
DonaldTrump, ese hombre que ha logrado trascender la realidad y convertir la mentira en un arte, está de vuelta. Después de un mandato que podría haber sido escrito por el guionista de una serie de ficción distópica, Trump ha decidido que la Casa Blanca merece una segunda temporada de su show. Y, claro, ¿por qué no? Si algo ha aprendido en estos años es que la política no es sobre hechos, sino sobre relatos que resuenan, sobre emociones crudas y, por supuesto, sobre #mentiras. Porque si algo ha caracterizado a Trump en todo su ascenso político es su capacidad para transformar la realidad a su gusto, sin remordimiento ni autocrítica.
Lo que diferencia a Trump de otros políticos no es solo su ego desmesurado, sino su habilidad para #manipular la verdad a un nivel casi sobrenatural. Mientras los demás líderes luchan por mantenerse en los límites de la realidad, él ha logrado construir un mundo alternativo donde las mentiras no solo son aceptadas, sino aplaudidas. Su primer mandato estuvo marcado por una constante desinformación, teorías conspirativas y, lo más impresionante, una base de seguidores que no solo lo respaldaba, sino que lo veneraba. Y para sorpresa de muchos, no parecía importar cuántas veces Trump dijera algo que, en un mundo normal, habría sido motivo de descalificación inmediata. Porque Trump, como un buen showman, sabe que lo importante no es la veracidad, sino la emoción, el impacto, y si una mentira logra hacer que la gente se sienta bien, entonces, para él, es más valiosa que cualquier hecho demostrado.
Un claro ejemplo de su destreza en este campo es su famoso ataque a Barack Obama, cuestionando su lugar de nacimiento. Esta teoría desacreditada por todos los medios y especialistas en la materia fue, sin embargo, una de las piedras angulares de la primera campaña de #Trump. A pesar de haber sido refutada hasta el cansancio, él insistió con su narrativa, logrando que millones de personas le creyeran y lo siguieran, tal vez porque, en el mundo de Trump, la repetición constante de una mentira la convierte en una verdad incuestionable. Lo que verdaderamente distingue a Trump no es solo la cantidad de #mentiras que profesa, sino la audacia con la que las defiende, incluso cuando están perfectamente documentadas como falsedades. Es un showman, un maestro de la #manipulación, que sabe que la gente prefiere las emociones a los hechos. Y en esa categoría, Trump ha brillado como pocos.
Mientras que cualquier político en su sano juicio probablemente pediría disculpas tras una #mentira monumental, Trump se limita a avanzar con su siguiente declaración absurda como si nunca hubiera dicho lo anterior. En su mundo, la coherencia es un lujo innecesario y la falsedad, una herramienta política válida. Lo que para muchos es un error, para Trump es simplemente «una opinión» o, aún mejor, «una verdad alternativa». Y ahí está su genio: ha logrado construir una narrativa en la que las mentiras se transforman en hechos, y los hechos, a su vez, se convierten en irrelevantes. Porque lo que importa es lo que él dice, y si lo dice con suficiente convicción, pues que la realidad se acomode a su discurso.
En su segundo intento por llegar a la Casa Blanca, tras ser destituido en su primer mandato por un juicio político y enfrentarse a escándalos que harían caer a cualquier otro, Trump ha encontrado la fórmula perfecta para reciclar las mismas mentiras, pero con una capa extra de cinismo. Esta vez, las #fakenews sobre el fraude electoral de 2020 han sido su caballo de batalla, una narrativa que se sostiene no en hechos, sino en la creencia popular alimentada por sus seguidores y su maquinaria mediática. Para él, las elecciones fueron un «robo masivo», aunque no haya una sola evidencia que lo respalde. Y, claro, si las mentiras se repiten lo suficiente,se convierten en la nueva verdad para su base. La lógica es sencilla: no importa cuántas veces se desmienta, el mensaje está diseñado para fortalecer el «nosotros contra ellos», esa división que Trump ha sabido cultivar a la perfección. Porque, si lo dice #Trump, tiene que ser cierto, ¿verdad?
