El Reino Nazarí de Granada (I): Orígenes y consolidación (1232 – 1309)

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Los reinos de taifas y los paréntesis de los dominios almorávide (1090-1147) y almohade (1147-1228) pusieron fin a la tradicional división política y administrativa de al-Ándalus, que entró en una profunda decadencia tras la batalla de las Navas de Tolosa, lo que propició el espíritu de Cruzada entre los reinos cristianos e impulsó su expansión hacia el sur.

En este contexto, y a través de la referencia del profesor Bosch Vilá, «el reino nazarí de Granada surgió como resultado de la descomposición del imperio almohade y por efecto de una pugna entre los poderes locales enfrentados […]. Surgió también como brote inesperado en tierra quemada; como único refugio y baluarte; como permanente reserva de hombres, muchos de ellos desplazados; como alcazaba defensiva de los últimos testimonios vivos del Islam andalusí; como puerto de embarque y recepción de productos y núcleo de activas relaciones con los otros pueblos del litoral mediterráneo; como frontera de encuentro, de intercambios y de lucha con Castilla y la Corona de Aragón; como tierra de cautivos, de rescate y de renegados; como luminoso solar donde hombres de las tres religiones habían de convivir y llevar una existencia entre el temor y la esperanza, la guerra y la paz, por espacio de dos siglos y medio».

En este caso, los dos siglos y medio de historia los dividiremos en tres etapas: orígenes y consolidación (1232-1309); crisis interna y apogeo (1309-1391) y, finalmente, decadencia y caída final (1391-1492). En este artículo, expondremos el contexto en el que nació el Estado nazarí, así como sus primeros años hasta su consolidación.

Los almohades (‘los que reconocen la unidad de Dios’) gobernaron al-Ándalus desde 1147 hasta 1228. Sin embargo, la batalla de las Navas de Tolosa, que tuvo lugar el 16 de julio de 1212, manifestó el declive de la dinastía magrebí e impulsó las conquistas de los reinos cristianos de la Península Ibérica.

En esta etapa difícil para los territorios musulmanes, la muerte en Marraquech del califa almohade Yusuf al-Mustansir (1224) no hizo más que agravar la situación, que fue aprovechada por los gobernadores (sayyides) andalusíes para iniciar una serie de rebeliones que los separase del poder central del Magreb. Al mismo tiempo, el sayyid de Córdoba Abd Allah al-Bayyasi (‘el Baezano’) rendía vasallaje al rey Fernando III de Castilla y, juntos, iniciaron una expedición contra las comarcas granadinas. Tras fracasar en Jaén, en 1225 asolaron Martos, Priego, Loja, Alhama, Montejícar, la Vega y la propia ciudad de Granada, aunque, a pesar de las incursiones, la capital obtendría incalculables beneficios cuando Baeza fuera tomada por los cristianos y sus habitantes emigraran a Granada, lo que engrosó la población del Albaicín. Este acontecimiento fue el precedente de las numerosas migraciones que se producirían hacia la futura capital nazarí a lo largo de su historia.

La conflictividad política y social, así como la regresión económica provocada por las sequías justificaron la rebelión que los grandes linajes andalusíes comenzaron frente al poder establecido, liderados por un caudillo murciano de origen humilde: ibn Hud (1227-1238). Su movimiento era el más nacionalista, doctrinal y revolucionario y se había ganado el favor de las clases más populares, además de devolver la unidad política a al-Ándalus durante un decenio. Sin embargo, pronto le surgió un adversario: Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr ibn al-Ahmar (‘el hijo del rojo’, denominado así por el color de su pelo). Pertenecía al linaje noble de los Banu Nasr, establecido en Arjona (Jaén), y se apoyó en los combatientes de frontera para ser proclamado sultán de Arjona un viernes 18 de abril de 1232. El prestigio militar alcanzado con las expediciones contra los cristianos y el sustento de su familia le valieron para extender su autoridad a áreas como Jaén, Porcuna, Guadix y Baza, mientras ibn Hud perdía prestigio por manifestarse como un gobernante incapaz. Muhammad al-Ahmar contó con el favor de la población andalusí y del rey de Castilla, ya que su carrera política auguraba un futuro más seguro y estable.

