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Estados Unidos es considerado uno de los países desarrollados más ricos del planeta, sin embargo, es el único país desarrollado sin cobertura universal sanitaria. Se estima que hay unos 45 millones de personas sin ningún tipo de protección sanitaria.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las cualidades que se le exigen a un sistema sanitario para ser considerado óptimo son: universalidad (cobertura total de la población), atención integral (asistencia, prevención, promoción, tratamiento, rehabilitación), equidad, eficiencia, flexibilidad y participación real de la población en la gestión. Y en base a esas cualidades, el país que encabeza el ranking con mejor sanidad pública es Francia. Le siguen Italia y San Marino. Mi querida España, esta España mía, esta España nuestra se encontraría en un digno séptimo lugar (en 2019). Digno si lo comparamos con el modelo liberal de USA y si no tenemos en cuenta las dificultades a las que la sanidad pública española lleva enfrentándose desde hace años. La primera de ellas, motor de todas las demás, es el hecho innegable de la querencia de ciertos gestores públicos por implantar un modelo liberal (privado).

Gestores de lo público que quieren privatizar. ¿Paradoja? No, es solo pasión por una ideología con tintes criminales. Cierto es que nuestra sanidad pública aún resiste y no ha llegado a la sangrante situación de Estados Unidos donde el beneficio sí está por encima de la vida humana. Pero quizás necesitamos conocer mejor el sistema sanitario norteamericano y mirar de frente aquello contra lo que nos resistimos para asimilar que en esa resistencia reside nuestra salvación.

Aproximadamente, la mitad de la población estadounidense tiene un seguro médico privado a través de su contrato de trabajo. El resto se distribuyen entre los que compran un seguro por cuenta propia, los que están cubiertos por el programa Medicare (mayores de 65 años), los que pueden acceder a Medicaid (personas con bajos ingresos, niños, mujeres embarazadas, adultos mayores y personas con discapacidades) y aquellos que no pueden permitirse un seguro ni cumplen las condiciones para estar cubiertos por Medicare o Medicaid (un 16%).

¿A qué se debe la resistencia de los norteamericanos a la redistribución justa de la sanidad? Por qué, mientras la gran mayoría (quiero creer) de la población española se resiste a perder su sistema de salud público, los estadounidenses se resisten a tener un sistema de salud regulado, incluso aquellos que sufren la exclusión sanitaria. Esa es la gran pregunta y quizás tiene que ver con el hecho de que, en 1971, un señor llamado Richard Nixon, en connivencia con otro llamado Edgar Kaiser, puso en marcha las llamadas Health Maintenance Organization (HMO), Organización para el Mantenimiento de la Salud. Al menos eso cuenta Michael Moore en ‘Sicko’, una cinta que aborda la problemática de la sanidad en Estados Unidos y que se centra no tanto en la población que no tiene cobertura sanitaria, sino en aquella que sí la tiene, pero que, aun así, no está cubierta al 100% y se ha arruinado tras pagar una operación o un tratamiento.

Según Moore, se trata de una “ignorancia impuesta”. El sistema se asegura de que los norteamericanos no sepan lo que pasa en otros países, pero también de que la información que les llegue sea sesgada y manipulada. Y, por supuesto, siempre negativa. En una entrevista que concedió a la periodista Amy Goodman, Michael Moore dijo:

“La mayoría de los estadounidenses no saben quién es su vecino; y, por lo tanto, si no saben cosas tan simples como ésas, no saben de su sistema de salud. Y lo que sabemos al respecto son todas las mentiras que nos han dicho sobre los canadienses, los británicos y los franceses”.

La idea que tienen los estadounidenses del modelo socialista de salud es que proviene de los países comunistas, que son el mismo demoño, esto es otro de los elementos de la ecuación. Los norteamericanos huyen de todo lo que huela a comunismo o socialismo desde 1917, por lo que es muy fácil convencerles de que el mejor sistema de salud debe estar en manos de compañías de seguro privadas y lejos de las garras del Estado. De esta forma, el paciente podrá tener libertad para elegir hasta el color del cabello de su doctor, porque, además, un sistema de salud privado será más competitivo y favorecerá el avance de la tecnología y la investigación científica. Básicamente estas son las premisas por las que se convenció a la población norteamericana de que la salud debía ser privada, además de la fobia a los impuestos y el poder que representa el lobby médico, que jamás colaboraría en un sistema más equitativo si les hiciera ganar menos dinero.

Mi querido doctor Joel Fleischman, lo condensa muy bien en una de sus discusiones con Maggie O’connell, cuando le dice:

“Me quemé las pestañas para ser médico. No pasé cuatro años en la facultad, un año de interno y dos de residente para que me incluyeran en un sistema de medicina socializada que me diga lo que puedo y no puedo cobrar. Sí, cuando termine mi destierro volveré a Nueva York y cobraré lo que dicte el mercado, sí, quiero mi trozo de la tarta, quiero mi dinero”.

¿Es Joel un ser depreciable? No lo parece en el transcurrir de la trama, aunque sea republicano. Pejiguero, materialista, algo neurótico sí, pero mala persona no parece y el hecho de que quiera ganar dinero con su profesión tampoco es para condenarle, sin embargo, algo se nos rompe al escuchar esas palabras salir de su boca en el capítulo 15 de la 3ª temporada de Doctor en Alaska. Esa libertad para poder cobrar lo que quiera de la que habla Joel, es la libertad por la que abogan los liberales a todos los niveles, sin embargo, no se trata de una libertad real, porque se desliga del entorno. Es decir, se concibe la libertad como un ejercicio que no tiene en cuenta al otro. Una libertad con carta blanca, desvirtuada y, sobre todo, postrada ante el poder financiero. Esto es lo que defiende el liberalismo, representado por las clases empresariales y las rentas superiores. Lo dice Vicenç Navarro en su artículo La libertad según el liberalismo:

“La oposición de los partidos liberales a políticas redistributivas del estado, al gasto público que refuerzan la protección social, el énfasis en la reducción de la carga fiscal (sobre todo de las rentas superiores), su hincapié en la desregulación de los mercados laborales (facilitando el despido) y toda su batería de propuestas incrementan los beneficios empresariales e incrementan los ingresos de las rentas superiores a costa de las rentas medias e inferiores”.

Lo que propone el liberalismo es que todo es un producto de consumo, también las personas y, por extensión, su salud. En USA, gran parte de la inversión en sanidad no va destinada a los pacientes, sino que se queda en intermediarios y proveedores. La cobertura sanitaria depende del tipo de póliza que se contrate, por lo que muchas veces se evita ir al médico por miedo a los precios desorbitados.

¿Libertad?

Susana R. Sousa

Susana R. Sousa

Referencias

Pensamiento crítico

Vicenç Navarro

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