Quizá no sea una novedad para nadie admitir que los humanos, como especie, somos capaces de generar y soportar altos niveles de brutalidad y de violencia. Creo que tampoco lo es, admitir que esa violencia puede ser ejercida y dirigida hacia grupos concretos en un determinado momento histórico, con un objetivo preciso y bajo el amparo de razones que buscan su legitimación. Y, por último, en esta breve nota introductora, reconocer que esa aparente crueldad no suele ser ni gratuita ni espontánea…aunque, a veces, lo pueda parecer.
Seguro que ya te has hecho una ligera idea que este artículo no va a hablar de la cara amable de nuestra especie y empiezas a pensar, que teniendo en cuenta el título del mismo y las palabras clave, la cosa sólo puede ir de algún tipo de crimen masivo. Y sí, has acertado, de eso va… Aunque no, no hablaré de la locura Nazi, ni de Auschwitz, ni de la crueldad y violencia a la que se sometieron, además de a los judíos europeos, a infinidad de gitanos, enfermos mentales, disidentes políticos y un largo etcétera de humanos desechados de la sociedad y convertidos en “OTROS” y en sobrantes. Y no lo haré, simplemente, porque ni los Nazis fueron los primeros en llevar a cabo atrocidades de este tipo, ni fueron los únicos y ni siquiera han sido los últimos. No, aunque alguien se pueda sorprender, a lo largo de la historia ha sido un continuo, en todas las épocas, en infinidad de culturas y en cualquier parte del mundo.
En este caso utilizaré dos genocidios, reconocidos ambos dos por organismos internacionales, localizados muy lejos de Europa y de signo completamente distinto. Uno de ellos, está en activo. A veces se cuela de forma esporádica alguna noticia en nuestros televisores alcanzando a nuestras consciencias de forma momentánea. El otro, el otro ocurrió a finales de los años 70 del pasado siglo y puede ser considerado un paradigma de la brutalidad y del sufrimiento concentrado en un tiempo muy limitado, con una gran carga ideológica, un aprovechamiento de la cultura local y un contexto geopolítico muy especial, no único, pero sí muy especial.
Genocidio de los Rohinyà
Posiblemente sea éste el grupo étnico menos querido del mundo. Lleva sufriendo toda clase de vejaciones, deportaciones, asesinatos, violaciones y una larga lista de privaciones de derechos por parte de los diferentes gobiernos de Birmania desde el año 1978 hasta nuestros días. Se suele calificar su situación como “genocidio de manual” ya que en él se da todos los conceptos característicos de este tipo de actos. Las cifras son espeluznantes y hablan por sí mismas, 725.000 desplazados en campos de refugiados en Bangladés y más de 25.000 muertos que lo convierte, como Desmond Tutu lo definió, en “un genocidio a cámara lenta”.
Los Rohinyà son musulmanes, su lengua y etnia es la bengalí, que comparten con el vecino Bangladés, siendo una minoría en Birmania donde el 90% de la población practica el budismo. La persecución sistemática a la que están sometidos tiene como objetivo la apropiación de sus tierras que después son entregadas a la población étnicamente mayoritaria.
Las tierras de cultivo son un bien muy preciado en un país eminentemente agrícola y rural como es Birmania y esta forma de asignación y recompensa no hace sino fortalecer la cohesión del grupo beneficiado y exacerbar, más si eso es posible, su nacionalismo. De hecho, el país ha estado constantemente en guerra civil desde su independencia del Reino Unido por este motivo. Porque esta sucesión de guerras civiles entre el Estado birmano, representante de los Bamar como etnia mayoritaria, y el resto de minorías, han tenido como resultado el éxodo progresivo de la población vencida en forma de refugiados hacia los países vecinos, “limpiando” de minorías amplias zonas del país y haciendo que la etnia más importante aumente su poder hasta convertirse en hegemónica.
