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El catarismo fue una de las herejías más pujantes del mundo cristiano occidental, pues logró adeptos entre el pueblo y entre los nobles occitanos, que los protegieron. Creían en un dualismo que afirmaba la existencia de dos principios creadores, el Bien y el Mal, que fundaron, respectivamente, el mundo espiritual y el mundo material[i], fundando una contraiglesia que se oponía al credo romano, sobre todo en materia sacramental[ii]. Uno de los decretos del III Concilio de Letrán (1179) nos da indicios de la existencia de cátaros en la Gascuña albigense y Tolosa, entre otros lugares, además de algunos grupos menos regulares de «”bravanzones, vascos, cotarelos y triaverdinos” que no “respetan las iglesias ni los monasterios”»[iii].

A la sazón, los Capetos no controlaban todo lo que hoy asumimos como Francia, pues apenas tenían influencia sobre la nobleza del Mediodía[iv], donde las instituciones eclesiásticas tenían una menor influencia, apreciándose incluso un aire de cierto anticlericalismo[v], al contrario que en el área septentrional donde las relaciones entre Iglesia y política eran más estrechas. Los motivos de la cruzada albigense deben buscarse aquí, en un papado limitado en su dominio meridional y en una nobleza septentrional que aspiraba a someter a los occitanos, que preferían rendir vasallaje a la Corona de Aragón, a cuyo rey consideraban su señor natural a través de una serie de vínculos matrimoniales que ligaron a sus señores con miembros de la familia real[vi]. No obstante, el papa Inocencio III intentó controlar la herejía a través de misiones de predicación, iniciadas en 1178 en Tolosa, Narbona, Trencavel o Foix, en las que destacaron algunos castellanos como Diego de Osma, Domingo de Caleruega y legados pontificios cistercienses que debían ser una ortodoxia militante como los monjes de la abadía de Fontfroide, Raúl –«un teólogo riguroso»– y Pedro de Castelnau –«un jurista rígido»–, y Arnaldo Amaury –abad de Cîteaux y «un general impaciente por actuar», que luego sería protagonista en el saqueo de Béziers y Las Navas de Tolosa como líder espiritual de las campañas–[vii]. Estas misiones no obtuvieron los frutos deseados y culminaron con el asesinato del legado Pedro de Castelnau, adjudicado al conde Raimundo VI de Tolosa por despecho al haber sido excomulgado. No obstante, se trata de un hecho poco claro, ya que Raimundo de Tolosa no ganaba nada con el asesinato del legado, salvo la excomunión y la posibilidad de perder sus territorios, por lo que resulta improbable que la orden fuera dictada por el conde. Algunas teorías, como la de M. Roquebert, se atreven a proponer, incluso, que el instigador del asesinato de Pedro de Castelnau fue el propio Arnaldo Amaury, pues tenía mucho más que ganar: muerto Raúl en 1207 y asesinado el otro legado de Fontfroide, el abad de Cîteaux se convertiría en el líder indiscutible de la cruzada. Como afirma Alvira Cabrer ante la hipótesis indemostrable, «la tortuosa personalidad del venerable Arnaldo (permite) su planteamiento»[viii].

Por su parte, la Iglesia daba cuenta de su negligencia al contradecir sus principios de virtud y austeridad. Los cátaros recurrieron a las Escrituras para deslegitimar al clero, acusado de nicolaísmo y simonía, de abusar de los tributos y de la incoherencia y, en fin, fueron razones más que suficientes para que las ideas del catarismo calaran en la población, cuyos predicadores ponían «en práctica una existencia de humildad y penitencia, revestidos de ropa sencilla, alimentados frugalmente, con una vida marcada por el caminar incesante y la mendicidad»[ix]. Esta postura, mucho más coherente que la mantenida por la Iglesia, hacía peligrar las bases eclesiásticas y el papa Inocencio, como responsable de combatir la heterodoxia, recurrió a la predicación y, tras su fracaso, a la guerra para defender su propia institución.

