un cinturón de cobre. Cuando los cinabrios habían hecho algunos prisioneros, estas mujeres corrían con las espadas desnudas, arrojaban a estos por tierra y los arrastraban hasta el borde de una cisterna, a cuyo lado había una especie de tarima sobre la cual se colocaba la Druidesa que debía oficiar. A medida que se le ponían delante estos infelices, les hundía en el pecho un largo cuchillo y observaba el modo cómo corría la sangre. Las otras druidesas que asistían a sus funciones abrían los cadáveres, examinaban sus entrañas y sacaban predicciones que comunicadas al consejo o al ejército, servían para dirigir las más importantes operaciones. Las de la última clase tenían las asambleas nocturnas en las orillas de los estanques y pantanos. Allí, consultaban la luna y practicaban muchas ceremonias supersticiosas que les atraían el desprecio del pueblo. Las druidesas en general eran aún más respetadas entre los germanos que entre los galos. Los primeros nada emprendían de importancia sin haberlas consultado porque las creían inspiradas y aun cuando estuviesen ciertos de la victoria, no habrían osado presentar la batalla si las druidesas se hubiesen opuesto a ello. Se ha buscado cual pudiera ser el origen de la gran veneración que inspiraban estas mujeres y tan solo puede conjeturarse que los germanos lejos siempre de sus hogares por sus continuas expediciones militares, confiaban a su cuidado los enfermos y heridos: que esas mujeres en la carrera de sus penosas ocupaciones, tuvieron ocasión de estudiar las virtudes de las hierbas y de las plantas de que se sirvieron en adelante para obrar cosas que parecían prodigios y finalmente, que tuvieron a estos conocimientos las supersticiosas observaciones sobre los astros, el vuelo de las aves, el curso de los ríos, por medio de los cuales, muchas llegaron a hacerse pasar por inspiradas, queriendo la casualidad que se verificasen.
Asimismo, también contamos con la obra Chorographia de Pompio Mela (45 d.C.), en donde el autor describe la existencia de un culto/oráculo regentado por las gallizenae, un grupo de mujeres que tenían el poder de curar y predecir el futuro:
El mar británico, frente a la costa de los Ossismi, la isla de Sena pertenece a una divinidad Gala y su famoso oráculo, cuyas sacerdotisas, sacralizadas por su perpetua virginidad, son nueve en número. Ellos llaman a las sacerdotisas Gallizenae y piensan que debido a que han sido dotadas con poderes únicos, ellas remueven los mares y vientos mediante sus encantamientos mágicos, se convierten en animales a voluntad, curan lo incurable para el resto de las personas, conocen y predicen el futuro, pero que no es revelado a los navegantes, solo a aquellos que navegan para consultar a ellas. Pomponius Mela, Chorog. III, 6, 48
Lo que nos interesa resaltar de este texto, perteneciente al S.I d.C., es que aunque es tardío y la romanización en territorio galo/celta ya estaba consolidado, todavía persistía un culto de carácter céltico y gestionado por mujeres. Lo cual, nos lleva a pensar que anteriormente las mujeres celtas sí estuvieron presentes en la religión e incluso que pudieron a tener entidad propia.
Por otro lado, también resulta curioso mencionar que este fragmento debió de influenciar a Geoffrey de Monmouth (1100-1155 d.C.) para escribir sus relatos artúricos (Profecías de Merlín), pues curiosamente nos dice que en la isla de Avalón existía un culto formado por mujeres, entre las que se encontraba Morgana. Siguiendo con esta idea, en 1982 nos encontramos con la saga Las nieblas de Avalón de Marion Zimmer Bradley.
Del mismo modo, si seguimos con la obra de Pompio Mela, encontramos otro texto muy interesante, en el que nos habla de las bandruidh (nombre con el que en Irlanda se designaba a las druidesas). En dicho texto, el autor nos especifica que se trataba de un grupo sacerdotal compuesto por mujeres que se dividía en tres clases y que desempeñaban funciones similares a la de los druidas masculinos, como: ser guardianas del saber y de las tradiciones, ser mediadoras entre los dioses y los hombres o realizar predicciones.
