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Mientras él le comía el coño, ella se percató de que llevaba un tatuaje en el brazo en el que se podía leer «Semper Fidelis». Al verlo, no pudo evitar soltar una carcajada. Casado39 nunca dejaba de sorprenderla.


Gripe, eso es lo que tenía. El médico lo había confirmado y ella lo estaba padeciendo. Una gripe de esas que te hacen sudar, tener frío, dormir, despertarte en mitad de la noche, moquear, toser….. Una gripe de esas que te hacen estar de baja y te mandan a la cama tres días. Una gripe de las que te folla entera, de arriba abajo y sin despeinarse. Ironías de la vida, la gripe no era la única que se la follaría hoy. Él se corrió y ella, se subió las bragas, cogió los 20 euros y salió del coche. La gripe acababa de empezar, a la par que la jornada laboral.


Tenía subidas a Instagram 500 fotos posando con su pareja. Tenía más de 10000 likes sumando todas las fotos. Tenía las mejores sonrisas y poses de amor en cada foto. Tenía miles de comentarios de gente que le envidiaba, sana e insanamente. Tenía cientos de pies de foto con frases preciosas sacadas de internet. Tenía un montón de cosas gracias a su relación. Incluido aquel ojo morado y aquella brecha en la frente y, curiosamente, lo único que le molestaba de todo aquello, era que la foto 501 tendría que esperar unos días.


Recogió sus cosas y se dispuso a salir de ese hospital en el que había estado los últimos 3 meses.
Ese hospital, se había convertido en su casa. Las enfermeras de su planta se habían convertido en su familia. Su compañero de habitación se había convertido en su vecino.
Todo aquello que estaba dejando atrás mientras caminaba por el pasillo del hospital, le había hecho sentir normal.
Cuando​ cruzó la puerta de salida, no pudo evitar soltar unas lágrimas. Todo aquello solo había sido un espejismo, ahora tocaba volver a la normalidad.
Andó unos metros calle abajo y se sentó en un banco. Acomodó sus cosas, se recostó sobre el banco y cerró los ojos. Ya estaba en su verdadero hogar.


“Bailar es de maricones”. Esa era la frase que su padre le dijo en su infancia y que tanto le hizo sufrir. La frase con la que le martirizaba y le intentaba humillar delante de los amigotes. La frase por la que estuvo yendo al conservatorio a escondidas. La frase que una y otra vez le habían repetido sus compañeros de clase.  La frase por excelencia, la que todo el mundo en algún u otro momento le había dicho. “Bailar es de maricones”, esa era la jodida frase que no paraba de retumbar en su cabeza mientras hacía el amor con esa preciosa compañera de la compañía de baile.

Juanma Vázquez

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