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La sociedad no deja de repetirme que soy una “chica fácil”, y tienen razón; soy una chica fácil de hacer reír, soy una chica fácil de sorprender y de regalar, soy una chica fácil de satisfacer con argumentos y fácil de convencer para probar nuevos teatros, restaurantes o bibliotecas, incluso soy una chica fácil de llevar a la cama cuando hay química o si eres divertido y diferente. Definitivamente, soy una “chica fácil”.

Era un reputado informático especializado en inteligencia artificial. Sus últimos avances se habían centrado en la programación de los sentimientos. Le resultaba muy complicado encontrar los algoritmos necesarios para que una máquina desarrollara empatía, enfado, amistad e incluso amor cuando él mismo carecía de experiencias personales. Tendría que dejar una temporada el encierro en su laboratorio, para encontrar en el mundo real  las fórmulas que quería aplicar.

Aquella división de opiniones me dolía como si se me hubieran multiplicado los corazones. Yo trataba de restarle importancia, pero él no hacía más que sumar motivos para abandonarme. El resultado final fue lo esperado, el límite de 2 que tiende a 0.

Descubrió que había una similitud casi perfecta entre su vagina y ella: había un gran clítoris muy evidente, que llamaba la atención y atrapaba todas las miradas, pero también había algo mucho más profundo, rodeado de capas y capas de piel llenas de recovecos que protegían su intimidad más obscura.

Es curioso como las cosas que se come sin masticar son las que más le gustan, los helados, un buen vino, el caldo casero de su madre o a aquel maravilloso miembro que tantos años lleva devorando, pero siempre existe la excepción que confirma la regla, ahora lo que tiene que tragarse sin masticar es esa imagen de su mejor amiga besando apasionadamente a su marido.

Azalí Macías

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