Va Pensiero: música para el nacimiento de una nación

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Rodolfo Padilla Sánchez

Rodolfo Padilla Sánchez

A mediados del siglo XIX, en el contexto de las revoluciones liberales y el proceso conocido como la «primavera de los pueblos», el arte fue esencial para la construcción de un sentimiento nacionalista y de identificación con la patria recién unificada. Así como Wagner representó el nacionalismo alemán, Verdi fue el estandarte del Risorgimento italiano y sus óperas cantaron a la nostalgia de una tierra «perdida y esclavizada» por naciones extranjeras.

Si buscamos en la RAE el significado de nacionalismo nos encontramos con dos acepciones: «sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y su historia» y, también, «ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado». En ambas vemos las que podrían ser dos fases de un mismo proceso: el nacimiento de un país unificado. En el primer caso, la exaltación de los valores y las características comunes de un pueblo, dejando de lado aquello que los separa y que es un paso imprescindible para el segundo, la afirmación de estos valores ya creados y la lucha por la consecución de la unidad del Estado.

El nacionalismo es una apelación a los sentimientos patrióticos, un movimiento característico de la Edad Contemporánea y más concretamente del siglo XIX con la «era de las revoluciones», pero no solo un movimiento con tintes políticos, como quizás lo concibamos en la actualidad, sino manifestado con largueza en el arte del momento, pues el Romanticismo propulsó la creación artística en este sentido.

En este marco se sitúa Giuseppe Verdi (Le Roncole, actual Italia, 1813 – Milán, 1901), que vivió en un período fascinante para el continente europeo, donde las revoluciones liberales que se gestaban desde 1820 y 1830 y un impulso nacionalista llevaron a recoger todas aquellas características que unían a los reinos y Estados divididos para unificarlos en uno solo, como ocurriría con Alemania e Italia, creando señas de identidad que respaldaran los objetivos por los que se luchaba.

Verdi es uno de los músicos más destacados de Italia, no solo por el valor de su producción musical, sino también por los valores políticos que se entrevén en sus obras y que lo convirtieron en estandarte del Risorgimento. Si lo comparamos con Wagner, su semejante alemán, su pretensión fue crear una música de Italia, es decir, realista para con el período que le tocó vivir y justificada en la tradición italiana en contra de la innovación wagneriana para Alemania. Verdi fue capaz de plasmar en su música la opresión y la división que sufrían los Estados italianos y consiguió que muchos se vieran identificados con sus dramas.

Dada la relevancia política y cultural del compositor en la Italia del Risorgimento, el objetivo de este artículo es poner en valor su figura en la unificación y el plano cultural, centrándonos, por tanto, en sus años de producción política y dejando en un segundo lado el resto de su obra.

La influencia cultural, en este caso operística, en el Risorgimento italiano afectó principalmente a la burguesía y, dentro de ella, a una minoría intelectual con acceso a la música y su comprensión, ya que el pueblo tenía una mayor dificultad para acceder a estas obras y, además, estaban más preocupados por su propia situación como para prestar oídos a revoluciones que no les daban la posibilidad de acabar con sus problemas cotidianos.

Las revoluciones liberales fueron consecuencia de un proceso ahistórico: la Restauración. En el Congreso de Viena (1815), tras el exilio de Napoleón a Santa Elena, los dirigentes de las principales potencias redefinieron las fronteras de Europa para volver a la situación anterior de 1789, sin contar con que el Antiguo Régimen ya estaba en decadencia y la aristocracia estaba en crisis ante el auge de la burguesía y de un capitalismo incipiente que aniquilaba la sociedad estamental que se había defendido hasta entonces. Los ideales reformistas de 1789 eran ya imparables y dieron como resultado el arraigo firme de la democracia y de la libertad, algo que desembocaría en el nacionalismo. Volver a un período anterior, donde la nobleza y el clero dominaban al pueblo, era imposible.

Esta nueva repartición de fronteras y el establecimiento de un sistema anticuado de forma artificial desembocaría en las oleadas revolucionarias de 1848, que triunfaron de inmediato en Francia, en Italia y en los estados alemanes principalmente. Es la llamada «primavera de los pueblos».