Había en la alta Caledonia mujeres sacerdotisas llamadas bandruidh que, al igual que los druidas varones, están divididas en tres categorías: las de menor autoridad permanecen reclusas y deben observar voto de virginidad perpetua, son las que se encargan de alimentar los fuegos perennes en honor a Dana y Bilé, sus dioses mayores. En la segunda categoría, las sacerdotizas pueden casarse, pero deben permanecer encerradas en el santuario al que están consagradas, y sólo pueden abandonarlo unos pocos días al año, para cumplir con sus deberes conyugales; sin embargo pueden alternar con las gentes, a las que dicen la buenaventura, y leen su futuro en las hojas de muérdago.” “Una bandrui de la clase más alta, jerarquía a la que sólo se accede después de años de estudio y dedicación y un completo rito de pasaje, puede circular libremente, y se dedica a servir al pueblo, y mantener vivas las tradiciones religiosas; narran las leyendas de los guerreros y los dioses, practican la astrología y adivinan el porvenir por la lectura de las víctimas de los sacrificios humanos, que son practicados exclusivamente por los druidas varones”. “Se dice, aunque no he podido comprobarlo personalmente, que las banfilidh más poderosas, como las llaman en su lengua, residen en la isla de Saina, en el Mar interior (mar de Irlanda), tienen poder sobre las tempestades, que pueden convocar a voluntad, pueden convertirse en aves y curar las enfermedades más atroces… Estas mujeres son altamente reverenciadas por el pueblo, pues dominan la magia de las piedras y las hierbas curativas, son las que preparan a los moribundos para el bien morir, preparan hechizos de amor y se ocupan de los nacimientos. Pomponius Mela, Chorog. III
Otro texto interesante es el que nos encontramos en la obra Anales (115-117 d.C.) de Tácito. En él se recoge que en la isla de Mona podrían haber existido mujeres con poder religioso y que participaban al mismo nivel que los druidas en los rituales:
El caso es que por entonces tenía el gobierno de Britania Paulino Suetonio, quien por su ciencia militar y por las hablas del pueblo, que a nadie deja sin émulo, era tenido por rival de Corbulón, y que ansiaba igualar la gloria de la reconquista de Armenia sometiendo a los insurrectos. Y así, se dispone a atacar la isla de Mona, poderosa por su población y guarida de fugitivos (…) De este modo pasó la infantería; la caballería le siguió por un vado o cruzó montada a nado donde las aguas eran más profundas. Ante la orilla estaba desplegado el ejército enemigo, denso en armas y en hombres; por medio corrían mujeres que, con vestido de duelo, a la manera de Furias y con los cabellos sueltos blandían antorchas; alrededor estaban los druidas, pronunciando imprecaciones terribles con las manos alzadas al cielo; lo extraño de aquella visión impresionó a los soldados. Tac. Ann. XIV, 2–3
Asimismo, si seguimos con Tácito[6] y su obra Germania, encontramos la primera mención de un nombre propio, Veleda, a la que Tácito identifica como una famosa adivina y profetisa germana:
Hay, en mi opinión, algo sagrado en el sexo femenino, y es el poder de prever los acontecimientos futuros. Sus consejos son, por ello, siempre escuchados y considerados oraculares. Hemos visto, durante el reinado de Vespasiano, a la famosa Veleda venerada como una divinidad por sus conciudadanos. En los tiempos anteriores, igualmente, veneraron a Aurinia, y a otras muchas mujeres, pero no con servil adulación ni con simulada deificación Tac. Germ. 6
Sin duda, el nombre de Veleda[7] es el que más se conoce[8] y el que más ha transcendido hasta nuestros días. De ella sabemos que fue una mujer de gran prestigio dentro de la sociedad brúctera (tribu germana afincada al sur del bosque Teutónico en Renania, Alemania) y que pudo ser parte activa del levantamiento bátavo, es más, a ella se le atribuye la predicción del triunfo bátavo sobre Roma en el 69 d.C.
