Los memorialistas en la lectura etnográfica de Paz Moreno Feliu (En el corazón de la zona gris) nos conducen por los acontecimientos a través de sus memorias.
Uno de los aspectos interesantes e inquietantes en esas memorias, es la utilización del control del tiempo como forma de dominio y manipulación por parte de los nazis contra los prisioneros de Auschwitz.
¿Cómo se marcaba la rutina diaria que nos permite vislumbrar en las memorias una descripción del día a día en los campos?
¿Cómo transcurrían los días de los prisioneros, privados de relojes, de sus calendarios o de cualquier referencia al paso del tiempo de las que conocemos?
Parece relevante aplicar la concepción de un tiempo estructural, entendiendo por tal un constructo sociocultural de múltiples referencias que acabaría por configurar lo que podríamos denominar “un tiempo en Auschwitz” distinto al utilizado previa y posteriormente.
La percepción del tiempo está condicionada por el uso constante de calendarios y relojes que miden el tiempo en unidades fijas, en consonancia con la explotación de trabajo como mercancía (Polanyi, 1991, Thomson, 1969)
Para los prisioneros era un efecto destructor la ausencia de relojes y una racionalización de cómo se puede mitigar esta ausencia contando a partir de las actividades diarias a las que les sometían en Auschwitz era muy difícil “ejercer control” sobre el propio tiempo, excepto para los aristócratas del campo que sí disponían de relojes, que era como una gran distinción y posición elevada. Lo que significaba muchas veces sobrevivir.
En el control del tiempo, el sociólogo Sofsky (1995) señala que el control del tiempo en los campos fue una de las formas en el que se manifestaba el ejercicio de poder absoluto.
En la mayoría de las sociedades jerárquicas, el tiempo y sus tecnologías de medida, forman parte de las relaciones de poder para aplicarlos universalmente a las masas dominadas (Rotemberg, 1992). Así mismo, los cambios introducidos por el capitalismo industrial en los tiempos de trabajo, ha llegado a convertirlos en crono-mercancías (Thomson, 1969) dan cuenta de la dimensión política global que supone controlar el tiempo de los otros.
En los campos de Auschwitz, el prisionero se sometía desde su llegada a la pérdida de todos sus referentes (nombre propio, parientes, ropa, cabello…) la prohibición de relojes no era meramente simbólica, era una faceta clave del dominio total.
Las diferencias temporales también quedaban en suspenso de la triada pasado-presente-futuro que preside la mayoría de las decisiones sociales.
Según Goffman (o para el caso Foucault) apropiarse del tiempo de los otros, es una de las tendencias primordiales de las instituciones totales. La llamada “a formación” de los prisioneros en el campo (Appell) era la única división del tiempo programado a la que casi todas las memorias le dedican un capítulo específico, en muchos casos, al inicio de la vida en el campo, por las penalidades que sufrían durante su realización. Tenían tantas variaciones en la duración del Appell que no permitían marcar el ritmo claro ni la regularidad que se consideraba necesaria para que exista una referencia temporal nítida.
En el trabajo diario, dada su variedad y carácter a menudo incomprensible, las condiciones de trabajo y rutina eran notablemente irregulares, ignorando los objetivos o el principio y final de las tareas, sino que de las actividades no podría desprenderse un ritmo que ayudase a computar el tiempo diario. El tiempo en Auschwitz programado no servía para situar los acontecimientos globales ni los tiempos invisibles en que se realizaban, contactos básicos para sobrevivir.
El tiempo en las memorias de Auschwitz, sólo existen dos puntos temporales fijos: la entrada y la salida de los campos. ¿Qué ocurre en estos dos momentos? No es el tiempo dentro del estilo literario, sino en el relato histórico-antropológico de una situación extrema.
Privados los prisioneros de relojes y calendarios, el transcurso del tiempo venía marcado por las autoridades del campo. Hay aspectos del tiempo ecológico que se mantenían, el invierno, el verano, la noche y el día y otros cíclicos como por ejemplo la menstruación de las mujeres, aunque esto no les sirviera pues la mayoría la perdían por falta de alimentos y otras causas. Esto las privó de una forma de contabilidad ecológica.
Hay que destacar que, en estas memorias, las referencias temporales aparecen rodeadas de vaguedades. Hemos de partir del hecho que las memorias no se escribieron en el momento en el que se reproducían los sucesos, sino cuando éstos terminaron, por lo que en todas ellas vemos una posición entre “el entonces” y “el ahora”.
La prohibición del reloj era una parte iniciática en el campo, la salida del “lager” es el proceso inverso, cuando eran liberados volvían a adquirir cronometría, casi todas las memorias pueden situar las fechas de detención y salida, el paréntesis entre ellas es el tiempo Auschwitz, desde mi punto de vista, la deshumanización.