A lo largo de su retorno a la presidencia, Trump ha logrado continuar con su agenda de caos y desinformación, recurriendo una vez más a la vieja receta de construir un muro fronterizo, una promesa que nunca fue más que una falacia, y mucho menos una solución real al problema migratorio. En lugar de centrarse en las verdaderas cuestiones que afectan a los inmigrantes, como las condiciones de vida de los migrantes y las políticas de asilo, Trump se ha empeñado en seguir adelante con una construcción simbólica, como si una muralla fuera la solución a una crisis que necesita una respuesta mucho más profunda y humana. Y, claro, nadie recuerda que México jamás iba a pagar el muro, ni que, en la práctica, este proyecto fue un desastre financiero y logístico. Pero, por supuesto, en el mundo de Trump, los hechos son solo detalles molestos.
Además del muro, Trump ha seguido su marcha imparable hacia el caos con propuestas que van desde lo absurdo hasta lo irresponsable. En un mundo que se enfrenta a una crisis climática sin precedentes, Trump se ha mantenido fiel a su retórica de ignorancia ambiental, retirando a Estados Unidos del Acuerdo de París y promoviendo políticas que favorecen a la industria petrolera. Mientras los científicos advierten sobre los efectos devastadores del cambio climático, él se limita a rechazar la ciencia, como si el futuro del planeta fuera algo que no le concerniera. El cambio climático es, para él, una fantasía liberal, una invención para manipular a las masas.
Y si hablamos de salud pública, el regreso de Trump también ha sido una burla para aquellos que realmente necesitan un sistema de salud decente. Su intento de desmantelar Obamacare una vez más ha sido un fracaso total, y en lugar de ofrecer alternativas viables, ha dejado todo en el aire. En lugar de implementar un sistema de salud que realmente ayude a la población, ha propuesto políticas desordenadas que no solo no resuelven el problema, sino que en muchos casos son una burla. Pero eso es típico de Trump: una vez que tiene una idea, ni la lógica ni la razón le impedirán llevarla a cabo, por absurda que sea.
La política de seguridad ha seguido la misma línea de dureza y represión, con un enfoque en expandir las fuerzas de seguridad y reducir las libertades civiles. Y en lugar de implementar políticas de rehabilitación y reintegración, ha preferido aumentar la vigilancia y mantener el ciclo de encarcelamiento masivo que ha caracterizado a Estados Unidos durante décadas. Las políticas migratorias, por supuesto, siguen siendo un desastre, con Trump dejando claro que su enfoque no es la humanidad, sino la criminalización.
Su tratamiento de la pandemia de COVID-19, como era de esperar, ha sido igualmente caótico. Al igual que en su primer mandato, Trump minimizó la magnitud de la crisis, promovió tratamientos no comprobados y descalificó las medidas preventivas básicas. En su mundo, la salud de millones de personas es una cifra estadística más, y las miles de muertes son solo una consecuencia más de su desdén por la ciencia y el sentido común.
La división social en Estados Unidos ha aumentado bajo su liderazgo, con el racismo y la intolerancia fortaleciéndose a través de sus políticas y discurso. Trump no solo ha propuesto políticas regresivas que desmantelan los avances en derechos humanos y justicia social, sino que también ha exacerbado la polarización, alimentando el odio y la desconfianza entre los ciudadanos. En lugar de unir a la nación, ha logrado dividirla aún más, todo en nombre de una agenda personalista que prioriza su propio poder y beneficio.
Al final, Trump no es solo un político; es un espectáculo, un show de manipulación y desinformación, donde la verdad es un accesorio prescindible y la mentira se convierte en la herramienta principal para mantenerse en el poder. Y mientras el país se sume en el caos que él mismo ha generado, el capitán sigue al mando, seguro de que la única verdad que importa es la que le beneficia. Después de todo, en su mundo, el espectáculo siempre debe continuar.
Conxi Far
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