“Le observaba dirigir a otra gente, como a los niños que salían en la película y que no sabían qué hacer. Él hacía que fueran buenos.”
Joel McRea, sobre Sam Peckinpah en el rodaje de Duelo en la Alta Sierra.
Niños lanzando un escorpión a un hormiguero, mientras un grupo de adultos cruza una mirada premonitoria con ellos. Y lo hacen por diversión, de la misma forma que después incendiarían todo ese “circo romano” improvisado de ramitas y paja. Por una sádica diversión.
Y así me he sentido estas últimas semanas, siendo a veces escorpión, renegando de dónde me he metido, a veces hormiga acumulando información para este artículo, y por último niño, porque tras acabarlo lo he “incendiado” y comenzado de cero. Siempre con la misma inquietud.
¿Qué os puedo contar de alguien como Sam Peckinpah que no se haya contado ya?
¿Volver a encumbrar la figura del maestro de la violencia poética? No. Todos conocemos sobre sus montajes frenéticos intercalando velocidades, desde cámaras super lentas a cortes de apenas dos frames por segundo.
¿De su faceta de “hombre orquesta”? No. Compañeros y colaboradores de Peckinpah ya han elogiado su capacidad de escribir o adaptar guiones, rellenando o reescribiendo diálogos, de montar y resumir secuencias de 20 minutos en tan solo 5 sin perder la esencia de lo rodado, de dirigir a sus actores más allá del momento donde las cámaras grabasen.
¿De su caos interior? ¿De sus adicciones y excesos? ¿De su vida personal, de sus matrimonios y divorcios en bucle? ¿De su lucha rebelde y suicida contra las majors? No. Aunque todo ello ayude a entender al genio que era y de dónde viene esa nostalgia por la vida que llevaba en el rancho de su abuelo materno.
Será más simple, como los conocimientos de éste que os escribe. Os quisiera hablar de un hecho que me ha llamado la atención tras visionar la filmografía de Peckinpah.
La presencia y representación de la infancia dentro de esas películas repletas de violencia y cómo, salvo en contadas ocasiones donde son recursos narrativos demasiado potentes, los suele mostrar como meros espectadores, testigos de esa locura de los adultos, más que como víctimas.
A través de los ojos de un niño
Decía Sam Peckinpah en una entrevista, que la violencia no era inherente al ser humano, pero que sí que tenemos una predisposición hacia ella, arrojándonos voluntariamente a sus brazos y dejándonos llevar.
Es curioso cómo, para hacernos ver este aspecto, utiliza a veces la figura infantil en varias de sus películas. Por ejemplo, en “TRAEDME LA CABEZA DE ALFREDO GARCÍA”, tras el desenlace final, intercala en el montaje la figura de un niño desconocido, de poca edad, que anda entre los adultos alarmados, sin dejar de mirarles, tratando de entender que sucede. O cómo lo usa de forma continua en el enfrentamiento para rescatar a Ángel contra las tropas de Mapache en “GRUPO SALVAJE”, mostrándonos a unos niños asustados escondidos del tiroteo; cabe destacar que aquí incluso es más notorio el hecho de que da igual la fuente de esa violencia o la justificación de la misma, esos niños se protegen de ambos bandos, del caos que están creando. Y aunque no nos muestre el ataque indio al principio de “MAJOR DUNDEE”, son los niños secuestrados los únicos testigos de la masacre acontecida.
Aquellos niños registrando los cadáveres en GRUPOS SALVAJE tras la emboscada final o de forma parecida tras la fuga de Billy en PAT GARRETT Y BILLY THE KID.
Incluso en dos películas de temática “menos violenta” como podrían ser “CONVOY” o “JUNIOR BONNER”, también observamos a niños implicados en las peleas de bar de ambas, con algunos planos donde están jaleando y gritando como los adultos, en contrapunto a otros que se protegen o tratan de escapar de la pelea masiva.
