El cine ha evolucionado hasta convertirse en una de las formas más influyentes de arte y entretenimiento. Su capacidad para sumergir al espectador en realidades ajenas lo distingue de otras formas narrativas, apelando a la empatía y conectando profundamente con el público. Esta inmersión emocional permite que las ideas políticas o sociales se interioricen de forma sutil, a menudo sin una reflexión consciente por parte del espectador.
Esta conexión emocional e inconsciente le otorga al cine una enorme capacidad para influir en las actitudes y opiniones del público. Las emociones que el cine es capaz de evocar —ya sea compasión, indignación, miedo o esperanza— permiten que los mensajes ideológicos se asimilen con una fuerza que otros medios no pueden igualar. Incluso, de manera intencional, un buen narrador puede, a través de técnicas visuales y narrativas, ofrecer un marco ideológico que moldea la manera en que los espectadores entienden y reaccionan ante la realidad.
Una técnica clave que ilustra esto es el llamado «Efecto Kuleshov», que toma su nombre del cineasta soviético Lev Kuleshov. El efecto en cuestión muestra cómo la misma imagen puede provocar diferentes interpretaciones o reacciones dependiendo del contexto en el que se presenta, es decir, de las imágenes yuxtapuestas a ella o el orden en que se ordenen dentro de una secuencia. Dicho de otro modo, colocar una imagen o secuencia antes de otra puede construir una unión entre ellas con un significado simbólico o emocional específico.
Es por esto que siempre se ha utilizado en mayor o menor medida como un medio para reflejar, criticar y promover ideas políticas. Desde el cine de propaganda hasta el de denuncia social, las películas han influido en la percepción de las masas; y los cineastas y gobiernos han usado este medio para promover cambios sociales o reafirmar el statu quo. Lo que ha evolucionado y se ha intensificado a medida que las tecnologías avanzaban y los contextos sociopolíticos se transformaban. Aún así, el cine siempre ha sido ese espacio donde las ideologías y las realidades se han encontrado para dialogar frente a los ciudadanos.
Propaganda en la gran pantalla
Desde su creación, el cine ha sido utilizado como el medio propagandístico por excelencia. Ya en sus primeros días, gobiernos y movimientos políticos reconocieron su capacidad para moldear la percepción pública y promover agendas específicas a través de símbolos poderosos, – como banderas, uniformes y eslóganes – que tienen el poder de evocar sentimientos de patriotismo o lealtad; narrativas emotivas que, a través de técnicas como el montaje y la música, buscan una conexión profunda con el espectador y dirigirlo hacia una ideología específica; y la manipulación del contexto para construir una realidad que apoye su relato.
El primer régimen en utilizar el cine de este modo fue el bolchevique en la Unión Soviética. Vladimir Lenin entendió desde el principio que con las películas no sólo podía documentar la Revolución Rusa, sino que también tenía el poder de «educar a las masas» y consolidar el nuevo orden comunista. «El acorazado Potemkin» (Eisenstein, 1925) es un claro exponente del cine revolucionario que reflejaba los ideales del comunismo. Esta película no sólo cuenta la historia de una revuelta en un barco de guerra, sino que pretendía fortalecer el mensaje y la inevitabilidad de la revolución socialista. En Alemania, Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda del Partido Nazi, utilizó el cine para glorificar a Hitler y al régimen nacionalsocialista, a través de una estética visual grandilocuente. En la China comunista de Mao, durante la Revolución Cultural, se convirtió en una herramienta crucial para reforzar la lealtad al Partido Comunista y a Mao, idealizando la vida rural y proletaria y simplificando los términos a los de una lucha entre el bien y el mal. Del mismo modo, en Italia, el fascismo de Mussolini usó el cine para promover ideales nacionalistas y autoritarios de fuerza y cohesión reinterpretando la historia italiana ajustándola a la ideología del partido.