Los actos violentos con la destrucción de sus propiedades en acciones militares perfectamente planificadas no es la única forma de persecución, aunque sea la más ostentosa y visible. También se utiliza la norma jurídica para hacer que la presión sea insostenible. En 2012 el Estado birmano aprovechó la aprobación de la ley de nacionalidad para dar el último giro de tuerca y hacer que todo el colectivo Rohinyà perdiese la ciudadanía birmana. En la práctica supone; no aparecer en ningún censo oficial y poder considerarlos como inmigrantes ilegales en su propio país. Este tipo de normas obligan a tramitar permisos específicos para poder desplazarse, dificultan o eliminan el acceso a la enseñanza o a cualquier tipo de servicio público y crea un escudo legal utilizado con organismos internacionales, e incluso con los miembros de los cuerpos diplomáticos extranjeros que son debidamente aleccionados a no nombrarlos. En definitiva, no existen.
La suma de todo ello genera una situación en la que tanto los papeles de sumisión como de opresión son muy nítidos. Así mismo, lo son los pretendidos motivos, léase las diferencias típicamente esgrimidas: raza, lengua y religión que permiten marcar un límite cuasi perfecto. Una frontera entre los grupos humanos que conviven en el país, favoreciendo su clasificación en “OTROS”, incluso en “Nadie”…en “No humanos”.
Ahora veremos el otro caso, en el que aparentemente, esa definición “de manual” que se le da al genocidio Rohinyà pierde su vigencia y se le puede considerar una excepción.
Camboya: el autogenocidio
17 de abril de 1975, los Jemeres Rojos entran en la capital de Camboya, Phnom Penh. La guerra civil entre los partidarios del general y dictador Lon Nol, apoyado por los EEUU, y los Jemeres Rojos, ejército revolucionario comunista-maoísta, apoyados por China y circunstancialmente por el ejército vietnamita…ha terminado después de 5 largos años. El año cero para Camboya, decretado por Pol Pot, empieza casi inmediatamente.
En apenas 44 meses de gobierno directo de los Jemeres Rojos, desde el 17 de abril de 1975 hasta la entrada de las tropas vietnamitas el 7 de enero de 1979, consigue que entre un 20% y un 25% de la población existente en el país muera por diferentes causas: inanición, agotamiento físico, deportaciones, trabajos forzados, enfermedades comunes convertidas en mortales por falta de cuidados médicos y de comida, ejecuciones masivas, torturas y purgas al más genuino estilo estalinista.
Camboya durante esos casi 4 años de poder Jemer fue mucho más que un enorme campo de muerte y de trabajos forzados, fue una vuelta consciente a la autarquía pura, un cierre absoluto de sus fronteras y una negación de la modernidad, erróneamente asociada al “decadente imperialismo occidental”. Fue, así mismo, el olvido de los avances técnicos experimentados por nuestra especie a lo largo del tiempo, una abjuración del conocimiento y una vuelta a la Edad Media. Camboya, en definitiva, retrocedió intencionadamente hasta la época de esplendor del imperio Jemer, entre los siglos IX-XV, en busca de una grandeza ilusoria en su Arcadia particular enmarcada en la forma de la grandilocuencia de las ruinas de Angkor Wat.
Elementos exógenos y contexto histórico
Uno de los aspectos más interesantes ocurridos en los movimientos revolucionarios de la época en el sudeste asiático, es el alto grado de nacionalismo que contenían pese a que formalmente estos movimientos se apoyaban en el ideario comunista. Un ejemplo perfecto lo tenemos en Vietnam. Ho Chí Minh, líder de la guerra de independencia contra las fuerzas coloniales francesas y posterior artífice de la reunificación del país en la hiperconocida guerra de Vietnam con las fuerzas del Sur y los EEUU, siempre se consideró y fue considerado más como “padre” de un Vietnam unido que como comunista pro-soviético. Camboya tampoco fue una excepción y, pese a que formalmente el movimiento Jemer era fruto del Partido Comunista de Camboya en sus postulados básicos coexistían aspectos maoístas, basados en “el gran salto adelante” y en la casi coetánea “Revolución Cultural”, junto a elementos nacionalistas, e incluso racistas, que ensalzaban a la población camboyana jemer respecto a sus escasas minorías étnicas y a la población de los países vecinos.