¿Quién puede matar a un niño?
Realmente, Peckinpah no era muy dado a mostrar a niños ejerciendo esa violencia o sufriéndola de forma directa salvo, como decía antes, que fuera estrictamente necesario para la historia. Ejemplos de esto serían los niños soldados de las tropas mexicanas de Mapache en GRUPO SALVAJE, hasta el punto de ver a uno de ellos disparando e hiriendo mortalmente a Pike Bishop; dando cabida a ese perfeccionista rigor histórico que buscaba como también a esa sensación de cambio de era, donde lo viejo muere y lo nuevo vive. O la trama del niño ruso, capturado y luego muerto por los disparos de su propio bando, en LA CRUZ DE HIERRO, potenciando esa idea de que da lo mismo los bandos, ya que tanto los “buenos” como los “malos” son artífices de esa violencia.
Hasta una de las películas donde aún no es tan evidente lo que sería su sello autoral como es COMPAÑEROS MORTALES, todo gira alrededor del sentimiento de culpabilidad del personaje de Brian Keith por haber acabado de forma accidental con el hijo de Maureen O’Hara.
O la violencia psicológica a la que es expuesto el personaje del hijo de Rutger Heuer en CLAVE OMEGA, con aquella escena de la broma macabra con su perro y el frigorífico; algo parecido a lo que ya utilizó en PERROS DE PAJA. Y hablando de esta última, aquí tambien habría mucho que contar, ya sea sobre la figura de la adolescente Janice Hedden y su final o considerando el hecho de cómo habría sido la infancia de los varones de esa familia bajo la educación de alguien como Tom Hedden.
Un juego de contrastes
Y es que al final, lo que consigue Sam Peckinpah con entremezclar la infancia y la inocencia de los críos con la violencia explícita y la muerte siempre rondando, es potenciar ese contraste entre ambos por confrontación de opuestos. Llegando a cotas de expresión artística tan bellas y perturbadoras, como por ejemplo la imagen de los niños columpiándose en la horca en PAT GARRETT Y BILLY THE KID o jugando en corro por las tumbas del cementerio durante los títulos de crédito iniciales de PERROS DE PAJA.
Una de las más recurrentes es ver a los pequeños simulando tiroteos, incluso entre los cadáveres aún de los adultos a los que imitan; tanto en GRUPO SALVAJE, PATT GARRET Y BILLY THE KID o incluso COMPAÑEROS MORTALES se puede apreciar.
Peckinpah era capaz de entrelazar ambas realidades, dado siempre a esa “difusa frontera”, pero constante, entre épocas (Viejo o Nuevo Oeste, jóvenes o ancianos, moderno o caduco). La escena del niño de color apuntando con el arma de juguete, simulando un atraco, a Steve Mcqueen en LA HUÍDA sería un ejemplo de ello, la realidad adulta y la imitación infantil.
Para terminar, sólo comentar la escena de PAT GARRETT Y BILLY THE KID, que pienso que resumiría toda esa lírica poética de Peckinpah, donde Billy (Kris Kristoferson) encuentra a la familia de Paco (Emilio Fernández) que ha sido atacada. La composición de la imagen me hace recordar a un tríptico religioso: a la izquierda, Paco atado a una rueda del carromato y prácticamente muerto. En el centro, su hija defendiéndose del intento de violación del único atacante que queda en la escena. Y a la derecha, un bebé que no deja de llorar. Un ciclo de vida-violencia-muerte en una sola imagen.
Sí, al final, ese condenado hijo de perra sabía hacer poesía.
Referencias
Filmografía de Sam Peckinpah en #FILMIN.
https://members.tripod.com/mcrae_tony/wild_bunch.htm – Artículo que analiza el tratamiento de la infancia en Grupo Salvaje.
“Sam Peckinpah: Vida Salvaje” de Garner Simmons.
Portadas de las películas extraídas de Filmaffinity.
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