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Juana de Arco, atípica santa católica, patrona de Francia e icono cultural atemporal, se convirtió en leyenda cuando en 1425 pasó, por mandato divino, de adolescente campesina a lideresa combatiente de los invasores ingleses. Capturada por traidores, vendida a sus enemigos, abandonada por el rey al que ayudó a coronar y juzgada por la Inquisición, fue quemada viva públicamente en 1431. El detalle de su tragedia que no parece merecedor de la atención suficiente es que el auténtico motivo de su condena a una muerte horrorosa y brutal no fue otro que ser una travesti convencida.

Francia llevaba ya más de noventa años sumida en la Guerra de los Cien Años contra Inglaterra, para determinar quién seguiría ostentando el control sobre los territorios franceses que hasta el momento estaban en manos de los monarcas ingleses, pero sus éxitos estaban siendo menores de lo esperado. Mientras tanto, Santa Margarita de Antioquía, Santa Catalina de Alejandría y el arcángel San Miguel le revelaban a una labriega de trece años de un pequeño poblado el plan que Dios había diseñado para ella: guiar a las tropas francesas hacia la conquista de Orleans, expulsar de la patria a los ejércitos ingleses, y devolverle su lugar como rey al asediado príncipe Carlos VII de Valois, a quien decidió comunicar su misión. Con diecisiete años, Juana logró convencerle y ser autorizada para dirigir los ejércitos reales hacia la victoria en diversas batallas, jugando un papel decisivo en el acceso al trono de Carlos VII y revitalizando la posición de Francia en la guerra. Sin embargo, el precio por la gloria fue elevado: en 1430 fue capturada por los borgoñones, una facción del ejército aliada con los ingleses, a quienes la vendieron. Estos la acusaron de herejía y la entregaron a los jueces de la Inquisición, que en nombre de Dios trazaron su triste final.

 

Arthur Evans, escritor y activista por los derechos gays en los Estados Unidos, apoyándose en la obra de de 1921 ‘El culto de la brujería en la Europa occidental’ de la antropóloga angloindia Margaret Murray, le dedicó a Juana de Arco el primer capítulo de su obra de 1978 ‘Brujería y Contracultura Gay’ [1] -refiriéndose con ‘gay’ a todo el conjunto que hoy conocemos como colectivo LGBT+, nos señala la traductora Valentina Ripani (p.21)-. En este capítulo centra su atención en que, desde la primera de sus campañas militares, Juana de Arco fue una travestida reincidente e irredimible, dentro y fuera del campo de batalla, siendo su constante negativa a vestirse y comportarse como se esperaba de una mujer del siglo XV, el argumento que esgrimió la Iglesia de su tiempo para empujarla hacia la muerte antes de cumplir los veinte años de edad. Arthur Evans recupera las lecturas de la acusación del juicio eclesiástico contra Juana y nos ofrece una valiosa información para pintar un retrato alternativo, que ahonda en lo crucial para su destino que resultó el carácter queer abiertamente expresado por aquella Doncella de Orleans.

 

Ya les resultaba llamativo a sus captores angloborgoñones, que la llamaban ‘homasse’, término peyorativo del francés medieval que significaba ‘mujer masculina’ (p.39). Cuando fue trasladada a la corte inglesa, se le exigió prometer desprenderse de sus ropas y armadura masculinas, a lo que ella, creyente ferviente, se negó aunque en represalia se le prohibiese comulgar (pp.37-38). El mismo rey inglés Enrique VI, en una carta dirigida a la Iglesia, mencionaba que Juana había abandonado el uso de la ropas propias de su sexo, decisión ‘abominable a los ojos de Dios, contraria a la ley divina y prohibida por todas las leyes’ (pp.38-39). Para los jueces eclesiásticos, a quienes estar frente a una mujer ataviada con ‘los ornamentos cortos, ceñidos y disolutos de un hombre’, con ‘su cabello cortado como un vanidoso joven’ y ‘a la moda de un hombre de guerra’ ya les parecía suficiente horror, lo elevaron a la categoría de blasfemia y herejía cuando Juana declaró que vestirse así correspondía también una orden celestial y que, debiendo obedecer a Nuestro Señor, ninguna amenaza conseguiría que jurase ‘no armarse y no ponerse el vestido de un hombre’ (pp.37,38).