Igualmente, Vopisco en Historia Augusta (S. III- IV d.C.) afirma que algunos emperadores hicieron uso de las cualidades de profetisas galas para saber su futuro y a las que define como druidesas. Así, destacan dos casos:
1) El de Diocleciano: se nos dice que una druidesa predijo que sería emperador cuando matase al prefecto apodado el Jabalí. Augurio que, al parecer, que se cumplió:
Mi abuelo me contó que tuvo conocimiento por el propio Diocleciano de lo siguiente: cuando Diocleciano residía temporalmente en una posada en la tierra de los Tongri en la Galia, siendo todavía de rango humilde en el ejército, y liquidando la cuenta diaria de su sustento con cierta druidesa, ésta le dijo: «Eres demasiado codicioso y avaro, Diocleciano». Se dice que a esto respondió bromeando Diocleciano: «Seré más generoso cuando sea emperador». Y a esto se dice que contestó la druidesa: «No te rías Diocleciano, porque cuando hayas matado al jabalí serás emperador. Vopisc. Hist. Augst. Car. 14, 1333333; font-size: 1rem;">
2) El de Aureliano: según Vopisco éste consultó a las druidesas si su descendencia tendría poder imperial:
Contaba que en cierta ocasión Aureliano consultó con las druidesas galas queriendo averiguar si entre sus descendientes se mantendría el mando imperial. Estas mujeres respondieron que ningún nombre se haría más ilustre en el estado que el de los descendientes de Claudio. Vopisc . Hist. Augst Aurelian. 44, 4
A juzgar por los textos expuestos anteriormente (Estrabón, Pompio Mela, Tácito y Vopisco), se puede extraer la idea de que hubo una evolución de las llamadas druidesas. Así, en los textos más antiguos (Estrabón y P.Mela) se nos habla de un grupo de sacerdotisas encargadas de un culto organizado con entidad propia, sin embargo, según vamos avanzando en el tiempo, en los textos de los S. II-IV d.C. (Tácito y Vopisco) se observa como esas sacerdotisas pasan a ser hechiceras, videntes, adivinas y profetisas aisladas.
Por último, cabe destacar que en casi todos los textos existe un punto en común: la visión negativa hacia a estas mujeres. No debemos olvidar que aquí convergen dos idas muy presentes en la mentalidad clásica: en su ideario el máximo exponente de bárbaro era el celta y la mujer tenía restringida toda participación en la vida pública y tenencia de cargos de poder.
La pervivencia de lo celta en Irlanda
Dejando aparte las fuentes clásicas, también cabe destacar la información que nos da la Irlanda medieval, pues la isla no fue romanizada y el sustrato céltico pervivió durante más tiempo que en el resto de Europa.
Por un lado, destacan los datos que nos dicen que, en Irlanda hasta la consolidación del catolicismo, las mujeres gozaron de un estatus importante dentro del culto, similar al de los hombres. Por tanto, si acudimos al S. VI d.C., encontramos elementos que resultan ser un indicativo de la posible pervivencia y herencia de esos cultos de los que nos habla Pompio Mela. Así, por ejemplo, se dice que en algunos monasterios residían las conhospitae o mujeres que cohabitaban con los monjes y que asimilaron la práctica monacal y mujeres que regentaban abadías en las que ellas oficiaban misa: Cuando distribuís la eucaristía, ellas toman el cáliz y administran al pueblo la sangre de Cristo. (Gougaud, Les Chrétientes celtiques, 1911:95)
Entre todos esos monasterios, destacó el monasterio de Santa Brígida de Kildare, en donde las monjas veneraban a dicha santa. Al respecto, muchos han señalado que este monasterio sería la prueba de la pervivencia de los cultos celtas y su paulatino cambio: la santa sería la cristianización de la diosa celta Brigit (culto asociado a las druidesas) y las monjas las antiguas sacerdotisas encargadas de su culto.
