En menos de medio año se van a celebrar autonómicas, nacionales, municipales y europeas. Las encuestas han dado resultados muy distintos en cada una que, como se ha podido demostrar, no han errado demasiado en los resultados reales. Sin embargo, el principal factor que mantiene expectante a la sociedad es el auge, al parecer inevitable, de la extrema derecha, que ha roto con la hasta ahora excepción española.
Hasta las elecciones andaluzas, España parecía resistirse a aceptar políticas como las que afloraban a su alrededor con Le Pen, Salvini, Trump o Bolsonaro. No obstante, el 2 de diciembre las urnas dieron un toque de atención con la irrupción de VOX en el parlamento andaluz. Las elecciones nacionales han vuelto a dejar patente el ascenso de este partido, aunque con resultados que abogan más por la moderación que por el extremismo.
Este ascenso podría explicarse a través del descontento de la población con el panorama político de los principales partidos, que ofrecen su propia inestabilidad como alternativa para la inestabilidad del contrario y, también, discursos que, lejos de proponer, se dedican a criticar. Aun así, ni el descontento ni la degeneración de la política eximen del respaldo a una ideología que se muestra contraria al feminismo, al colectivo LGTBI y que defiende, entre otros planteamientos, la legalización de las armas, la violencia o la derogación de la Ley de Memoria Histórica. En fin, que parecen buscar una limitación de los derechos y, por qué no, una vuelta a un pasado que no se ha terminado de enterrar.
Este auge ha supuesto, del mismo modo, que otros partidos viren aún más a la derecha para ganar terreno y votantes, lo que extiende el mismo discurso de odio y miedo entre la población.
Francis Bacon, en su obra De la dignidad y el crecimiento de la ciencia, afirmaba: “Calumnia con audacia: siempre quedará algo”. Muchos de los planteamientos de esta extrema derecha consisten en falacias con una dudable base argumental que la sostenga. De todos modos, la “audacia” con la que se enuncian son suficientes para que la población los asimile y les de crédito hasta hacerlos pasar casi por verdad. Esto, unido a la falta de contrastación por parte de los electores y la manipulación de los medios de comunicación en pro o en contra de una determinada ideología son la combinación perfecta para que cale la difamación y generen, en lugar de discursos constructivos, otros destructivos para un país.
La Historia, a la que a menudo se refieren, debería hacernos aprender. La Caída del Muro de Berlín fue un hito que modificó el curso de la historia contemporánea. Los testimonios de habitantes de las dos Alemanias son, cuanto menos, desoladores. Familiares y amigos que quedaban aislados, separados por un muro de piedra, miedo y dolor que perduraron hasta su caída en 1989. ¿Cuál es el sentido de una frontera? Banderas y colores, ideologías, símbolos, tradiciones y culturas… ¿hasta que puntos son capaces de unir? Nada hace más daño a un país que el nacionalismo, más aún en una época en la que la globalización ha roto muchas fronteras, al menos en el plano económico. Esta tendencia, por tanto, resulta incomprensible.
Las campañas políticas parecen alejarse del servicio a los ciudadanos para convertirse en armas para la obtención de votos, lo que demuestran las contradicciones y la falta de honradez de los dirigentes que, no contentos con unos desastrosos resultados, siguen sin asumir la culpa. Mientras tanto, en los debates se carece de cualquier referencia a investigación, cultura o educación, apenas considerar el fenómeno de la “fuga de cerebros”, más preocupados en la acusación y el insulto fácil y los datos económicos de dudosa fiabilidad. Como diría Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. Todo es poco para conseguir un puesto.
Los griegos son los padres de nuestra democracia. Para ellos, la política debía organizar y favorecer a la población, tal y como enseñaban filósofos como Platón o Aristóteles. En la actualidad, estos principios se han tornado en intereses y en mensajes destructivos. Tal vez deberíamos mirar un poco hacia nuestro pasado y aprender el legado de aquellos que nos precedieron, en todos los ámbitos y, en especial, en la organización de la sociedad y la convivencia.
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