EL CINE Y SU IMPACTO EN LA CONCIENCIA COLECTIVA: ENTRE LA IDENTIFICACIÓN Y LA CRISPACIÓN, parte 2

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Veníamos diciendo que el cine es esa forma de arte que se dedica a mostrar historias sobre el ser humano; y desde hace décadas va abordando, cada vez más, las de comunidades y grupos marcados por la desigualdad, el racismo y la lucha por los derechos civiles para así poder responder a los cambios de un mundo globalizado y conectado permanentemente. Este cambio se ha materializado en lo que se ha denominado, para bien o para mal – según quién utilice el término y en qué contexto – cine woke; una corriente que, en principio, busca abordar temas de justicia social, reparación inclusión y equidad.

El término woke proviene del inglés afroamericano de finales del XIX en el que se deriva del participio de wake, woken – despierto-, con el que designaba a los movimientos juveniles paramilitares republicanos abolicionistas en apoyo de Lincoln, los Wide Awakes. No fue hasta 2012 que a raíz de la campaña por la liberación del grupo feminista ruso Pussy Riot se comenzó a utilizar para invocar justicia social el estribillo de la canción «Master Teacher» (2008) de Erykah Badu en el que canta “I stay woke”.

Rápidamente, woke amplió su sentido a cuestiones raciales de todo tipo (no sólo de los afroamericanos), derechos LGTBIQ+, sexismo, anticolonialismo, etc.; pero con el tiempo, ha adquirido connotaciones polémicas. En concreto, en el cine mientras algunos celebran este enfoque progresista, otros lo critican como una imposición de la corrección política, que a veces prioriza la agenda ideológica sobre la calidad narrativa y artística.

Es importante recordar estos temas se vienen trabajando desde hace décadas y que mucho se les debe a grandes nombres del cine que, con su trabajo y criterio sentaron las bases para una industria más completa y de mejor calidad. Figuras como Octavia Spencer – «La forma del agua» (Del Toro, 2017), «Hidden Figures» (Melfi, 2016) – ; RuPaul – «To Wong Foo, Thanks for Everything! Julie Newmar» (Kidron, 1995) y «An Unexpected Life» (Levin, 1998) -; o Denzel Washington – «Fences» (Washington, 2016) , «Glory» (Zwick, 1989) – han resultado imprescindibles.

Con todo, y a pesar de la cantidad de películas que tratan estos asuntos con gran calidad, una parte de la audiencia considera “las películas woke” únicamente a aquellas a las que quieren referirse peyorativamente. Estas han sido objeto de duras críticas por su enfoque, características técnicas y otros defectos pues se las considera simplistas, alienantes o incluso perjudiciales y han suscitado numerosos debates acerca de si realmente reflejan las complejidades del ser humano, los grupos sociales y culturales a los que pretenden representar o si, por el contrario, presentan una versión distorsionada que excluye a parte del público contribuyendo con ello al clima de crispación en que vivimos.

De la reflexión social al woke

Los motivos de crítica a estas películas son diversos y numerosos. Uno de los mencionados es la inclusión forzada (o tokenismo) de personajes pertenecientes a minorías sin un desarrollo adecuado en la trama para cumplir con un estándar de corrección política y haciendo que parezcan un elemento de marketing. Esto, junto con el llamado blackwashing ha provocado alguna de las polémicas más sonadas en torno a grandes estudios como Disney. El ejemplo más paradigmático es el de la elección de casting de Halle Bailey, una actriz negra, para el papel protagonista en el Live Action de «La Sirenita» (Marshall, 2023), un cuento que se sitúa en Dinamarca.

En este sentido, los críticos dicen que el mensaje social de una película eclipsa otros elementos esenciales como el guión, la dirección o el desarrollo de personajes, se corre el riesgo de que la audiencia no se conecte emocionalmente con la historia. Esto ocurrió con «Terminator: Dark Fate» (Miller, 2019), una película que intentó revitalizar la saga clásica con un enfoque en personajes femeninos “fuertes”. Muchos señalaron que la historia parecía más interesada en subrayar su mensaje de empoderamiento que en desarrollar una trama original y emocionante eclipsando elementos esenciales como el guión, la dirección o el desarrollo de personajes. Así, la audiencia no conectó emocionalmente con la historia y fracasó.

Por otro lado, de entre los grandes problemas de estas películas, resulta imprescindible representar personajes de manera auténtica y matizada, lo cual es un desafío continuo. Cuando el cine intenta abordar estas cuestiones de manera superficial, puede caer en clichés o caricaturas, lo que termina perjudicando el objetivo original de ofrecer una representación inclusiva. En genera podríamos decir que se suele da una simplificación excesiva de situaciones, conflictos, tramas, dinámicas y/o personajes que nace, o bien del intento de universalizar experiencias demasiado particulares o bien de supeditar los personajes al mensaje mismo que se quiere transmitir. En estos casos, su identidad viene marcada por su conflicto social que por su situación particular dentro de su trasfondo particular, ya sea racial, queer, etc. Así, las películas se construyen con personajes que resultan irrelevantes más allá de la etiqueta con la que se los puede identificar y sus historias o se cuentan porque tengan un valor humano o una propuesta concreta que explorar sino porque hablan de un conflicto categorizado que reivindicar.

El espectador, por tanto, se siente alejado de la narración cuanto menos. Si, además este desarrollo se da en un trasfondo que choca con la experiencia vital o principios del espectador la reacción inconsciente automática pasa de ser alejamiento a rechazo visceral sin que medie una reflexión previa.