Además, Camboya y los Jemeres Rojos fueron, a su vez, fruto de unas circunstancias históricas, de unas ideologías concretas y de un juego macabro de intereses, alianzas y conflictos que se repite sin cesar en el mundo, la geopolítica. Durante los años 60 y 70 del pasado siglo el mundo estaba dividido en dos grandes bloques fruto del fin de la II Guerra Mundial. Ambos bloques potenciaban la inestabilidad del opuesto en un sinfín de guerras locales, normalmente postcoloniales, en las que intervenían de forma indirecta apoyando a una facción de los contendientes. Era una forma de desgastar al enemigo sin el peligro de que la escalada bélica llegase a la utilización de sus arsenales nucleares. Era, fue, la Guerra Fría.
A diferencia de su vecino Vietnam, Pol Pot cuyo verdadero nombre era Saloth Sa, buscó durante los años de la guerra civil camboyana el apoyo militar y económico de China donde el propio rey de Camboya se había exiliado tras el golpe de estado del general Lon Nol. Encontró en este país, tanto el reconocimiento del monarca que le ayudó a movilizar para su causa al tremendamente conservador campesinado camboyano, como la ideología de Mao Zedong que tildaba a la URSS como antirrevolucionaria y creadora de una nueva burguesía basada en el aparato del partido. Mao Zedong, origen y creador de la corriente maoísta dentro del comunismo mundial, impulsó en el líder camboyano la idea de la revolución eterna, la vuelta al campo y la autarquía económica, así como, un férreo estado de control de la calidad de los dirigentes y del aparato del partido.
Para acabar este apartado es necesario mencionar el papel importantísimo jugado por EEUU en el conflicto. En este caso en concreto, EEUU es la contraparte perfecta. Es de conocimiento general el papel principal que tuvieron en la Guerra de Vietnam, que perdieron frente al Vietcong. Respecto a Camboya en concreto, existen documentos desclasificados que constatan los bombardeos intensivos estadounidenses en las zonas rurales y montañosas camboyanas desde 1964, intentando cortar las líneas de abastecimiento de los vietnamitas por territorio camboyano. Además, y quizás este sea el punto más importante, fueron los responsables directos del golpe de estado dado contra el rey de Camboya, Norodom Sihanouk, que pretendía mantener a este país en la neutralidad respecto al conflicto vietnamita. Posteriormente y durante los cinco largos años de guerra civil apoyaron económicamente y con material bélico a las tropas gubernamentales del general y dictador Lon Nol, al que abandonaron cuando la guerra se daba ya por perdida…dejando vía libre a los Jemeres Rojos.
Kampuchea Democrática: Año Cero
Casi de inmediato, una vez fue tomada la capital del país por el ejército Jemer, empezó la represión feroz contra todos los partidarios; funcionarios, civiles y militares y, por supuesto sus familiares, del gobierno vencido y derrocado. Así mismo dio comienzo la gran deportación forzosa de toda la población desde las ciudades hacia las áreas rurales que con anterioridad habían caído en el control de la ahora nueva fuerza de gobierno.
Este gobierno, conocido como “Angkar”, que se podría traducir como “La Organización” fue el órgano que reguló toda la vida camboyana a lo largo de los casi 4 años de gestión Jemer. En el Angkar, existía una férrea jerarquía muy clara y que encabezaba cómo líder indiscutible el “hermano número 1” encarnado en Pol Pot, extendiéndose en orden descendente hasta los comités locales y las cooperativas rurales.