Centrándonos en el panorama italiano, asistimos a una multitud de Estados que, tras la Restauración, quedaría configurada de la siguiente forma: Reino de Piamonte y Cerdeña, Principado de Mónaco, Reino Lombardo-Véneto, República del Cantón Ticino, República de San Marino, Reino de las Dos Sicilias, Estados Pontificios, etc. Todos ellos eran fruto de un pasado que los condujo a ser gobernados por casas extrajeras, como los Habsburgo o los Borbón, por las autoridades pontificias o a regirse por un orden constitucional y tener un gobierno autónomo. Ante esto, y en el parecer de Metternich, el vocablo «Italia» solo puede aludir a una expresión geográfica muy lejana de conformar un Estado a diferencia de los del resto de Europa (Palmade, 1988).

Como se ha mencionado antes, los procesos revolucionarios implantaron en la mentalidad general un sentimiento nacionalista que buscaba todos aquellos puntos en los que coincidían los Estados de la península italiana, aunque no fue la razón exclusiva por la que nació lo que hoy conocemos como Italia, sino que las relaciones internacionales favorecieron la anexión de territorios hasta la creación de un Estado único. Así, a partir de 1848 los Habsburgo perdieron interés en los territorios italianos que dominaban (Lombardía, Venecia, Toscana, Parma y Módena) y, con Cerdeña como beligerante en Crimea, se buscó contrarrestar el poder austríaco a través de un pacto con Napoleón III que, terminado el conflicto, haría que Cerdeña dominase también Toscana, Parma y Módena. El Véneto se añadiría años después, luego de la unificación alemana, en 1866, y cuatro años después, con la caída de Napoleón III, Víctor Manuel II anexionó Roma, con ella los Estados Pontificios, completando la península.

En cualquier caso, no podemos pensar que la unificación fue fruto del colectivo, sino quizás de unos individuos que consiguieron alentar a los objetivos del Risorgimento como el principio de nacionalidad («una nación para un Estado») de Mazzini, que proponía una República nacional unitaria en contra de los príncipes italianos, aunque sus tesis tendrían un protagonismo limitado a 1848, cuando tomara el relevo Cavour con un planteamiento más moderado en el que la unificación italiana estaría representada por la monarquía liberal de los Saboya; o Garibaldi como héroe destacado por sus campañas en Nápoles y Sicilia. Además del papel jugado por los artistas que dieron al pueblo italiano unos símbolos que defender y en los que creer, como en literatura los autores Guerazzi, Grossi o Manzoni.

Aquí es donde toma protagonismo Giuseppe Verdi, en el terreno musical, con su primer éxito Nabucco (1842), asociado a la causa liberal por identificar al pueblo italiano con ese coro hebreo prisionero de Nabucodonosor (Parker, 1997), el Va pensiero sull’ali dorate. El rey asirio sería una imagen de los austríacos que mantenían el dominio de algunas regiones de Italia y, por tanto, el coro cantaba por la libertad. Muchos italianos sentían nostalgia y también veían como propia la afirmación del coro hebreo, «Oh mia patria sì bella e perduta!» (¡Oh patria mía, tan bella y perdida!). Los italianos, ante esta escena, se vieron reflejados en esos esclavos y la convirtieron en un himno de resistencia a la dominación austríaca. Nabucco fue estrenado el 9 de marzo de 1842 en el teatro La Scala de Milán.

Su fama llegaría hasta tal punto que a partir de la década de 1850 el grito de «¡Viva Verdi!» no era solo una aclamación al músico, sino el acróstico «Viva Vittorio Emmanuelle Re D’Italia», de esta forma se defendía un reino de Italia bajo la dinastía de los Saboya, como postulaba Cavour, sin arriesgarse a ser descubiertos. «La estimación de Giuseppe Verdi como si se tratara casi de un héroe popular, a un nivel cercado al de Garibaldi, permitió que en 1859 el compositor, como diputado en la Asamblea de Parma, fuese la persona encargada de entregar a Víctor Manuel II los 426.000 votos del plebiscito por el cual los Estados de la Emilia decidieron unirse a la corona del Piamonte» (Piñeiro Blanca, 2018). El músico denominó a este período de su producción musical los «años galera», en los que recibía encargos numerosos de óperas, una por año, y en las que incluía un alto contenido político que lo llevó, por invitación del ya mencionado Cavour, a formar parte del Parlamento de Turín, aunque a su muerte abandonó el protagonismo político en pro de su carrera artística, empero, sin abandonar su discurso liberal.