Los intereses, por tanto, están fundamentados en dos direcciones: por parte del pontificado, el deseo de Inocendio III de crear una monarquía universal en la que todos acataran su voluntad y poder y, por parte del rey de Francia y la nobleza septentrional, establecer en Occitania su sistema feudal. Combatir la heterodoxia era secundario, lo importante eran las relaciones de poder, por eso nos encontramos con una epopeya en la que Felipe Augusto se mantuvo al margen en un principio, pero en la que el rey de Aragón, Pedro II el Católico, perdería la vida en la batalla de Muret (1213) por defender a sus vasallos cátaros, oponiéndose al papa, su señor natural por ser vasallo de la Santa Sede, en la que Simón de Montfort sería considerado el nuevo caballero de Cristo y en la que, en fin, podemos encontrar episodios brutales como el saqueo de Béziers, que puede considerarse uno de los grandes genocidios del mundo medieval. El propio Raphael Lemkin definió durante la Segunda Guerra Mundial el término genocidio como la «aniquilación coordinada y planificada de un grupo de determinada nacionalidad, religión o raza mediante diversas acciones cuyo objetivo consistía en socavar los cimientos fundamentales para la supervivencia del grupo»[x]. Este sería el caso de Béziers, donde la crudeza de las tropas cruzadas quiso enviar un mensaje de alerta y miedo a todo aquel que profesara el catarismo. La masacre «había sido acordada por los líderes cruzados y podía inscribirse dentro de una política de temor fríamente calculada, consistente en asentar un primer golpe demoledor y desmoralizador para que el enemigo se rindiese desde el principio sin presentar batalla»[xi].

No podemos entender la cruzada albigense y su primera fase, en la que se produce el saqueo de Béziers, sin decir que los contingentes cruzados lograron despertar viejas enemistades entre los Meridionales y dividir sus territorios. Las tropas eran conducidas por prelados de tierras reales o regiones disputadas por los condes de Tolosa y los duques de Aquitania. Entre estos líderes encontramos al arzobispo de Burdeos, los obispos de Limoges, Bazas, Agen, Cahors y también algunos vasallos rebeldes del conde Raimundo VI, entre ellos, el vizconde de Turenne, los señores de Gourdon, etc. Esta primera campaña, iniciada en la primavera de 1209 al reunirse las huestes en Lyon, se dirigió hacia Quercy y Agenais, entre el Garona y el Dordogne, no exenta de hogueras y destrucciones como Gontaud, Marmande y Tonneins[xii]. La primera hoguera se encendió en Casseneuil, condenados a ella los perfectos y perfectas cátaros que se negaron a abjurar de su credo. Fue en este momento, el 18 de junio de 1209, cuando el conde Raimundo VI de Tolosa se reconcilió con la Iglesia Romana en Saint-Gilles y tomó la cruz[xiii], movimiento político por el que puso sus tierras bajo protección de la Iglesia. Al tiempo, se produjo la quema de Villemur, cuyos habitantes, alertados del peligro que corrían ante la llegada del ejército, prendieron fuego a sus casas y huyeron, testimonio que nos llega por el interrogatorio del inquisidor Bernardo Caux en 1243 a las hermanas Arnauda y Perona de Lamothe[xiv].

Raimundo VI se unió a las tropas cruzadas y remontó el valle del Ródano. En ese momento, teniendo en cuenta que los ataques de Béziers y Carcasona resultaban inminentes, el vizconde Ramón Roger Trencavel acudió al encuentro del ejército para ofrecer sumisión al líder espiritual de la cruzada, Arnaldo Amaury, e intentar poner a salvo sus dominios. El legado, sin embargo, rechazará la sumisión. Si el vizconde tomaba la cruz, la cruzada dejaría de tener sentido[xv]. El 21 de julio los cruzados llegaron ante las puertas de Béziers y establecieron su campamento a orillas del río Orb y, desde allí, se envió un ultimátum a los cerca de veinte mil habitantes que poblaban los muros de la ciudad: si los herejes no se entregaban, se prendería otra hoguera.

Si atendemos a lo que nos cuenta la Cansó, los ciudadanos estaban tan seguros de la fortaleza de sus muros que «los cruzados se romperán los dientes contra nuestras bellas murallas». No obstante, a nuestro parecer hay un motivo de mayor peso que la propia fortaleza de los muros o la esperanza de que los suministros cruzados no alcancen para resistir el asedio. Contaban con un motivo moral para resistir: la tolerancia religiosa, uno de sus valores principales. Esta actitud los llevaría a su final.