Además de cambiar el nombre oficial del país, que pasó a denominarse Kampuchea Democrática, se tomaron medidas tan espectaculares, abruptas y radicales como: la abolición del dinero, la prohibición del comercio, la prohibición de la religión y la disolución de casi todas las estructuras del Estado. También se decidió la abolición de todas las clases sociales y el desprecio de los conocimientos adquiridos, ya fuesen técnicos, médicos o intelectuales. Toda persona sospechosa de haber recibido educación, en un primer momento, fue ejecutada al considerarla peligrosamente contaminada por occidente y por lo tanto irrecuperable para el nuevo régimen. La familia perdió importancia como institución y se intentó sustituir por la estructura que emanaba del Angkar, confiriéndole el papel de “padre” de todo camboyano.
La agrarización forzosa del país provocó que se dejase de lado otros sectores productivos. Los técnicos fueron, o bien eliminados o bien se mimetizaron tanto como pudieron en las bases creadas en el sistema, con lo que las obras y trabajos necesarios para conseguir el sueño de la prosperidad autárquica pasaron a estar en las manos de personas sin preparación, ni conocimientos y en su mayoría analfabetas. Los desastres por falta de planificación, las malas cosechas y la inexistente administración, así como, la represión y supresión de aquellas personas que podían haber ayudado a minimizar los problemas, crearon un mal endémico de malnutrición que fue, junto con lo que hoy llamaríamos trabajo esclavo y forzado, una de las fuentes de la enorme mortalidad. Otra de estas fuentes fue la prohibición de la medicina occidental que fue sustituida por métodos tradicionales. Y, por último, las purgas y el sistema de reeducación que a medida que los resultados deseados por la cúpula del Angkar no se alcanzaban, sino más bien, se alejaban cada vez más de los objetivos prefijados, era motivo suficiente para buscar saboteadores y pretendidos agentes colaboradores occidentales.
Todo el país se llenó de prisiones y centros de reeducación, concretamente llegaron a existir 118, donde al más genuino estilo orweliano, si se prefiere al más genuino estilo chino en la época de la Revolución Cultural, los acusados debían reconocer sus faltas y errores, buscando no sólo el perdón benevolente de los jerarcas locales. Además, y esto era imprescindible, debían purgar sus faltas y cambiar para mejorar mediante la reeducación creada, dirigida y evaluada por el omnipresente Angkar y ejercida por miembros significados locales. Obviamente el concepto reeducación no es más que un eufemismo de exterminio y en sus instalaciones tenían cabida toda clase de torturas, vejaciones, mutilaciones y asesinatos. Muchas veces, y a modo de ejemplo, ante unas instalaciones completamente abarrotadas de prisioneros se pasaba directamente del camión de transporte a la fosa común tras ser ejecutado en el borde de la misma con un golpe en la cabeza y el degüello posterior.
Como en todo sistema represor que se precie existió también una jerarquía relativa a dichos centros que estaba relacionada, como no podía ser de otra forma, con la gravedad de los delitos supuestamente cometidos e incluso con el puesto ocupado por el prisionero en la jerarquía del sistema Jemer. Entre todos ellos, despuntó por la magnitud de sus acciones, del número de muertes y de la bestialidad de sus métodos el famoso S-21, cuyo nombre real era, y es, Tuol Sleng. Este centro, que antes del periodo Jemer fue un Liceo francés, fue conservado como memorial del horror, más o menos como Auschwitz, cuando en 1979 las tropas vietnamitas entraron en la capital liberándola y liberando al país entero del poder y del terror Jemer.
¿Por qué “autogenocidio”, por qué es tan especial el caso camboyano?
Si al primer ejemplo le habíamos dado la categoría de “genocidio de manual” por cumplir prácticamente todos los requisitos admitidos popularmente. Siendo puristas, al caso camboyano no podríamos definirlo ni siquiera como genocidio.