En este contexto, figuras como Sergei Eisenstein y Leni Riefenstahl destacan por su contribución a la propaganda pero también al arte cinematográfico mismo. Eisenstein, que había sido alumno de Kuleshov, es considerado como el padre del montaje cinematográfico. Por otro lado, Leni Riefenstahl, con «El triunfo de la voluntad» (1935), creadora de esa estética visual que exaltaba al régimen nazi y a Hitler y demonizaba a los enemigos del Estado, quedó como una gran influencia visual para el lenguaje cinematográfico global.
Evidentemente, en este proceso la censura jugó un papel crucial. Los regímenes autoritarios no sólo controlaban las películas sino que suprimían cualquier contenido que contraviniera sus ideales o autoridad. Los cineastas, que trabajaban en industrias nacionalizadas, estaban obligados a crear obras que promovieran las agendas correspondientes bajo amenaza de prisión, trabajos forzados o ejecución. El cine, entonces, no sólo servía como medio para difundir ideas, sino que también se regulaba estrictamente para asegurar que el mensaje dominante se mantuviera sin cuestionamientos.
Por su parte, durante la II Guerra Mundial, Hollywood fue un aliado crucial del esfuerzo bélico estadounidense. Películas como «Casablanca» (Curtiz, 1942) y «¿Por qué luchamos?» (Capra, 1942–1945) se produjeron con el objetivo explícito de movilizar el apoyo a la guerra del público americano con narrativas altamente emocionales que ayudaran a consolidar el patriotismo y el sentido de unidad nacional en un momento de crisis global.
Se hace necesario entender que el cine puede moldear cómo las sociedades entienden conceptos como la democracia, el liderazgo, la justicia o la rebelión. Hollywood, como industria imperante, ha jugado un papel fundamental en la creación de mitologías políticas; pero cada industria y la distribución internacional resultan fundamentales para entender la relación dinámica entre cine, política y sociedad.
Es de sobra conocido que en los años 30 el FBI creó una subdivisión especializada para atender y entender la información que los ciudadanos estaban recibiendo de los medios de comunicación. En 1947 se trasladó al Departamento de Defensa y a la CIA en 1996. Este grupo fue responsable en su momento de controlar la posible interferencia soviética en los Estados Unidos con las famosas listas negras de presuntos miembros del Partido Comunista durante la infame Caza de Brujas del Comité de Actividades Antiamericanas. Pero el mismo grupo, por otro lado, se ha ocupado durante décadas, y continúa haciéndolo, de que el ciudadano reciba información directa – y correcta- sobre el trabajo de la Administración a través de los medios, contribuyendo con equipación militar a los rodajes o corrigiendo datos de ser necesario; un caso fue el rodaje de «Transformers» (Bay, 2007).
A este respecto es importante saber lo que parece de sentido común: el potencial de la persuasión es mucho mayor cuando los destinatarios de los mensajes no son conscientes de que los están recibiendo. Así se ha demostrado en varios estudios que en los últimos años se han efectuado para comprobar hasta qué punto el cine popular – utilizando películas como «Argo» (Affleck, 2012) o «Mejor, imposible» (Brooks, 1997) – es capaz de hacer cambiar la actitud de los espectadores hacia temas políticos y gubernamentales independientemente de su tendencia ideológica.
Y es que la línea entre una película “política” y una película “popular” se difumina ya que, como hoy en día se comenta, en cierto sentido toda película es política porque todo lo que atañe al ser humano lo es, y algo de eso hay especialmente con el aumento del cine de temática social; pero además, hay películas con trasfondo político que son enormemente populares. Según los estudios en cuestión, lo que resulta más definitorio es el contexto en que los espectadores ven la película: el contenido se les presenta en un entorno de entretenimiento, con poca o nula carga política, de manera que el espectador baja la guardia y recibe más fácilmente los mensajes en cuestión sin reconocerlos como políticos.
Reflejo social en el cine
Pero en este sentido, el cine no sólo actúa como un agente activo de cambio, sino también como un testigo de las luchas y aspiraciones de cada generación siendo un reflejo fiel de las preocupaciones, tensiones y transformaciones de la sociedad en cada época. No se desarrolla en el vacío y cada película, ya sea de manera explícita o implícita, lleva consigo las huellas del momento en el que se produce aunque los creadores no lo hagan de forma intencional.