El 22 de julio el Estado Mayor de los cruzados se reunió y varios habitantes de Béziers procuraron provocar a los cruzados saliendo de la ciudad para atacar el campamento cruzado, pero una batalla de ribaldos les dio caza y, sin tiempo para cerrar las puertas, los cruzados lograron invadirla. Los jefes de la cruzada preguntaron a Arnaldo Amaury cómo proceder en el saqueo de la ciudad, cómo distinguir a los herejes de los católicos. Se dice, no se sabe si cierto o no, que su respuesta fue: «matadlos a todos, que Dios ya conocerá a los suyos»[xvi]. Así vendrá el fuego y la masacre.

Algunos habitantes se escondieron en las iglesias. En una de ellas, Sainte-Madeleine, mataron a siete mil de ellos, entre los que se encontraban hombres, mujeres y niños[xvii]. Puylaurens denominaría a la matanza como peccatis exigentibus. Las crónicas que daban fe de la población de veinte mil habitantes, tal como le fue comunicado al papa, hablan de veinte mil muertos, lo que, aunque no diéramos crédito a las cifras, nos deja ver la magnitud del acontecimiento, del que Guillermo de Tudela diría que no recordaba nada tan salvaje desde tiempos de los sarracenos[xviii].

El saqueo de la ciudad de Béziers sentaría un precedente en lo que sería la cruzada albigense, su brutalidad, que luego se manifestaría en los asedios posteriores como el de Carcasona, que daría lugar a la muerte de Ramón Roger Trencavel en prisión, despojado de su título, del que se apropiaría el líder militar Simón de Montfort sin la consulta pertinente al señor principal en tierras occitanas, el rey aragonés Pedro II, que rechazaría en un principio el homenaje que le rendía, aunque terminaría aceptándolo al comprender que necesitaba de paz en sus dominios ultramontanos para centrarse en sus campañas contra los musulmanes, una paz que se sellaría con el acuerdo del matrimonio entre su heredero Jaime –futuro Jaime I, el Conquistador– y la hija de Montfort, Amicie[xix].

La cruzada albigense fue un genocidio en sí mismo o, acaso, una concatenación de genocidios. Occitania ardería en hogueras que purificaran la herejía en lo que duró la contienda que, si bien es cierto que el pretexto fue religioso, no logró enmascarar el cariz político de unos nobles y de un papado que se frotaron las manos ante la posibilidad de doblegar a los señores meridionales y a las ciudades que defendían su libertad por encima de todo lo demás, que veían a los cátaros como gente honrada, prefiriéndolos incluso a la Iglesia que demandaba impuestos mientras predicaba la pobreza, una tierra en la que fue posible el desarrollo de la lírica trovadoresca que nos ha dado ejemplos de peticiones de ayuda al rey de Aragón escritas en verso, como el sirvientés Vai Hugonet, en la que se solicitaba a Pedro II que acudiera en ayuda de sus vasallos ultramontanos, lo que desembocaría más adelante en la batalla de Muret en la que perdería la vida. El saqueo de Béziers fue uno de los grandes episodios, uno de los más crueles también, en los que la mitología respecto a la frase pronunciada por el legado Arnaldo Amaury no desmerece, en primer lugar, la personalidad del cisterciense que pudo ser capaz de decirla sin que le temblara la voz, y en segundo lugar, la definición del espíritu de cruzada, del que ya tenemos algunos ejemplos en Tierra Santa, cuando los cruzados entraron en Jerusalén en 1099 y crónicas, tanto musulmanas como cristianas, nos dicen que «la sangre corría por las calles y en algunos sitios llegaba hasta la altura de las rodillas»[xx].

Rodolfo Padilla Sánchez

Rodolfo Padilla Sánchez

Referencias

CABRER, Martin Alvira. “El Venerable Arnaldo Amalarico (h. 1196-1225): idea y realidad de un cisterciense entre dos cruzadas”. Hispania sacra, 1996, vol. 48, no 98, p. 569-591.

CORRAL, José Luis; CORRAL, Jose Luis. Breve historia de la Orden del Temple. Edhasa, 2006.

GARCÍA, Dora Elvira. “Acotaciones en torno al genocidio”. Andamios, 2012, vol. 9, no 20, p. 373-380.

GRAU TORRAS, Sergi. “Durand de Huesca y la lucha contra el catarismo en la Corona de Aragón”, Anuario de estudios medievales, 2009, vol. 39, no 1, pp. 3-25.

