Hoy, cuando volvía a casa, he visto a una niña con un velo. Pero no era una niña cualquiera.
Es una niña nigeriana, que vive en el portal de al lado del mío. Está siempre jugando con sus hermanos, debajo de casa, al fútbol. La he visto jugar al pilla-pilla y correr despavorida cuando veía que mi perro se acercaba.
Un día la enseñé que no pasaba nada, que le acariciase, incluso que le pasease un poco, que no hacía nada. Desde entonces me saluda con un «Hola, amigo».
La he visto llorar discutiendo con su hermano, y poniendo firmes a los niños con los que jugaba porque no hacían lo que ella quería.
Hoy cuando volvía a casa, he vuelto a ver a esta niña. Y digo niña porque ronda los diez años.
Estaban los chicos de siempre jugando al fútbol. Sus hermanos y aquellos con los que la semana pasada la vi forcejear. Cuando me he fijado no estaba entre ellos. Desde su terraza veía a los chicos jugar.
Llevaba un velo colorido. Como de domingo. En ese momento he tenido ganas de hacer arder el mundo por la infancia que se acababa de terminar de una niña.
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