La conquista de Córdoba por Fernando III en 1236 y el asesinato de ibn Hud confirmaron a Muhammad ibn al-Ahmar como el líder poseedor de las fuerzas militar y política necesarias para frenar el avance cristiano sobre al-Ándalus y, con el respeto del pueblo andalusí y una figura consolidada, conseguirá entrar en las ciudades de Almería, Málaga y Granada, donde establecerá su capital desde mayo de 1238. Según el manuscrito árabe conocido como Anónimo de Madrid y Copenhague, «este año [1238] subió Abu Abd Allah ibn al-Ahmar al sitio llamado “la Alhambra”, lo inspeccionó, marcó los cimientos del castillo y dejó en él a quien los dirigiese; no terminó el año sin que estuviese concluida la edificación de las murallas, y llevó el agua del río, abriendo una acequia con caudal propio». De este modo, comenzó el proyecto que se convertiría en la Alhambra que conocemos en la actualidad.

Unos pocos años después, mediada la década de 1340 y ante la presión castellana, Muhammad I se vio obligado a perder Arjona y, en 1346, Jaén, donde se firmaría un importante Tratado con Fernando III. Este tratado quedaría sometido a las interpretaciones contradictorias que ambas partes hicieron del mismo y permitiría el establecimiento como entidad política real del Estado nazarí y su supervivencia en el tiempo. Desde el punto de vista de Castilla, el Tratado de Jaén suponía la sumisión de la Granada musulmana a su soberanía feudal a cambio de auxilio militar cuando se le requiriera y de consejo, con la teórica obligación de acudir a su corte cuando ésta lo demandara, con vigencia de veinte años y mediante el pago anual de unas parias. Sin embargo, y si lo observamos desde la perspectiva de Muhammad I, su persona, su linaje, su familia y su reino quedaban bajo la protección castellana, quedando a salvo de la presión aragonesa, que intentaba reservarse sus zonas de influencia en el Levante peninsular. La ley islámica, que no permitía el vasallaje a ningún reino cristiano, contemplaba esta sumisión como el reconocimiento de la superioridad militar del enemigo. A pesar de la protección derivada de este tratado, se debían cumplir las condiciones como vasallo y someter sus decisiones a la censura de sus colaboradores, lo que le llevaría a numerosas contradicciones y errores en el campo de su actuación política.

Entre los años 1264 y 1266 tuvo lugar una rebelión de los mudéjares en los valles del Guadalquivir y Murcia que fueron fomentadas, en parte, por el emir de Granada Muhammed I y que se solventaron por mor de la actuación militar de Castilla, que se apuntó una nueva victoria. Las pérdidas para los sublevados supusieron unas secuelas que traspasaron los límites de lo social y lo económico. Los rebeldes huyeron de las áreas afectadas y se refugiaron en la capital granadina, en unos momentos delicados por los conflictos internos pero que fortalecieron su base demográfica. La emigración masiva de los sublevados interfirió en la situación política que a ambos estados se les planteaba: el Estado nazarí veía necesario reafirmar tan solo la sumisión por la superioridad militar cristiana, aunque para Castilla se habían alterado las cláusulas firmadas en el Tratado de Jaén. La solución residía, por tanto, en volver a la fidelidad señor-vasallo o declarar el estado de guerra. Desde entonces, la historia del Reino Nazarí de Granada se vería influida por la definición y la reclamación de los términos de esta relación, en la que se forjaron los términos de guerra, frontera, treguas y alianzas. No obstante, fueron estos factores los que determinaron su permanencia como unidad política y militar, así como sus características sociales y económicas, en un período de tiempo más largo del que se pudiera pensar.

En lo que respecta a la organización y consolidación del Estado nazarí, Muhammad I se encontraba al frente de una serie de linajes aristocráticos, con fuerzas militares de mayor o menor influencia, entre los que destacaban los Banu Asquilula, los Banu al-Mawl o los Banu Sanadid, con los que intentó asegurar el orden interno a través de traiciones y astucia en lo político económico y doctrinal. De este modo, Málaga quedó a las órdenes de su hermano Ismail, Guadix a las de su cuñado Abu-l-Hassan Ali, etc.

La posición jurídico-religiosa manifestaba una profunda inestabilidad. Así, Muahmmad aceptó el juego de vasallaje que proponía Castilla, pero también consiguió el reconocimiento oficial del califa de Bagdad en los primeros momentos, prestó homenaje a los califas almohades de Marraquech y también decidió reconocer a los califas hafsíes de Túnez, cuyo nombre se pronunciaba en la oración de los viernes. Además, el emir recurrió al encarcelamiento y a la tortura para reconducir la actitud de los recaudadores de impuestos que se quedaban con el fruto de la recaudación y, por su tenacidad, estableció un orden que la región llevaba tiempo sin conocer, sometida siempre a los largos periodos de guerras y pillajes.