Por otro lado, tampoco podemos dejar lado las crónicas y sagas irlandesas (S.X-XI), pues muchas de ellas se conservan la mitología irlandesa precristiana, es decir, celta.
Los responsables de que toda esa mitología haya llegado hasta nosotros fueron los monjes, quienes pusieron por escrito gran parte de la tradición oral celta. Así, sobresalen cuatro ciclos (El Ciclo de Mitológico, El Ciclo del Ulster, el Ciclo de Leinster, el Ciclo de los Reyes) en los que se nos habla de mujeres poderosas en el ámbito religioso. Destacan entre otras: la profetisa Fedelm en la epopeya de Táin Bó Cualnge (en el Ciclo del Ulster), la cual, predice el choque entre los ejércitos de Medb y Ailill mac Mata contra los de Ulaid y Aoife (en el Ciclo del Ulster), hermana de la guerrera Scáthac y esposa de Lir, que convirtió a los hijos de su esposo en cisnes.
Sin duda, todos estos datos de la Irlanda de los siglos VI-XI d.C. resultan ser muy ilustrativos y vienen a confirmar la información de que las mujeres celtas sí tuvieron un papel activo en el ámbito religioso celta. Es más, aquí, haciendo gala de su herencia celta, las mujeres siguieron teniendo cierta importancia en la gestión del culto, aunque seguramente de forma minoritaria.
Las druidesas en la arqueología
Para obtener una visión más amplia, también se debe prestar atención a los datos aportados desde la arqueología, entre los que destaca el plomo de Larzarc (100 d. C., Francia). Éste es uno de los pocos testigos que relacionan a las mujeres con la magia en la Galia y que fue hallado en una tumba de la necrópolis de La Vayssièr.
En este plomo se recoge una maldición lanzada por Adgagsona y en la que invoca a la diosa del silencio Tacita Muta para que cierre las bocas de Severa Tertionicna y doce mujeres más. De esta forma, el objetivo Adgagsona era quitar poder y reducir a la impotencia a todas ellas en lo que parecía ser un conflicto de un grupo hacia otro. Asimismo, del plomo también se extrae la idea de estar ante grupos organizados en tres rangos (matir/madre, duxtir/hija y dona /no iniciada).
Precisamente, ese detalle es el que ha hecho pensar que se podría tratar de la pervivencia de grupos de druidesas-adivinas-hechiceras en plena Galia romanizada. Es más, también destaca la asociación a una deidad, tal y como muchos autores clásicos afirmaban.
Conclusión
Una vez expuesta toda la información, ya podemos hacernos una idea del perfil de la mujer celta en el ámbito religioso. Así, se puede afirmar que éstas tuvieron presencia en el contexto religioso y que no debió de ser secundario o complementario, tuvieron entidad propia, fueron respetadas/reconocidas y gozaron de prestigio dentro de la sociedad. De hecho, las fuentes nos hablan de grupos sacerdotales organizados y compuestos por diferentes rangos y que desempeñaban funciones similares a la de los druidas: cuidar del culto y las tradiciones, interpretar a los dioses, realizar sacrificios, realizar predicciones…
Esto, a su vez, nos lleva a una cuestión muy discutida ¿Hubo mujeres druida? Y en este sentido, se debe aclarar que cuando hablamos de druidas, nos referimos a si tanto hombres como mujeres formaban parte del mismo grupo independientemente del sexo. Al respecto, se debe señalar que no se tiene constancia de que existiese ninguna ley que lo prohibiese, pero tampoco tenemos datos que confirmen que compartieran grupo. Si es verdad que algunos textos nos hablan de druidesas, pero como un grupo de mujeres dedicadas al culto, por tanto, el hecho de que tuvieran un amplio poder religioso no implicaba que lo fueran. Más bien se trataría de grupos diferenciados, ambos con mucho poder y que los autores clásicos ante la similitud de funciones definieron en algunos casos como druidesas.