La memoria corriente sitúa a Auschwitz y lo allí ocurrido en una cronología que distingue entre el antes y después del campo. En la memoria profunda mantiene el “yo de Auschwitz” como era “entonces” como un pasado que no es realmente integrable en lo familiar. Lo que es relevante no es la existencia de las dos memorias, sino la interferencia continua entre ambas. Los llamados “momentos estructurales” dan cuenta del “entonces” como parte del tiempo Auschwitz.
Objetivamente, una vez que el prisionero había llegado al campo, las medidas del tiempo quedaban en suspenso, no sólo por la ausencia de relojes y calendarios ¿por cuánto tiempo estarán presos? El futuro carecía de categorías administrativas. Todo sistema penal de occidente refleja estrictamente un cálculo entre el delito cometido y la pena a cumplir expresada en años, meses y días. Las víctimas apresadas, en más de la mitad de los países europeos, no habían sido juzgadas, no tenían condenas y no tenían plazos temporales.
Lo que da que pensar es que, después del genocidio perpetrado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial https://es.wikipedia.org/wiki/Segunda_Guerra_Mundial y haber utilizado técnicas de tortura y de manipulación psicológica en contra de seres humanos, como la del control del tiempo como dominación, quizás podamos hacer un paralelismo en la actualidad, como nos cuenta la escritora canadiense Naomi Klein (economista y doctora honoris causa por derecho en el Kings College de Nueva Scotia, en su libro “La doctrina del Shock”) a usos de métodos similares utilizados por gobiernos supuestamente “democráticos” como pueden ser los Estados Unidos de América. Nos relata lo siguiente en algunos párrafos de su libro:
El doctor Ewen Cameron, psiquiatra norteamericano de origen escocés (1901-1967), había alcanzado la cúspide de su profesión: la presidencia de la Asociación americana de psiquiatría, de la canadiense y de la Asociación mundial de psiquiatría. Cameron creía que, la única forma de enseñar a sus pacientes a comportarse de una forma sana y estable era meterse dentro de sus mentes y “quebrar” las viejas pautas y modelos de comportamiento patológico, cuyo objetivo era asombroso: devolver la mente al estado que Aristóteles describió como “una tabla vacía, sobre la cual aún no hay nada escrito” una tabula rasa y para llegar a ello, utilizó técnicas radicales como se comentará mas adelante. Sobre estas técnicas y procedimientos, creó un vivo interés de la C.I.A., no resultaba nada sorprendente que estas técnicas habían demostrado que un período de aislamiento intensivo podía llegar a interferir en la capacidad de pensar claramente y hacía que las personas se inclinaran con más facilidad ante las sugerencias o indicaciones de sus captores.
En un artículo publicado en 1960, Cameron afirmaba que “existen dos principales factores que nos permiten mantener una imagen espacial y temporal” es decir, que nos permiten saber quiénes somos y dónde estamos. Estas dos fuerzas son: a) una fuente continuada de información sensorial y b) nuestra memoria. El doctor Cameron estaba decidido a forzar la completa pérdida de sentidos en sus pacientes, hasta que no supieran dónde estaban y quiénes eran. Cuando se dio cuenta de que algunos internos conseguían saber la hora que era gracias a las comidas diarias, Cameron ordenó a la cocina del centro que mezclaran los platos y las horas: servían sopa para desayunar y leche con cereales para cenar.
Cuando la vida se reduce a cuatro paredes de una celda, el ritmo de los sonidos del exterior es una especie de cuerda salvavidas, la prueba de que el prisionero aún es humano, de que existe un mundo más allá de la tortura. “Escuché a los pájaros cantar al amanecer cuatro veces, fuera. Así es como sé que fueron cuatro días” dijo un superviviente de la última dictadura uruguaya, recordando un período de detención y tortura particularmente brutal.
Pero fue labor de Cameron y su receta para romper la imagen tiempo-espacio, lo que conforma el espíritu de la fórmula “Kubark”1. El manual describe varias de las técnicas desarrolladas para romper la pauta de conducta de pacientes en un sótano del Allan Memorial Institute: “El principio es que las sesiones deberían planificarse con el fin de erradicar la noción de orden cronológico del sujeto. {…} Algunos de los interrogados pueden volver a un estado de regresión si se realiza una manipulación persistente del tiempo, retrasando o adelantando los relojes y llevando la comida a horas desacostumbradas, diez minutos antes o después de la última ingesta. El día y la noche se mezclan y se confunden”
Lo que fascinó a los autores de kubark, más que las técnicas individuales, fue el enfoque de Cameron en la regresión, la idea de que al privar a una persona de la noción de quién es y dónde está, en el tiempo y el espacio, los adultos vuelven a ser niños indefensos, dependientes de otros, cuyas mentes son tablas rasas abiertas a la sugestión. Estas técnicas sumergen al prisionero en un estado de shock psicológico o animación suspendida.