Arthur Evans añade que las transgresiones en la expresión de género de Juana de Arco no se limitaron a la estética, sino también a su forma de hablar, comportarse y relacionarse, es decir, que performaba/actuaba como correspondía a un hombre y no a una mujer cristiana: era firme, tenía seguridad en sí misma y fuerza de voluntad, despreciaba y se burlaba de sus captores ‘como ninguna mujer en estado de gracia se permitiría’, desdeñaba las tareas propias del rol de género femenino, se mostraba presuntuosa y orgullosa, y había llegado ‘tan lejos como para tomar el mando sobre hombres’ (p.39). En esa misma senda de difamar a Juana como mujer, también preocupaba a sus jueces su sexualidad: mostraron gran interés, primero, en que hubiese vivido una temporada junto a otra mujer, una posadera en cuyo negocio era habitual la presencia de soldados y prostitutas, y segundo, en que Juana admitiese haber dormido dos noches en el mismo lecho que otra mujer, que tenía visiones nocturnas de una misteriosa dama a quien la Doncella de Orleans también había querido ver. Al respecto de este apelativo de ‘Doncella’, con el que la misma Juana se autodenominaba y que también se empleaba para nombrar a la Madre de Dios, los jueces también hicieron que un grupo de mujeres la examinaran y constatasen su virginidad (pp.39-40). Cabe también mencionar que durante su carrera militar, el hombre de mayor confianza de Juana fue Gilles de Rais, posteriormente juzgado como asesino en serie, y que durante toda su vida fue conocido por sus deseos homoeróticos (p.45).

 

Durante su cautiverio y procesamiento, Juana de Arco padeció insufribles abusos, y finalmente se la amenazó con la hoguera. No pudiendo soportar la tortura durante más tiempo, se retractó, prometió acatar la autoridad eclesiástica y retomar la indumentaria femenina. A cambio, se le ofreció piedad cristiana: cadena perpetua y alimentación a base de pan y agua de por vida. Sin embargo, menos de una semana después, fue hallada en su celda de nuevo con ropas de hombre, y aunque las leyes de la época que regulaban la vestimenta nunca habían considerado el travestismo como delito merecedor de pena capital, tres días después fue quemada viva como ‘idólatra, apóstata, hereje y recidiva’, cargos y condena que la mismísima Universidad de París apoyó porque el origen divino del travestismo de la acusada, que lo consideraba un deber religioso, no podía entenderse sino como paganismo y herejía (pp.44-45).

 

Isabel Balza, doctora en Filosofía de la Universidad del País Vasco, profesora y codirectora del programa de doctorado y máster ‘Género, Feminismos y Ciudadanía: Perspectivas para un nuevo siglo’ de la Universidad de Jaén y la Universidad Internacional de Andalucía, también apuesta, en su texto de 2011 ‘De Hechicera a Santa: la Piedad Heroica de Juana de Arco’ [2], por la masculinidad adoptada y desplegada por Juana como el motivo decisivo de su muerte. Basándose en la prohibicón bíblica del travestismo que recoge el Deuteronomio 22:5, y acusándola de pecar de orgullo, indocilidad, indecencia, audacia, testarudez, imprudencia y temeridad (p.329), lo que realmente aterra y repugna a los jueces es su insistencia en atravesar las rígidas barreras entre los géneros culturalmente aceptados. Y es que, si abandona todo rasgo que la identifique visualmente como mujer y desalienta a quienes la rodean a tratarla como tal, corre el riesgo de dejar de serlo, abriendo un vacío agénero/transgénero que resquebraja la certeza en que el género es algo esencial e inmutable, en lugar de algo performático (p.330), y que puede alterarse/conquistarse mediante la voluntad, la creatividad, la actuación, la innovación, la negociación y la libertad. De hecho, una vez muerta y una vez consumida la ropa que llevaba en el momento de su ejecución, su verdugo la sacó de las llamas para que todo el pueblo pudiese mirar su desnudez y comprobar su sexo, antes de devolverla al fuego y que se calcinase por completo (p.332).

Isabel Balza se plantea qué razones pudieron llevar a Juana de Arco a adoptar su apariencia andrógina, más allá de como icono de rebeldía e insumisión, que es como preferimos entenderlo en nuestros días. En la época, travestirse, representar el papel de varones o vivir como ellos durante toda la vida, fue un recurso extendido entre muchas mujeres plebeyas que, sin las oportunidades y flexibilidades que ofrecía la alta cuna, quisieron acceder a oficios vedados para las féminas: soldados, marineros, piratas o médicos [3], y tal era el caso de Juana, para quien ataviarse como un muchacho era casi una necesidad para cumplir su misión celestial. Masculinizar su atuendo permitía a la Doncella de Orleans cabalgar a caballo cómodamente, que tanto su ejército como el enemigo la considerasen un igual en el campo de batalla, y protegerse de ataques sexuales de otros soldados (p.331). Así, lo que comenzó como decisión estratégica y de supervivencia, fue adquiriendo mayor sentido para ella cuanto más la presionaban los religiosos. Los hábitos de hombres se convirtieron en un símbolo de su misión y su fe: dado que los designios bélicos de Dios no habían aún sido completados, renunciar al necesario atuendo masculino para la batalla, equivalía para Juana a renunciar a su cometido divino y al Señor. Y como motivo último y no menos importante, aunque bastante menos poético, varios relatos contemporáneos a la condena de Juana de Arco sugieren que, incluso tras haber abjurado asustada por la hoguera, la razón por la que volvió a solicitar ropas de hombre en su celda fue que los soldados ingleses consiguieron violarla durante su cautiverio (p.332).