Otra de sus óperas con importante contenido nacionalista es Don Carlo ¾estrenada en la Ópera de París en 1867¾, acaso más marcado que en la anterior, con los temas constantes de la obra de Verdi, estos son, el amor, la libertad y la patria. Al igual que con Nabucco, la ópera no se desarrolla en Italia, no es necesario para crear un símbolo con el que se identifique el pueblo, sino que es un tema hispano sito en la corte del rey Felipe II, aunque con la particularidad de incluir a un personaje, el marqués de Posa, al que podríamos considerar un liberal nacionalista. Desde un punto de vista histórico, totalmente anacrónico en la monarquía hispánica del siglo XVI, de igual forma que la consideración del conflicto entre Flandes y Castilla como una represión castellana a la nación flamenca. Una vez más, podemos encontrar similitud entre los Estados italianos y la dominación de Austria, usando el anacronismo como recurso para su discurso político, algo frecuente en el Romanticismo. Asimismo, vemos a un Don Carlos heroico, no parecido al que describen los documentos coetáneos de perturbado y deforme.

En un momento de la ópera, la amistad que el marqués de Posa mantiene con el hijo de Felipe II, don Carlos, hace que éste se vuelva contra su padre defendiendo la causa de Flandes, manifiesta en un dueto a modo de canto libertador: «L’ora suonò, te chiama il popolo fiammingo! Soccorrer tu lo dêi, ti fa suo salvator!» (‘La hora ha sonado, ¡el pueblo flamenco te llama! ¡Debes socorrerlo y convertirte en su salvador!’). Aquí podríamos ver un llamamiento a Víctor Manuel II, «Padre de la Patria», para que tome el control de la situación italiana y libere a su pueblo del yugo austríaco. Podríamos concluir, por tanto, que don Carlos representa en la obra el papel de héroe liberal, mientras que Felipe II, su padre, sería la representación del Antiguo Régimen, intentado restaurar tras el Congreso de Viena en 1815. Por último, la figura del Gran Inquisidor que aparece también en la ópera es una crítica al estamento clerical, del que Verdi aborrecía, así como la justificación de la conquista de los Estados Pontificios para unificar por completo su patria, acontecimiento que tendría lugar en 1870.

Tanto en Nabucco como en Don Carlo encontramos un enfoque común: el anacronismo, el sentimiento de pertenencia a un lugar por tener episodios históricos comunes. Son herramientas que crean símbolos y emiten discursos, no quizás de forma evidente, pero sí lo suficientemente sencilla de comprender para que el mensaje cale dentro del público, de la burguesía y del pueblo llano. También una rogativa al monarca de la dinastía Saboya como líder del Risorgimento.

Otras óperas no tuvieron tanta fortuna como estas dos, sino que I Lombardi alla prima crocciata, compuesta en 1843, fue prohibida por las autoridades austríacas como el arzobispo de Milán Gaetano Gaisruk, que la censuraron por su alto contenido político y liberal, instándole a cambiar pasajes de su música. Verdi se negó a toda modificación y se arriesgó a no ser representado en el teatro imperial. Temas comunes también son la invasión de los hunos a la península itálica en Attila o la opresión de los hombres bajo yugos tiranos de Macbeth.

En las obras de Verdi vemos que se emplea a los personajes positivos como salvaguardas de la libertad de un pueblo oprimido por una potencia extranjera y que son los individuos, los actos individuales, los que dirigen el éxito colectivo, tal y como veíamos con la referencia a Mazzini, Cavaur o Garibaldi.

Verdi era un romántico y un patriota, defensor a través de su música de la patria italiana y de la libertad de su pueblo. Su nombre fue convertido en figura esencial de Italia y de su nacimiento tal y como la conocemos hoy, en acróstico para la aclamación de Víctor Manuel II como rey y como personaje destacado del Risorgimento, en un período en el que el nacionalismo tenía como pretensión la unidad del pueblo y no su separación, como podemos entenderlo en la actualidad. Aquel fue un momento donde el arte se ponía al servicio de una «causa noble».

Referencias

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https://www.zendalibros.com/victor-manuel-ii-primer-rey-de-italia-18-de-febrero-de-1861/

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