Prescindiendo de sus extravagantes excesos, los experimentos del doctor Cameron, sentaron las bases del método de tortura psicológica diseñada por la C.I.A.
En todos los territorios donde el método kubark se ha enseñado, surgen los mismos modos de comportamiento diseñados para inducir, profundizar y mantener un estado de shock en el prisionero. A los prisioneros se les captura de la forma más desorientadora y confusa posible, a última hora de la noche o en veloces operaciones al amanecer, tal y como indica el manual kubark. Inmediatamente se les pone una capucha o se les tapa los ojos, les desnudan y reciben una paliza. Luego son sometidos a algún tipo de privación sensorial.
Las similitudes entre estas prácticas usadas actualmente por agencias de inteligencia occidentales desgraciadamente son muy similares a las utilizadas en los campos nazis, salvando las distancias, pero no deja de ser chocante que, después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights, esto se esté produciendo en el campo de prisioneros de Guantánamo (Cuba) base USA, después del genocidio nazi de hace más de 65 años. Este ejemplo se está produciendo actualmente y las responsabilidades políticas son evidentes. Comentaré unos párrafos más del libro Estado de Shock de Naomi Klein.
El presidente de Estados Unidos, Bush: después de los ataques del 11 de septiembre, se atrevió a pedir el derecho a torturar sin vergüenza alguna. Eso ponía a la administración en una posición delicada, pues podía ser objeto de una investigación criminal, problema que soslayó cambiando la legislación. El entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, siguiendo órdenes de George W. Bush, decretó que los presos capturados en Afganistán no entraban en el marco de la Convención de Ginebra porque eran “combatientes enemigos”, no prisioneros de guerra. Más tarde, Rumsfeld aprobó una serie de técnicas de interrogación especiales para la guerra contra el terror. Incluían los métodos descritos por los manuales de la C.I.A. “celdas de aislamiento durante un máximo de treinta días; privación sensorial de luz y estímulos auditivos”. Según estas nuevas resoluciones políticas, el gobierno estadounidense era libre de emplear los métodos desarrollados durante los años cincuenta en numerosas operaciones encubiertas, secretismos y desmentidos, sólo que ahora podría utilizarlos a plena luz del día, sin miedo a la persecución legal. Antes de firmar la nueva ley (Ley de Comisiones Militares 2006) Bush incluyó una “declaración de firmado” estableciendo su derecho a “interpretar el sentido y la aplicación de la Convención de Ginebra” según su criterio. The New York Times, describió este documento como la reescritura unilateral de más de 200 años de antigüedad legislativa y derecho.
Como último ejemplo que evidencia desgraciadamente las similitudes en técnicas del control del tiempo como dominio, y yo lo llamaría tortura, entre el régimen nazi de la Segunda Guerra Mundial y agencias de inteligencia y ejércitos actuales, expondré unas últimas pinceladas.
Una de las primeras personas que tuvo que hacer frente a este nuevo orden en EEUU, fue el ciudadano estadounidense y antiguo miembro de una pandilla urbana, José Padilla, fue arrestado en mayo de 2001 en el aeropuerto de O’Hare de Chicago, acusado de intentar construir una “bomba sucia”. En lugar de presentar cargos y procesarle por las causas que ofrecía el sistema legal, Padilla fue condenado “combatiente enemigo”, lo que le privó de todos sus derechos. Le transportaron hasta una prisión de la armada en Charleston, Carolina del Sur. Padilla, afirmó que le inyectaron droga y le sometieron a una intensa sesión de privaciones sensoriales: la celda era estrecha, las ventanas tapadas para no dejar pasar la luz y “no le permitían ni relojes ni calendarios”
Muchos languidecen en Guantánamo. Al ingresar en el campo-prisión, se les coloca una capucha a los detenidos, anteojos oscuros y pesados cascos que les priva de escuchar sonidos, ver imágenes “o conservar nociones espacio-temporales”
Habría que estar alerta, pues la vuelta a los totalitarismos, puede ser una realidad actual y que evidentemente suponga una pérdida de derechos elementales para el ser humano.
Enrique de Miguel Grelleaud
Referencias
Klein, N. 2007: La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Barcelona, Paidós Ibérica S.A.
Moreno Feliu, P. 2010: En el corazón de la zona gris. Una lectura etnográfica de los campos de Auschwitz. Madrid, Trotta S.A.
La C.I.A. hizo público un manual titulado Kubark Counterintelligence Information. Según The New York Times, “Kubark” es un criptograma codificado. Ku, una sílaba al azar y bark es el nombre secreto de la agencia en aquellos tiempos. Informes más recientes han especulado con la posibilidad de que ku se refiere a un país en concreto, o una operación en cubierta o clandestina determinada. El texto era un manual secreto de 128 páginas de extensión acerca de las técnicas de “interrogación de fuentes no colaboradoras”. Se adivina la huella de los experimentos de Ewen Cameron sobre privación sensorial en todo el documento.
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