 

Sea como fuere, el final de Juana estaba decidido de antemano: en el imaginario social de su tiempo, no existían espacios conceptuales para las mujeres que aspirasen a situarse en el mismo lugar -profesional, de poder, de derechos- que los varones. Así que, si llegaba a ocurrir, se reducía a una excepción simbólica y social, y por un tiempo limitado. Por eso, prestados sus servicios en la Guerra de los Cien Años, nadie, ni siquiera sus antiguos aliados, siguió considerando necesaria a la Doncella de Orleans (p.334). Y para terminar con ella, era preciso no solo obviar sus logros, sino eclipsarlos con una cortina de humo -metafórica y literal-, tachando a su protagonista de repudiable, abyecta, monstruosa, excluida de la humanidad/feminidad… endemoniada (p.335). La autora entiende a Juana de Arco, la heroína, como un cuerpo biopolítico que, aunque temporalmente consiguiese ocupar un lugar de excepción en la ciudadanía y en los géneros, se encuentra sujeto a decisiones políticas que pueden, a su antojo, dignificar su transgresión o quitarle el derecho a la vida para restablecer el orden social. De hecho, su canonización en 1920 a instancias de la derecha francesa, además de irónica, no es sino un intento más de las estructuras de poder por explotar la figura de Juana de Arco y someterla a intereses patrióticos (p.337).

 

En conclusión, y sirviéndonos del artículo de 2014 ‘Juana de Arco – La doncella guerrera’[4] de Irantzu Montean, nuestra Doncella de Orleans ha sido y es una figura controvertida para artistas, devotxs, ideólogxs e intelectuales a lo largo de la Historia, si bien los análisis de su biografía acostumbran a poner el foco de atención sobre la Juana heroica, la Juana nacionalista, la Juana creyente/hereje o la Juana revolucionaria, restando importancia a la Juana de Arco travesti, que aquí pretendemos subrayar. Y aunque no pueda afirmarse su condición de transgénero sin caer en anacronismos conceptuales, su evidente ambigüedad sexual, lo queer de su comportamiento y su ruptura de la cisheteronormatividad la han convertido en el presente en un poderoso símbolo para el colectivo LGBT+  francés e internacional.

Salmacis Ávila

 

 

Referencias

 

  1. Evans, Arthur (2015): Juana de Arco: travesti y herética. En Brujería y Contracultura Gay, Editorial Descontrol, Barcelona, pp.36-54 (Traducción por Ripani, Valentina, del original de 1978, editado por FAG RAG Books, Boston).
  2. Balza, Isabel (2011): De hechicera a santa: la piedad heroica de Juana de Arco. En Revista Tabula Rasa, Bogotá – Colombia, nº 14 (enero-junio 2011), pp.325-339. Consultada el 19/04/2019 en https://www.redalyc.org/html/396/39622094014/
  3. Véase, para otro ejemplo, el caso de Helena/Elena de Céspedes en https://anthropologies.es/mujeres-y-ciencia-iii-elena-de-cespedes-la-primera-cirujana/ y en https://anthropologies.es/matrimonios-intragenero-espanoles-del-matrimonio-gay-2005-ii/
  4. Montean, Irantzu (30/07/2014): Juana de Arco – La doncella guerrera. En Revista MíraLES. Consultada el 19/04/019 en http://www.mirales.es/juana-de-arco-la-doncella-guerrera/

Imágenes:

  1. https://www.filmcommission.cz/wp-content/uploads/2014/12/small_the-messenger-the-story-of-joan-of-arc-824798l.jpg
  2. https://quadcinema.com/wp-content/uploads/2018/03/The-Messenger-3-1400×757.png
  3. https://m.media-amazon.com/images/M/MV5BOGIxZGU2YTktYjcxMC00N2ViLTljMGYtMjEyMjlhZTMyYzMwL2ltYWdlL2ltYWdlXkEyXkFqcGdeQXVyNjAwNTYwNDg@._V1_.jpg
  4. http://images.amcnetworks.com/amctv.es/wp-content/uploads/2016/04/Juana-de-Arco-de-Luc-Besson.jpg
  5. https://www.despertaferro-ediciones.com/wp-content/uploads/2017/06/maxresdefault.jpg

 

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