Si hubiera que mencionar uno de los mayores errores del emir granadino sería, sin duda, el intento inoportuno e ineficaz de hacerse con el control de Ceuta por su importancia comercial y económica. El momento fue desacertado debido a que coincidió con los deseos imperialistas del rey Alfonso de Castilla en África septentrional y a que Granada no disponía del poder militar suficiente para afrontar una campaña de semejantes dimensiones. Para emprender esta conquista, Muhammad I incumplió su condición de vasallo ¾a pesar de que Castilla se comprometió a rebajar el peso económico de los tributos anuales y a entregarle plazas tan importantes como Gibraltar, Tarifa y Algeciras, que suponían el control del Estrecho¾ y atacó Ceuta en el verano de 1262. El fracaso fue estrepitoso. Por tanto, para evitar las represalias de Castilla, solicitó a ayuda de los benimerines de Fez, quienes enviaron a la Península un contingente de unos tres mil jinetes con el sobrenombre de combatientes de la fe, marcando el introito de una alianza que se renovaría en períodos posteriores y los recelos respecto al sultán norteafricano, que llegó a poseer Ronda, Algeciras y Ceuta. A partir de este momento, Granada comenzaría un período repleto de luchas y treguas, intereses, enfrentamientos, reconciliaciones y prisioneros de todos los bandos. El Estrecho de Gibraltar supondría un conflicto que sobrepasaría las fronteras de Granada y Castilla y se convertiría en el principal problema que afrontarían los nazaríes años después.

El complejo entramado de alianzas y sumisiones traería consigo unas consecuencias inimaginables para Muhammad I quien, rodeado de la excesiva influencia benimerín, sufrió la rebelión y la independencia de los Banu Asquilula en Málaga y Guadix, sostenida por Alfonso X y a la que el emir hizo frente a través de un pacto nuevo: con Nuño González de Lara, un noble anti-alfonsí. Los incidentes fronterizos serían constantes, pero se recuperó parte del equilibrio perdido y, desde 1266 hasta 1272, Granada y Castilla dispusieron de una tensa tregua que concedió un respiro a ambos monarcas.

Las bases políticas que había fundado Muhammad I y en las que se cimentaba todo su reino eran demasiado frágiles y, pese a las dificultades, su sucesor Muhammad II logró estabilidad, aunque la alianza con los Lara desapareció con su reconciliación con el rey Alfonso y los Banu Asquilula mantenían su rebeldía y controlaban la tercera parte de las rentas del reino en Málaga. El nuevo emir se vio obligado a firmar una costosa tregua con Castilla, pero los problemas de la Corte castellana daban esperanzas a sus aspiraciones políticas, ya que no se vio obligado a ceder las plazas de Tarifa, Algeciras y Málaga, como estaba en los proyectos alfonsinos. Los Banu Asquilula, conscientes de su aislamiento, se marcharon al Magreb y pusieron fin a su rebelión, al tiempo que Muhammad II renovó su alianza con los benimerines a partir de 1274, lo que abrió una época de clara influencia norteafricana y de lucha por el Estrecho.

 

Rodolfo Padilla

 

Referencias

VV.AA., (1987); Reino de Granada, V Centenario. Tomo I: El Islam; Ed. Ideal.

VV.AA.; (1992); Al-Ándalus. Las artes islámicas en España (pp. 127-172); The Metropolitan Museum of Art, Ediciones El Viso.

http://morosnazaries.es/

http://www.historialia.com/

http://legadonazari.blogspot.com/

Imágenes

http://www.wikiwand.com/es/Escudo_del_reino_nazar%C3%AD_de_Granada

http://www.cardenalbelluga.es/milenio1/muhammed-i.html

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Alcazaba,_Alhambra,_Granada,_Spain.jpg

 

 

[1] Sobre el origen del lema de la dinastía, existen distintas hipótesis. Por un lado, Lafuente Alcántara asegura que proviene de la batalla de Alarcos y que correspondería a la bandera que ondeara un ángel desde su caballo blanco; por otro lado, se dice que, cuando Muhammad I entró en Granada y el pueblo lo alabó al grito de «¡Vencedor, vencedor!», él dijo las palabras que quedarían como lema: «Sólo Alá es vencedor». En cualquier caso, las teorías responden a mitos diversos y resulta muy difícil asegurar su origen.

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