En lo que a películas concretas se refiere, la Guerra Fría inspiró ejemplos de lo más variado. Con «Teléfono rojo: volamos hacia Moscú» (1967) Kubrick evitó enfrentarse a las autoridades políticas y mostrando a la vez lo absurdo de una carrera nuclear en que dos grandes potencias corrían el riesgo de destruirse mutuamente. El tono cómico consiguió que el público conectara con su mensaje y disfrutara de la crítica social implícita. A otro nivel, la ciencia ficción reflejó la preocupación colectiva por una posible infiltración comunista a través de la alegoría sobre la pérdida de individualidad y los peligros del conformismo que es «La invasión de los ultracuerpos» (Siegel, 1978).
Igual funcionó «Adivina quién viene esta noche» (Kramer, 1967). Aún con el Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos vigente, fue de las pocas películas que presentaron un matrimonio interracial – aún ilegal en la mayoría del país- de forma positiva. En este caso, el enfoque compasivo, apoyado en la comedia tradicional de la mano de actores consagrados como Spencer Tracy y Katharine Hepburn consiguió una aceptación generalizada y una reflexión pública por parte de varias personalidades.
Películas que desafían ideas
Como hemos dicho, el cine no es sólo un entretenimiento – o un medio de propaganda–, también tiene el poder de formar e influir en la percepción del mundo de sus espectadores. A través de personajes y situaciones que nos hacen a empatizar y reflexionar, las películas actúan como espejos de nuestras propias vivencias o nos llevan a plantearnos cuestiones universales que nos desafían a reevaluar nuestras creencias. Y es que, por muy alejadas que estén de nuestra realidad cotidiana, el cine puede enriquecer nuestra comprensión sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea, ampliando nuestros horizontes a nivel emocional, ético y filosófico.
Un ejemplo claro de esto es «Cinema Paradiso»(Tornatore, 1988) en la que el protagonista, a través de su pasión por el cine, reflexiona sobre la nostalgia, el paso del tiempo y cómo las películas influyen en nuestras vidas. No es sólo es un homenaje a la cinematografía, sino también una meditación sobre el poder transformador de las historias, que nos educan emocional y éticamente a lo largo de nuestra existencia.
«Priscilla, reina del desierto» (Elliott, 1994), por otro lado, explora la identidad y la aceptación a través de la travesía de tres drag queens en el desierto australiano. A través de su enfoque alegre y humorístico, ayuda a los espectadores a replantearse sus ideas sobre la diversidad, la aceptación de los que no son cómo uno piensa a priori y la importancia de la libertad para desafiar las normas sociales y ser uno mismo en un mundo que a menudo no acepta las diferencias. En la misma línea pero en ciencia ficción está como «Solaris» (Tarkovsky, 1972) que utiliza la narración de una misión espacial para plantear preguntas sobre la memoria, el arrepentimiento y la naturaleza humana. Al hacerlo, invita al espectador a valorar su propia vida y su relación con los demás, mostrando cómo el cine puede servir como una herramienta para la exploración interna y el crecimiento personal.
Las películas no sólo representan ideologías o narrativas culturales, sino que tienen la capacidad de educar sobre temas como el amor, la identidad o la justicia gracias a historias que conectan con el espectador de manera íntima. Ya sea mediante la inmersión en un futuro distópico o a través de personajes inusuales el cine invita constantemente a los espectadores a examinarse y a crecer, formando parte de un proceso educativo continuo.
Así, no es casualidad que el cine haya sido clave para influir en la forma de pensar de las masas. Más allá del entretenimiento, las películas inculcan ideas y creencias, tanto en lo personal como en lo político. Gobiernos, movimientos y empresas han aprovechado su poder para guiar narrativas sociales. A menudo, lo que vemos en pantalla no sólo refleja la realidad, sino que la distorsiona o amplifica, promoviendo agendas que pueden unir o dividir. Esto plantea la pregunta: ¿somos realmente conscientes del impacto del cine en nuestra comprensión del mundo?
Virginia Cortina
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