Korogo y Hakeri’a en los salvajes europeos. Una ucronía de la ciencia

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¿Qué hubiera sucedido, en relación con el estudio de la sexualidad humana, si el método científico hubiera surgido en Papúa en vez de en  la Europa occidental? Basada en estudios etnográficos clásicos, esta ficción especulativa tiene por objeto problematizar categorías culturales como las de sexo y género, invitándonos a pensar desde otras perspectivas.

Como cualquier pequeña korogo sabe desde la escuela, en nuestra tradicional categorización del género, korogo y hakeri’a corresponden a los dos extremos del espectro sexual por el que todas las personas vamos transitando a lo largo de la vida. Korogo es la persona cargada de nu, es decir, femenina; hakeri’a son aquellas con poco nu, por tanto masculinas. Al nacer todas las personas somos femeninas, estamos cargadas de un, y según crecemos unas lo vamos perdiendo, convirtiéndonos en hakeri’a, otras lo mantienen dando paso a su capacidad de gestación. A lo largo de los años,  sobre todo llegada la vejez, ocurre lo contrario. Quienes se cargaron de nu lo pierden, mientras los hakeri’a lo acumulamos, deslizándonos de vuelta a nuestra primigenia condición korogo.

“La sexualidad es un fenómeno complejo en el que la química, la biología, la fisiología, la psicología, lo social y lo cultural forman un todo indisociable que sólo puede comprenderse en conjunto”

Muchos años de estudio nos permiten saber cuánto de verdad hay en nuestro sistema tradicional de creencias. La ciencia papú debería, si pretende llamarse ciencia, tratar de dar respuestas que puedan aplicarse de manera universal más allá de sus propias categorías culturales. La sexualidad es un fenómeno complejo en el que la química, la biología, la fisiología, la psicología, lo social y lo cultural forman un todo indisociable que sólo puede comprenderse en conjunto. Podemos desde la ciencia disociar cada uno de esos aspectos con la intención de conocerlos mejor,  pero debemos tener claro que ninguno por sí mismo explica gran cosa si no es en relación con los demás. Esto no deja de ser una pequeña derrota para nuestras pretensiones universalistas. Si para comprender la sexualidad humana no podemos mutilar de esa totalidad lo sociocultural y lo psicológico, difícilmente construiremos un conocimiento válido para todo tiempo y lugar.

“Para la mayoría de los investigadores parece incuestionable que la concepción hua de la sexualidad dinámica se asienta sobre bases biológicas.”

Para empezar tenemos que reconocer que la sustancia vital que comúnmente llamamos nu no existe tal y como se presenta en su concepción tradicional. Tampoco que esa sustancia vital se transmita de unas personas a otras a través de los fluidos corporales. Aún así, es asombroso cómo nuestros antepasados hua, sin poseer nuestro desarrollo tecnológico y de forma intuitiva, supieron ver aquello que hoy consideramos consenso científico, el carácter dinámico de la sexualidad humana. Nuestros biólogos no encontraron el nu pero la existencia de hormonas sexuales,  que fluctúan a lo  largo de nuestra vida, que condicionan nuestro desarrollo fisiológico e influyen en nuestro temperamento, confirman que a lo largo de nuestra biografía la sexualidad fluctúa entre korogo y hakeri’a en una infinita variedad de estados sexuales. Con los años los niveles de estrógenos disminuyen en una korogo y los de  testosterona suben ayudando en la sintomatología menopáusica. En cambio, aquellos que pasaron más tiempo en la parte del espectro hakeri’a disminuyen su nivel de testosterona. Para la mayoría de los investigadores parece incuestionable que la concepción hua de la sexualidad dinámica se asienta sobre bases biológicas.

Pero desde hace algunos años esto  empieza a cuestionarse desde distintas disciplinas académicas. Arguyen que pese a que creamos que desde el surgimiento en Papúa del paradigma científico estamos a salvo de sesgos culturales, al final no podemos pensar el mundo más que a través de categorías aprendidas en nuestro propio entorno cultural y aquellas que necesitemos crear para poder explicar los nuevos descubrimientos estarán irremediablemente  dirigidos por las anteriores. Es decir, buscamos lo que creemos que hay y lo que encontramos lo ajustamos a nuestro mundo. Lo que hace rigurosa a la ciencia respecto a otras formas de conocimiento es precisamente saber esa limitación y esforzarse contra ella.

“Para los pueblos europeos, la persona o nace korogo o nace hakeri’a y no cambia de condición en toda su vida.”

La Dra. M. Anyuai, de la Universidad Marsalai, antropóloga de origen biwat, ha realizado su trabajo de campo en el continente occidental entre los salvajes europeos. Estos pueblos de escaso desarrollo tecnológico se organizan políticamente en jefaturas y su sistema de parentesco está determinado por una rígida concepción de la sexualidad humana. Anyuai lo denomina inmutabilidad binaria. Para los pueblos europeos, la persona o nace korogo o nace hakeri’a y no cambia de condición en toda su vida. Por extravagante e inusual que nos pueda parecer, esta concepción debe obligarnos a replantear si realmente  lo que aceptamos como hecho científico incuestionable no es en realidad un acomodo y naturalización de nuestras propias categorías culturales al paradigma científico.

“…las personas que no se ajusten a esa normatividad son ocultadas, perseguidas, estigmatizadas, excluidas o eliminadas.”