Por otro lado, también cabe destacar, que no la druidesa no tenía por qué ser la mujer del druida, tal y como muchos autores han afirmado.
En definitiva, lo que sabemos en la actualidad es que las mujeres participaron en la esfera religiosa de forma activa y que con la expansión/consolidación de la romanización y del cristianismo, el papel de estas mujeres fue simplificado; fueron perdiendo poder como grupo y reducidas a brujas, hadas, magas y hechiceras. Así, quedaron situadas entre el paganismo y el cristianismo, así como, envueltas en lo mítico, legendario y romántico.
Imágenes
Portada: Imagen extraída de http://www.qfem.es/media/articles/14991877011217.jpg
Imagen 1. Panoramix. Imagen extraída de https://www.pinterest.es/pin/335729347221207781/
Imagen 2: Mapa de la expansión de los pueblos celtas. Imagen extraída de https://es.wikipedia.org/wiki/Celta#/media/Archivo:Celts_in_Europe2.png
Imagen 3: Reconstrucción de la tumba de la dama de Vix. Imagen extraída de https://www.celtica.es/wp-content/uploads/2020/01/VixReconstruction.jpg
Imagen 4: Personaje de Morgana en la película de Las brumas de Avalón. Imagen extraída de https://www.google.com/imgres?imgurl=https%3A%2F%2Fi.ytimg.com%2Fvi%2FXr86ZsHJKkU%2Fhqdefault.jpg&imgrefurl=http%3A%2F%2Fmisteriosavalon.blogspot.com%2F2015%2F10%2Flas-brumas-de-avalon
Imagen 5: El plomo de Larzac, S.I d.C. Imagen extraída de: https://en.wikipedia.org/wiki/File:Tablette_de_d%c3%a9fixion_de_l’Hospitalet-du-Larzac_2.jpg
Bibliografía
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[1] En algunos casos escribieron documentos utilizando el griego o el latín.
[2] El nacimiento de dicho término, se lo debemos a los griegos Hecateo de Mileto (S.VI a.C.) y Heródoto (S.Va.C.) que designan con el término Keltoi (los altos) al conjunto de pueblos que se ubicaban al norte de Massalia (Francia) y en torno al Danubio. Más tarde, los romanos los definirían con dos términos: Julio César como galos y Estrabón como celtae o celtius. Este último, será el que llegue hasta nuestros días y se consolidó en los S. XVIII-XIX.
[3] Tradicionalmente se ha relacionado a los celtas con la Edad del Hierro. Sin embargo, algunos autores establecen la Edad del Bronce como momento de surgimiento de los celtas, hablando de protoceltas y relacionándolos directamente con la cultura de los campos de urnas.
[4] Reina icena que comandó un levantamiento en Britania contra la Roma de Nerón.
[5] Existen varias versiones sobre el origen de la palabra druida: 1) procedente de la término griego drus = roble= hombres del roble. 2) procedente del término celta celta dru-wid- es= los más sabios.
[6] En Anales, Tácito también nos habla de Locusta, una esclava gala experta en venenos a la que Agripina encargó la elaboración de un tóxico para matar a su esposo Claudio y su hijastro (Tac. Ann. XII, 66.2).
A pesar de que algunos autores introducen a Loscusta dentro de este grupo de druidesas-adivinas, en mi opinión no se la puede insertar en dicho grupo porque a ella solo se refiere como envenenadora.
[7] Posiblemente Velada no fuera su nombre, sino un título. Cabe la posibilidad que Veleda sea la latinización de Veleta que significa profetisa.
[8] Veleda es el caso más conocido, pero también nos han llegado otros nombres propios como Aurinia, Epopina y Ganna.
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