MACÉ, Laurent. “Avant et après Muret: le Midi de la France au tournant du XIIIe siècle (1195-1222)”, en La encrucijada de Muret, Monografías de la Sociedad Española de Estudios Medievales, 2015, p. 195-210.

MESTRE GODES, Jesús. Viaje al país de los cátaros, Círculo de Lectores, Barcelona, 1997.

MITRE FERNÁNDEZ, Emilio. “La monarquía francesa, ¿tuteladora de la ortodoxia?”, en Id.: Iglesia, herejía y vida política en la Europa medieval, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2007.

RODRÍGUEZ-PEÑA, Diego. “Muret y Las Navas de Tolosa: ¿dos cruzadas desnaturalizadas?”, en La encrucijada de Muret, Monografías de la Sociedad Española de Estudios Medievales, 2015, pp. 259-274.

ROSSELL, Antoni. “La lírica trovadoresca: una estrategia métrico-melódica (oral) para la difusión de ideas y noticias en la Edad Media”. La voz y la noticia, 2007, p. 146.

ROUX-PERINO, Julie. Los Cátaros, MSM, Vic-en-Bigorre, 2006.

SMITH, Damian J. “Los orígenes y el significado de la Batalla de Muret”, Revista Chilena de Estudios Medievales, 2015, no 5, pp. 73-90.

[i] Sergi GRAU TORRAS: “Durand de Huesca y la lucha contra el catarismo en la Corona de Aragón”, Anuario de estudios medievales, 2009, vol. 39, no. 1, pp. 3-25, esp. pp. 4-13.

[ii] Emilio MITRE FERNÁNDEZ: “La monarquía francesa, ¿tuteladora de la ortodoxia?”, en Id.: Iglesia, herejía y vida política en la Europa medieval, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2007, pp. 92-93.

[iii] Ibíd. p. 97.

[iv] Damian J. Smith: “Los orígenes y el significado de la Batalla de Muret”, Revista Chilena de Estudios Medievales, 2015, no. 5, pp. 73-90, esp. p. 75.

[v] MITRE FERNÁNDEZ: “La monarquía francesa, ¿tuteladora de la ortodoxia?”, p. 94.

[vi] Laurent MACÉ: “Avant et après Muret: le Midi de la France au tournant du XIIIe siècle (1195-1222)”, en La Encrucijada de Muret, Monografías de la Sociedad Española de Estudios Medievales, 2015, pp. 195-210, esp. p. 195.

[vii] Martín ALVIRA CABRER: “El venerable Arnaldo Amalarico (h. 1196-1225): Idea y realidad de un cisterciense entre dos cruzadas”, Hispania Sacra, 1996, vol. 48, no. 98, pp. 569-591, esp. p. 572.

[viii] Ibíd. esp. p. 573.

[ix] Jesus MESTRE GODES: Viaje al país de los cátaros, Barcelona, Círculo de Lectores, 1997, p. 21.

[x] Dora ELVIRA GARCÍA: “Acotaciones en torno al genocidio”, 2012, vol. 9, no. 20, pp. 373-380, esp. pp. 375-375.

[xi] Diego RODRÍGUEZ-PEÑA: “Muret y Las Navas de Tolosa: ¿dos cruzadas desnaturalizadas?”, en La

encrucijada de Muret, Monografías de la Sociedad Española de Estudios Medievales, 2015, pp. 259-274,

esp. pp. 269-270.

[xii] MACÉ: “Avant et après Muret”, esp. p. 201

[xiii] Íbid. esp. p. 202.

[xiv] Julie ROUX-PERINO: Los Cátaros , MSM, Vic-en-Bigorre, 2006, p. 133.

[xv] Íbid. pp. 134-136.

[xvi] Antoni ROSSELL: “La lírica trovadoresca: una estrategia métrico-melódica (oral) para la difusión de ideas y noticias en la Edad Media”, La voz y la noticia, 2007, pp. 146-181, esp. p. 147.

[xvii] Íbid.

[xviii] ALBIRA CABRER: “El venerable Arnaldo Amalarico”, esp. p. 575.

[xix] SMITH: “Orígenes y el significado”, esp. p. 80.

[xx] José Luis CORRAL: “En el origen de las cruzadas (1095-1119)”, en Id.: Breve historia de la Orden del Temple, Edhasa, 2006, p. 38.

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