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Cuando se olvida por qué amamos algo y lo convertimos en una obsesión, en algo que queremos poseer de forma enfermiza, moldeado a nuestros deseos, o la maltratamos sin más cuando no responde como queremos. Cuando olvidamos cuanto le debemos al cine.

Cuando nos convertimos en consumidores compulsivos, Cronos devorando a nuestros hijos. Cuando nos erigimos en juez, jurado y verdugo y dejamos de ser espectadores.

Cuando convertimos las filas de butacas en trincheras.

Contra esa cinefilia del mal querer… Yo, acuso.

Cuanto más se juzga, menos se ama

Esta frase de Honoré de Balzac, extraída de su obra “Fisiología del matrimonio” (1841), serviría para reflejar una tendencia actual a la hora de hablar sobre determinadas películas, directores, actores o incluso géneros.

La cinefilia, entendida en el más estricto sentido, ha pasado a un segundo plano, siendo engullida por el proselitismo de la “cultura del like” y lapidada por los fandoms tóxicos. Sin remontarnos demasiado atrás, la actual vencedora de la 95ª Edición de los Premios Oscars, “Todo a la vez en todas partes”, ha sido objeto de polarización en las redes sociales y medios en general, especializados o no. Nos hemos convertido en “hooligans” forofos que proclaman que “mi director favorito es mejor que el tuyo” o “esa película que a ti te gusta no es cine”. Hemos llegado a traspasar los límites de ese afecto por el cine, llegando al punto de convertirlo en nuestro “late motive” vital, haciendo que todo gire en torno a él.

Y aunque esa pasión bien conducida pueda llevar a luchar por causas justas, lejos quedó aquel Mayo del 68 donde los intelectuales, gente como Truffaut o Godard, se reunían en la Cinemateca Francesa, se limita simplemente a esa sensación de pertenencia a un bando u otro, esa capacidad del cine de socializar entre individuos que comparten esa sensación intima que les proporciona. Una identidad de grupo que legitima cualquier pensamiento, cualquier acción. Erigiéndose en portadores del “verdadero cine”, como si definir la esencia del mismo fuera posible.

“La fuga” de Truffaut

Cine, uno y trino

El Cine es arte, industria y entretenimiento, y lo es de forma conjunta de estos tres conceptos. Abarca desde la más reconocible obra maestra de Kurosawa, Hitchcock o Ford, un blockbuster traído de la mano de Tom Cruise, la última locura de Bay, la búsqueda constante de Cameron, pero también es un humilde western en formato corto, grabado con un móvil por un director por descubrir.

¿Por qué nos vemos abocados a elegir entre ellos? Si todos, a su modo, son expresiones de amor por el cine.

El cine es esa amante dispuesta siempre a descubrirte nuevos placeres para evadirte de la realidad, es ese “primer amor” que juega con tu nostalgia, esa persona que espera en casa para reconfortarte cuando tienes un mal día. Como cualquier expresión artística, el cine es capaz de generar emociones, conflicto y pensamiento.

Dicho esto, es curioso ver como muchos de estos directores que se enarbolan como grandes tótems del cine, reniegan a veces de algunos de los aspectos del mismo.

El cine es negocio, indudablemente, pero de la misma forma que un artesano puede amar su trabajo, es lógico pensar que la gente de la industria cinematográfica siente esa pasión por ella. Me niego a creer que alguien, llámalo productor o mecenas, que invierte su dinero en un proyecto lo haga solo por el mero afán de amasar más aún.

Curiosamente, uno de los géneros más maltratados en la actualidad, el Cine de Superhéroes que satura el mercado con una producción y distribución en cadena; un tipo de cine que ha sido criticado por directores como Martin Scorsese, que directamente niega que sea cine, nos deja algo positivo: las escenas postcreditos.

Este truco de marketing, que sirve para encajar y generar expectación con lo que vendrá, también nos “obliga” a ver cuánta gente ha participado en una película, personas que intenta hacer su trabajo de la mejor manera posible, su particular forma de amar al cine.

Películas que fueron destrozadas por la crítica, auténticos batacazos en la taquilla se han convertido con el paso del tiempo y también, quizás algo más importante a considerar, la evolución de la sociedad y el cambio de gustos, preferencias en el fondo y en las formas, en películas de culto, auténticos iconos culturales.

“Blade runner”

Ejemplos de ellos serían películas como “Blade Runner” de Ridley Scott, máximo referente del ciberpunk y del Ci-Fi en general, tan solo recaudaría poco más de 33 millones de dólares, su presupuesto había sido de 28 millones, o uno de los casos más escandalosos e impensables, “Qué bello es vivir” de Frank Capra, película que es considerada uno de los Grandes Clásicos del Cine, fue un desastre en taquilla. La RKO llegó a perder más de medio millón de dólares de la época. Lo que sucedió fue que años más tarde, en los años 70, se emitiría en televisión, llegando así a millones de espectadores que la auparían a lo que es hoy en día.

Fotograma de “¡Qué bello es vivir!”

Esta historia abre otro debate, sobre la irrupción de las plataformas de streaming, su producción en masa, independientemente de la calidad, y aun así dejando productos como la alemana “Sin novedad en el frente” (Oscar a la Mejor película extranjera) ¿cuántas personas se acercaran por curiosidad a la versión de Lewis Milestone tras ver la versión de Netflix? O producciones como “El Irlandés” de Scorsese, quien quizás no comulgue con Disney/Marvel o Warner DC, pero sí con el dinero de Netflix. O también como lugar de emisión de la Snyder´s Cut, tan solicitada por sus seguidores, de la “Liga de la justicia”.

¿Estamos entonces ante la constatación de que de igual forma que la sociedad actual ha cambiado sus hábitos con respeto al “Amor”, en cómo entenderlo o gestionarlo, hace y actúa de forma parecida con la cinefilia?

El Cine no es ajeno a la actualidad, al momento que vive y en el que se desarrolla, la cinefilia tampoco. De la misma forma que en su momento pasara, por ejemplo, con el “travelling de Kapo”, se llega a tildar de abyecto la selección de un actor o actriz por su color de piel para un papel, de la condición sexual de algún personaje en determinada película o serie. La llamada inclusión forzada o el lenguaje woke, usados como arma arrojadiza.

“La sirenita”

Por eso amad el cine, sin cortapisas, sin exigencias, y si algo no os llama, dejadlo pasar, sin odios, ni rencores, quizás encuentre quien lo ame en otro lugar, en otro tiempo. No caigáis en la cinefilia del mal querer.

Manu Pineda

Manu Pineda

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