Esto se une a la superficialidad de los principales, a menudo reduciéndolos a una dicotomía rígida de bien contra mal. Esta visión polarizada suele retratar a los personajes que se alinean con la línea woke como “los buenos” – moralmente superiores, el grupo oprimido -, mientras que a aquellos que no comparten esta perspectiva, la élite opresora, aparecen de manera caricaturesca o demonizada sin una exploración profunda de sus motivaciones o creencias.

Estos problemas, ante todo, se asumen como incoherencias en el discurso y modo de actuar de las personas de ideología woke, lo que para muchos es una cuestión de descuido y falta de calidad cinematográfica, ausencia de imaginación e interés en el mercado al margen del ámbito artístico y social; pero, para muchos otros, especialmente después de años viendo los mismos problemas repetirse, es una cuestión de agenda política, intencional o represalia. En cualquier caso, todo esto hace pensar que aunque este tipo de cine quiere abordar temas importantes, y en muchos casos lo hace de manera admirable, hay un número importante de producciones que puede estar teniendo el efecto opuesto al pretendido.

Sin duda, todo esto ha repercutido en que un sector de la población se desligue de determinados discursos por sentirlos más que ajenos a sí, en oposición a su forma de vida. Al ofrecer una visión simplificada, polarizada, de los problemas, estas películas limitan la capacidad del público para comprender y conectar con los personajes y el trasfondo de lo que les ocurre generando reacciones defensivas por parte de espectadores que, con el tiempo, han encontrado representación en grupos y empresas que han capitalizado este fenómeno dando espacio a discursos más extremos y radicales. Es una deriva que ha estado acompañado a su vez por una creciente representación cinematográfica del conflicto que podría suponer.

Películas y series están abordado temas relacionados con el populismo, el nacionalismo y la xenofobia, los conflictos entre supuestas clases y explorando el impacto de estas ideologías en las sociedades modernas. Por ejemplo, «The Hunt» (Zobel, 2020), presenta una trama en la que grupos de ultraizquierda y conservadores se enfrentan en un contexto de caza humana, reflejando las tensiones polarizadas y la retórica divisiva actual.

Por su lado, «Joker» (Phillips, 2019), explora la enajenación y el resentimiento en un entorno urbano deteriorado, ofreciendo una visión sobre cómo el descontento social puede ser canalizado hacia la radicalización y nuevas violencias.

Clásicos bajo el fuego

En los últimos años se está dando, además, la tendencia dentro de los entornos de reparación social de reevaluar películas clásicas desde categorías ideológicas actuales con el fin de determinar si son o no buenas para el pensamiento “correcto”.

Un claro ejemplo de esta tendencia es la revisión de películas clásicas como «Taxi Driver» (Scorsese, 1976). Originalmente vista como una exploración de la alienación urbana y el desencanto social de los años 70. Sin embargo, en el contexto actual, algunos críticos han argumentado que la película es una glorificación del odio y el personaje de Travis Bickle un precursor de ciertos movimientos ideológicos contemporáneos de ultraderecha. Esta lectura refleja cómo la radicalización y la violencia pueden reconfigurar la interpretación de personajes y temas en películas históricas.

De manera similar, el cine de David Lynch, conocido por su estilo surrealista y su estudio de la oscuridad en la psique humana, ha sido objeto de nuevas lecturas políticas. Películas como «Blue Velvet» (1986) o «Eraserhead» (1977) han sido reinterpretadas en el sentido de que Lynch, al exponer la violencia y la corrupción que subyace en la vida suburbana y en la mente humana, puede estar reflejando o incluso reforzando visiones conservadoras sobre la moralidad y el orden social.

Otro ejemplo es «La naranja mecánica» (Kubrick, 1971), que ha sido objeto de debates sobre su relación con ideologías autoritarias. En la misma línea que «Gladiator» (Scott, 2000) que ha sido criticada por su representación de valores autoritarios y militaristas, o «300» (Snyder, 2006), acusado de promover una visión excesivamente nacionalista y belicista, blanqueando el nazismo.

Este debate destaca la necesidad de un equilibrio entre la crítica contemporánea y el respeto por el contexto histórico y artístico de las películas del pasado; por no hablar de la importancia de fomentar la reflexión sopesada y profunda acerca de lo que se nos presenta en pantalla al margen de criterios reduccionistas o superficiales.

El cine woke: revolución o reto para el futuro

El cine ha sido siempre un espejo de la sociedad, capturando sus valores, aspiraciones y desafíos. Este reflejo no sólo ofrece a las audiencias actuales una comprensión más profunda de su tiempo, también sirve como un valioso testimonio para las generaciones futuras. A través de representaciones auténticas y matizadas, el cine puede fomentar la empatía y preservar la complejidad de las sociedades para la posteridad. 

Sin embargo, la superficialidad y el moralismo que se asocian con el cine woke pueden distorsionar este legado.

Con todo esto, algunos cineastas y productores han comenzado a expresar críticas hacia el cine woke, señalando que, en algunos casos, este enfoque puede sacrificar la profundidad narrativa en favor de la conformidad con expectativas sociales contemporáneas. David Mamet y Paul Schrader son algunos de ellos. Si bien es un histórico defensor de posturas progresistas, Mamet ha rechazado públicamente este cine, que considera superficial y moralizante, especialmente por su rechazo a valores tradicionales como la familia y la religión. Por su parte, Schrader ha señalado que el enfoque woke rara vez captura la complejidad de los temas que pretende abordar. Su preocupación radica en que este tipo de cine puede imponer una visión dogmática, limitando la capacidad para explorar la ambigüedad y las sutilezas de la experiencia humana.

La preocupación de los cineastas subraya la importancia de mantener un enfoque equilibrado que permita explorar la experiencia humana sin caer en la moralización o la superficialidad que pueden distorsionar la realidad y generar reacciones defensivas.-

Virginia Cortina .   @Nas_t_enka

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