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En medio de la crisis de 2008, Pedro Reques Velasco, catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Cantabria, afirmó:

“El espacio disponible en nuestro planeta es de 51 millones de hectáreas, el espacio bioproductivo se limita a poco más de una cuarta parte. Dividido por los 6.666 millones de habitantes del mundo, el resultado es 1,8 hectáreas por persona; sin embargo, actualmente consumimos 2,2. El consumo, la necesidad de espacio bioproductivo disponible, presenta, además, fuertes diferencias entre países: para mantener su nivel de vida actual un europeo necesita 4,5 hectáreas. Y un norteamericano 9,6”.

A los economistas, filósofos y científicos que alertan sobre los peligros del consumo masivo y que defienden otros sistemas productivos, solo se les da algo de voz en épocas de crisis. Es en esos lapsos de tiempo cuando se hacen visibles los desmanes del sistema capitalista y se pone de moda sentar a un amigo ecologista a la mesa. Dejamos que nos den unos cuantos capones por nuestros malos hábitos de consumo y al poco tiempo los desterramos, otra vez, a los márgenes. Nos negamos a ver, o una gran parte de la sociedad se niega a ver, lo obvio: que los recursos naturales son limitados, pero, aun así, solo aguantamos a estos cascarrabias un rato, no vaya a ser que sus predicciones pesimistas nos obliguen a cambiar nuestras costumbres y a prescindir de nuestros pequeños lujos. Ecologistas amargados y aburridos es lo que son. Qué osados y qué pesados.

Sigamos con la osadía

El economista francés Serge Latouche, ideólogo del decrecimiento, dice que “el altruismo debería sustituir al egoísmo, el placer del ocio a la obsesión por el trabajo, la importancia de la vida social al consumo desenfrenado y lo razonable a lo racional”. Latouche comenzó a usar el término ‘decrecimiento’ en 2002, tras pasar varios años viviendo en África y perder la fe en la economía. Propone el decrecimiento frente al desarrollismo, también el llamado desarrollo sostenible, el cual no considera que sea posible, es más, para Latouche se trata de una propaganda que anula otras alternativas de vida. Lo sostenible es una pieza más del pensamiento único en el que están de acuerdo y participan los responsables de la destrucción del planeta, por lo que eso ya lo convierte en sospechoso. En definitiva, el desarrollo sostenible sigue estando dentro del paradigma del capitalismo y no da opción a otras opciones que sí se opondrían a la sociedad de consumo y al crecimiento ilimitado, que es lo que nos lleva a la destrucción del planeta y al deterioro de las conquistas sociales.

Es interesante la recuperación de Latouche del sentido de los límites, sobre todo en contraposición con ese deseo de sobrepasar los límites que celebra la sociedad actual. Un deseo impuesto que se ha disparado con la aparición de las redes sociales y que alimenta esa mal entendida libertad propia de la peor propaganda política. Una ruptura de los límites que incluso está en la base del concepto de felicidad: Puedes conseguir lo que te propongas, ¿Por qué elegir si puedes tenerlo todo? Rompe tus límites. Latouche trabaja en la idea de una sociedad nueva que tenga presente el hecho de que los recursos naturales son limitados y a este punto habla de una ‘prosperidad sin crecimiento’ a la que solo se llegará si tenemos en cuenta también la dimensión ética (individual y política).

Por su parte, Carlos Taibo llama a una redistribución radical de los recursos como parte fundamental de ‘cualquier proyecto de decrecimiento sensato’ y lo hace en contraposición con la ‘austeridad’ que los gobiernos quieren imponer a los ciudadanos cada vez que rebosa el sumidero capitalista.

Decrecimiento no es, pues, austeridad, al menos no la que se impone a los que ya sobreviven de forma austera. En 2013, Oxfam publicó un informe titulado ‘La trampa de la austeridad’ en el que demuestra que las medidas de austeridad europeas no solo no sirven para frenar la desigualdad, sino que la motorizan. El informe augura que, si estas medidas continúan, en 2025 habrá entre 15 y 25 millones de europeos sumidos en la pobreza. Se me ocurre que quizás las medidas adoptadas en tiempos de crisis no se hacen pensando en las mejoras sociales y mucho menos medioambientales, sino para que el crecimiento y el desarrollo vuelvan y el sistema capitalista siga su curso.

Ese curso lineal del progreso que no parece poder detenerse, porque si lo hiciera sería la hecatombe. Por eso hay que volver siempre a él, cueste lo que cueste, y evitar pensar en cualquier alternativa, como la que propone la antropóloga Yayo Herrero. Una proposición que muchos consideran indecente porque se opone al concepto de la historia como algo lineal. Una visión que aparece en la modernidad y se afianza en la Ilustración y en la que el pasado de las sociedades es, necesariamente, bárbaro y el futuro civilizado. Esta concepción única del progreso ha dejado fuera a muchas sociedades que se organizaban de otra manera al tiempo que ha legitimado la imposición de un único sistema económico: la explotación y la acumulación.

Me pregunto cuántas personas estarían dispuestas a decrecer, a establecer el principio de reciprocidad (del que habla la bióloga María González Reyes) con la naturaleza en favor de una mejora global. La sola pregunta es ya una utopía, pero me gusta pensar que muchas personas no admiten que el deterioro ambiental y las desigualdades sean el orden normal de las cosas. Que no se han rendido.

“La crisis, cualquier crisis, sólo puede superarse sustituyendo la economía de los bienes que tenemos por la economía de los bienes que hacen que seamos. La sociedad debe saber reencontrar el sentido del límite y descubrir que muchas veces lo que más vale es lo que menos cuesta”.

Pedro Reques Velasco.

Las ocho ‘R’ del movimiento del decrecimiento

  • Revaluar. Sustituir los valores dominantes por otros más beneficiosos. Por ejemplo, altruismo frente a egoísmo, cooperación frente a competencia, goce frente a obsesión por el trabajo, humanismo frente a consumismo ilimitado, local frente a global, etc.
  • Reconceptualizar. Significa mirar el mundo de otra manera y, por lo tanto, otra forma de interpretar la realidad, que pasaría por redefinir conceptos como los de riqueza-pobreza o escasez-abundancia.
  • Reestructurar: Adaptar el aparato de producción y las relaciones sociales en función de la nueva escala de valores.
  • Relocalizar: Producir localmente los bienes esenciales para satisfacer todas nuestras necesidades.
  • Redistribuir: Implicaría, básicamente, un reparto distinto de la riqueza.
  • Reducir: Hacer lo posible para disminuir el impacto que tienen en la biosfera nuestras maneras de producir y consumir, además de limitar los horarios de trabajo y el turismo de masas.
  • Reutilizar y Reciclar: La mejor forma de frenar el despilfarro y alargar el tiempo de vida de los productos.

Susana R. Sousa

Referencias y recomendaciones

Pequeño tratado del decrecimiento sereno, Serge Latouche

Cambio climático, María González Reyes y Yayo Herrero

Energía y equidad, Ivan Illich

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