Lo cierto es que más allá de las disputas intelectuales y jurídicas a la hora de definir la amplitud del término “genocidio”, es necesario pensar que se empezó a utilizar en 1944 por Raphael Lemkin https://es.wikipedia.org/wiki/Raphael_Lemkin y que ha sufrido infinidad de propuestas de cambio hasta que en 1998 el Estatuto de Roma cerró la discusión, al menos aparentemente, creando el término “Crimenes de Lesa Humanidad”. La diferencia más importante entre ambos términos es que el último, los crímenes de lesa humanidad no tiene necesariamente que estar orientado a la agresión de un grupo nacional o étnico a otro más débil con el fin de eliminarlo física, culturalmente o abocarlo a una desaparición lenta. Lo que deja la puerta abierta a posibles juicios en la corte internacional por actos de este tipo cometidos incluso contra el propio pueblo, nación o etnia.
Popularmente, insisto, no se hace estas distinciones que son mucho más técnicas y, en el caso de los actos perpetrados por los Jemeres Rojos, se añade la partícula “auto” a genocidio por ser unos actos criminales de carácter general a toda la población, sin distinciones de edad o sexo, y que van más allá de estar dirigidos a la eliminación de grupos minoritarios en concreto, distinguidos por alguna característica religiosa, racial, de lengua y/o cultural…aunque también los hubo, claro está. A diferencia de la mayoría países del mundo, Camboya tiene una población étnica, religiosa y culturalmente muy homogénea, cerca de un 95% de la población es Jemer, budista y habla el idioma Jemer. Aun así, lo cierto es que de forma más o menos continuada ha albergado minorías vietnamitas, tailandesas e, incluso chinas, además del grupo étnico minoritario autóctono de religión musulmana, los Chamhttps://es.wikipedia.org/wiki/Pueblo_cham.
El caso camboyano es especial en muchos aspectos. Fue cruel, por supuesto. Cruel y tremendamente efectivo a la hora de matar. El número de muertos, en apenas 4 años, según diferentes autores oscilan en cifras absolutas desde 1.500.000 que establece Kiernan, 1.700.000 de Chandler o 1.800.000 de Sliwinski hasta 2.200.000 que propone Heuveline. Como dato interesante y que puede ayudar a calibrar la magnitud real de muertos y sus consecuencias, a día de hoy, después de más de 40 años desde la caída de los Jemeres Rojos, el 70% de la población del país tiene menos de 25 años.
Pero, a su vez, no estuvo diseñado contra un grupo reconocible en concreto sino contra los valores occidentales en general. Tuvo también, y a su vez, un marcado sesgo de purga estalinista, de paranoia por el poder propia de todo estado dictatorial y totalitario. Generó una hambruna criminal y hubo deportaciones masivas imitando tanto a las chinas en su primera época comunista como a las de la extinta URSS estalinista. Y a su vez, incomprensiblemente, hundió sus raíces en la exaltación de las diferencias fenotípicas de los camboyanos, que son de tez más oscura que los habitantes de los países vecinos, y en un pasado tan lejano y glorioso como falso y mitificado, fruto de un nacionalismo exacerbado.
En definitiva, el genocidio, o los crímenes de lesa humanidad, llevado a cabo por los Jemeres Rojos es digno de un estudio mucho más prolongado y pormenorizado. Podría proporcionar una gran variedad de posibles indagaciones, y utilizando los diferentes ámbitos de las ciencias sociales podría llegar a servirnos para acercarnos al lado más oscuro de nuestra especie…que tanto si nos gusta como si no, lo cierto es que también forma parte de esto a lo que llamamos humanidad y, al fin y al cabo, nos puede suministrar mucha información sobre nosotros mismos.
Referencias
Imagen de Portada:
1ª Imagen:
https://www.ibtimes.co.uk/cambodia-khmer-rouges-year-zero-genocide-graphic-images-1460153
2ª Imagen:
https://es.wikipedia.org/wiki/Invasi%C3%B3n_de_Camboya
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