Veamos las consecuencias que la construcción cultural de la inmutabilidad binaria europea tiene sobre los individuos que forman sus comunidades. Nada más nacer lo primero que se hace es comprobar los genitales. Si nace con vulva es automáticamente adscrita korogo, si posee pene y testículos, hakeri’a. Este primer acto ya nos muestra el mecanismo fundamental de la organización social europea según Anyuai, la exclusión provocada por una normatividad inflexible. Aunque no sea común, sabemos que un porcentaje de la población no posee una genitalidad que se ajuste a este binarismo. Aún así, los europeos, fuerzan una asignación y tratarán de esconder esta realidad. Su conocimiento provocaría el rechazo y estigmatización. A lo largo de la infancia los europeos obligan a la mitad de las korogo a ser hakeri’a mucho antes de que su biología lo determine, sólo por poseer pene y testículos. Estas pequeñas se van  embruteciendo en relación con las que continúan siendo korogo, que permanecerán en una posición subordinada toda su vida respecto a las primeras. Hemos de reconocer que en cierto modo también las categorías korogo y hakeri’a son aparentemente binarias. No es, según Anyuai, el binarismo lo que aleja a la tradición europea de la ciencia sino  su inmutabilidad. Además, las categorías papú, incluso en su versión más tradicional, no son cerradas. Todas las personas somos en realidad korogo y hakeri’a a la vez. Y  somos más una cosa que otra en determinados momentos de nuestra vida. Los europeos, al determinar de forma inmutable y excluyente el ser korogo o hakeri’a, niegan los cambios fisiológicos, de comportamiento y temperamentales de la biografía sexual de los humanos. Reducir ser korogo o hakeri’a, toda la vida,  a poseer unos genitales u otros y una presupuesta capacidad reproductiva deja fuera u oculta  gran parte de la diversidad y el dinamismo de la sexualidad humana. La consecuencia sociocultural de la inmutabilidad binaria es  la creación de un rígido sistema de roles de género. Esto provoca, como hemos dicho, dos fenómenos fundamentales para su organización social. El primero, que las personas que no se ajusten a esa normatividad son ocultadas, perseguidas, estigmatizadas, excluidas o eliminadas. El segundo, que esta categorización provoca un sometimiento de un género sobre el otro.

“…si existe un comportamiento o manifestación, sea esta biológica o cultural, no podemos ignorarla. Hacerlo es lo que sería acientífico.”

Hemos de reconocer que la ciencia papú, por mucho más desarrollada que esté respecto a otras formas de conocimiento,  también está sesgada por sus categorías culturales. Siendo conscientes de esta limitación podremos depurar nuestras categorías analíticas. Lo que diferencia el método científico, en lo que se refiere a la sexualidad humana, respecto a  desarrollos culturales como el europeo, es que los investigadores no podemos explicar la sexualidad reduciéndola a lo más común y visible, nuestra obligación es explicarla en su totalidad, por difícil que sea. Por poco común que nos parezca, si existe un comportamiento o manifestación, sea esta biológica o cultural, no podemos ignorarla. Hacerlo es lo que sería acientífico.

Por eso creemos que el paradigma científico difícilmente podría desarrollarse en los pueblos europeos como lo ha hecho entre los papús. Aún así, como ejercicio especulativo, sería interesante imaginar cómo hubieran sido los estudios sobre la sexualidad humana con categorías derivadas de la  inmutabilidad binaria europea en vez de los que usamos venidos de la tradición hua. Me  pregunto ¿cómo entenderíamos el sexo y el género si en vez de pensar con los conceptos dinámicos korogo y hakeri’a, lo hiciéramos con los europeos de hombre  y mujer? A nadie le cabe la menor duda que la reproducción y los genitales son parte importante de la sexualidad humana pero reducirla hasta ese punto ignoraría el hecho de que un ser humano puede seguir siendo sexual sin una cosa ni la otra. Además patologizaría otras realidades que, aunque poco frecuentes, son tan reales como las más comunes. También necesitarían explicar los cambios continuos que sufren nuestros cuerpos y que su rígida conceptualización de la sexualidad desdeña. Los supuestos científicos europeos deberían ser críticos con su inmutabilidad binaria de la misma manera que los papús hemos sido con el nu y la manera en que nuestros antepasados creían que se transmitía.

Todavía nos queda mucho por aprender y sesgos por identificar. No podemos justificar el dinamismo sexual solo por fluctuaciones hormonales por mucho que se asemeje lejanamente a nuestro nu y nos aproxime mucho más a un “hecho científico” que lo que pueda hacerlo una comprobación grosera de los genitales. No podemos conformarnos con explicaciones vagas sobre unas supuestas “bases biológicas”. Claro que todo tiene una base biológica, nada humano existiría sin ella. Sin una base biológica no existiría un instrumento musical como el yi, pero una vez demostrada y explicada pormenorizadamente la base biológica que hace posible la existencia del yi, todavía no sabremos nada sobre el yi.

Concluimos este artículo, por un lado decepcionados, al comprobar cómo nuestras categorías científicas son tan “culturales” como lo puedan ser las venidas desde la tradición, por otro esperanzados en el esfuerzo crítico que realizamos por desnaturalizarlas y ponerlas constantemente en entredicho. Nunca va a haber categorías analíticas perfectas que nos revelen el mundo tal y como es. Sobre todo el mundo potencialmente infinito de las manifestaciones culturales humanas entre las que la ciencia papú forma parte.

Pablo Martínez Tobía

Pablo Martínez Tobía

Esta ficción especulativa se ha inspirado en:

Anna S. Meigs. (1984). Food, Sex, and Pollution: A New Guinea Religion. New Jersey, Rutgers University Press.

Mead, Margaret. (1973). Sexo y temperamento en las sociedades primitivas. Barcelona, Editorial Laia.

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